Cuentos tomados del libro Todos los fuegos el fuego, 1966 |
La señorita Cora |
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We'll send your love to college, all
for a year or two.
No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica
con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó
personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo
lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró
tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo
creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba
nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que
me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince
años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque
ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande.
La impresión que le habrá hecho cuando se dio cuenta de que
no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner
el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo
me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos
o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté
si estaba segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla
para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese
delantal ajustado, una chiquilina de porquería, que se cree la directora
de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba,
le dije lo que pensaba y eso que el nene no sabía donde meterse
de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de paso
seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que
me consuela es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica
para personas pudientes; el nene tiene un velador de lo mas lindo para
leer sus revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos
de menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la
mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor
De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá
que ver si la frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas
le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que
se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer
cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz
de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá
le estaba protestando... Está bien, si no la dejaban quedarse que
le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me
parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye
ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace
acordar a esa película de miedo que también pasaba en una
clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la puerta
y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de
la mascara blanca...
And then perhaps in time the boy will do for you. The trees that grow so high (Cancion folklórica inglesa.) La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y medía con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no una fotonovela, y creo que ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía estaba enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que no, que esa noche estaba muy bien. "A ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo anotó algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. "¿Tenés hambre?", me preguntó, yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión. Le dije que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo hambre. "Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me hiciera eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía que comer caramelos, pero llevárselos... Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se desquitaba conmigo, de puro resentida; qué sé yo, después que se fue se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella pero no podía. Que joven es, clavado que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día. Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andate tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí, diez minutos queriendo saber si me duele aquí o más allá, menos mal que se tiene que ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela que había empezado anoche. La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del normal como el año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy divertido. Me desperté a eso de las cuatro y medía y empece a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor De Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse, que duele mucho y por ahí vomitás y tenés fiebre. El nene de mamá ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en la cama cuando me vio entrar escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la calefacción, después traje el termómetro y se lo di. "¿Te lo sabés poner?", le pregunté, y las mejillas parecía que iban a reventársele de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado que estuve a punto de reirme, pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas cosas. Y para peor me mira en los ojos, por que no le puedo aguantar esa mirada si al final no es más que una mujer, cuando saqué el termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que yo. Después anotó la temperatura en la hoja que está a los pies de la cama y se fue sin decir nada. Ya casi no me acuerdo de lo que hablé con papá y mamá cuando vinieron a verme a las seis. Se quedaron poco porque la señorita Cora les dijo que había que prepararme y que era mejor que estuviese tranquilo la noche antes. Pensé que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miro nomás de arriba abajo, y papa también pero al viejo le conozco las miradas, es algo muy diferente. Justo cuando se estaba yendo la oí a mamá que le decía a la señorita Cora: "Le agradeceré que lo atienda bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado por su familia", o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó la señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó, a lo mejor piensa que me estuve quejando de ella o algo así. Volvió a eso de las seis y medía con una mesita de esas de ruedas llena de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un poco de miedo, en realidad no era miedo pero empecé a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos azules o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo endomingado, le agradeceré que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De Luisi, pero sí, señora, se lo vamos a atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con esas mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso. "A ver, bajate el pantalón del, piyama", le dije sin mirarlo en la cara. "¿El pantalón?", preguntó con una voz que se le quebró en un gallo. "Si, claro, el pantalón", repetí, y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de los muslos, y era como me lo había imaginado. "Ya sos un chico crecidito", le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la verdad es que poco tenía para afeitar. "¿Cómo te llaman en tu casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba. "Me llaman Pablo", me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era la vergüenza. "Pero te darán algún sobrenombre", insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí. "¿Así que no tenés ningún sobrenombre? Sos el nene solamente, claro." Termine de afeitarlo y le hice una seña para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo cubierto hasta el pescuezo. "Pablo es un bonito nombre", le dije para consolarlo un poco; casi me daba pena verlo tan avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un muchachito tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que a lo mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no me gustaba, y hasta me molestaba que fuera tan bonito y tan bien hecho para sus años, un mocoso que ya debía creerse un hombre y que a la primera de cambio seria capaz de soltarme un piropo. Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar un poco de todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese momento agregó: "¿Así que no tenés ningún sobrenombre. Sos el nene solamente, claro", y yo hubiera querido morirme, o agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi el pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para sacarme un resto de jabón, y olía a champú de almendra como el que se pone la profesora de dibujo, o algún perfume de esos, y no supe qué decir y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: "¿Usted se llama Cora, verdad?" Me miró con aire burlón, con esos ojos que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo: "La señorita Cora." Lo dijo para castigarme, lo sé, igual que antes había dicho: "Ya sos un chico crecidito", nada más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada, eso no lo puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo mismo me animé a decirle: "Usted es tan joven que... Bueno, Cora es un nombre muy lindo." No era eso, lo que yo había querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le molestó, ahora estoy seguro de que está resentida por culpa de mamá, yo solamente quería decirle que era tan joven que me hubiera gustado poder llamarla Cora a secas, pero cómo se lo iba a decir en ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la mesita de ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, ésa es otra cosa que no puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesitaría estar más tranquilo para decir lo que pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se quedó un momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería decirle lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo único que se me ocurrió fue mostrarle la taza con el jabón, se había sentado en la cama y después de aclararse la voz dijo: "Se le olvida la taza con el jabón", muy seriamente y con un tono de hombre grande. Volví a buscar la taza un poco para que se calmara le pase la mano por la mejilla. "No te aflijas, Pablito", le dije. "Todo irá bien, es una operación de nada." Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y después resbaló hasta esconder la boca en el borde de las frazadas. Desde ahí, ahogadamente, dijo: "Puedo llamarla Cora, ¿verdad?" Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza que buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de ceder porque después me resultaría difícil dominarlo, y a un enfermo hay que dominarlo o es lo de siempre, los líos de María Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que tiene un olfato de perro para esas cosas. "Señorita Cora", me dijo tomando la taza y yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de pegarle, de saltar de la cama y echarla a empujones, o de... Ni siquiera comprendo cómo pude decirle: "Si yo estuviera sano a lo mejor me trataría de otra manera." Se hizo la que no oía, ni siquiera dio vuelta la cabeza, y me quedé solo y sin ganas de leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera querido que me contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad no era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada que no sé cómo me habían salido las palabras, se lo había dicho de pura rabia pero no era eso, o a lo mejor sí pero de otra manera. Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase amable, y ahí nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos. Esto tengo que contárselo a Marcial, se va a divertir y cuando mañana lo vea en la mesa de operaciones le va a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa carucha arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría hacer para que no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de hablar, qué sé yo. Se debe haber ido furiosa, estoy seguro de que escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso, yo creo que cuando le preguntó si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba es que vino y me acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero me acarició y entonces yo le dije lo de Cora y lo eché todo a perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir aunque me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro pasarse la mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a acordar de todo y del perfume de almendras, la voz de Cora, tiene una voz muy grave para una chica tan joven y linda, una voz como de cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no quería verla, no me importaba verla, mejor que me dejara en paz, sentí que entraba y que encendía la luz del cielo raso, se hacia el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara, y no abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo que traía se puso tan colorado que me volvió a dar lástima y un poco de risa, era demasiado idiota realmente. "A ver, m'hijito, bájese el pantalón y dése vuelta para el otro lado", y el pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía cinco anos, me imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo de las cobijas y a chillar, pero el pobre no podía hacer nada de eso ahora, solamente se había quedado mirando el irrigador y después a mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo colgaba el irrigador en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y ordenarle que levantara un poco el trasero para correrle mejor el pantalón y deslizarle una toalla. "A ver, subí un poco las piernas, así esta bien, echate más de boca, te digo que te eches más de boca, así." Tan callado que era casi como si gritara, por una parte me hacía gracia estarle viendo el culito a mi joven admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho. "Avisá si está muy caliente", le previne, pero no contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y yo no quería verle la cara y por eso me senté al borde de la cama y esperé a que dijera algo, pero aunque era mucho líquido lo aguantó sin una palabra hasta el final, y cuando terminó le dije, y eso sí se lo dije para cobrarme lo de antes: "Así me gusta, todo un hombrecito", y lo tapé mientras le recomendaba que aguantase lo más posible antes de ir al baño. "¿Querés que te apague la luz o te la dejo hasta que te levantes?", me preguntó desde la puerta. No sé cómo alcancé a decirle que era lo mismo, algo así, y escuché el ruido de la puerta al cerrarse y entonces me tapé la cabeza con las frazadas y qué le iba a hacer, a pesar de los cólicos me mordí las dos manos y lloré tanto que nadie, nadie puede imaginarse lo que lloré mientras la maldecía y la insultaba y le clavaba un cuchillo en el pecho cinco, diez, veinte veces, maldiciéndola cada vez y gozando de lo que sufría y de cómo me suplicaba que la perdonase por lo que me había hecho.
