Comentario de Eva Latorre Broto

 

 

Los últimos hijos de Constantinopla

 

Vivian Idreos Ellul

 

Las Rozas, 11 de Mayo de 2004

 

           

La propia profesión de Vivian Idreos Ellul, la autora del libro que hoy presentamos, demuestra su cosmopolitismo, ya que es traductora e intérprete de varios idiomas y ha trabajado en las Naciones Unidas y en infinidad de organizaciones tanto nacionales como internacionales.

 

            Ese cosmopolitismo —que es, a priori, garantía de amplitud de miras y de capacidad de comprensión de la difícil realidad internacional que vivimos— le viene de casta, como podemos comprobar en el libro que hoy presentamos Los últimos hijos de Constantinopla. Cronológicamente, la obra abarca casi un siglo, desde 1845 hasta 1941, y se centra en narrar la historia de cuatro generaciones de una saga que es, precisamente, su familia.

 

            Procedentes de la pequeña isla de Malta, sus tatarabuelos emigraron a Constantinopla a mediados del siglo XIX en busca de mejor fortuna, triunfando en los negocios y pasando a formar parte de la alta sociedad internacional constantinopolitana donde se daban cita gentes procedentes del mundo entero.

 

            El escenario principal y la gran protagonista es, pues, Constantinopla, la que fue la Reina de las Ciudades y punto de referencia desde su fundación por Constantino el Grande en el año 330 d. C. hasta después de la I Guerra Mundial, cuando la revolución de los Jóvenes Turcos triunfó haciendo desaparecer el Imperio Otomano y Constantinopla perdió la capitalidad de la nueva Turquía pasando a llamarse oficial y exclusivamente Estambul.

 

            Será en esta Constantinopla soñada de fascinante y decadente esplendor donde se desarrollen las aventuras y desventuras de la familia Ellul Infante, íntimamente ligadas a las convulsiones políticas, históricas, económicas y sociales que sufría el antaño poderoso Imperio Otomano en su dolorosa y larga agonía. Así, a lo largo de la obra, se nos va desvelando un fragmento de la Historia, la compleja Cuestión de Oriente, a la que quizá no hayamos prestado toda la atención que merece y que a la vez nos resulta fundamental para entender algunas de las noticias que seguimos encontrando en el periódico de hoy. Los vuelcos históricos sin marcha atrás que se produjeron en esa época, las decisiones arbitrarias de los poderosos y las consecuencias de la alta política que fueron marcando el pulso del Mediterráneo Oriental a lo largo del siglo en que se desarrolla esta historia están insertos en el libro de forma magistral, concisa y clara, perfectamente imbricados en la cotidianeidad de las gentes y de los pueblos que las sufren.

 

            En este sentido, la autora, aun sin ser consciente de ello, se erige en digna continuadora de la larga tradición literaria a la que Miguel de Unamuno llamó ‘Intrahistoria’, y que deriva directamente de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Lejos queda el ámbito geográfico que trataron Galdós y Unamuno del que presentamos hoy, pero la implicación emocional es la misma.

 

            No obstante, no quiero dar la impresión de que éste es un libro de historia mezclada con recuerdos familiares, ni mucho menos. Por el contrario, es una obra literaria que ha sabido trascender de lo puramente privado y familiar a lo universal, y el secreto de esta trascendencia quizá radique en la pluma ágil y apasionada y en el estilo abierto y carente de cualquier artificio que casi roza la inocencia y cuya mayor grandeza es su naturalidad y, precisamente, la ausencia de pretensiones literarias.

 

            La obra engancha, y no sabemos muy bien por qué, pero una vez que entramos en el agitado mundo de los Ellul queremos saber más. Podemos citar a vuelapluma algunos de los recursos que la escritora emplea para conseguir este efecto, como son, por ejemplo, las descripciones preciosistas tanto de encantadoras escenas familiares decimonónicas como de la Constantinopla mítica y legendaria, señorial y fascinante, reforzadas por la publicación de viejas fotos del álbum familiar que nos hacen cómplices de esos recuerdos y de postales antiguas de la Ciudad que nos transportan de forma inmediata a esa época recreada, su penetración psicológica a la hora de retratar a los personajes o la ternura con que reelabora sus recuerdos, que crea con gran facilidad un lazo de intimidad con el lector, casi de confidencia. Por otro lado, complementaria de esa habilidad descriptiva es su agilidad para que la acción nunca decaiga y nunca se corte, así como su capacidad de síntesis en la narración de los escabrosos y complejos acontecimientos históricos entre los que se va hilvanando el hilo central de la narración.

