Julio Cortázar
Cuba en su correspondencia
La publicación de las Cartas (1937-1983) del autor de Rayuela en una edición de tres tomos (Alfaguara) permite ingresar en la intimidad de uno de los autores latinoamericanos más importantes del siglo XX. Como anticipo se ofrecen dos cartas en las que el escritor se refiere en distintos momentos históricos a Cuba, Fidel Castro, la revolución y el caso Padilla.
   

Julio Cortázar

Foto: Gisele Freund / Nina Bescow Agency

A Paul Blackburn
(Poeta y traductor)
Viena, 1ş de abril de 1963
Querido Pablo:

No sé cómo empezar esta carta. Estarás pensando que me quedé en Cuba o que los feroces barbudos me mataron. Pues no, nada de eso. Te voy a explicar lo que ocurrió. Recibí tu última carta pocos días antes de salir para La Habana, y no tuve tiempo de contestarla. Desde Cuba era imposible escribirte, porque... ya sabes por qué.

Bueno, a pesar de lo que me decías en tu carta, y de las garantías que me dabas para un posible viaje a New York, te imaginarás que una vez en La Habana comprendí que eso era imposible. La situación es demasiado tensa para ir de Cuba a los Estados Unidos sin posibles consecuencias catastróficas. Además, apenas estuve un mes, y aproveché cada minuto para conocer la isla y sus habitantes. Luis Buñuel me había invitado a ir a México a pasar unos días en su casa, y tampoco quise ir. Cuando llegas a Cuba, ya no te quieres mover de ahí. No te imaginas con qué tristeza tomé el avión para volver a Europa. Y te digo francamente que si ya no fuera demasiado viejo para esas cosas, y no amara tanto a París, me volvería a Cuba para acompañar la revolución hasta el final. Personalmente creo que las cosas van a terminar mal, muy mal, y no será por culpa de los cubanos, sino del resto de América, empezando por los USA y siguiendo por todas las "repúblicas" democráticas (democratic my foot) de América latina. Los cubanos pueden haber cometido errores, pero los cometieron cuando se vieron contra la pared, cuando nadie quería comprarles el azúcar, cuando los USA les negaron el petróleo. Me hace gracia que los yanquis se tiren de los pelos pensando en que los "reds" han dominado Cuba. Si el State Department hubiera tenido un poco más de inteligencia, eso no hubiera sucedido. ¿A quién podían pedir auxilio los cubanos cuando se vieron contra la pared? Etc., etc. Pero yo no sé nada de política, y no quiero hablar de eso. En cambio quiero decirte que el pueblo cubano me pareció maravilloso. Un pueblo alegre, comprendes, confiado en sí mismo, dispuesto a hacerse matar por Fidel Castro, y al mismo tiempo sin odio contra sus enemigos. Te va a parecer mentira, pero es así. Los cubanos no odian a nadie, y no tienen miedo a nadie. Son como niños en muchos aspectos; juegan, se ríen, trabajan bailando, cantan. Pero a la hora de la Bay of Pigs, ya has visto de lo que son capaces. El pueblo da una sensación de alegría y de seguridad en sí mismo que me maravilló. Los descontentos son siempre los que se han perjudicado en sus intereses, "los que piensan con la barriga", como dijo Fidel. Por ejemplo, en La Habana, los propietarios y los mozos de los restaurantes no apoyan la revolución. ¿Por qué? Porque recuerdan los dólares que ganaban con el turismo que venía de Miami. Siempre que encuentras un descontento, apenas averiguas un poco ves que sus motivos son "de barriga", money, money, money. Pero cuando hablas con el pueblo, con la gente de la calle, con los campesinos, con los obreros de las centrales azucareras, encuentras la alegría y la confianza. Lo que más me impresionó fue la campaña de alfabetización: ese pueblo sabe leer y escribir, y está orgulloso de haber aprendido. Hicimos un viaje en auto por toda la isla (con plena libertad, hablando con quien nos daba la gana, entrando en las casas, comiendo en restaurantes populares) y vimos cómo los "guajiros" (peasants) se sienten hombres, y no esclavos.

