Mistra. Por Eva Latorre 

Copyright Eva Latorre Broto, 2002.

Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación BFF2000-1097-C02-01

Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid

Diseño de página Rolando Castillo

Conoce la historia de esta particular ciudad tardobizantina y disfruta más de cien imágenes en esta web .

Santa Sofía.

 

Pantanassa.

 

Pórtico

 

Un paseo por Mistra.   

 

Introducción

Fortaleza

Santa Sofía 

  Palacios 

  San Nicolás

Puerta de Monembasía

Evangelistria

Pequeño Palacio

Brontoquion

Santos Teodoros

Hodigitria

Molino

Metrópoli

Pantanassa

Casa Francópulo

Peribleptos

Capilla de San Jorge

Casa Láscaris

Fuente

Historia de Mistra.

 

En un abrupto promontorio de las estribaciones del Taigeto, a 5 km. al noroeste de Esparta, se alzan las ruinas de Mistra, conocida también como Mistrás, su nombre actual griego. Sede del Despotado de la Morea, hoy es una ciudad fantasma donde resulta inevitable perderse en la evocación de sus glorias pasadas y echar al vuelo la imaginación entre sus desnudas paredes, sus preciosas iglesias y sus vertiginosas y espectaculares vistas, de las más hermosas que se pueden contemplar en todo el Peloponeso.

 

Eva Latorre.

Torre.

 

Historia.   

 Fundación de Mistra por Guillermo de Villehardouin . Dominio bizantino

Manuel Cantacuzeno, primer déspota de Mistra (1349-1380) . Mateo Cantacuzeno (1380-1384)

Teodoro I Paleólogo (1384-1407) . Teodoro II Paleólogo (1407-1427)     

Teodoro, Constantino y Tomás Paleólogo (1427-1442) . Constantino y Tomás Paleólogo (1443-1449)

Tomás y Demetrio Paleólogo (1449-1460) . Mistra durante el dominio turco

Mistra liberada . Mistra hoy

Castro.

La ciudad de Mistra.

 


                                                      Bibliografía


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Trabajo Completo

 

 

Fundación de Mistra por Guillermo de Villehardouin.

 

Desde la toma de Constantinopla por los latinos en el 1204, los francos intentaron extenderse por toda Grecia, pero encontraron una dura resistencia en el Peloponeso. Sólo en 1248, cuando Guillermo II Villehardouin, con ayuda de los venecianos, rinde Monembasía mediante asedio, consigue reunir bajo su mando todas las regiones que ésta controlaba: el sudeste del Peloponeso, Laconia, Maina y las regiones eslavas del Taigeto. Para afianzar su dominio, Guillermo elige el peñasco de Mistra, que hasta ese momento no presenta vestigios importantes de ocupación, y comienza en 1249 la edificación una fortaleza que le sirviera como centro de control. Sin embargo, Guillermo cayó prisionero de los bizantinos en la batalla de Pelagonia, en 1259, y para salvar su vida se vio obligado a entregar como rescate la recién erigida fortaleza, Monembasía y la Gran Maina.

 

Dominio bizantino.

 

Aunque la sede del gobernador del Peloponeso permaneció en Monembasía, el dominio bizantino de Mistra comienza en 1262. No obstante, Guillermo todavía controlaba la ciudad en la llanura, y esto precisamente fue lo que indujo a la población de Esparta, en continua hostilidad con los francos, a abandonar el llano y refugiarse en la fortaleza, donde, al menos, podían vivir bajo la autoridad griega, convirtiendo a Mistra en una ciudad que empezó a superar con creces su primigenio concepto de fortificación militar. Se construye la catedral, se fundan más monasterios, aumentan en número las construcciones civiles y comienza una importante actividad intelectual. En 1289 el gobernador bizantino del Peloponeso se traslada a este enclave. Sobre esa misma fecha aparece la relevante figura del monje Pacomio, que dejaría una marca indeleble en Mistra fundando el monasterio de Brontoquio, primer centro de enseñanza de la ciudad, y ayudando a ésta a cobrar importancia ante Constantinopla. Por otra parte, en 1304 llega allí Nicéforo Moscópulo, obispo de Creta expulsado por los latinos, quien por su jerarquía eclesiástica superior es nombrado obispo de Lacedemonia para limar las rivalidades que empezaban a surgir entre Monembasía y Mistra debido al rápido incremento que esta última estaba adquiriendo.

 

Manuel Cantacuzeno, primer déspota de Mistra (1349-1380)

 

Regida por diversos gobernadores, la situación cambia cuando en 1349 el emperador Juan VI Cantacuzeno otorga a su segundo hijo Manuel el título de Déspota y lo envía como gobernador al Peloponeso con la orden de pacificarlo y protegerlo tanto de los francos como de los enfrentamientos intestinos entre los pequeños terratenientes griegos de la zona. Antes de salir de Constantinopla, Manuel había contraído matrimonio con una princesa franca de la casa Lusignan de Chipre, Isabel, quien probablemente cambiara su nombre a María después de bautizarse ortodoxa. Quizá por influencia de su esposa, Manuel siempre tuvo un trato excelente con los latinos, con quienes llegó incluso a aliarse para luchar contra los griegos insurrectos. Los latinos aceptaron con agrado vivir bajo la égida de un griego contemporizador, y a fines del siglo XIV Mistra se llena de nombres de origen occidental: Francópulo (hijo de Franco), Raúl o Frantzés (adaptación griega de Francis). El inteligente y diplomático Manuel consigue su objetivo pacificador en relativamente poco tiempo, y una vez asentada su autoridad, ya podemos hablar del Despotado de la Morea, región autónoma pero muy ligada al Imperio, a pesar de que los propios bizantinos no tuvieron conciencia de esta entidad tal y como la comprendemos nosotros. En ese momento, el peso específico de la administración bizantina en el Peloponeso termina recayendo definitivamente en Mistra, y Monembasía, a pesar de su importancia, queda reducida casi de forma exclusiva a puerto de la sede del déspota.

Manuel tuvo que afrontar serios problemas internos, pero tuvo un largo despotado en Mistra que se vio continuado por otros no tan afortunados.

 

Mateo Cantacuzeno (1380-1384)

 

Mateo, su hermano mayor, derrotado en sus aspiraciones al trono de Constantinopla por Juan V Paleólogo, se asienta definitivamente en Mistra en 1361, sucediendo a Manuel después de su muerte en 1380, ya que éste había muerto sin descendencia.

No obstante, en el conjunto de acuerdos y negociaciones que Juan V llevó a cabo para lograr la paz en el seno de la familia imperial, y, por tanto, en el Imperio, se encontraba la concesión del Despotado a su hijo Teodoro. Mateo, quien había abandonado ya sus antiguos deseos de poder, se hubiera doblegado gustoso a esta decisión, pero su hijo Demetrio, que se consideraba el legítimo heredero del Despotado, se alzó en armas. Teodoro llegó al Peloponeso en diciembre de 1382, pero hasta la muerte de Demetrio en 1384 no pudo asumir el cargo.

 

Teodoro I Paleólogo (1384-1407)

 

Teodoro tuvo un azaroso despotado en Mistra. Soportando numerosas presiones —de la Compañía Navarra, de los venecianos, de los turcos y de los propios señores griegos de la región, muchos de los cuales habían apoyado a Demetrio—, su situación se volvió crítica cuando en 1402 se vio obligado a entregar Mistra a los Caballeros de la Orden de San Juan de Rodas, que ya empezaba a afianzarse en el Peloponeso adquiriendo puestos clave como Corinto. Teodoro se retiró a Monembasía, pero cuando los Caballeros llegaron a Lacedemonia para asumir el mando de la ciudad, el pueblo se rebeló y Teodoro volvió a hacerse cargo de Mistra.

En 1407 adoptó los hábitos monacales y murió pocos días después. Su hermano, el emperador Manuel II, le dedicó un emocionado discurso fúnebre.

 

Teodoro II Paleólogo (1407-1427)

 

Manuel II sentía un gran interés por el Despotado, por lo que cuando le llegó la noticia de la muerte de su hermano, designó a su segundo hijo, también llamado Teodoro, para que le sucediera.

El joven Teodoro llegó a Mistra en 1408 acompañado de su padre. A su paso por Corinto, Manuel emprendió la reconstrucción del Hexamilion, la muralla que recorría el estrecho, en un intento de proteger el estrecho de un ataque turco, lo que provocó las iras de la levantisca nobleza griega por el impuesto extraordinario que se le exigió. Manuel permaneció junto a su hijo hasta asegurarse de que sus ministros le serían fieles y de que dejaba encarrilados los asuntos del Despotado. En 1415, Manuel volvió a pasar otra temporada junto a su hijo en Mistra.

