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El Vagabundo




Junto con El Profeta, El Vagabundo es la obra más conocida del gran poeta libanés que fuera Khalil Gibran. Rebosante de sabiduría y de belleza, este librito consigue, como ocurría con El Profeta, llegar directamente al corazón de sus lectores. Pero no se trata de un vagabundo vulgar, sino de un vagabundo que camina encima de los hombres; porque como declaran Gibran:

“No hay camino entre los hombres, sino sobre ellos.”

Los cuentos que componen este libro, como las huellas del Vagabundo que lo escribió, conducen al lector hasta un mundo de fantasía y ternura, ternura, dentro, muy dentro de sí mismo, en lo más recóndito de su corazón.

El Vagabundo de Gibrán, Khalil
Lo encontré en la ruta, un hombre sin otra cosa excepto una capa y un bastón, y un velo de tristeza sobre su rostro. Y nos saludamos. Y también le dije: “Ven a mi casa y sé mi huésped.” Y él fue.

Mi esposa y mis hijos nos recibieron desde el portal y él les sonrió, y se regocijaron con su llegada.

Entonces nos sentamos todos juntos a la mesa y nos sentimos felices con aquel hombre, porque había silencio y misterio en él.

Y, luego de comer, nos reunimos junto al hogar y le pregunté acerca de sus andanzas.

Nos relató muchos cuentos aquella noche, y también al día siguiente, pero lo que yo recuerdo ahora es aquello que nació de la amrgura de sus días, a pesar de haber sido él gentil; y estos cuentos hablan del polvo y de la paciencia de su ruta.

Y cuando nos dejó, luego de tres días, no sentimos que un huésped había partido, sino que uno de nosotros aún se hallaba en el jardín y faltaba que entrara todavía










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El vagabundo

Apareció como obra póstuma gracias a la colaboración de Barbara Young en el año 1931, fecha de la muerte del poeta.
Contiene más de 50 parábolas de hondo contenido humano; lecciones sobre el amor, la paz interior, el silencio y la hermandad desfilan por estas páginas llenas de un gran lirismo. No existen en el libro ni la máxima ni el aforismo; se trata de una serie de parábolas enmarcadas en la gran tradición oriental.
En definitiva, literatura sapiencial de profundo contenido humano.

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CUARTO SOLO

de Alejandra Pizarnik


Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras, ...

sigue ...

 

 




Su Majestad El Rey

La gente del Reino de Sadik rodeó el palacio de su rey gritando en rebelión contra él. Y el rey descendió la escalera del palacio portando su corona en una mano y su cetro en la otra. La majestuosidad de su presencia silenció a la multitud, y, deteniéndose frente a ellos, dijo:

-Amigos míos, puesto que no sois más mis súbditos he aquí que restituyo mi corona y mi cetro. Seré uno de vosotros. Soy solamente un hombre más, como tal trabajaré junto a vosotros y nuestra tierra crecerá mejor. No existe necesidad de un rey. Vayamos, pues, a los campos y viñedos y trabajaremos lado a lado. Sólo debéis indicarme a qué prado o viñedo debo dirigirme. Todos vosotros sois ahora el rey.

Y el pueblo se maravilló, y el silencio los cubrió; pues el rey, a quien juzgaran la causa de su descontento, les restituía la corona y el cetro, y se transformaba en uno de ellos.

Luego todos y cada uno siguieron su camino, y el rey se dirigió al prado acompañado por un hombre.

Mas, el Reino de Sadik no marchaba sin un rey, y el velo de descontento aún permanecía sobre la tierra. La gente gritaba en el mercado diciendo que debían ser gobernados y que debían tener un rey que los dirigiera. Y los ancianos y los jóvenes decían al unísono:

-Tendremos nuestro rey.

Y buscaron al rey y lo encontraron afanándose en el campo, y lo llevaron hasta su trono devolviéndole la corona y el cetro. Y así hablaron:

-Ahora gobiérnanos con grandeza y justicia.

Entonces llegaron hasta su presencia hombres y mujeres para hablarle sobre un barón que los maltrataba y de quien eran sólo esclavos. De inmediato el rey llamó al barón ¡unto a él y le dijo:

-La vida de un hombre pesa como la vida de cualquier otro en la escala de Dios. Y porque tú no sabes pesar la vida de quienes trabajan tus tierras y tus viñedos quedas desterrado y abandonarás este reino para siempre.

Al día siguiente llegó otro grupo hasta el rey y habló de la cruel condesa del otro lado de las colinas, y de cómo los había conducido a la miseria. De inmediato la condesa fue traída hasta la corte y el rey también la sentenció al destierro diciendo:

-Aquéllos que labran nuestros campos y cuidan nuestros viñedos son más nobles que nosotros, quienes comemos el pan preparado por ellos y bebemos el vino de sus lagares. Y porque tú no lo sabes, dejarás esta tierra y vivirás lejos de este reino.

Luego vinieron hombres y mujeres diciendo que el obispo les hacía traer piedras y esculpirlas para la catedral, mas no les había pagado pese a que el cofre del obispo se hallaba repleto de oro y plata, mientras ellos mismos se encontraban vacíos y hambrientos.

El rey requirió la presencia del obispo, y cuando lo tuvo frente a sí, dijo:

-Esa cruz que usas sobre tu pecho debería significar dar vida a la vida. Mas, tú has tomado la vida y devuelto nada, por lo que abandonarás este reino para nunca regresar.

Y así cada día, hasta el tiempo de luna llena, hombres y mujeres llegaban hasta el rey para contarle sobre las cargas que pesaban sobre ellos. Y cada día, y todos los días de una luna entera, algún opresor era exiliado de esta tierra.

El pueblo de Sadik estaba maravillado, y había alegría en sus corazones.

Y cierto día los ancianos y los jóvenes rodearon la torre del rey y pidieron por él. El descendió llevando la corona en una mano y el cetro en la otra.

-Y ahora -les dijo-, ¿qué queréis de mí? Tened, os devuelvo lo que vosotros deseasteis que yo tuviera.

- ¡No, no! -gritaron ellos-. Tú eres nuestro legítimo rey. Has limpiado la tierra de víboras y reducidos los lobos a la nada. Hemos venido a cantarte nuestro agradecimiento. La corona es vuestra en majestad y el cetro es vuestro en gloria.

- ¡Yo no! -respondió el rey-. ¡Yo no! Vosotros mismos sois el rey. Cuando me juzgaron incapaz y mal gobernante, vosotros mismos erais incapaces e ingobernables. Y ahora la tierra crece bien porque está en vuestra voluntad el hacerlo. Yo no existo sino en vuestras acciones. No existe una persona gobernante. Existen sólo los que se gobiernan a sí mismos. El rey retornó a la torre con su corona y su cetro. Y los ancianos y los jóvenes tomaron su diferentes caminos sintiéndose felices.

Y cada uno de ellos se imaginó a sí mismo un rey con la corona en una mano y el cetro en la otra.

***

Gibrán Khalil Gibrán - El Vagabundo
Editorial Edicomunicación, 1995
Colección Fontana


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