ALÉJATE DEL HEREJE

(Tito: III, 10)


   Principalmente a partir del Concilio Vaticano II, aunque hubo numerosas intentonas precedentes, ha nacido todo un movimiento ecuménico de acercamiento a las otras religiones, no ya solamente las cristianas que un día se separaran de la única Iglesia de Nuestro Señor, sino, aún hacia las mismas religiones no cristianas, paganas e idolátricas, y esto particularmente en los últimos años. 

   Inversamente al modo habitual de obrar de la Santa Iglesia durante todo el decurso de su existencia, desde la edad apostólica hasta el reinado de S.S. Pío XII, el antedicho acercamiento no consiste en una cálida acogida a las almas sinceramente convertidas que ansían cobijarse bajo la sombra protectora de la Iglesia, sino en un silenciamiento de la doctrina y en una aceptación tácita o casi expresa de las otras religiones tan falsas como sean en sí mismas, como otros tantos caminos legítimos de salvación y de culto al único Dios verdadero.

   Dicha actitud, generalizada hoy en obispos y prelados y, Juan Pablo II, responde a una serie de falsos presupuestos, de entre los cuales se destacan dos a los que querríamos hacer breve referencia:

  • (A) Uno filosófico: una noción equivocada de la verdad.

  • (B) el otro teológico: la identificación de la verdadera religión con el puro sentimiento religioso.

(A) Una noción equivocada de la verdad:

   La verdad, en una sana filosofía realista no es sino la adecuación entre el intelecto y la cosa, es decir, entre el sujeto que conoce y aquello que conoce, de modo que el fruto de sus conocimientos, sensaciones y conceptos, correspondan realmente a la realidad misma de la cosa conocida. Ahora bien, si la verdad, entonces, corresponde necesariamente al ser mismo de la cosa conocida, de manera tal que si no corresponde no hay verdad, entonces, la verdad respecto a algo no puede ser sino una, es decir, aquélla que se adecue de manera conveniente a la cosa a la cual se refiere.

   Esto aplicado en el orden religioso significa que sólo puede haber una sola religión verdadera, la que atribuye adecuadamente el culto debido al Dios. Aceptado este principio, toda religión que no corresponda al único Dios y que no le brinde el único culto que le es debido, no es verdadera; más aún, es falsa, peligrosa y ofensiva de los derechos del único Dios.

(B) La identificación del. sentimiento religioso con la verdadera religión:

   No es sino un sentimentalismo religioso, que se siente tocado en las fibras más profundas de su sensibilidad desordenada, al contemplar cualquier manifestación religiosa por absurda que sea. Si se es sincero en la adoración de un ídolo, un totem o un animal, poco importa para ellos, lo que importa es que se siente. Sería igual que admirar el sentimiento que une a dos adúlteros, o a dos concubinos, o a dos anormales, cuando en realidad ese sentimiento jamás será amor verdadero, ya que el amor supone buscar el bien del otro, y, en los casos citados, no se hace más que mandar e irse al infierno, que es el peor de los males.

   En la práctica, estos errores básicos, conducen a obispos y pastores y a Juan Pablo II a buscar una amalgama religiosa con las otras religiones cristianas, paganas o idolátricas, guiados por un claro espíritu modernista, consciente o no, consentido o no consentido, y, según esto, de mayor o menor culpabilidad.

   Así se entienden las actitudes inauditas de Juan Pablo II afirmando la creencia común en el único Dios, que sería el mismo que el de los musulmanes (discurso en Casablanca); o el de los judíos; la oración común con sacerdotes animistas invocando las fuerzas naturales (última visita a Togo); la recepción de cenizas sagradas en un rito pagano en Madras (India), habitualmente interpretado como de pertenencia a una secta falsa; las reuniones ecuménico de Asís, etc.

   Esa participación de Juan Pablo II en ritos paganos o no católicos, rezando con ellos o dándole signos de respeto a la religión que profesan, es lo que moralmente se llama "communicatio in sacris". Es decir, la asistencia activa y formal a esos falsos ritos y que dejan traslucir una aceptación tácita, al menos, de los mismos.

   Dice el Código de Derecho Canónico promulgado por S.S. Benedicto XV y codificado por mandato de S.S. San Pío X: Cánon 1258, 1: No es lícito a los fieles asistir activamente, de cualquier modo que sea, o tomar parte en las funciones sagradas de los acatólicos.