A pesar de su agrio y neurótico carácter, Teodoro fue un brillante intelectual, amante devoto de las artes y las ciencias. Desde mediados del siglo XIV, ante la decadencia y la falta de recursos de la ciudad, los artistas se vieron obligados a buscar trabajo en otras partes más pujantes del imperio, principalmente Trebisonda y el Peloponeso, y si bien Mistra tenía una espléndida tradición como foco de cultura, será bajo el mandato de Teodoro cuando este esplendor llegue a su cenit. La protección del déspota y de su mujer, Cléope Malatesta, reunió allí no sólo a los mejores artistas, sino también a los más afamados filósofos del momento, como el neoplatonista Jorge Gemisto Pletón, en el que fue el último renacimiento cultural de Bizancio.

Mistra se convirtió en el centro de reunión de los seis hermanos Paleólogo. Juan, el hermano mayor, fue enviado allí por su padre en 1416, donde permaneció durante casi dos años ayudando a Teodoro y adquiriendo experiencia como gobernante. En 1418 Manuel envió también a Tomás, el hermano más pequeño, cuando todavía era muy joven, de manera que creció en el Peloponeso junto a su hermano Teodoro. Andrónico se refugió y murió en Mistra después de entregar Salónica a los venecianos en 1423, y también acudió allí Constantino a instancias de su hermano Juan, ya emperador, para asumir el Despotado, puesto que Teodoro, a pesar de su matrimonio con Cléope, había manifestado en numerosas ocasiones su deseo de dedicarse a la vida monástica. A Demetrio todavía no le había llegado su momento de protagonismo en Mistra.

 

Teodoro, Constantino y Tomás Paleólogo (1427-1442)

 

Dejando Mesembria, en las costas del mar Negro, Constantino llega a Mistra en 1427. Teodoro ya se había arrepentido de su vocación religiosa, pero consintió en compartir el poder con su hermano. Constantino tomó por esposa a Teodora Tocco, sobrina de Carolo Tocco, conde de Cefalonia, uno de los más encarnizados enemigos de Teodoro, quien dio como dote a su sobrina la ciudad de Clarenza. Constantino recibió de su hermano las posesiones de Mesenia y Maina, con lo que su fortuna quedaba asegurada. Al mismo tiempo, Teodoro concedió a Tomás, el hermano pequeño, una pequeña región que tenía como centro Calavrita.

En 1429 Constantino arrebata Patras de manos de los venecianos, a pesar de las reticencias de Teodoro por miedo a las represalias de la Serenísima, y, paralelamente, Tomás ataca a Centurione Zacaría, el último príncipe de Acaya, quien, abandonado por los venecianos, ofrece a su hija en matrimonio para Tomás, otorgándole como dote todas sus posesiones.

Así pues, prácticamente todo el Peloponeso se encontraba en manos griegas, y los tres hermanos lo compartieron de forma pacífica hasta que en 1436 surgió la disputa por el trono de Constantinopla. Juan quería como sucesor a Constantino, pero Teodoro quiso hacer prevalecer sus derechos como hermano mayor. No obstante, Teodoro estuvo de acuerdo en que fuera Constantino quien se hiciera cargo de los asuntos del imperio mientras Juan estuvo ausente para acudir al concilio de Florencia en 1437, gobernando él mismo la parte del Peloponeso que correspondía a Constantino. Éste regresó allí desde la Ciudad en 1441, pero debe volver al año siguiente para ayudar a Juan frente a la insurrección del otro hermano, Demetrio. Para estar cerca de Constantinopla, Constantino se hace cargo de Selimbria, en el mar de Mármara, propiedad que pertenecía a Demetrio. No obstante, en 1443 Teodoro le propuso intercambiar Selimbria por Mistra, a lo que Constantino accedió.

 

Constantino y Tomás Paleólogo (1443-1449)

 

Ya como déspota de Mistra, Constantino mantuvo buenas relaciones con su hermano Tomás. Inició la reconstrucción del Hexamilion, destruido por la incursión turca de 1423, y se preparó para la reconquista de la Grecia continental. En 1445 llegó hasta la cordillera del Pindo, pero el triunfo fue breve. En 1446 el sultán Murat II recupera los territorios perdidos y castiga a Constantino destruyendo el Hexamilion y devastando el Peloponeso con terribles consecuencias. No parece probable que llegara a alcanzar Mistra, pero los déspotas se vieron obligados a reconocer la autoridad del sultán.

Cuando en 1448 llega la noticia de la muerte de Teodoro, Constantino ya sabe que será el sucesor de la corona imperial. Antes de emprender el camino a la Ciudad, muere el emperador Juan. La emperatriz madre, Elena, decide que Constantino debe ser coronado cuanto antes, por lo que la coronación se llevará a cabo en Mistra. No se sabe con certeza si la ceremonia tuvo lugar en la Catedral o en Santa Sofía, la iglesia de palacio, pero el 6 de enero de 1449 Constantino se convierte en Constantino XI Paleólogo, el que sería último emperador de Constantinopla.

 

Tomás y Demetrio Paleólogo (1449-1460)

 

Una vez en la Ciudad, Constantino decide que los dos hermanos restantes compartan el Despotado de Morea. Tomás se asienta en Patras y Demetrio se queda en Mistra. A pesar de haber jurado ante su madre y su hermano una convivencia pacífica, la ficticia armonía fraternal no tardó en romperse. Por otra parte, en 1453, después de la caída de la Ciudad, tuvieron que hacer frente a grupos de albaneses y nobles griegos insurrectos, y ante esta desesperada situación solicitaron la ayuda del sultán Mehmet II. Anulados todos los núcleos de rebeldía, se sometieron humildemente al sultán consintiendo en pagar cada uno un tributo anual de 12.000 ducados que fueron incapaces de reunir. Demetrio veía el avance del Turco como algo irremediable pero Tomás todavía confiaba en la ayuda de Occidente. Ante las tendencias de Tomás, Mehmet decide castigar duramente el Peloponeso en 1448, pero al menos Mistra se salvó de la devastación. En lugar de unirse, los dos hermanos continuaron con sus rivalidades. El sultán se cansó de esta situación y el 29 de mayo de 1460, exactamente siete años después de la toma de Constantinopla, los ciudadanos de Mistra divisan a un enorme ejército turco apareciendo en el horizonte. El 31 de mayo, el mismo sultán llega al pie de la muralla de Mistra, de la que se apodera sin encontrar resistencia.

A pesar de que fue tratado con gran respeto, Demetrio es obligado a entregar a su mujer y a su hija para el harén del sultán, y acompaña a la comitiva de éste hasta Tracia, donde se le habían concedido algunas tierras como compensación. Le fue devuelta su mujer, pero no su hija, que, a pesar de todo, jamás formó parte del harén.

El déspota Tomás y su familia esperaban acontecimientos en Porto Longo, al sudoeste del Peloponeso, y finalmente embarcaron rumbo a Corfú, desde donde llegaron a Italia para ponerse bajo la protección del papa Pío II, a quien entregaron las reliquias de San Andrés que se custodiaban en Patras.

La conquista de todo el Peloponeso se llevó a cabo de forma inmediata. Sólo una ciudad, Salmenico, cerca de Patras, resistió un duro asedio hasta julio de 1461 bajo el mando de su gobernador, Constantino Paleólogo Gretsas, de quien el propio Mehmet II dijo: “es el único hombre que encontré en el Peloponeso”.

 

Mistra durante el dominio turco.

 

Después de su captura, Mistra perdió su importancia como capital, a pesar de seguir siendo la sede del sanyak turco del Peloponeso e importante centro económico, sobre todo por su producción de seda. En 1464, el veneciano Segismundo Malatesta intenta una incursión sin éxito, pero al menos consigue capturar como botín la reliquia más codiciada en Occidente: los restos del filósofo Pletón, venerado en Italia por el papel que desempeñó en el mundo intelectual del Humanismo y del Renacimiento. Así pues, los venecianos la ambicionaron durante largo tiempo, pero no se apoderaron de ella hasta 1687, y en 1715 vuelve a caer en manos turcas, convirtiéndose entonces en una base militar. En 1770 los albaneses la arrasaron por completo matando a todos sus habitantes, de manera que quedó abandonada durante diez años.

Mistra liberada.

 

A pesar de que la Revolución griega de 1821 liberó la ciudad, Mistra jamás volvió a recuperarse de ese golpe, y su puntilla fue el devastador incendio que sufrió de manos de los egipcios en 1825. La fundación de la nueva Esparta en la llanura por el rey Otón I, que quería revivir la Grecia clásica despreciando la medieval, supuso el fin definitivo en 1834.