   

Con Carlos Fuentes y el cineasta Luis Buñuel
Fotos Alvarez / Sipa-Press
¿Tú sabías que en tiempos de Batista, el barrio de los ricos en La Habana estaba defendido por hombres armados y cadenas que cerraban las calles por la noche? Nadie podía entrar allí, y sobre todo si era de piel oscura. Ahora en esos palacios viven los estudiantes becados por el gobierno. Pero quizá lo que más me impresionó en Cuba fue el apoyo de los intelectuales a la revolución. Salvo dos o tres que se fueron, todos los escritores y los artistas apoyan al gobierno. Y no con meras palabras, sino trabajando para la revolución, alfabetizando, haciendo magníficas ediciones, escribiendo y traduciendo libros. Alejo Carpentier, nada menos, es el director de la Editora del Estado. Nicolás Guillén es el poeta de la revolución. Los conocí a todos, los oí hablar, escuché sus críticas (porque las críticas abundan, pero no son negativas, siempre proponen algo constructivo), y me convencí de que una revolución que tiene de su parte a todos los intelectuales, es una revolución justa y necesaria. No puede ser otra cosa, no puede ser que centenares de escritores, poetas, pintores y músicos estén equivocados. El gran peligro en Cuba (y Castro, el Che Guevara y la mayoría de los intelectuales lo saben) es el comunismo "duro", de corte stalinista. Si esa tendencia triunfara en Cuba, la revolución estaría perdida. Hasta ahora Fidel ha conseguido eliminar a los "duros", y apoyarse en el sector moderado del comunismo. ¿Pero lo conseguirá siempre? Ese es el drama, sin contar la falta de máquinas, de piezas de repuesto, de medicamentos, y mil inconvenientes derivados del bloqueo. Lo maravilloso es que a pesar de todo eso los cubanos estén tan contentos y felices. Un poeta (que te conoce y que te mandará un libro suyo, se llama Antón Arrufat, y es un muchacho estupendo) me dijo: "Chico, esto no puede durar, los yanquis se las arreglarán para liquidarnos. Pero entre tanto estamos vivos, y vivir es hermoso, y por eso nos haremos matar hasta el último". Cuando oyes cosas así, te quedarías para siempre en Cuba.

(...)


A Haydée Santamaría
(Fundadora de la Casa de las
Américas. La dirigió hasta su
muerte, en 1980)
París, 4 de febrero de 1972
Mi querida Haydée:

(...) Haydée, las cosas no son tan simples como lo quisiéramos todos. Tu carta traza en una serie de párrafos las etapas de lo que nos ha falsamente distanciado, y sé que apenas escribo la palabra falsamente, tú reaccionarás como es lógico que reacciones, puesto que crees estar en la verdad y con la verdad, y yo lo comprendo de sobra. Pero vuelvo a decirte, las cosas no son tan simples, y tu carta marca la hora en que un nuevo diálogo se vuelve necesario y útil; ni tú ni yo haremos de esto una cuestión personal, hay cosas harto más importantes en juego que tú y yo. No voy a fatigarte con detalles destinados a explicarte por qué, en el momento de la prisión de Padilla, procedí en la forma en que lo hice. No voy a justificarme, me importa muy poco justificarme. Pero tú me dices con toda claridad lo que fueron tus sentimientos cuando viste mi nombre entre los que firmaron la primera carta dirigida a Fidel, y es elemental que yo te responda diciéndote cuáles fueron mis sentimientos cuando, después del estupor y el escándalo provocado en Europa por la noticia del arresto de Padilla, empezaron a pasar los días y las semanas sin que ninguno de nosotros, los que necesitábamos un mínimo de información, recibiéramos el menor detalle que nos permitiera hacer frente a esa ola desencadenada por la prensa reaccionaria, de los falsos amigos de Cuba, de los oportunistas, de los resentidos y de los ingenuos. Una vez más (porque de alguna manera se repetía lo que me obligó a escribir aquel artículo de marras en Le Nouvel Observateur, tan mal leído e interpretado en Cuba cuando el primer "caso Padilla"), una vez más, Haydée, y créeme que era duro y desesperante, unos pocos nos vimos solos frente a una ofensiva que hablaba de torturas, de presiones, de campos de concentración, de estalinismo, de dominación soviética, y tanta basura que conoces de sobra. ¿Tú te das cuenta de lo que significa vivir en París y verse asediado por todos los que se interesan de veras por el proceso cubano, y que quieren una explicación coherente de lo que pasa, en el mismo momento en que un diario como Le Monde publica el texto de un cubano que afirma que Padilla ha sido torturado? Cien veces he dicho, en la Casa y fuera de ella, que la auténtica imagen de la Revolución Cubana debe ser mostrada sin tapujos en el exterior, para enfrentar y liquidar las calumnias y los malentendidos; esta vez (era la segunda vez en mi experiencia) me encontré solo frente al silencio, asediado por quienes me saben honrado y esperaban de mí una explicación aceptable de un episodio que la prensa internacional presentaba con las insinuaciones que te imaginas. Fue entonces -y esto te lo digo pesando cada palabra y asumiendo toda mi responsabilidad- que busqué en la embajada cubana de París una base que me permitiera responder a las preguntas incesantes que se me hacían. Y fue entonces que lo único que encontré en la embajada fue un silencio todavía peor, evasivas, "todavía no se sabe nada", y lo que era peor, la torpeza de decir de Padilla lo que podría decirse del último de los gusanos de Miami.