Es lo de siempre, che Suárez, uno corta y abre, y en una de esas
la gran sorpresa. Claro que a la edad del pibe tiene todas las chances
a su favor, pero lo mismo le voy hablar claro al padre, no sea cosa que
en una de esas tengamos un lío. Lo más probable es que haya
una buena reacción, pero ahí hay algo que falla, pensá
en lo que pasó al comienzo de la anestesia: parece mentira en un
pibe de esa edad. Lo fui a ver a las dos horas y lo encontré bastante
bien si pensás en lo que duró la cosa. Cuando entró
el doctor De Luisi yo estaba secándole la boca al pobre, no terminaba
de vomitar y todavía le duraba la anestesia pero el doctor lo auscultó
lo mismo y me pidió que no me moviera de su lado hasta que estuviera
bien despierto. Los padres siguen en la otra pieza, la buena señora
se ve que no esta acostumbrada a estas cosas, de golpe se le acabaron las
paradas, y el viejo parece un trapo. Vamos, Pablito, vomitá si tenés
ganas y quejate todo lo que quieras, yo estoy aquí, si, claro que
estoy aquí, el pobre sigue dormido pero me agarra la mano como si
se estuviera ahogando. Debe creer que soy la mamá, todos creen eso,
es monótono. Vamos, Pablo, no te muevas así, quieto que te
va a doler más, no, dejá las manos tranquilas, ahí
no te podés tocar. Al pobre le cuesta salir de la anestesia. Marcial
me dijo que la operación había sido muy larga. Es raro, habrán
encontrado alguna complicación: a veces el apéndice no esta
tan a la vista, le voy a preguntar a Marcial esta noche. Pero sí,
m'hijito, estoy aquí, quéjese todo lo que quiera pero no
se mueva tanto, yo le voy a mojar los labios con este pedacito de hielo
en una gasa, asi se le va pasando la sed. Si, querido, vomitá más,
aliviate todo lo que quieras. Que fuerza tenés en las manos, me
vas a llenar de moretones, sí, sí, llorá si tenés
ganas, llorá, Pablito, eso alivia, llorá y quejate, total
estás tan dormido y creés que soy tu mamá. Sos bien
bonito, sabés, con esa nariz un poco respingada y esas pestañas
como cortinas, parecés mayor ahora que estas tan pálido.
Ya no te pondrías colorado por nada, verdad, mi pobrecito. Me duele,
mamá, me duele aquí, dejame que me saque ese peso que me
han puesto, tengo algo en la barriga que pesa tanto y me duele, mamá,
decile a la enfermera que me saque eso. Si, m'hijito, ya se le va a pasar,
quédese un poco quieto, por que tendrás tanta fuerza, voy
a tener que llamar a María Luisa para que me ayude. Vamos, Pablo,
me enojo si no te estás quieto, te va a doler mucho mas si seguís
moviéndote tanto. Ah, parece que empezás a darte cuenta,
me duele aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí,
hágame algo por favor, me duele tanto aquí, suélteme
las manos, no puedo más, señorita Cora, no puedo más.
Nunca entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda.
La verdad que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único
que vale la pena es que lo quieran a uno. Si están nerviosas, si
se hacen problema por cualquier macana, bueno nena, ya está, déme
un beso y se acabó. Se ve que todavía es tiernita, va a pasar
un buen rato ante de que aprenda a vivir en este oficio maldito, la pobre
apareció esta noche con una cara rara y me costo medía hora
hacerle olvidar esas tonterías. Todavía no ha encontrado
la manera de buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con
la vieja del veintidós pero yo creía que desde entonces habría
aprendido un poco, y ahora este pibe le vuelve a dar dolores de cabeza.