 Mistra hoy.

 

Algunas familias habitaron en las viejas mansiones de Mistra hasta aproximadamente 1950, época en la ciudad bizantina fue convertida en espacio arqueológico y se inauguró el museo. Actualmente sólo habita allí una congregación de monjas ortodoxas en el monasterio de la Pantanassa. Viven de la venta de llamativos bordados tradicionales y otros objetos de recuerdo a los visitantes, a quienes invitan a un delicioso lukumi.

Desde 1989 sus ruinas han pasado a formar parte del Patrimonio Universal de la Humanidad (http://whc.unesco.org/sites/511.htm). El gobierno griego está haciendo un gran esfuerzo porque se reconozca la importancia de Mistra, y hoy sus edificios y callejones están siendo objeto de unos importantes trabajos de restauración. La exposición Momentos de Bizancio. Trabajos y días en Bizancio, celebrada en el año 2001 de forma simultánea en las ciudades de Atenas, Salónica y Mistra, ha devuelto a la olvidada ciudad bizantina el protagonismo y la relevancia que merece. Superando el tradicional concepto museístico de objetos encerrados en vitrinas, Mistra es ahora un hermoso museo al aire libre donde los objetos expuestos son los propios edificios e iglesias, la propia ciudad, la hermosa llanura de Esparta que se extiende ante los sorprendidos ojos del visitante, que tiene ante sí un escenario sobre el que han pasado siglos de mitos e historia.

En la ribera del Eurotas, la tierra del valiente Leónidas, donde Zeus sedujo a Leda en forma de cisne engendrando a la Bella Elena, la moderna ciudad de Esparta también reserva algunas sorpresas al viajero, no por más humildes menos interesantes. No debe dejar pasar la ocasión de visitar el Palacio de Menelao, situado en las afueras, que le llevará a la época micénica y, ya dentro de la ciudad, el templo de Ártemis Ortia, de época arcaica, las ruinas romanas y el museo arqueológico, edificio neoclásico de la época de Otón, que posee una excelente y desconocida colección de objetos procedentes de las excavaciones locales.

Como ya vaticinó Tucídides, poco o nada queda de la Esparta clásica. No hay ningún Partenón que testimonie el poderío de la región de Lacedemonia en ese periodo de la historia de Grecia, pero el hueco queda ampliamente cubierto por la ciudad levantada en un espolón del Taigeto, que llena nuestros ojos de grandezas bizantinas de la época en la que Constantinopla estaba ya cercada, exhausta y condenada, y Mistra fue el centro neurálgico del mundo griego.

 

Eva Latorre Broto

 


UN PASEO POR MISTRA 

 

            Existen dos posibilidades de itinerario en Mistra. La primera, entrando por la puerta principal situada al pie de la ciudad, permite hacer el recorrido de abajo a arriba convirtiendo la visita a Mistra en una suerte de peregrinación ascendente donde las iglesias y las construcciones que vamos encontrando en el camino sirven de gratificantes descansos y la belleza de la panorámica que se va abriendo ante nosotros como estímulo para continuar. La parte final del camino, siguiendo un sendero de marcada pendiente, nos llevará a la fortaleza, donde la inmensa panorámica sobre el valle de río Eurotas por un lado, y la vertiginosa caída en picado por el otro, constituyen la mejor recompensa a nuestro esfuerzo. El descenso nos permitirá disfrutar doblemente de la ciudad, pero recomendamos este itinerario solamente a viajeros con mucho tiempo que perder y en buena forma física.

Debido a que es la que habitualmente se realiza, hemos elegido para nuestro recorrido la segunda posibilidad. Entrando por la puerta superior que nos conduce a la ciudad alta, ascendemos hacia la fortaleza, germen de Mistra.

 

FORTALEZA O CASTRO

            Originariamente erigido por Guillermo de Villehardouin sobre la plataforma superior del promontorio, fue ampliado y reconstruido tanto por los bizantinos como por los turcos. Consta de dos círculos de murallas. La entrada de la muralla exterior se encuentra protegida por una torre cuadrada de época bizantina y se hace a través de un pasadizo abovedado. En la esquina sureste del complejo se eleva otra torre de vigilancia, esta vez redonda, cerca de la cual hay una cisterna para el aprovisionamiento de agua. El círculo interior de murallas se extiende al noroeste del llano a un nivel más alto que el anterior, y encierra el núcleo duro de la fortificación. Todavía se conservan las ruinas de una pequeña capilla, de otro puesto de vigilancia y de un gran edificio que constituía la residencia del responsable del castro. Desde arriba se pueden apreciar los lienzos de muralla que envolvían la ciudad.

            Iniciando el descenso, encontramos la iglesia de Santa Sofía.

 

SANTA SOFÍA

            Muy cercana al palacio se encuentra la iglesia de Santa Sofía, erigida por Manuel Cantacuzeno Paleólogo, primer déspota de Mistra, cuyo monograma todavía puede verse en los capiteles de las columnas junto con el águila bicéfala. Fue siempre la capilla de palacio y ha sido identificada con el monasterio de Cristo Zoodotes (“el que otorga la vida”) erigido por Manuel entre 1350 y 1365. Aquí se hallan enterradas Teodora Tocco (= 1429), primera esposa de Constantino XI Paleólogo, y Cléope Malatesta (= 1433), esposa de Teodoro II. Probablemente sus tumbas sean dos pequeños espacios cuadrados cubiertos con una pequeña cúpula que se encuentran al lado del campanario.

            En cuanto a su arquitectura, Santa Sofía pertenece al mismo tipo que la Períbleptos y la Evangelistria. La cúpula se apoya sobre dos columnas y sobre los dos muros que dividen la nave en tres partes, el tipo más común en Grecia. Lo que la diferencia del resto es su búsqueda de la elevación y la distribución de la luz a través de las ventanas de la cúpula, así como un amplio nártex con cúpula y sus dos porches exteriores, de los cuales sólo se conserva, reconstruido, el del lado norte que mira hacia el valle. El campanario, originariamente de tres pisos y hoy de dos, fue utilizado como minarete cuando Santa Sofía se convirtió en mezquita bajo el dominio turco.

            Su programa decorativo, fechado entre 1350 y 1375, se encuentra en un estado muy fragmentario, pero aún deja apreciar que es análogo al de la Períbleptos. El gran Cristo del ábside es una de las claves para su identificación con Cristo Zoodotis. Debemos destacar también el Cristo de la cúpula de una de las capillas, que aparece rodeado de ángeles y fuerzas celestiales. Dos grandes ángeles en las paredes ratifican el carácter funerario de esta capilla, bajo la cual se abre una cripta del siglo XV.

 

PALACIOS

            El complejo palacial de Mistra se encuentra en la amplia llanura central del promontorio. Su construcción fue iniciada por los francos, pero fue objeto de sucesivas ampliaciones, tanto por Manuel Cantacuzeno como por los Paleólogos, conformando en su estructura definitiva una L gigantesca en ángulo recto que abraza la plataforma natural sobre la que se alza.

La parte más antigua del palacio es la nave que se aprecia a la derecha (norte), construida en época de Guillermo de Villehardouin, con ventanas ojivales de estilo gótico desde las que se controla todo el valle del Eurotas. A partir de 1350 el déspota Manuel emprende la ampliación del palacio levantando los edificios que se encuentran en el ángulo. Estas dependencias siempre sirvieron de residencia para los sucesivos déspotas y sus familias, y ahí se encuentran las cocinas, los almacenes y las distintas habitaciones de servicio. Sus amplias terrazas y balcones porticados permitían al gobernante disfrutar de la vista sobre el valle.

            El ala izquierda del complejo está formada por un único edificio que consta de planta baja, un primer nivel con ocho habitaciones independientes de techo abovedado y una segunda planta diáfana. Probablemente esta ala se empleara de forma exclusiva para fines oficiales, siendo las habitaciones de la primera planta despachos de funcionarios del palacio y la segunda planta el salón del trono, el crisotríclinos de los bizantinos. Esta sala presenta una serie de amplios ventanales coronados por arcos góticos ciegos y una segunda serie más alta de ventanas redondas. Todavía se conservan en las paredes grandes fragmentos de yeso que estarían decorados con frescos, y a lo largo de la sala quedan restos de un banco corrido donde se sentaban los invitados y cortesanos. Entre los ocho ventanales de la fachada principal puede apreciarse claramente el ábside donde se encontraba situado el trono. Esta fachada estaba cubierta por un pórtico de dos plantas que se correspondían con las dos plantas principales del edificio, y del que sólo se conservaban escasos puntos de apoyo en la pared, desde el que se presidirían las ceremonias que se llevaran a cabo en la explanada que se abre frente al palacio, y que aliviaría la sensación de austeridad que hoy transmite el conjunto.