   

Con su esposa Aurora Bernárdez
Fotos Alvarez / Sipa-Press
Carpentier y su mujer, Campigno-nio (creo que se llama así) y algún otro son testigos de que después de dos entrevistas (una con Castellanos, y otra con ellos en un restaurante), dije con todas las letras que después de semanas de espera inútil, que equivalían por parte de Cuba a ignorar o a despreciar el amor y la inquietud de sus sostenedores en Francia, a mí me resultaría imposible no asociarme a un pedido de información que un grupo de escritores se creía con derecho a hacerle a Fidel. Más claro, imposible: era una manera amistosa, de compañero a compañero, de decirle: "Hay cosas que se pueden aguantar hasta un cierto límite, pero más allá se tiene derecho a una explicación", porque lo contrario supone o desprecio o culpa. Ocho o diez días más pasaron después de eso, sin que nadie de la embajada fuera capaz de comprender, a pesar de las advertencias, que esa primera carta se convertía en un derecho, como el que tienes tú de escribirme y yo de contestarte. No juzgo a nadie, Haydée, pero te doy los elementos de juicio. Una vez más, en una situación particularmente grave, la imagen exterior de Cuba se vio falseada y amenazada por esa lamentable conducta consistente en no dar la cara y explicar, por lo menos en su base, lo que luego se sabría a la luz de la autocrítica de Padilla.

Hago aquí un paréntesis para aclarar un aspecto que me toca personalmente y que me dolió hondamente; si tú no me hubieras escrito lo que has escrito, jamás habría hablado de eso, pero hoy entiendo que tu carta te da el derecho de saber incluso los detalles marginales de esta cuestión. (É) en cuanto a la redacción de la primera carta, la que yo firmé, puedo decirte simplemente esto: el texto original que me sometió Goytisolo era muy parecido al texto de la segunda carta: es decir, paternalista, insolente, inaceptable desde todo punto de vista. Me negué a firmarlo, y propuse un texto de reemplazo que se limitaba, respetuosamente, a un pedido de información sobre lo sucedido; tú dirás que además se expresaba la inquietud de que en Cuba se estuviera produciendo una "pulsión sectaria" o algo así, y es cierto; teníamos miedo de que esto estuviera sucediendo, pero ese miedo no era ni traición ni indignación ni protesta. Relee el texto, por favor, y compáralo con el de la segunda carta que naturalmente yo no firmé. A ti puedo decirte (la "Policrítica" lo dice también, por supuesto) que lamento que ese pedido de información de compañeros a compañeros, se viera complementado por esa expresión de inquietud; pero insisto en que de ninguna manera se podía atribuir a los firmantes una injerencia insolente o un paternalismo como el que muestra la segunda e incalificable carta.

En resumen, y para terminar con esto: la imagen que haya podido fabricarse de mí y según la cual anduve de casa en casa buscando firmas, es falsa y grotesca. Pero no es falso que después de haberle dado a los representantes de Cuba todo el tiempo necesario para evitar la carta, ésta fue enviada porque así debía ser, porque no hay derecho a ignorar hasta tal punto la preocupación y el interés de los amigos de Cuba en el exterior. (...) cuando en la misma ciudad hay montones de gente bien intencionada que no sabe qué pensar, y montones de gente mal intencionada que aprovecha cada minuto del día y cada columna de la prensa para falsear la imagen de una revolución que tanta sangre ha costado y tantos sacrificios le cuesta a su pueblo.