 

No podemos dejar de mencionar, por último, la cantidad de cuestiones históricas que quedan expuestas sobre el tapete y que nos invitan a la reflexión. De entre todos esos temas podríamos entresacar algunos de candente actualidad, como son las decisiones políticas de los dirigentes que tantas y tantas veces son tan ajenas y resultan tan dolorosas para sus propios pueblos; la solidaridad y la convivencia entre la gente de distintas razas, religiones y culturas dinamitada por los nacionalismos radicales y excluyentes cuya única solución es la eliminación de "el Otro", del distinto; el intervencionismo sin escrúpulos de las grandes potencias en terceros países con el único fin de sacar el mayor provecho económico de las situaciones conflictivas que muchas veces ellas mismas contribuyen a generar...

 

Por otra parte, en el plano sociológico no podemos evitar felicitarnos por que ciertos corsés sociales que imponían las estrictas costumbres decimonónicas y de principios del siglo XX hayan desaparecido gracias a la evolución que nuestro agitado siglo pasado ha impuesto, muchas veces por necesidad más que por crecimiento o maduración ideológica. Me estoy refiriendo en concreto a la situación de la mujer en la alta sociedad que se nos describe en esta obra, y que constituye uno de los más importantes y mejor logrados botones de muestra para ilustrar lo que antes mencionaba sobre cómo la narrativa de Vivian sabe trascender de lo estrictamente familiar y personal a lo universal. A través de Hortense, su brillante y capaz abuela, vemos cómo cualquier iniciativa que la mujer pretendiera llevar adelante era sistemáticamente cortada de raíz porque "estaba mal visto que una mujer viviera de su trabajo", y este prejuicio llegó a sumirla prácticamente en la indigencia. Sin ánimo de adelantar acontecimientos que podréis disfrutar —y sufrir— a través de la lectura de la historia, la realidad se impondrá dolorosamente haciendo estallar estos arquetipos que funcionaron durante siglos al igual que desmontó toda una forma de vivir y de entender la vida creando nuestra mentalidad moderna a partir de las cenizas que dejó tras de sí la I Guerra Mundial.

 

            Es aquí, en la imposición inexorable de la realidad sobre la vida del ser humano común, donde entra la sentencia, tantas veces repetida en la obra: Del destino non se fugere. Quizá no podamos escapar del destino aunque nuestra capacidad de decisión a veces nos haga creer lo contrario, y éste es otro punto que invita a la reflexión y que consigue llevarnos incluso a un plano existencial. Los personajes, que en este caso son personas y quizá por eso nos llegan tan hondo, ven fomentadas o truncadas sus aspiraciones más íntimas por el entorno que los rodea, y es en ese punto precisamente donde esa Intrahistoria que antes mencionaba deja de ser simple anécdota para convertirse en filosofía aplicada: ¿somos producto de nuestras decisiones o nuestras decisiones son producto de un entorno que escapa por completo a nuestro control?

 

Pero aquello de lo que no podemos huir es de lo que somos y de lo que nos marca, lo queramos o no. Vivian procede de una estirpe donde la generosidad era una forma de vida, y no lo puede evitar. Su honestidad y desprendimiento, y su grandeza personal, se demuestran en su negativa a recibir beneficios por la publicación de sus memorias familiares que tantos esfuerzos y trabajos de ardua investigación le han costado. Todo lo que recaude con el libro irá íntegro al mantenimiento del Centro de Protección de María de Nazareth en Colombia, con el que se encuentra comprometida hace muchos años.

 

            Deseo, por último, felicitar a Entrelíneas Editores por haber dado cancha y haber confiado en una obra tan inusual que de otra manera no habría conseguido salir del cajón debido a los filtros arbitrarios que las grandes casas editoras colocan ante trabajos y autores desconocidos movidas únicamente por el mercantilismo y los beneficios que el nombre de un autor famoso puede proporcionar. Es precisamente a través de este tipo de apuestas y de iniciativas arriesgadas por lo que excelentes escritores y mejores historias, como es el caso que hoy nos ocupa, encuentran el camino hacia la luz y nos permiten disfrutar de obras sorprendentes y, desde luego, imprescindibles para abrirnos a nuevos horizontes literarios y humanos.

 

Eva Latorre Broto

 

 

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