            Esta plaza siempre se mantuvo despejada ya que era el escenario de los diversos actos públicos que se celebraran en Mistra y, debido a lo escarpado del terreno, único punto de reunión para los habitantes de la ciudad. En su momento de esplendor, era más grande de lo que actualmente parece, ya que en época turca se aprovechó para realizar algunas construcciones.

            El ala de los Paleólogos recuerda por su estructura arquitectónica al Palacio del Porfirogénito (Tekfur Sarai) de Constantinopla, pero su decoración, sobre todo por sus ventanas redondas, nos lleva a los palacios italianos del Renacimiento temprano. Su cronología exacta es difícil de precisar, pero fue levantado después del 1400. Runciman sugiere que quizá su construcción coincidiera con una de las visitas del emperador Manuel II a Mistra, en 1408 y 1415, ya que la permanencia de un emperador en la ciudad exigía un entorno digno de su categoría. La belleza de esta construcción contrasta con el aspecto más compacto y severo del ala izquierda de época franca y cantacuzena, que con sus ventanas más pequeñas y sus naves en forma de torre presenta un aspecto más de fortificación, mientras que en el ala de los Paleólogos los grandes ventanales y el porche exterior crearían la impresión de elegancia y riqueza.

            Por la parte de atrás del complejo palacial y sus alrededores se halla la llamada ciudad alta, los restos de edificaciones que deberían ser las mansiones y las casas de los miembros de la corte y empleados del palacio. Allí se halla también la puerta de Nauplio, una de las entradas antiguas a la ciudad. Encajada entre dos torres, constituye una de las más impresionantes muestras de arquitectura militar de la ciudad.

 

SAN NICOLÁS

            Este amplio edificio de época turca (siglo XVII) presenta frescos de factura popular y de menor calidad que el resto.

 

PUERTA DE MONEMBASÍA

            Fechada en el siglo XIII, se encuentra en el segundo círculo de murallas. Recibe este nombre porque en la ciudad baja terminaba el camino de Monembasía, y su función era regular el paso entre la ciudad alta y la baja. El camino que la atraviesa es estrecho y fácil de bloquear, lo que resultaba de vital importancia a la hora de proteger de cualquier ataque al complejo palacial y a la ciudad alta.

 

EVANGELISTRIA (La Anunciación)

            Esta iglesia de pequeñas dimensiones tiene un carácter eminentemente funerario. Es la única iglesia de Mistra que no conserva memoria de su fundador y ha soportado inalterada todas las vicisitudes de la ciudad bajo el dominio turco. Como curiosidad, debemos mencionar que en el muro norte se conserva, en hermosísima caligrafía del siglo XV, el nombre de Frantzés, que se ha querido identificar con el conocido historiador.

            En cuanto a su arquitectura, su planta consiste en una cruz griega tradicional inscrita en un cuadrado con domo que descansa solamente en dos columnas y no en cuatro, como ya vimos en Santa Sofía. Una característica que la Evangelistria tomó de la Hodiguitria pero que no encontramos en otra iglesia de este tipo es la presencia de una segunda planta en el nártex reservada para las mujeres.

            Escasos restos se han salvado de su decoración pictórica, datada en el siglo XV, pero es el único caso en Mistra donde la decoración escultórica cobra verdadero protagonismo. Al contrario que en el resto de las iglesias, donde fue habitual la reutilización de materiales antiguos para este tipo de decoración, la homogeneidad de sus motivos y tamaños revela que fueron pensados como un conjunto unitario realizado en exclusiva para la Evangelistria. En sus capiteles se entremezclan motivos vegetales, cruces y figuras geométricas que recuerdan a los bordados tradicionales de la región, y los remates en forma de piña de sus capiteles resultan característicos.

 

PEQUEÑO PALACIO

            Muy cerca del complejo palacial, dominando la gran plaza desde su esquina sur, se encuentra el llamado Pequeño Palacio, cuya torre principal y ala más antigua fueron probablemente construidas a principios del siglo XIV y luego ampliadas sucesivamente hasta llegar a cerrarse sobre sí mismas entorno a un patio interior. Por razones de seguridad, la planta baja apenas presentaba aperturas al exterior para facilitar la defensa en caso de ataque, con lo que cobra cierto aire de fortificación. Su cercanía al palacio y su gran número de salas, habitaciones, dependencias y almacenes sugiere que podía pertenecer a alguna familia importante de la aristocracia local, pero no se ha conservado noticia de sus propietarios.

 

MONASTERIO DE BRONTOQUION

            En la parte nordeste de la ciudad es donde se encuentran las construcciones e iglesias más antiguas. Hacia el año 1300, Pacomio funda el monasterio de Brontoquio, al que se incorporó la iglesia de los Santos Teodoros. Hacia 1310 Pacomio levanta también la Hodiguitria. Resulta extraña la cercanía de ambas iglesias y su pertenencia a un mismo monasterio, pero la opinión más común es que desde su fundación la Hodiguitria, que conserva en sus alrededores las ruinas del refectorio, celdas y otras dependencias monásticas, queda como katholikon o iglesia principal del monasterio, perdiendo los Santos Teodoros su protagonismo y quedando reducido a cementerio de los monjes más humildes.

 

SANTOS TEODOROS

            Es una de las iglesias más antiguas de Mistra. Una inscripción cita a Pacomio y a un tal Daniel como los promotores de su construcción, que se llevó a cabo entre 1290 y 1295.

Su planta constituye una variación de la planta de cruz griega tradicional, ya que está inscrita en un octágono, —como la iglesia de Dafni, en los alrededores de Atenas, y la de Hosios Lucas en la Fócide—, de manera que la cúpula descansa en ocho arcos. En el siglo XII encontramos este tipo de estructura en Santa Sofía de Monembasía, desde donde llegó a Mistra debido a las estrechas relaciones que mantuvieron ambos enclaves. La enorme cúpula, con un tambor horadado por dieciséis ventanas, crea un enorme espacio central interior, y resulta reseñable la solución piramidal que se aplicó en el ábside, a base de tejadillos ascendentes.

De su programa pictórico no queda apenas nada, destruido por otras pinturas realizadas sobre las primitivas y las sucesivas capas de cal que se le aplicaron mientras fue mezquita, pero resulta muy probable que fuera obra de los mismos artistas que Pacomio trajo para la decoración de la Hodiguitria. En la franja inferior se conservan restos de pintura imitando el mármol, y en la inmediatamente superior representaciones de santos guerreros cuyo estilo recuerda al de las figuras de la pared norte de la Catedral. Llama la atención el retrato de un suplicante vestido de azul con un cinturón amarillo arrodillado ante la virgen, mencionado como Manuel Paleólogo por la inscripción que le acompaña, escrita por dos manos distintas. Se ha querido ver aquí al emperador Manuel II, pero sin demasiado fundamento, ya que, por un lado, la fecha que ofrece la inscripción para la muerte del suplicante (1423 ó 1453) no coincide con la muerte del emperador, fallecido en 1425, y por otro, la sencillez de su atuendo con ausencia completa de emblemas imperiales no parece propia de un personaje de tan alta categoría.

 

HODIGUITRIA (“La que muestra el camino”) O AFENTIKÓ (“Señorial”).

            La majestuosidad de la iglesia de la Hodiguitria demuestra que en esta época Mistra ya gozaba de gran importancia y el monje Pacomio de enorme influencia, pues seguramente trajo para su construcción a artistas y arquitectos de Constantinopla. La más antigua mención a esta iglesia data de 1311, e inmediatamente se convirtió en la iglesia principal del monasterio. Entre 1312 y 1322, Pacomio consiguió que el emperador Andrónico II donara a esta iglesia numerosas propiedades por todo el territorio bizantino —incluso en las zonas ocupadas por los latinos en el caso de que se liberaran— y que la pusiera bajo su protección, además de conceder que la Hodiguitria dependiera directamente del Patriarcado de Constantinopla, saltándose todas las autoridades eclesiásticas locales.

            Su estructura se basa en una planta de cruz griega tradicional que se superpone a una basílica dividida en tres naves por dos filas de columnas. Presenta una gran cúpula en su centro, una en cada esquina y otra sobre el nártex, seis en total. Una planta similar se encuentra en muy pocas ocasiones fuera de Mistra, y siempre en iglesias muy antiguas (Santa Irene en Constantinopla, San Nicolás en Paros). Esta combinación estructural, trazada con gran soltura por el arquitecto, da una impresión de grandiosidad y monumentalidad que era precisamente lo que Pacomio buscaba para cumplir todas las expectativas que había puesto en su nueva iglesia.