   Comentario (B.A.C., Código comentado, 1957):

1. "La asistencia activa o formal que el cánon prohíbe consiste en tomar parte en las funciones sagradas de los acatólicos por ejemplo, alternando con ellos el rezo o recibiendo los sacramentos de su mano."
2. "La presencia pasiva o material consiste en acudir a dichas solemnidades o actos de culto, pero sólo con el cuerpo, de forma que, por la actitud aparezca de una manera clara que ninguna parte se toma en ellos... Pero siempre se requiere causa grave, y además que se evite el peligro de perversión para los que asisten; y el de escándalo para los demás."

   La llamada "communicatio in sacris" positiva y formal es a la que hacemos referencia. Es decir a participación de un católico en las funciones sagradas y públicas de un culto no católico, herético, cismático, infiel, etc; con la intención de honrar a Dios con ese culto. La Iglesia la ha prohibido siempre bajo todas sus formas, ya que sería la profesión de un culto falso y la negación, al menos implícita del verdadero culto, aparte del escándalo. (Cfr. R. Naz, "Communicatio in sacris", D.D.C. 111, 1091-1095; y Cardenal Roberti, Diccionario de Teología Moral, pág. 233).

   El 8 de junio del año 1859 el Santo Oficio decretó: "Es ilícito invitar a los herejes en las sagradas funciones a sentarse en el coro, cantar alternadamente con ellos, darles la paz, las sagradas cenizas, candelas y ramos bendecidos y todas las otras cosas del culto externo, que con derecho se estiman como indicio de consentimiento y de vínculo interior". Agrega el Padre Merckelback, O.P. en su Summa Theologiae Moralis, T. I, N 752, ss.: "La participación activa en los ritos sagrados o culto público de los infieles o acatólicos es ilícita ya que es una aprobación implícita del ejercicio del culto y de la secta. Si se hace con herejes o cismáticos, en razón del derecho natural y eclesiástico, en sí misma y regularmente es gravemente ilícita para los fieles:

  • 1. En razón del peligro de perversión en la Fe católica; 

  • 2. por el peligro de participación en el rito herético;

  • 3. por el peligro de ocasión de escándalo o seducción;

  • 4. en razón de la adhesión a la secta falsa que significa dicha participación.

   Con los infieles (judíos y paganos), a fortiori es ilícita, sobre todo porque su culto suele ser falso y supersticioso... La participación en los oficios, salmodias, preces, ritos, por lo que se comporta como herético y a ellos se une, nunca es lícita, aunque sea exigida por la autoridad pública."

   Dicha participación en los cultos paganos, o la aceptación pública de los mismos, constituye, en definitiva, una negación al menos implícita de la Fe católica. "El precepto de la Fe prohíbe que la Fe sea negada, ya sea interna y externamente y por ser un precepto negativo, coliga en todas las circunstancias. Niega la Fe quien realiza un acto que le es contrario, internamente si lo hace sólo con el pensamiento, externamente quien dice, hace u omite algo por lo que la verdadera Fe es negada; seriamente, quien la niega de hecho tanto interna como externamente; fingidamente quien la niega sólo exteriormente. La niega también de modo indirecto e implícito, quien hace algo que habitualmente es considerado como una negación de la Fe y profesión de una secta falsa, aunque no tenga intención de hacerlo. Ahora bien, nunca es lícito negar la Fe, ya que esto constituye una gravísima injuria hecha a Dios: Quien niega la Fe, o juzga que la divina Revelación no es verdadera, o al menos, se avergüenza de la majestad divina.

  "Quien me negare ante los hombres, yo le negaré ante mi Padre que está en los cielos" (S.Mt.X,33);
   "Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su majestad" (S. Lc.,IX-26)

   Por lo cual la Iglesia siempre tuvo la negación de la Fe como un pecado gravísimo aún en tiempo de persecusiones. Además, su negación fingida (ficta) es una mentira injuriosa a Dios y nociva al prójimo en razón del escándalo, por lo cual la Iglesia consideró siempre un pecado grave la negación aún externa de la Fe. Peca pues, aunque conserve la Fe, contrariando el precepto negativo de la Fe.

   La Fe se puede negar de muchas maneras, por ejemplo, por las palabras (ejemplo: si alguien interrogado, la niega); por los hechos (quien seria o fingidamente ejerce acciones que por su misma naturaleza o por las circunstancias que las rodean, necesariamente significa la profesión de la falsa religión. Quien sacrifica a un ídolo, o genuflecta ante él, o comulga en la cena protestante, o con ellos canta o reza frecuentemente, niega la Fe, ya que por esos hechos profesa una falsa religión) (Cfr. H. Noldin, Summa Theologiae moralis, II De Praeceptis, De negatione fidei, artículo S, N° 19, ss.)

