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París, 17 de agosto de 1964
Querido Roberto:
Perdóname por escribirte a máquina, pero es una
costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente
espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche
me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!)
y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías
en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente
vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo
bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que
además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que
yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre
tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan
cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí
hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que
sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas
líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno
de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o
del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí
está condensado todo, más acá de la palabra y de las
meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que
hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno
en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más
me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas
frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir
así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia
que haya sido yo el que escribiera así, quizá por
primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo
americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de
otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas
al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias
se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a
la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando
que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije
que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante:
la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía
a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía
de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda.
Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un
país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo
tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía
apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy
cualquicr buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de
que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es
decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos,
las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras
economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en
este caso de una manera particularmente importante, a través de
la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora
de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con
mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán
de alegría. Mi libro ha tenido una gran rcpercusión, sobre
todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él
se los invita a acabar con las tradicioncs literarias sudamericanas que,
incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre
a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres",
como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí.
Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela
era la declaración de independencia de la novela latinoamericana.
La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad
que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos
como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado
optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero
hay signos, hay signos. . . Estoy contento de haber empezado a hacer lo
que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido
y me lo haya dicho.
Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo
siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle,
pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené
con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento
volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen
tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente
esa América misteriosa.
Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir
algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído
muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero
el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que
me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora.
Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y
tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que
digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido
el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me
llegan docenas y que yo olvido minuciosamente.
Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche
en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan
a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me
trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras
a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información
era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India).
Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás
por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo.
Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos
todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas
(y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me
tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas.
Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos
de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira
si tendré razones para quererlos tanto.
Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero,
a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para
ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme. Digamos que sigue
en el capítulo...
Pero también un abrazo muy fuerte,
Julio
París, 3 de Julio de 1965
Me divirtió mucho la historia de tu conversación
con el Che en el avión. (Me divierten mucho menos los persistentes
rumores que circulan en Europa a propósito del Che; espero que sean
eso, rumores.) Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante
(no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que
me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay
nada "personal". ¿Qué puedo saber yo del Che, y de lo que
sentía o pensaba mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra?
La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandis,
naturalmente) lo que fue Charlie Parker en "El perseguidor". Catalizadores,
símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre.
El poeta el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de
todos, porque por un momento han superado la mera condición del
individuo.
extraída
del libro "Fervor de la Argentina" de Roberto Fernández Retamar
© 1993, Ediciones del Sol, Buenos Aires, Argentina
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