LA ENTREGA DEL PALIO

   El Papa, los Patriarcas y los arzobispos, y por privilegio especial algunos Obispos, tienen como insignia particular el Palio (pallium), que es actualmente una banda de lana blanca, estrecha y larga, que cueelga de ambos hombros del prelado, quedando los dos extremos que son de lana negra, a igual altura por delante y por detrás, estando sujeto todo él a la casulla con tres alfileres de oro adornados con piedras preciosas. En lugar de las coronas y corderillos, que antiguamente solía tener bordados, ostenta hoy varias crucesitas de lana negra.
   El Palio, según reza la fórmula de la entrega, confiere al Electo la plenitud del oficio pontifical y el título de Arzobispo, Patriarca, etc.; de modo que, hasta haberlo recibido, no puede el Electo consagrar Obispos, ni convocar a Concilio, ni confeccionar el Santo Crisma, ni dedicar iglesias, aunque si puede confiar a otros estos ministerios. Ni siquiera puede hacerse preceder de la cruz arzobispal, sino tan solo llevarla en pos de sí.
   Por eso que, con ser el Palio una insignia al parecer tan insignificante, es admirable observar cómo ha influido ella para asegurar, através del tiempo y del espacio, la unión y dependencia de las Iglesias de Occidente a la Sede Apostóliéa.
   El uso del Palio es antiquísimo, y su forma ha sufrido a través de los siglos, diversas transformaciones. Está hecho con la lana que se saca de los corderos bendecidos por el Papa el día de Santa Inés. El también es luego bendecido por el mismo Sumo Pontífiee y depositado por algún tiempo en la Confeción del sepulcro de San Pedro, por lo que tiene el valor de una muy estimada reliquia.
   Los autores eclesiásticos explican de diversas maneras el rico simbolismo del Palio, mas todos convienen en afirmar que es sobre todo símbolo del celo y caridad que ha de poseer el que lo usa, estando siempre dispuesto, a ejemplo del Buen Pastor, a cargar sobre su hombros a las ovejas descarriadas.
   Para recibir el Palio era necesario, antiguamente, que el interesado fuese a Roma en persona; pero, desde el siglo XII, está admitido que le sea entregado en su propia diócesis por un delegado pontificio. La entrega se realiza en una ceremonia especial, dentro de una Misa solemne que celebra el prelado delegado.
   Es el Palio una insignia tan personal, que sólo la puede usar aquél a quien ha sido entregada, y, a su muerte, debe ser con él sepultado. En caso de traslación de una sede a otra, el interesado dabe pedir a Roma otro Palio, y, a su muerte, ser con ambos sepultado. Con ello quiere la iglesia recordarle que de tantas almas ha de dar cuenta a Dios, en el tremendo tribunal, de cuantas hubiere recibido especial encargo.

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