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Aprendiz de Cortesano

 

Lo primero que debes saber es que la política consiste en el arte de buscarse problemas, diagnosticarlos incorrectamente, aplicar las soluciones indebidas y encontrar luego a quien culpar del entuerto. Sólo tienes que fijarte en nuestro Príncipe actual y ver cómo siempre se las arregla para imputar a los demás -y perdón por un verbo tan feo- los estropicios o los disparates que comete. Muy pronto averiguarás que, en la corte, el orden natural está invertido y que allí la realidad sólo se ve por su forro. Esto se debe a que, entre palaciegos, se cree al ignorante más que al sabio, al adulador más que al capaz y al pícaro más que al honrado.

 

No faltan quienes se creen tocados del dedo de Dios. Y otros se reputan infalibles (y perdón por este otro verbo). Con lo cual, al cabo de unos meses, el cuerdo se ha vuelto loco; el humilde, engreído; el manso, presuntuoso; el pacífico, guerrero; el devoto, desalmado; y el honrado, sinvergüenza. Tal es, querido sobrino, la prodigiosa mudanza que el poder obra en los hombres.

 

Pero hay otra razón que explica por qué en la corte todo anda del revés y que debo a mi querido amigo Maquiavelo. Hay tres clases de cerebros, dice el florentino: los que disciernen por sí, los que entienden lo que los otros disciernen y, por último, los cerebros que ni disciernen ni entienden lo que los otros disciernen. Pues bien, en la corte, sobrino caro, estos últimos son los que más abundan. Y por eso ocurre lo que ocurre.

 

Siendo cortesano bisoño, di en creer por algún tiempo que corte viene de cohorte, que significa séquito (el que sigue al Príncipe, ya sabes). Pero hoy tengo para mí que este nombre se debe a que los cortesanos andan siempre viendo qué cortan y sacando tajada de todo. Así que cuida mucho tu virtud, pues los vicios se aprenden allí sin necesidad de escuela.

 

Prepara una buen armadura contra maledicentes e hipócritas. Todo cortesano que se precie sabe que a la Corte se va para murmurar y ser murmurado, para envidiar y ser envidiado, para herir y ser herido, para espiar y ser espiado. De modo que no seas alma cándida y ten tus tijeras listas, si no tu navaja barbera, para cortar tú también cuando sea necesario.

 

No digas jamás la verdad sin pensarlo antes dos veces. En la corte, la verdad es más rara que un diamante. Sé cuidadoso con ella. Y si no sabes decirla, más vale que te la guardes.

 

No creas que el poder da libertad. Muy al contrario. Salvo el Príncipe, que dispone siempre lo que le viene en gana, nadie hace en la corte lo que quiere. Por lo tanto prepárate para vivir pejigueras innúmeras, como comer con quien aborreces, viajar con quien te maldice, hablar con quien no deseas, honrar a quien te traiciona, sonreír a quien te injuria y abrazar a quien te desprecia.

 

No esperes recibir nunca la retribución debida a tu esfuerzo. En la corte, por cada tres que merecen lo que reciben, hay trescientos que reciben lo que no merecen. Así de ingrato es este oficio, donde hoy estás y mañana no, y los que crees tus amigos son con frecuencia tus mayores enemigos. La corte es el lugar más propicio para cultivar el agravio y corromper la amistad. Y si nunca ha habido Príncipe a quien, en lo poco o en lo mucho, no haya traicionado alguno de sus ministros, menos lo vas a ser tú, que eres paje de pasillo.

 

No te hagas ilusiones de instruir un día al Príncipe en asuntos de buen gobierno. Yo me quemé muchas veces por ignorar que al Príncipe que no es sabio no se le puede aconsejar. Pero, al margen de que sea sabio o torpe, un Príncipe valora más la lisonja que el consejo, y más la perfidia política que la ciencia o la virtud. La vida pública es como un circo. Y el Príncipe, una especie de acróbata que mantiene el equilibrio diciendo lo contrario de lo que hace. Así que, si deseas ser cortesano influyente, deberás suministrarle cada día un abundante inventario de bribonadas, astucias y artimañas, así como elevadas dosis de buena conciencia, para que no sufra demasiado el pobre por la esquizofrenia que se trae.

 

Evita siempre que te sea posible formar parte de comités, comisiones y cotarros de esa índole. Por experiencia sé que los comités rara vez sacan algo en limpio, debido a que les gusta más discutir que resolver. Y como en toda reunión de apóstoles siempre ha de haber algún Judas, puede que a tus espaldas te culpen de obstaculizar el trabajo de los otros para dejarte mal ante el Príncipe.

 

Acepta ser paño de lágrimas de todo titirimundi. Tendrás siempre buena información. Y también aprenderás que, en la corte, todos viven descontentos. Los unos porque no tienen el puesto que su sapiencia merece. Los otros porque el Príncipe no les escucha. Y casi todos porque no ganan lo que según ellos deberían. De ahí que haya tanta envidia entre cortesanos, trifulcas entre burócratas y pleitos entre ministros.

Por último, recuerda cada día al levantarte que estás en la corte de paso, que, una vez ido, silencio y olvido, y que en general son muy pocos los que salen de palacio en olor y loor de multitud. Podría darte otros avisos, pero baste este boceto del berenjenal con que sueñas. A mí me dejó exhausto. Por cada día de placer tuve treinta de pesar. Y sólo encontré la paz cuando pude retirarme a mi celda, con mis libros y mis rezos. De modo que piénsalo bien. Mas, si aún así decidieras proseguir en tu empeño, recuerda que nadie nos trae los enojos, sino que somos nosotros los que salimos en pos de ellos. Tu tío que mucho te quiere, Fray Jerónimo del Santo Espíritu.

 

 

 

 

 

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