10 de julio

BEATO JUAN SANTIAGO FERNÁNDEZ
Mártir
(1860)

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Juan Santiago Fernández nació en Galicia (España) hijo de Benito y María Fernández el 25 de julio de 1808, día consagrado al Apóstol Santiago, patrono de España. Transcurrió la infancia y la juventud en el santo temor de Dios, dedicado al estudio y luego al trabajo manual. Tenía 22 años cuando, habiendo conocido el mundo, tomó el hábito de los Hermanos Menores. Terminado el año de noviciado, emitió la profesión religiosa para tender a la perfección seráfica. Eran años difíciles para las Ordenes religiosas; vejaciones y supresiones habían cerrado conventos y devuelto al mundo a los religiosos. Juan Santiago conservó íntegra su vocación franciscana a pesar de todo, convencido de que no es el hábito el que hace al monje.

En 1859 pidió y obtuvo permiso para ir como misionero a Palestina. Después de sólo 16 meses inmolaba su vida por el Señor en el convento de Damasco. En 1860 hubo en Siria una terrible carnicería por obra de los drusos, que habitaban en el Líbano; ellos destruyeron poblados, campos y viñas y mataron a todos los cristianos que encontraron (cerca de seis mil), sin perdonar siquiera a los niños. En Damasco, junto con los Mahometanos, los drusos pasaron a sangre y fuego las iglesias y las casas de los católicos.

Entre los numerosos mártires, hubo siete franciscanos del convento de Damasco, que murieron heroicamente con su guardián el Beato Manuel Ruiz, después de haberse encomendado a María Santísima y alimentados con el Pan de los fuertes, la noche entre el 9 y el 10 de julio de 1860.

Juan Santiago junto con el cohermano Francisco Pinazzo, había buscado refugio en el campanario, pero fueron descubiertos por los drusos, quienes subieron a la torre de las campanas. A las órdenes de abandonar la fe y hacerse musulmanes, ellos respondieron: “Tenemos una sola alma y nunca la perderemos negando nuestra fe. Somos cristianos y religiosos franciscanos y como tales queremos vivir y morir!”. A tan heroica respuesta lo agredieron a golpes de maza hasta quebrarle la columna vertebral y luego lo arrojaron al patio. Sobrevivió hasta la mañana en medio de indecibles sufrimientos. Por la mañana pasó por allí un turco, se dio cuenta de que el religioso todavía estaba vivo, agonizante, con los miembros fracturados, bañado en su propia sangre, y lo remató con su cimitarra.

Así Juan Santiago Fernández, la última víctima, alcanzó en el cielo a sus hermanos que ya gozaban de la gloria de Dios. Toda la Fraternidad de Damasco había sido inmolada por la fe y había entrado al Paraíso. La Custodia franciscana de Tierra Santa escribía con caracteres de oro una nueva página de sangre y de triunfos. 

   Ver también: Mártires de Damasco.

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