Estuvimos tomando mate en mi cuarto a eso de las dos de la mañana,
después fue a darle la inyección y cuando volvió estaba
de mal humor, no quería saber nada conmigo. Le queda bien esa carucha
de enojada, de tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final se puso
a reír y me contó, a esa hora me gusta tanto desvestirla
y sentir que tiembla un poco como si tuviera frío. Debe ser muy
tarde, Marcial. Ah, entonces puedo quedarme un rato todavía, la
otra inyección le toca a las cinco y media, la galleguita no llega
hasta las seis. Perdoname, Marcial, soy una boba, mira que preocuparme
tanto por ese mocoso, al fin y al cabo lo tengo dominado pero de a ratos
me da lástima, a esa edad son tan tontos, tan orgullosos, si pudiera
le pediría al doctor Suárez que me cambiara, hay dos operados
en el segundo piso, gente grande, uno les pregunta tranquilamente si han
ido de cuerpo, les alcanza la chata, los limpia si hace falta, todo eso
charlando del tiempo o de la política, es un ir y venir de cosas
naturales, cada uno está en lo suyo, Marcial, no como aquí,
comprendés. Sí, claro que hay que hacerse a todo, cuántas
veces me van a tocar chicos de esa edad, es una cuestión de técnica
como decís vos. Si, querido, claro. Pero es que todo empezó
mal por culpa de la madre, eso no se ha borrado, sabés, desde el
primer minuto hubo un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le duele,
sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que iba a venir
y quiso hacerse el grande, mirarme como si fueras vos, como un hombre.
Ahora ya ni le puedo preguntar si quiere hacer pis, lo malo es que sería
capaz de aguantarse toda la noche si yo me quedara en la pieza. Me da risa
cuando me acuerdo, quería decir que sí y no se animaba, entonces
me fastidió tanta tontería y lo obligué para que aprendiera
a hacer pis sin moverse, bien tendido de espaldas. Siempre cierra los ojos
en esos momentos pero es casi peor, está a punto de llorar o de
insultarme, está entre las dos cosas y no puede, es tan chico. Marcial,
y esa buena señora que lo ha de haber criado como un tilinguito,
el nene de aquí y el nene de allí, mucho sombrero y saco
entallado pero en el fondo el bebe de siempre, el tesorito de mamá.
Ah, y justamente le vengo a tocar yo, el alto voltaje como decís
vos, cuando hubiera estado tan bien con María Luisa que es idéntica
a su tía y que lo hubiera limpiado por todos lados sin que se le
subieran los colores a la cara. No, la verdad, no tengo suerte, Marcial.
Estaba soñando con la clase de francés cuando encendió
la luz del velador, lo primero que le veo es siempre el pelo, será
porque se tiene que agachar para las inyecciones o lo que sea, el pelo
cerca de mi cara, una vez me hizo cosquillas en la boca y huele tan bien,
y siempre se sonríe un poco cuando me esta frotando con el algodón,
me frotó un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano
tan segura que iba apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo
que entraba despacio, haciéndome doler. "No, no me duele nada."
Nunca le podré decir: "No me duele nada, Cora." Y no le voy a decir
señorita Cora, no se lo voy a decir nunca. Le hablaré lo
menos que pueda y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo
pida de rodillas. No, no me duele nada. No, gracias, me siento bien, voy
a seguir durmiendo. Gracias.
Empiezan siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana, debe
ser una pareja que anida en las comisas del patio, un palomo que arrulla y la
paloma que le contesta, al rato se cansan, se lo dije a la enfermera chiquita
que viene a lavarme y a darme el desayuno, se encogió de hombros y dijo
que ya otros enfermos se habían quejado de las palomas pero que el director
no quería que las echaran. Ya ni sé cuánto hace que las oigo,
las primeras mañanas estaba demasiado dormido o dolorido para fijarme,
pero desde hace tres días escucho a las palomas y me entristecen, quisiera
estar en casa oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta hora
se levanta para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar, me van a tener
aquí hasta quién sabe cuando, se lo voy a preguntar al doctor Suárez
esta misma mañana, al fin y al cabo podría estar lo más bien
en casa. Mire, señor Morán, quiero ser franco con usted, el cuadro
no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero que usted siga atendiendo
a ese enfermo, y le voy a decir por qué. Pero entonces, Marcial... Vení,
te voy a hacer un café bien fuerte, mirá que sos potrilla todavía,
parece mentira. Escuchá, vieja, he estado hablando discretamente con el
doctor Suárez, y parece que el pibe...