            En su parte exterior, la Hodiguitria presenta pórticos en tres de sus lados, elemento arquitectónico que el resto de las iglesias de Mistra tomaron de ella haciéndose muy común en la ciudad. No obstante, a lo largo de su historia estos pórticos fueron sufriendo transformaciones, y hoy se conservan cerrados y convertidos en capillas.

            El equipo de artistas que llevó a cabo el programa de frescos de la Hodiguitria procedía con bastante seguridad de la escuela que realizó la famosísima Bajada a los Infiernos del Monasterio de Cora en Constantinopla. Las imágenes no conservan el severo hieratismo del maestro de Cora, pero la concepción del color, su realización y la humanidad que transmiten las figuras denotan también la evolución y la innovación de una exquisita maestría. Los frescos de esta iglesia se conservan en bastante buen estado, lo que ha permitido hacer profundos estudios sobre ellos. Uno de los frescos, concretamente donde se representa el Bautismo, ha revelado interesantísimos detalles sobre la vida cotidiana de la época.

            Además del programa iconográfico principal, que sigue el orden acostumbrado del arte bizantino —principales fiestas litúrgicas, distintos personajes retratados según su jerarquía celestial, etc.— merecen especial atención los frescos de las capillas laterales. En la capilla suroeste del nártex se encuentran reproducidas las cuatro crisóbulas del emperador Andrónico II, gracias a las cuales la iglesia recibió la protección imperial.

También en el nártex, pero en el lado noroeste, se encuentran los Mártires, imagen que por su belleza se ha convertido en símbolo de Mistra. La actitud estática de las figuras y la serenidad de sus rostros transmiten una sublime sensación de beatitud. Las amplias superficies de vivos colores que se combinan con suaves gradaciones cromáticas tienen como contrapunto las luminosas perlas blancas que adornan las capas de las figuras. Por otra parte, parece que el artista ha buscado intencionadamente un aire arcaico en las líneas rectas de las caídas de las capas imitando la factura de la representación en mosaico, lo que produce mayor impresión de majestuosidad en los personajes.

En uno y otro lado de la capilla nordeste se encuentran las tumbas de dos insignes personalidades: el higúmeno Pacomio y el déspota Teodoro I Paleólogo. Pacomio, rodeado de ángeles que sostienen velas encendidas, está representado de rodillas ofreciendo a la Virgen la iglesia que construyó para ella. En el muro contrario se encuentra la tumba de Teodoro I, fallecido en 1407 con el nombre de Teodoreto el Monje. Llama la atención cómo el artista ha representado las dos etapas de su vida, ya que en el lado izquierdo aparece retratado como déspota de Mistra, con digna presencia y ricos ropajes, mientras que en la imagen de la derecha, mejor conservada que la anterior, viste los humildes hábitos de su condición monacal. Dos ángeles funerarios guardan su nicho.

 MOLINO DE ACEITE

            Regresando del monasterio de Brontoquion, encontramos a la izquierda, entre los Santos Teodoros y la Evangelistria, los restos de una almazara, donde acudirían a prensar las aceitunas los habitantes de Mistra. El sur del Peloponeso era, en época bizantina, donde se producía la mayor cantidad de aceite, y el proceso de su refinamiento era complejo y difícil.

 SAN DEMETRIO O METRÓPOLI (Catedral)

            El conjunto de edificios que conocemos como Metrópoli o Catedral se encuentra encerrado en un recinto amurallado, como más adelante veremos también en la Períbleptos, al que se accede por una puerta abierta en el muro que recorre el camino principal.

            Como centro oficial de la religión en Mistra, la Catedral fue siempre objeto de atención de los sucesivos obispos de la ciudad, que han dejado sus nombres inmortalizados abundantemente entre sus paredes, y ha sufrido importantes cambios a lo largo de su historia. La primitiva construcción parece haberse iniciado entre 1263 y 1272 por Eugenio, el primer obispo de la ciudad, representado en el diakonikon de la iglesia. Se trataba de una basílica tradicional cuyo espacio interior se dividía en tres naves abovedadas gracias a dos filas de columnas, cubierta por una techumbre de madera. Después de su llegada a Mistra en 1304, Nicéforo Moscópulo, obispo de Lacedemonia, a quien mencionan tres inscripciones, la remodeló añadiendo un nártex abovedado y la decoración interior. Hacia principios del siglo XV, el obispo Mateo levantó todo el tejado y añadió una galería, donde incluyó una dependencia especial para las mujeres, y una cúpula que se apoya sobre cuatro pilares sostenidos por las columnas de las naves laterales, adaptándola así al diseño de las más importantes iglesias de ese momento en Mistra, la Hodiguitria y la Períbleptos. Esta ampliación se hace evidente tanto en el exterior de la iglesia como en el interior, ya que, por un lado, la utilización de los materiales de construcción es totalmente distinta a la antigua, y, por otro, el programa primigenio de frescos está incompleto, pudiéndose distinguir en la decoración actual distintas épocas de realización.

            En esta iglesia en concreto se puede apreciar con extrema claridad la reutilización de materiales antiguos en la construcción de los nuevos templos, y así, por ejemplo, vemos que dos de los capiteles son paleocristianos, tallados con motivos vegetales, y otros dos son una burda imitación realizados sólo para que no desentonaran demasiado. Los diversos frisos que adornan la iglesia también pertenecen a épocas distintas, presentando la mayor parte de ellos el monograma de Mateo, quien, por lo visto, tenía un gran afán de notoriedad. Sólo el marco de mármol de la puerta de entrada parece haber sido hecho específicamente para esta construcción. En el suelo, debajo de la cúpula y enfrente del iconostasio, encontramos una lápida con un bajorrelieve que representa el águila bicéfala de los Paleólogos, que debe pertenecer a la remodelación de Mateo, si no a otra más tardía de época turca. La tradición popular, sin embargo, la hace protagonista de la coronación de Constantino XI Paleólogo como emperador de Constantinopla.

            La decoración interior de la catedral es extremadamente interesante, ya que muestra estilos de épocas diferentes, además de que las partes más antiguas se encuentran bastante bien conservadas. En ella podemos distinguir principalmente dos periodos distintos.

            El primer periodo se refiere a la época de su fundación, en el último cuarto del siglo XIII. De esta época data la representación de la Virgen que encontramos en el ábside, que permanece en pie sosteniendo al Niño, del tipo llamado Kiriotissa, estilizada y hierática, la única que se ha salvado de esta primera etapa en esa parte del templo, ya que el resto de pinturas que la rodean son de fecha posterior.

            También a esta etapa pertenecen los frescos conservados en la nave norte, dedicada en su parte oriental a escenas de la vida y martirio de San Demetrio, cuyo retrato encontramos también en el ábside. Hacia el lado occidental se representan escenas y milagros de la vida de Cristo. Las paredes de esta nave se dividen en tres franjas con distintos santos —hombres de iglesia, mártires y guerreros— de tamaño irregular. En el ábside del diakonikon se encuentran los santos Cosme y Damián. El conjunto de los frescos más antiguos se completa, entre otros motivos, con escenas de la vida de la Virgen y una Preparación del Trono.

            Las pinturas de esta época parecen haber sido hechas de manera un tanto apresurada y poco cuidadosa, siendo probablemente obra de artistas locales. Rebosan espontaneidad, pero la mezcolanza de estilos, técnicas y temas da la impresión de que no siguieron un esquema definido de antemano y de que fueron más o menos improvisando cómo llenar el espacio.

            La segunda época importante en el programa decorativo de la catedral se corresponde con el patronazgo de Nicéforo Moscópulo, en las dos primeras décadas del siglo XIV, siendo, por tanto, coetánea de la Hodiguitria. Sin embargo, no parece que existiera rivalidad alguna entre los máximos representantes eclesiásticos de la Mistra de aquel momento, el emprendedor Nicéforo y el ambicioso Pacomio. Por el contrario, su relación parece fluida y productiva —Nicéforo, excelente calígrafo, regaló a Pacomio un ejemplar de los Evangelios escrito por él que hoy se conserva en Moscú, y le instó a que empezara a impartir enseñanza en el Brontoquio—, y probablemente compartieron a los artistas que vinieron de Constantinopla para la construcción y remodelación de sus respectivas iglesias. Los frescos de la Hodiguitria se conservan en mejor estado que los de la catedral, pero aún así puede apreciarse en ellos un estilo y un espíritu totalmente distintos a los de su primera etapa.

