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ERA MEIJI

 

JAPÓN: LA ERA MEIJI (1868-1912)

Los ejércitos de los feudos de Satsuma, Choshu y Tosa, que ahora componían las fuerzas imperiales, sometieron a los seguidores de los Tokugawa, poco después aseguraron la Restauración Meiji. El joven emperador, Mutsuhito, recuperó la posición de verdadero dirigente del gobierno y adoptó el nombre de Meiji Tenno (‘gobierno ilustrado’) para designar su reinado, aunque su función principal consistió en actuar como talismán de la soberanía mientras varios dirigentes de Choshu y Satsuma monopolizaron las posiciones ministeriales alrededor del trono que legitimaba la transformación de Japón. La capital real fue transferida a Edo, denominada ahora Tokio (‘capital oriental’). En 1869, los señores de los grandes clanes de Choshu, Hizen, Satsuma y Tosa rindieron sus feudos al emperador y, después de varias entregas realizadas por otros clanes, un decreto imperial de 1971 abolió todos los feudos y en su lugar creó prefecturas administrativas centralizadas, con los antiguos señores como gobernadores.

Durante este periodo, Japón logró mantenerse al margen del imperialismo europeo que, en esa época, había engullido a otros países asiáticos. Mediante una imitación concertada de la civilización occidental en todos sus aspectos, se propusieron hacer de Japón una potencia mundial, bajo el lema fukoku kyohei (“enriqueced el país, fortaleced el Ejército”); oficiales franceses se encargaron de la remodelación del Ejército, los marinos británicos reorganizaron la Armada y los ingenieros holandeses supervisaron las nuevas construcciones en las islas. Se enviaron varios especialistas japoneses para analizar los gobiernos extranjeros y para seleccionar sus mejores características que se aplicarían en Japón; se redactó un nuevo código penal a imagen del francés, se estableció un Ministerio de Educación en 1871 para desarrollar un sistema educativo basado en el de Estados Unidos, que fomentaría una ideología nacionalista y la exaltación del emperador a partir del desarrollo del sintoísmo. El país experimentó un rápido crecimiento industrial bajo la supervisión del gobierno. En 1872, se decretó el servicio militar universal y, unos años después, en 1877, un decreto abolió la clase de los samurais, no sin un trágico enfrentamiento entre los soldados y los samurais en Satsuma.

La oligarquía Choshu-Satsuma impuso cambios desde arriba en el sistema político y no fueron el resultado de las demandas políticas del pueblo. El campesinado continuó sufriendo la mayoría de los gravosos impuestos estatales y las revueltas continuaron en el siglo XX. No obstante, se intentó crear un régimen constitucional que reforzara el país y mejorara su situación general. Se organizó un gabinete a imagen del alemán en 1885, con Ito Hirobumi como primer ministro, y se creó un consejo privado en 1888, ambos responsabilidad del emperador. La nueva Constitución, redactada por Ito tras una investigación de las constituciones de Europa y Estados Unidos, se promulgó en 1889 y establecía una Dieta bicameral formada por la Cámara de Pares con 363 miembros y una cámara baja con 463 miembros elegidos por los ciudadanos que pagaban impuestos anuales directos no inferiores a 15 yenes. Se salvaguardaron cuidadosamente los poderes del emperador al que se le permitía promulgar decretos leyes, tener la potestad para declarar la guerra o alcanzar la paz y disolver o suspender la actividad de las cámaras. La Constitución ofrecía más libertad y seguridad a los propietarios que el sistema Tokugawa, además de posibilidades para discusiones políticas, pero no dejó claros los límites del poder ejecutivo. Posteriores ordenanzas confirmaron la importancia de los ministros del Ejército y de la Armada, cuyos titulares debían ser oficiales en servicio, los cuales, de forma paulatina, adquirieron derechos de veto sobre la formación de gabinetes y una gran influencia política.

El Imperio también se embarcó en una política exterior expansiva. En 1879, Japón había tomado las islas Ryûkyû, protectorado japonés desde 1609, y las designó como prefectura de la isla de Okinawa. La lucha por el control de Corea fue el siguiente paso en la expansión japonesa. Los conflictos con China en Corea finalizaron en la Guerra Chino-japonesa (1894-1895), en la que las modernizadas fuerzas niponas derrotaron pronto a los chinos. Según los términos del Tratado de Shimonoseki de abril de 1895, China cedía a Japón Taiwan (Formosa) y Pescadores, además de una gran indemnización monetaria. El tratado otorgó la península de Liaodong, en el sur de Dongbei Pingyuan (Manchuria), a Japón, pero la intervención de Rusia, Francia y Alemania obligó a Japón a aceptar una indemnización adicional en su lugar.

