9 de julio
BEATA MARÍA AMANDINA
Mártir
(1900)

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   María Amandina (Pauline Jeuris), fue una de las siete religiosas que en 1898 fueron enviadas a China, a pedido de monseñor Francisco Fogolla, obispo coadjutor en Chan-Sí. Nació el 28 de diciembre de 1872 en Herk-la-Ville (Bélgica). Hija de padres pobres, cristianos valientes que trabajaron duro para sacar adelante a un hijo y seis hijas, cuatro de las cuales se consagraron a Dios.

   A los siete años pierde a su madre, y su padre se ve obligado a emigrar a otro pueblo. Allí, una mujer buena acoge en su casa a las dos más pequeñas, y Paulina recibe cariño y protección. La niña, afectuosa y alegre, conquista a sus protectores.

   A los quince años, Paulina entra en la Tercera Orden Franciscana. Su hermana Rosalía fue la primera en entrar al noviciado de las Franciscanas Misioneras de María en Amberes, y recibió el nombre de Marie Honorine. Sólo después que Marie Honorine partió como misionera a Ceylán (hoy Sri-Lanka), Paulina se decidió a entrar al noviciado, y poco después la siguió su hermana Matilde.

   María Amandina era sencilla, alegre, generosa, verdadera franciscana. Su buen humor y su relación fácil atraía y creaba en torno a ella un ambiente fraterno de serenidad y gozo. Fue enviada a Marsella para prepararse a servir a los enfermos en el hospital de Taiyuanfu. De allí embarca para la misión. El barco pasa por Ceylán y, en Colombo, capital y puerto, se encuentra con su hermana Honorine. La alegría mutua fue bien grande, y luego la despedida: «¡Hasta la vista... en el cielo!»

   En la misión, entrega lo mejor de ella misma en el dispensario. Así describe su trabajo a su Superiora General: «Hay 200 huérfanas, entre ellas muchas están enfermas; las cuidamos lo mejor posible. Los enfermos de fuera vienen también para curarse. Si usted viera a estos infelices se quedaría horrorizada. Es difícil imaginar las llagas que tienen, agravadas por la falta de higiene. Gracias a Dios pude aprender algo en Marsella y hago lo que puedo para darles alivio».

   El trabajo era grande y continuo. Vida de sacrificio, sin descanso, aceptada con una fortaleza alegre.

   «La Hna. Amandina es, por temperamento, la más joven entre nosotras -escribe María Herminia-, canta y ríe todo el día. No está mal. Al contrario, la cruz de una misionera debe ser llevada con gozo». Los chinos la llaman «la hermana europea que ríe siempre».

   Pasó noches y días velando a María de Santa Natalia durante su enfermedad; y siguió con el trabajo constante con los enfermos hasta que, al final, también ella cae enferma, grave... No hay muchos medios, pero poco a poco, su naturaleza sana se rehace, y continúa su servicio.

   En una de sus últimas cartas, María Herminia cuenta: «María Amandina decía esta mañana que ella no pedía a Dios que salve la vida a los mártires, sino que les dé fortaleza». Y ella, en efecto, continuaba preparando sus medicinas, cantando como siempre. Su alegría admiraba a los que estaban encarcelados con ella. Con toda seguridad, cantó el «Te Deum» hasta el final, porque el Señor le había regalado la alegría franciscana, alabanza al Señor Dios, Sumo Bien, todo Bien, único Bien, según la oración de Francisco de Asís.

   Fue martirizada junto con sus seis compañeras, el 9 de julio de 1900, en Taiyuanfu (China) y beatificada el 24 de noviembre de 1946, en Roma, por el papa Pío XII.

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