            En la nave central se observa que a todas las escenas de la vida de Cristo les falta la parte superior, debido a la remodelación que Mateo llevó a cabo dos siglos más tarde. Las pinturas de la nave sur también se conservan muy fragmentarias, pero eso no impide apreciar la maestría que reina en el conjunto. El diseño y la expresividad de las figuras, la composición de los personajes de las escenas, los colores vivos y la naturalidad en la pincelada revelan una técnica muy superior a la anterior. Donde mejor podemos apreciar los frescos de este periodo es en el nártex, cuyos muros y bóveda se cubren de escenas que relatan la Segunda Venida de Cristo a la Tierra. El dinamismo de las figuras se hace palpable y los tonos rojos de las llamas del Infierno dominan todo el conjunto. Incluso las alas de los ángeles adquieren tonos rojos y se elevan como llamas transmitiendo una viva sensación de movimiento.

            Muchas partes de la iglesia se encuentran cubiertas con frescos de épocas muy posteriores, estando las más recientes datadas en el siglo XVIII.

 

PANTANASSA (“Señora del universo”)

            Actualmente, el monasterio de la Pantanassa es el único habitado en Mistra por una pequeña congregación de monjas. En la calma de la antigua ciudad, su vida transcurre serena entre el trabajo y la oración, recibiendo al visitante siempre con una sonrisa en el rostro.

            La Pantanassa fue construida en 1428, lo que la convierte en el último monasterio erigido allí en época bizantina. Juan Francópulo, su fundador, fue el patriarca de una de las familias latinas “helenizadas” más importantes de Mistra. En el tiempo que transcurrió desde la muerte de Teodoro I hasta que Teodoro II llegó a la ciudad acompañado de su padre para hacerse cargo del Despotado, Francópulo hizo las funciones de regente para pasar luego a convertirse en protostrator o primer ministro del joven déspota y en su más fiel consejero, y también lo fue de Constantino. Francópulo ha dejado su monograma grabado sobre las ventanas superiores del lado occidental y en uno de los capiteles. En la base del tambor que sostiene la cúpula del nártex encontramos su inscripción oferente.

            Si bien todas las iglesias de Mistra presentan una estudiada elaboración decorativa de los elementos arquitectónicos, es en la Pantanassa donde este cuidado por la ornamentación exterior llega a su máxima expresión. Su fachada, dividida en tres franjas horizontales por dos pequeños frisos, combina todo tipo de elementos, cintas dentadas, guirnaldas, flores, juegos entre arcos de medio punto, arcos ojivales y arcos ojivales invertidos, ventanas ciegas y abiertas, policromía, etc. Su eclecticismo estético produce un vistoso resultado. La influencia occidental alcanza un gran protagonismo, sobre todo en su campanario, de cuatro plantas. Su mampostería es la tradicional griega que hemos venido viendo en todo Mistra, sillares de piedra rodeados de ladrillos, pero sus estrechas ventanas triples se enmarcan en amplios arcos góticos ciegos. En dos de sus lados, entre la planta segunda y la tercera, aparecen vanos trilobulados inscritos en un círculo, motivo que se repite en todas las ventanas superiores. Las cuatro torretas que rodean la cúpula del campanario son características de la Pantanassa. Por otra parte, el campanario forma parte estructural de la iglesia, ya que, gracias al pórtico que presenta en el piso inferior, unía el pórtico norte, conservado intacto, con el pórtico oeste que se encontraba en el nártex, hoy desaparecido.

            Ya en su interior, podemos volver a comprobar la habitual reutilización de materiales de iglesias más antiguas, como es el caso de los capiteles. Cabe reseñar la puerta de entrada del nártex al interior de la nave, ya que presenta motivos ornamentales de inspiración árabe.

            Su programa pictórico originario, datado en 1430, se conserva en bastante buen estado, pero sólo en los brazos laterales de la cruz y en la parte superior. Las pinturas de la parte inferior quedaron cubiertas por frescos de los siglos XVII y XVIII, que representan escenas de la Vida de Cristo y de la Virgen y, entre otros motivos, las 24 casas o oikos de las salutaciones del himno Akathistos. En el muro sur del nártex, donde probablemente se encontraría su tumba, aparece retratada la elegante figura de Manuel Láscaris.

Como la Hodiguitria, presenta el ciclo de las fiestas litúrgicas, Anunciación, Nacimiento, Entrada en Jerusalén, Bajada al Hades, etc. La Hodiguitria también le ha dejado los escenarios rocosos y la dignidad de los rostros. Sobre el altar se conserva la imagen de la Vírgen Platítera (“más grande que el universo”) sentada en un trono junto a dos arcángeles, y debajo de ella están sus padres, Joaquín y Ana.

Por otra parte, muchas de sus imágenes siguen también abiertamente a la Períbleptos, como la Entrada en Jerusalén, y de ella ha tomado también el gusto por la representación del detalle secundario y el contraste entre colores. No obstante, el arte de la Pantanassa muestra cómo había cambiado el sentido estético en el medio siglo que la separa de la Períbleptos. El barroquismo que se aprecia en la estudiada combinación de conjuntos grandiosos y detalles secundarios, su exceso de figuras, el afán narrativo de la escena principal, así como en la utilización ilimitada del color, caracteriza esta última fase de la pintura en la época de los Paleólogos, que sobrevivió aún durante los siglos XV y XVI en Creta.

 

CASA FRANCÓPULO

            La casa del ya mencionado fundador de la Pantanassa se encuentra muy cerca de ésta, en el camino que nos conduce a la Períbleptos. Su construcción data de principios del siglo XV. La planta inferior estaba dedicada a funciones de servicio, y la vida se desarrollaba en la planta superior, en el triclinio. En la fachada principal se conserva el basamento de la terraza o iliakó, un enorme balcón con vistas al valle.

 

PERÍBLEPTOS

            En el extremo sudeste de la colina, en la parte más alejada de la ciudad, se halla el pequeño monasterio de la Vírgen Períbleptos (“la que se ve desde todas partes”). Construido en parte sobre la pedregosa ladera, no ha conservado memoria alguna de sus fundadores.

            No obstante, uno de sus capiteles, que hoy se conserva en el museo, presenta el monograma de Manuel Cantacuzeno, primer déspota de Mistra, y las flores de lis, de indiscutible origen franco, la decoran abundantemente, tanto en el interior como en el exterior. Por otra parte, en el umbral de la puerta de entrada al recinto, se encuentra encastrada una lápida que tiene el marco rodeado de flores de lis y grabado en su centro el monograma de la Períbleptos inscrito en un círculo y protegido por dos leones rampantes. Debido a que éste era el emblema heráldico de la casa Lusignan, se ha querido identificar la anónima pareja oferente cuyo retrato se ha conservado en el interior de la iglesia con Manuel Cantacuzeno y su esposa Isabel de Lusignan, por lo que la iglesia dataría de la segunda mitad del siglo XIV.

            Varias capillas se han levantado posteriormente a su alrededor. La de Santa Catalina, construida dentro de una cavidad de la roca en el lado occidental de la iglesia, parece cubrir un espacio de culto paleocristiano.

            Su planta es la misma que ya vimos en Santa Sofía y la Evangelistria: sobre una cruz griega tradicional, la cúpula se apoya sobre dos columnas y dos muros que dividen el espacio interior. No obstante, el abrupto peñasco sobre el que se levanta impone alguna variación que no es más que una adaptación al terreno, y así, por ejemplo, debido a la escasez de espacio, no se ha podido hacer una entrada principal, por lo que a la derecha del ábside se abre una puerta que, a través de un pasillo excavado en la roca viva, conduce directamente al interior de la iglesia. Este recurso contribuye además a que la luz que penetra por las ventanas de la iglesia gane en sorpresa e intensidad por el contraste.

            La decoración exterior es aquí más simple que en el resto de las iglesias de Mistra. Debemos llamar la atención, sin embargo, sobre los apliques de piedra que aparecen sobre la ventana del ábside central, una flor de lis entre dos rosetones.

            Los ciclos iconográficos que cubren su interior no presentan la cuidada organización que hemos visto en otras iglesias. Se hallan, por así decirlo, “desordenados”, pues las secuencias de imágenes que conforman un mismo ciclo van subiendo y bajando por la pared, cuando deberían mantenerse a la misma altura. No obstante, los tímpanos de los brazos de la cruz han sido reservados para los motivos tradicionalmente importantes. En el tímpano sur se representa la Crucifixión, en el oeste la Bajada a los Infiernos, y sobre el tímpano de la entrada está la Dormición de la Virgen. En la cúpula aparece el Pantócrator inscrito en un círculo sustentado por ocho columnas pintadas. En seis de los vanos que crean esas columnas, aparecen parejas de profetas, y en los dos restantes, la Preparación del Trono sobre la cabeza de Cristo y la Vírgen entre dos arcángeles debajo de él. En una suerte de horror vacui, los espacios en blanco se rellenan con querubines bizantinos o hexaptérugos, ángeles de seis alas.