Y bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por todas, hasta
cuándo nos vas a estar ocupando una cama, che. Contá despacito,
uno, dos, tres. Así va bien, vos seguí contando y dentro de una
semana estás comiendo un bife jugoso en casa. Un cuarto de hora a gatas,
nena, y vuelta a coser. Había que verle la cara a De Luisi, uno no se acostumbra
nunca del todo a estas cosas. Mirá, aproveché para pedirle a Suárez
que te relevaran como vos querías, le dije que estás muy cansada
con un caso tan grave; a lo mejor te pasan al segundo piso si vos también
le hablás. Está bien, hacé como quieras, tanto quejarte la
otra noche y ahora te sale la samaritana. No te enojés conmigo, lo hice
por vos. Sí, claro que lo hizo por mí pero perdió el tiempo,
me voy a quedar con él esta noche y todas las noches. Empezó a despertarse
a las ocho y medía, los padres se fueron en seguida porque era mejor que
no los viera con la cara que tenían los pobres, y cuando llegó el
doctor Suárez me preguntó en voz baja si quería que me relevara
María Luisa, pero le hice una seña de que me quedaba y se fue. María
Luisa me acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo y calmarlo,
después se tranquilizó de golpe y casi no tuvo vómitos; está
tan débil que se volvió a dormir sin quejarse mucho hasta las diez.
Son las palomas, vas a ver, mamá, ya están arrullando como todas
las mañanas, no sé por que no las echan, que se vuelen a otro árbol.
Dame la mano, mamá, tengo tanto frío. Ah, entonces estuve soñando,
me parecía que ya era de mañana y que estaban las palomas. Perdóneme,
la confundí con mamá. Otra vez desviaba la mirada, se volvía
a su encono, otra vez me echaba a mí toda la culpa. Lo atendí como
si no me diera cuenta de que seguía enojado, me senté junto a él
y le mojé los labios con hielo. Cuando me miró, después que
le puse agua colonia en las manos y la frente, me acerqué más y
le sonreí. "Llamame Cora", le dije. "Yo sé que no nos entendimos
al principio, pero vamos a ser tan buenos amigos. Pablo." Me miraba callado. "Decime:
Sí, Cora." Me miraba, siempre. "Señorita Cora", dijo después,
y cerró los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo en
la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para vos, solamente para
vos." Tuve que echarme atrás, pero lo mismo me salpicó la cara.
Lo sequé, le sostuve la cabeza para que se enjuagara la boca, lo volví
a besar hablándole al oído. "Discúlpeme", dijo con un hilo
de voz, "no lo pude contener". Le dije que no fuera tonto, que para eso estaba
yo cuidándolo, que vomitara todo lo que quisiera para aliviarse. "Me gustaría
que viniera mamá", me dijo, mirando a otro lado con los ojos vacíos.
Todavía le acaricié un poco el pelo, le arreglé las frazadas
esperando que me dijera algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía
sufrir todavía más si me quedaba. En la puerta me volví y
esperé; tenía los ojos muy abiertos, fijos en el cielo raso. "Pablito",
le dije. "Por favor, Pablito. Por favor, querido." Volví hasta la cama,
me agaché para besarlo; olía a frío, detrás del agua
colonia estaba el vómito, la anestesia. Si me quedo un segundo más
me pongo a llorar delante de él, por él. Lo besé otra vez
y salí corriendo, bajé a buscar a la madre y a María Luisa;
no quería volver mientras la madre estuviera allí, por lo menos
esa noche no quería volver y después sabía demasiado bien
que no tendría ninguna necesidad de volver a ese cuarto, que Marcial y
María Luisa se ocuparían de todo hasta que el cuarto quedara otra
vez libre. |
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El otro cielo |
Ces yeux ne t'apparticnnent pas... tró les as-tu pris?
