París, 8 de febrero de 1972
Queridos Marina y Paco
Y así es como viajan los cronopios. Un
día alguien avisa que hay un paquete en la aduana. Uno va a la aduana
y de golpe las dificultades crecen, hay que llenar formularios, explicar
que no está enfermo de cólera (el paquete ¿pero quien
lo prueba, si para empezar nadie sabe lo que contiene el paquete?). Para
probar que no hay cólera ni una bomba habría que abrir el
paquete, pero el paquete no puede ser abierto hasta que se haya comprobado
que no tiene microbios de cólera o medio quilo de dinamita. Todo
el mundo grita, llora, insulta, vuelva mañana, no vuelva nunca,
esto no es vida. Se buscan influencias, pero Pompidou tiene una reunión
de gabinete y no puede ir a la aduana a abrir personalmente el paquete,
de manera que tengo que volverme a casa y poner varias almohadas sobre
mi cabeza y una bolsa de hielo por encima de todo. Pasan ocho días,
papeles van y vienen, explique por qué recibe un paquete de Suecia/No
tengo la menor idea/Si no tiene la menor idea, imposible entregarle el
paquete/En ese caso me dirigiré a las Naciones Unidas y a la Shell
Max, esto no va a quedar así/Pague cinco francos y llene esta planilla.
Entonces Pablo Neruda me telefonea para decirme
que en Estocolmo le regalaron un cronopio negro. Está tan contento,
Pablo, tan feliz con su cronopio. Yo empiezo a preguntarme si el parquete,
pero la cuestión del cólera sigue en pie y yo no soy ni premio
Nobel ni embajador, de manera que vuelva mañana y traiga cinco certificados
de domicilio, identidad, buena salud, moralidad y solvencia. El comisario
del distrito me tiene lástima: le haremos un solo certificado con
todos los datos juntos, y agregaremos al pie: Messieurs les douaniers,
assez de connerier, ouvrez d'une bonne fois le colis, nom de Dieu, merde
alors.
Y lo abrieron, mis queridos, y el cronopio verde
estaba ahí y se moría de risa mirándome, y yo lo tomé
en mis brazos e inmediatamente se hizo pis en mi pulóver de cachemira,
cronopio desgraciado, y por si fuera poco mi amiga Ugné que estaba
conmigo se enamoró instantáneamente del cronopio y el de
ella, y así es como el cronopio está en su casa, aterrorizando
a todo el mundo y absolutamente feliz, y yo todavía más.
Esto, tal vez, les explicará el retraso
con el que les escribo, porque así es como viajan los cronopios
y ya pueden verse los resultados. Gracias, muchas gracias, los tres lo
decimos al mismo tiempo, Ugné, el cronopio y yo. Al cronopio le
gusta París, está sumamente verde y cambia continuamente
de lugar. Imposible invitar chicas jóvenes y bonitas porque inmediatamente
se instala en sus rodillas y es un espectáculo envidiable y odioso,
uno se siente completamente desplazado por el cronopio y él lo sabe
y se arrodilla al cuello de la chica y le dice cosas en el oído
y la chica se pone muy roja y la reunión toma un aire que recuerda
los peores capítulos de Sade. Después el cronopio se apodera
del diván más confortable y duerme panza arriba y con un
aire de gran felicidad, puesto que ha conseguido destruir todos los principios
morales que sostenían la casa. Ni ustedes ni yo somos culpables,
los cronopios ya viven por su cuenta, no queda más remedio que resignarse.
Para peor uno ama al cronopio, lo cuida y lo acaricia, es el colmo.
He creído de mi deber enviarles este sucinto
informe. Me pregunto que estará pasando en la casa de Neruda, pero
no creo que me atreva a preguntárselo.
Los quiero mucho.
Extraído de "La fascinación de
las palabras" de Omar Prego Gadea - Julio Cortáza. 1997, Alfaguara
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