El decisivo triunfo japonés indicó al mundo que estaba emergiendo una nueva y fuerte potencia en el Lejano Oriente. Como preliminares para establecer negociaciones de plena igualdad con las grandes potencias, Japón, en 1890, había revisado sus códigos criminal, civil y comercial siguiendo modelos occidentales desde donde demandar la revocación de las cláusulas de extraterritorialidad de sus tratados, lo que se consiguió en 1899. En 1894, Estados Unidos y Gran Bretaña fueron las primeras naciones en reconocer la libertad comercial del Imperio Japonés.

 

Fuente: Desconocida

 

 JAPÓN: LAS REFORMAS DE LA ERA MEIJI Y EL EXPANSIONISMO 

Al comenzar el siglo XIX, Japón no tenía casi ningún contacto con Occidente. Su población era de 30 millones de habitantes y su economía estaba basada en la agricultura. El poder económico y político estaba en manos de una aristocracia de grandes señores feudales (276 familias poseían casi todas las tierras) que recibía tributos en arroz de millones de campesinos pobres. De los señores dependía una clase de hombre de armas a su servicio –los samuráis–, encargados de mantener el orden y de hacer cumplir los deseos de los señores. Existía un emperador, pero sólo desempeñaba un papel político secundario, porque no tenía autoridad sobre los grandes señores. Recluido en su palacio y considerado como un dios–el “Hijo Del Cielo” –, el emperador debía aceptar que el poder lo ejerciera el señor de la familia más poderosa, que ostentaba el título de Shogun (el “gran general”).

Durante la etapa de expansión colonialista sobre Asia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Holanda exigieron al Imperio Japonés la cesión de ventajas económicas. Hacia mediados del siglo XIX, luego de la presión ejercida por la flota de guerra de los Estados Unidos, el archipiélago fue “invadido” por comerciantes y mercaderes occidentales y el gobierno del shogun se vio forzado–como China– a firmar “tratados desiguales”.

Esta concesión a los extranjero provocó un sentimiento de humillación en muchos japoneses, que responsabilizaron al shogun de tal situación y reivindicaron al Emperador.

En 1868, heredó el trono Mutsu Hito, quien, con el apoyo militar de muchos samuráis, obligó al shogun a renunciar. Un año después, el nuevo emperador anunció el inicio de una nueva era, la era Meiji (de la “política brillante”). Mutsu Hito se propuso asumir plenamente la autoridad política con el objetivo de transformar el Japón en una gran potencia, aunado las tradiciones culturales con la modernización económica. Con este fin, el emperador inició una política de profundas reformas, cuyo resultado fue la organización de un nuevo tipo de Estado.

Los señores feudales fueron obligados a entregar sus tierras y el emperador los designó gobernadores de provincia que recibían un sueldo como funcionarios del Estado. Para limitar aún más su antiguo poderío, fue abolida la servidumbre y muchos campesinos recibieron tierras  en arriendo para el cultivo. También fue establecido el servicio militar obligatorio, terminándose así con los ejércitos privados de los señores.

Los gobernantes japoneses impulsaron importantes transformaciones económicas para colocar a su país en pie de igualdad con las potencias capitalistas occidentales. Las primeras industrias que se desarrollaron, debido a la escasez de hierro y de carbón, fueron las textiles de algodón y la de seda.

El desarrollo de la industria textil–sostenido no por grandes inversiones en maquinaria sino por la explotación de la fuerza de trabajo, que era abundante y barata– permitió la acumulación de importantes volúmenes de capital. Poco a poco, esta primera acumulación de capital permitió emprender el desarrollo de nuevas industrias.

En el plano político, durante la era Meiji penetraron en Japón las ideas liberales de Occidente, aunque combinadas con las tradiciones locales. Así, se estableció una monarquía constitucional hereditaria–con un emperador al que se seguía considerando de origen divino– y con dos cámaras de representantes–una de nobles y otra de diputados–elegidos por sufragio censatario por el cual sólo votaban 900 mil personas.

A pesar del funcionamiento de instituciones características de un régimen político liberal, el poder estaba concentrado en el Emperador y en una minoría integrada por hombres enriquecidos con los nuevos negocios y por algunos miembros de la antigua aristocracia.

Las reformas Meiji le permitieron a Japón escapar de los intentos de dominación extranjera y ocupar un lugar entre las naciones capitalistas industrializadas, El crecimiento industrial también hizo posible que el Estado japonés se convirtiera en una potencia imperialista, expandiéndose territorialmente sobre China, el sudeste asiático y algunas islas del Pacífico.

 

Fuente: Historia. Alonso M. E. y otros. “El Mundo contemporáneo”. Ed. Aique. Fecha 10/1999. Madrid, España.

 

 

 

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