            Estos frescos son posteriores en aproximadamente medio siglo a los de la Hodiguitria. Es posible que los artistas que Pacomio trajo de Constantinopla crearan escuela en Mistra y esta iglesia sea ya obra de artistas locales. Tienen un claro antecedente en el estilo de Cora, pero muestran ya rasgos de estilo propios. Se ha podido incluso distinguir varios artistas distintos con estilos personales, de manera que la parte que les corresponde a cada uno es diferenciable de las demás, aunque sin perder la unidad del conjunto.

            El artista que creó la Entrada en Jerusalén muestra el gusto por las superficies suaves, por la serenidad en los movimientos y por los grupos grandes. A pesar de que sabe crear contrastes entre azules, rojos y blancos, su maestría radica más en la composición general de la escena. También se le atribuyen escenas de la vida de la Virgen y la Dormición.

            A otra mano distinta pertenece la representación de la Sagrada Liturgia, considerada como una de las obras cumbre del arte bizantino tardío. Presenta características similares al anterior, pero aquí su estilo radica en la utilización de los colores. Sus personajes también son serenos y elevados, pero con más vida, gracias al color ocre de los rostros y las breves pinceladas blancas que les añaden luminosidad. Los colores le gustan más puros e intensos, y las figuras están más definidas en su entorno.

            A un tercer pintor se atribuyen escenas como el Nacimiento y el Bautismo de Cristo, donde las figuras siguen la línea del anterior, rostros ocres y melancólicos con tonalidades blancas que los iluminan, pero aquí el escenario de suelos rocosos cobra un papel principal determinando la composición general de la escena.

 

CAPILLA DE SAN JORGE

            Muy cerca de la Períbleptos, en la calle principal de la ciudad, se encuentra la capilla de San Jorge, una de las más representativas. Prácticamente todas las capillas de uso particular con fines funerarios que trufaban las calles de Mistra presentaban la misma estructura, siendo pequeños recintos abovedados con ábside. Hacían las funciones de panteón familiar, y las tumbas encontradas en ellas fueron reutilizadas numerosas veces. San Jorge presenta una elegante combinación de materiales, ya que, a pesar de que la estructura principal es de piedra, los juegos decorativos con el ladrillo le otorgan una gran vistosidad.

 

CASA LÁSCARIS

            La dinastía Láscaris fue una relevante familia bizantina que se inició con Constantino Láscaris, emperador de Nicea (1204) y que tuvo un papel fundamental tanto en el ámbito político como en el mundo cultural del imperio y después en el Renacimiento italiano. En el siglo XVIII aún hay noticias de la saga Láscaris en Creta, Chipre y Cefalonia.

            La mansión que de ellos se ha conservado confirma la elevada posición que los miembros de esta familia asentados en Mistra disfrutarían entre la aristocracia del Despotado, ya que es una de las casas más notables de toda la ciudad.

            Construida al pie de la Pantanassa, donde ya vimos el retrato funerario de Manuel Láscaris, su estructura abandona ya el aspecto de fortificación y se basa en la elegancia de los arcos, que descargan enormemente el peso de la construcción. El arco del piso bajo sería probablemente la entrada al establo o a las caballerizas, ya que es muy pequeño por necesidades del terreno. El primer piso ya goza de más amplitud, y también presenta un amplio arco, hoy camuflado por una columna. El piso principal ya puede extenderse sobre la llanura superior. Allí se encontraba el triclinio, con salida a la terraza que corona la fachada.

 

FUENTE

            Ya cerca de la salida, encontramos esta fuente de época turca, construida con materiales reutilizados.

 

BIBLIOGRAFÍA GENERAL 

a       Βυζάντιο, έργα και ημέρες. (Bizancio, trabajos y días.) En Επτά ημέρες, suplemento del periódico Η καθημερινή, 25 de noviembre de 2001.

a       S. Dufrenne, Les programmes iconographiques des églises byzantines de Mystra. París, 1970.

a       M. Jachidakis, Μυστράς, η μεσαιωνική πολιτεία και το κάστρο. (Mistra, la ciudad medieval y su fortaleza.) Atenas, 1986.

a       G. Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino. Madrid, 1984.

a       S. Runciman, Mystras. Atenas, 1986.

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a       Ώρες Βυζαντίου. Έργα και ημέρες στο Βυζάντιο. Αθήνα, θεσσαλονίκη, Μυστράς. (Catálogo de la exposición Momentos de Bizancio. Trabajos y días en Bizancio: Atenas, Salónica y Mistra). Atenas, 2001.

a       D.A. Zakynthinos, Le Despotat grec de Morée. 2 vols. Londres, 1975.

 


LA CIUDAD DE MISTRA

 Cuando Guillermo de Villehardouin fijó su mirada sobre el promontorio al que los lugareños llamaban Mysithrá, —nombre que parece designar un tipo de queso de forma cónica, al igual que el montículo—, tuvo en cuenta las necesidades básicas que se imponían a la hora de elegir la ubicación de una fortificación: seguridad, suministro de agua y comida, accesibilidad de materiales de construcción y buena comunicación. Mysithrá, al lado de Esparta y junto al camino de Calamata, con su accidentada configuración, que lo hacía inexpugnable por dos de sus vertientes y fácilmente fortificable por las otras dos, entre el Taigeto y la inmensa y fértil llanura del Eurotas, que le proveían de madera, piedra, agua y alimentos de manera ilimitada, parecía hecho a propósito para sus exigencias.

La topografía del peñasco sobre el que fue subiendo la ciudad, que alcanza la altura de 621 m, determinó la estructura general del centro urbano. La pared occidental del promontorio, y parte de la sur, es casi vertical, defensa natural que lógicamente impidió que la ciudad se desarrollara en esas laderas. En su vertiente oriental, una pendiente suave conduce hacia una amplia plataforma natural que se encuentra aproximadamente hacia la mitad de la colina. Allí comienza la escabrosa subida que conduce hasta la cima, coronada por una llanura idónea para la construcción de una fortificación.

Parece ser que los francos sólo contemplaron Mistra como una plaza fuerte donde establecer una guarnición, por lo que se limitaron a levantar la fortaleza y un pequeño edificio en la llanura intermedia, lo que hoy es el ala norte del complejo palacial, quizá como residencia del responsable del núcleo militar.

Cuando en 1262 Mistra pasó a manos griegas, los habitantes de Esparta que fueron abandonando el llano debieron empezar a asentarse en la esquina nordeste del promontorio, ya que allí se hallan los restos de las edificaciones más antiguas y las primeras iglesias, como los Santos Teodoros y la Catedral. Así pues, en torno a este núcleo empezó a gestarse lo que luego sería llamado “ciudad baja”.

En sus comienzos como ciudad, después de que el gobernador del Peloponeso se asentara allí en 1289 abandonando Monembasía, Mistra dependía directamente de Constantinopla. No obstante, la paulatina desintegración del Imperio y las circunstancias reinantes obligaron a que las regiones que se encontraban aún bajo dominio bizantino se convirtieran en casi autónomas, creando sus propios centros de administración, como fue el caso de Trebisonda, Arta, Nicea, Salónica y también, por supuesto, el de Mistra. De esta manera, al igual que en Constantinopla se construyó el Gran Palacio cuando se trasladó allí la capital del Imperio en el siglo IV, cuando Mistra se convirtió en Despotado a partir de 1349 bajo la dirección de Manuel Cantacuzeno también se amplió el primitivo edificio construido por los francos, el cual funcionó también como residencia del gobernador, para convertirlo en Palacio del Déspota, siendo esto una especie de certificación oficial que reconocía por fin a Mistra como centro administrativo de todo el Peloponeso.

Lo mismo ocurrió en el aspecto religioso. Cuando Mistra todavía no había emprendido su andadura como ciudad, sino que tan sólo era el refugio de los lacedemonios de la llanura que huían de la administración de Guillermo II de Villehardouin, Eugenio, el primer obispo de Mistra del que tenemos noticia, comenzó la construcción de la Catedral hacia 1263. Ante la incontenible rapidez con la que Mistra iba adoptando carácter de floreciente centro urbano y la frenética actividad que dos décadas más tarde Pacomio comenzó a desplegar en la ciudad, Monembasía comenzó sus rivalidades con Mistra por el control de la jurisdicción religiosa. La respuesta del Patriarcado de Constantinopla ante estas querellas provinciales fue salomónica. En 1304 envió a Nicéforo Moscópulo como obispo de Lacedemonia, esto es, con poderes de jurisdicción regional por encima de las localidades de Mistra y Monembasía, pero le dio sede en Mistra.