   La Iglesia quiere precaver prudentemente sobre todo la incolumnidad de los fieles, que han de ser protegidos de la perversión del indiferentismo, y el bien, en segundo lugar, de los acatólicos, que por su misma exclusión de la Iglesia son incitados a buscar la verdadera religión (A. Bermeersch, S.l. Theologiae moralis, T.II, N° 48-51).

   No es otra la enseñanza de San Pablo: 

   "Os ruego pues, hermanos. que observéis a aquellos que hacen disensiones y ofensas, aparte de la doctrina que aprendisteis, y os alejéis de ellos. De esta manera no sirven a Cristo sino a su vientre; y por palabras dulces y bendiciones seducen los corazones de los inocentes". (Rom. XVI, 17)

   "Evita al hombre herético, luego de una o dos correcciones, sabiendo que se ha revelado y delinquió siendo condenado por su propio juicio". (Tito, III, 10).

   Por todo lo dicho vemos cómo, al menos de hecho, dejando a sólo Dios el juicio de las intenciones y de las conciencias, la actitud ecuménica contemporánea es escandalosa y gravemente
anticaritativa, contrariamente a lo que piensan sus fautores. La caridad exige buscar el bien del otro, principalmente el bien espiritual, su salvación ante todo, y no dejarlo en un error que podría acarrearle fácilmente la eterna condenación. Rezar con ellos, visitarlos, manifestarles amistad, sin indicarles su error, ni advertirles los peligros del mismo, es escandaloso para ellos y para las buenas almas. Dice Santo Tomás que el escándalo es un dicho, hecho u omisión con ocasión del cual otro peca fácilmente (II-II, q.43. a.l). Es un hecho al que le falta rectitud y que da a otro la ocasión de su ruina espiritual. No se trata solamente del escándalo directo por el cual alguien intenta que otro peque, sino también del escándalo indirecto en el cual se prevé el pecado ajeno y se permite, aunque no se busque. Aún en este segundo caso, su autor peca verdaderamente contrariando la corrección fraterna. Si pues, la caridad nos obliga a que impidamos al menos el pecado grave del prójimo, con más razón nos impone que no seamos nosotros ocasión del pecado ajeno (Cfr. Bermeersch, Theologiae moralis, T.II, N° 111, ss.). Ese escándalo es siempre pecado al oponerse al precepto de la caridad (S. Mt. XVIII, 6). Si la caridad obliga a corregir al prójimo y a impedir que caiga con más razón obliga a no incitarlo a pecar por el mal ejemplo. Habría pues peligro de escándalo si la asistencia a los oficios de los acatólicos indujera a los fieles a pensar que aquélla religión es falsa, y los acatólicos tomaran pie de ahí para confirmarse en el error, lo que habitualmente sucede en el moderno ecumenismo.

   Finalmente, nos parece oportuno el citar textualmente a S.S. Pío XI en su encíclica "Mortalium animos", del 6 de enero de 1928:

  "(. ..) Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual.
   Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes, e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, a cristianos y hasta a aquéllos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión. Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y saludables, pues aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.
   Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan sino también rechazan la verdadera Religión, adulterando su
concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y al ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la Religión revelada por Dios (. ..)
   (. ..) Exhortándonos, pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave (...)
   (...) Dios, Creador de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues nuestro Creador, perfectísimo derecho a ser servido por nosotros (...) Ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada por Dios, revelación que comenzara desde el principio, y continuara durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo por la Ley Nueva. Ahora bien: si Dios ha hablado es evidente: que el hombre está obligado a creer absolutamente la Revelación de Dios, y a obedecer totalmente sus preceptos. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia (...)
   (...) Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos ni de ningún modo pueden los católicos. favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo (...)
   (...) ¿Y habremos Nos de sufrir -cosa que sería por todo extremo injusta- que la verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada." ("Mortalium animos", Nos. 2, 3, 6,7,10,11).

   Acabemos trayendo a colación este célebre texto de Lactancio: "Sólo la Iglesia Católica es la que conserva el culto verdadero. Ella es la fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de Dios; quien quiera que en é1 no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y de salvación. Menester es que nadie se engañe a sí mismo con pertinaces discusiones. Lo que aquí se ventila es la vida y la salvación; a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá". (Mígne, P.L. 6, col. 542-B a 543-A).

   Roguemos una vez más a María Santísima, en este su mes del Santísimo Rosario, que venga en  ayuda de la Santa Iglesia y que nos permita brindar la vida, si fuese su santa voluntad, por su honor y el de su Divino Hijo Jesús. 

   Ave María Purísima.

                                     P. Andrés Morelo

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