..................., IV, 5.
Me ocurría a veces que todo se dejaba andar, se ablandaba y cedía
terreno, aceptando sin resistencia que se pudiera ir así de una cosa a
otra. Digo que me ocurría, aunque una estúpida esperanza quisiera
creer que acaso ha de ocurrirme todavía. Y por eso, si echarse a caminar
una y otra vez por la ciudad parece un escándalo cuando se tiene una familia
y un trabajo, hay ratos en que vuelvo a decirme que ya sería tiempo de
retornar a mi barrio preferido, olvidarme de mis ocupaciones (soy corredor de
Bolsa) y con un poco de suerte encontrar a Josiane y quedarme con ella hasta la
mañana siguiente. Où sont-ils passes, les
becs de gaz? Que
Poco a poco tuve que convencerme de que habíamos entrado en malos
tiempos y que mientras Laurent y las amena2as prusianas nos preocuparan
de ese modo, la vida no volvería a ser lo que había sido
en las galerías. Mi madre debió notarme desmejorado porque
me aconsejó que tomara algún tónico, y los padres
de Irma, que tenían un chalet en una isla del Paraná, me
invitaron a pasar una temporada de descanso y de vida higiénica.
Pedí quince días de vacaciones y me fui sin ganas a la isla,
enemistado de antemano con el sol y los mosquitos. El primer sábado
pretexté cualquier cosa y volví a la ciudad, anduve como
a los tumbos por calles donde los tacos se hundían en el asfalto
blando. De esa vagancia estúpida me queda un brusco recuerdo delicioso:
al entrar una vez más en el Pasaje Güemes me envolvió
de golpe el aroma del café, su violencia ya casi olvidada en las
galerías donde el café era flojo y recocido. Bebí
dos tazas, sin azúcar, saboreando y oliendo a la vez, quemándome
y feliz. Todo lo que siguió hasta el fin de la tarde olió
distinto, el aire húmedo del centro estaba lleno de pozos de fragancia
(volví a pie hasta mi casa, creo que le había prometido a
mi madre cenar con ella), y en cada pozo del aire los olores eran más
crudos, más intensos, jabón amarillo, café, tabaco
negro, tinta de imprenta, yerba mate, todo olía encarnizadamente,
y también el sol y el cielo eran más duros y acuciados. Por
unas horas olvidé casi rencorosamente el barrio de las galerías,
pero cuando volví a cruzar el Pasaje Güemes (¿era realmente
en la época de la isla? Acaso mezclo dos momentos de una misma temporada,
y en realidad poco importa) fue en vario que invocara la alegre bofetada
del café, su olor me pareció el de siempre y en cambio reconocí
esa mezcla dulzona y repugnante del aserrín y la cerveza rancia
que parece rezumar del piso de los bares del centro, pero quizá
fuera porque de nuevo estaba deseando encontrar a Josiane y hasta confiaba
en que el gran terror y las nevadas hubiesen llegado a su fin. Creo que
en esos días empecé a sospechar que ya el deseo no bastaba
como antes para que las cosas girasen acompasadamente y me propusieran
alguna de las calles que llevaban a la Galerie Vivienne, pero también
es posible que terminara por someterme mansamente al chalet de la isla
para no entristecer a Irma, para que no sospechara que mi único
reposo verdadero estaba en otra parte; hasta que no pude más y volví
a la ciudad y caminé hasta agotarme, con la camisa pegada al cuerpo,
sentándome en los bares para beber cerveza, esperando ya no sabía
qué. Y cuando al salir del último bar vi que no tenía
más que dar la vuelta a la esquina para internarme en mi barrio,
la alegría se mezcló con la fatiga y una oscura conciencia
de fracaso, porque bastaba mirar la cara de la gente para comprender que
el gran terror estaba lejos de haber cesado, bastaba asomarse a los ojos
de Josiane en su esquina de la rué d'Uzés y oírle
decir quejumbrosa que el amo en persona había decidido protegerla
de un posible ataque; recuerdo que entre dos besos alcancé a entrever
su silueta en el hueco de un portal, defendiéndose de la cellisca
envuelto en una larga capa gris.
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