Sin gobernador y sin obispo, Monembasiá declinó rápidamente y el peso de las administraciones civil y religiosa recayó en Mistra ya desde la primera década del siglo XIV. Esto hizo que la nobleza local empezara a trasladarse a la nueva ciudad para encontrarse cerca de los órganos de poder, construyendo las primeras mansiones aristocráticas en torno a la residencia del gobernador, dando lugar a la llamada “ciudad alta”, y también las innumerables pequeñas capillas que encontramos entre las casas de Mistra, de uso privado de cada familia y con fines funerarios.

Así pues, Mistra empezó a adquirir las características básicas que todavía hoy podemos contemplar en su estructura urbana. Los dos círculos de murallas defensivas adquirieron su forma definitiva. El primero presenta dos líneas que bajan desde ambos lados del castillo abrazando las laderas norte y sur y formando un triángulo que cierra la zona de los palacios y la ciudad alta. Este círculo de murallas tiene dos entradas principales: la Puerta de Nauplio, que comunica la ciudad alta con el exterior, y la Puerta de Monembasía, que une la ciudad alta con la baja. La segunda muralla comienza en la Hodiguitria, continúa por la Catedral y termina en la Períbleptos, donde se funde con el refectorio del monasterio, y protege la ciudad baja. El progresivo aumento de población obligaría a edificar casas fuera de las murallas, que serían habitadas principalmente por campesinos recién llegados y por población que, ante la venida en masa de familias más pudientes, probablemente abandonara sus casas dentro del recinto estableciéndose en los suburbios. En caso de peligro, estos habitantes del cinturón externo de la ciudad correrían a refugiarse tras los muros.

Al igual que la orografía ha definido esta estructura en cuatro niveles, —ciudad externa, ciudad baja, ciudad alta y castillo—, la escasez de terreno disponible dentro de los círculos de murallas también ha determinado necesariamente la estructura urbanística. Una única calle principal sigue el círculo inferior de murallas por el interior de la ciudad, uniendo la Hodiguitria con la Períbleptos, los dos puntos más extremos de la ciudad. De allí parten caminos que comunican con otros puntos importantes, como la Pantanassa y los Palacios, y de estas dos vías principales de comunicación nace la laberíntica red que se distribuía entre las casas de la ciudad.

Lo escarpado del terreno impidió que las casas crecieran a lo ancho, por lo que no encontramos ni los jardines ni los amplios patios interiores de que gozaron otras ciudades bizantinas de la época. Las casas se vieron obligadas a crecer a lo alto, presentando la mayoría dos niveles y algunas incluso tres. Por otra parte, las calles entre las viviendas eran necesariamente estrechas y angostas, por lo que el tráfico de carros por el interior de la ciudad resultaba imposible, e incluso, en algunos casos, los pasajes públicos transcurrían por los bajos porticados de las viviendas particulares porque éstas habían sido construidas de forma contigua cerrando la calle. Este tipo de pasos eran los llamados diavatiká.

Como ya hemos mencionado, lo habitual era que las casas presentaran dos alturas. En el piso inferior, que en las más antiguas presentaba un aspecto casi de fortificación debido al mayor grosor de los muros y a la presencia de troneras, se situaban las dependencias de servicio —establos, caballerías, almacenes, cocinas y, en su caso, talleres—, y en la superior se encontraba la sala llamada triclinio o habitación principal de la vivienda. Generalmente ocupa toda la planta del edificio y es diáfana, sin divisiones por muros permanentes. En ella se hacía la vida, y lo más probable es que estuviera dividida en secciones por materiales móviles que irían adaptando el espacio a las necesidades cambiantes de la familia. Característicos son los huecos en las paredes que hacían la función de alacenas o armarios, y que estarían cubiertos por telas o puertas de madera. No obstante, las mansiones más ricas de Mistra tenían numerosas dependencias y habitaciones, como la Casa Láscaris o el complejo residencial llamado Pequeño Palacio. Por lo general, del triclinio se salía a la terraza o iliakó (solarium) que daba a la fachada principal con vistas al valle.

En su época de esplendor, Mistra llegó a albergar del orden de 25.000 habitantes. Tan enorme concentración de ciudadanos en tan poco espacio físico hizo imprescindible una serie de infraestructuras que mantuvieran el buen funcionamiento del conjunto.

En Bizancio se concedía gran importancia al mantenimiento de la ciudad, responsabilidad que recaía sobre el cargo oficial del eparco. Obligación del eparco era mantener en buen estado la pavimentación de las calles, por la que los ciudadanos pagaban tasa, iluminación nocturna, control de transeúntes y mercancías, etc. Una de las misiones más importantes del eparco consistía en la supervisión constante de los sistemas principales de la ciudad en cuestión de aprovisionamiento de agua y de drenaje de los desechos.

Con una buena planificación, el aprovisionamiento de agua no presentaba mayores problemas en Mistra. En la parte baja de la ciudad había fuentes naturales, derivaciones del cercano Eurotas, y la parte alta se abastecía bien mediante cañerías de barro cocido que subían el agua a depositos situados allí, o bien recogiendo el agua de lluvia, muy abundante en la zona, mediante un sistema de drenaje que conducía el agua desde el tejado hasta cisternas o pozos subterráneos que se encontraban en el interior de las casas. También en la parte interior de la fortaleza se conservan restos de una cisterna de ese tipo. Las excavaciones que se han llevado a cabo recientemente han dejado al descubierto esas cañerías, que hoy se pueden contemplar entre el tejido urbano. Cuando el agua escaseaba, era llevada a la ciudad desde el río Eurotas mediante un acueducto cuyos restos podemos contemplar hoy fuera de las murallas de la ciudad.

Debido a la topografía del terreno, el drenaje de desechos presentaba una mayor complejidad. La mayoría de las casas en Mistra presenta restos de lavabos, sumideros o retretes. Existían dos formas de liberar ese tipo de residuos, bien mediante cañerías públicas que los canalizaban hacia el exterior de la ciudad, por las que los usuarios también pagaban un impuesto, o bien mediante fosas sépticas particulares que se encontraban al borde de la propiedad y que debían reunir por ley una serie de requisitos imprescindibles, como estar diseñadas para permanecer herméticamente cerradas y que los detritos se fueran filtrando en la tierra. Todo lo relacionado con estas cuestiones era tema de constante regulación y legislación en el Imperio bizantino por el impacto que podía llegar a tener en la salud pública de la ciudad.

La economía de Mistra se basaba en el cultivo de determinados productos agrícolas, fundamentalmente aceite, miel, grano y cítricos. La producción artesanal no era demasiado próspera, ya que la crisis económica general que dominó la última etapa del Imperio impidió su desarrollo, centrando la producción en el sector primario. En Mistra ni siquiera se manufacturaba la seda, producto que constituyó una importante fuente de ingresos para la ciudad incluso bajo la dominación turca, por lo que se vendía en bruto y era elaborada fuera de allí. Así pues, la aristocracia local de Mistra cambiaba los productos agrícolas que producían sus fértiles tierras por objetos manufacturados y de lujo, como papel, ropa, armas, etc., que, provenientes del extranjero, sobre todo de Italia, se vendían en los mercados ambulantes o en las ferias que periódicamente se organizaban con motivo de festividades religiosas. De esta manera, Mistra se convirtió en un centro comercial de ámbito internacional. Por otra parte, independientemente de estos mercados que se celebraban de manera puntual, las tiendas y talleres que mantenían una actividad permanente se encontraban situados en los bajos de las casas que daban a la calle principal. Actividades que podían resultar molestas para el entorno, como mataderos o curtidurías, se ubicaban fuera de la ciudad, en las inmediaciones del río, mientras que las que resultaban vitales se encerraban dentro de los muros, como es el caso de la almazara que aún podemos ver actualmente cerca de la Catedral.

Las ruinas de Mistra están siendo hoy objeto de una esmerada atención por parte de las autoridades culturales griegas. Su cercanía a Esparta y su carácter de único ejemplo de ciudad bizantina conservada la convierte en una joya que sirve de puente entre la Grecia Clásica y la moderna, además de que su cuidado y promoción han contribuido enormemente a revitalizar la zona de Lacedemonia. Las importantes exposiciones y congresos que se llevarán a cabo allí harán de Mistra una referencia cultural clave dentro de Grecia, y sus restos, contemplados por fin globalmente como ciudad viva y no sólo como un conjunto abandonado de iglesias como ha venido siendo hasta ahora, llevarán de nuevo al viajero a lo que fue el corazón bizantino del Peloponeso.

 

Eva Latorre.

 

Copyright Eva Latorre Broto, 2002.