En fin, Haydée, esas cosas sucedieron así, Fidel reaccionó como lo sabemos, y yo entendía que debía escribir el texto que tú publicaste en la revista, gesto que te agradeceré toda mi vida. Ahora, en tu carta, tú me confirmas una actitud en la que las reservas y las discrepancias no excluyen la confianza e incluso la amistad; sé que no soy indigno del abrazo que me das al cerrar tu carta; sé que hemos estado y probablemente estaremos muchas veces en desacuerdo sobre cuestiones importantes, y que ese desacuerdo, por penoso que pueda ser, forma parte de un proceso histórico complejo y en el que nada puede ni debe ser monolítico y de una pieza. Me dices: "Su actitud posterior, la misma nota que nos manda, nos hace pensar que si siempre actúa así, se decidiría de una vez a estar con dios o con el diablo". Haydée, si ser revolucionario es, como tú dices a renglón seguido, ser un hombre decidido que no escoge el camino más fácil, entonces soy un revolucionario aunque nunca me he dado a mí mismo tan alto título. Lo soy, basándome en tus propias palabras, porque aquí, durante el período del "caso Padilla", el camino más fácil era simple y cómodo, era el que esperaban de mí los enemigos de Cuba: que me callara, que aceptara obedientemente el silencio, que dejara a gusanos y a traidores babear todo su veneno en las columnas de los diarios. Ya ves que en cambio tomé el menos fácil: firmar esa primera carta a Fidel, que sigo creyendo legítima dentro de una perspectiva internacional, y desvincularme de la segunda carta con todo lo que eso supuso para mí en muchos planos. Y créeme que nada de fácil ha tenido para mí enfrentar las consecuencias de esos actos, verme una vez más borrado de una plumazo de tantos puentes de afecto y de cariño que me unen con todo lo cubano, escuchar las calumnias previsibles, entrar en una "muerte civil" de muchos meses. Pero todo esto es cosa mía y no seguiré. Solamente quiero decirte que en lo que toca a mi conducta con respecto a la Revolución Cubana, mi manera de estar con dios (¡vaya comparación, compañera!) será siempre la misma, es decir que en momentos de crisis me guiaré por mi sentido de los valores -intelectuales o morales o lo que sean- y no me callaré lo que crea que no debo callarme. A nadie le pido que me acepte, yo sé de sobra que los revolucionarios de verdad terminan por comprender ciertas conductas que otros calificarían de revoltosas; la mejor prueba eres tú misma, al publicar mi "Policrítica" en la revista, y frente a cosas así poco me importa el hielo oficial de la embajada en París o el silencio de amigos cubanos muy queridos.

El caso Heberto Padilla

  • Un test: el caso Padilla al que Cortázar se refiere en la carta a Haydée Santamaría fue una especie de test para los intelectuales izquierdistas en los años 70. En esa ocasión, Cortázar se vio tironeado entre su lealtad a la causa de la revolución cubana y la flagrante injusticia que se cometía contra Padilla.

    El poeta Heberto Padilla, nacido en 1932, se contó, en los inicios de la revolución, entre los partidarios de la política de Fidel Castro. Padilla se desempeñó, al principio, como corresponsal de Prensa Latina (donde también trabajaba García Márquez), en Nueva York. Además fue miembro del Consejo de Dirección del Ministerio de Comercio Exterior, que dirigía el Che Guevara.

  • La cárcel: en 1969, Padilla obtuvo el Premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba por su libro Fuera de juego, en el que criticaba el régimen cubano. Por esa obra y sus amistades peligrosas con escritores extranjeros no castristas fue encarcelado en 1970 y sometido a torturas. La prisión de Padilla desencadenó fuertes protestas del mundo intelectual internacional. Hasta los escritores de izquierda, defensores de Castro, alzaron sus voces en contra de la detención de Padilla. Este terminó firmando, bajo coacción, una confesión en la que admitía ser espía. Se le obligó a leerla en el Sindicato de escritores para, de ese modo, acallar las protestas internacionales. Era obvio que esa confesión era una farsa y produjo un efecto paradójico: más voces se elevaron contra Castro. Después Padilla fue puesto en libertad, pero no se lo dejó abandonar Cuba. Finalmente la presión de figuras como Edward Kennedy logró que le permitieran salir del país.

    Publicado en el diario La Nación, el 7/5/00. Copyright © 2000 La Nación | Todos los derechos reservados