JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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DOMINUS IESUS y LOS ELEMENTOS DE LA IGLESIA

   En la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Dominus Iesus”, del 6 de agosto de 2000 se lee lo siguiente:

   “Con la expresión «subsitit in» el Concilio Vaticano II quiere ligar dos afirmaciones doctrinales: por un lado que la Iglesia de Cristo, no obstante las divisiones entre los cristianos, sigue existiendo plenamente sólo en la Iglesia católica, y por otro lado, que «fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad», ya sea en las Iglesias como en las Comunidaes eclesiales separadas de la Iglesia católica (56)”.

   El texto hace referencia a una nota (56) que es como sigue:

   “Es, por lo tanto, contraria al significado auténtico del texto conciliar la interpretación de quienes
deducen de la fórmula subsistit in la tesis según la cual la única Iglesia de Cristo podría también subsistir en otras iglesias cristianas. El Concilio había escogido la palabra «subsistit» precisamente para aclarar que existe una sola «subsistencia» de la verdadera Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo «elementa Ecclesiæ», los cuales —siendo elementos de la misma Iglesia— tienden y conducen a la Iglesia católica” (Cong. para la Doct. de la Fe, Notificación sobre el volumen “Iglesia: carisma y poder” del Padre Leonardo Boff, 11 de marzo de1985: AAS 77[1985] 756-762)
[1].

   Estos textos no constituyen una enseñanza nueva. Es el núcleo mismo de la herejía conciliar
sobre el ecumenismo.

   En las comunidades cristianas separadas de la Iglesia Católica existen vestigios de la Iglesia Católica: por ejemplo, los protestantes conservan la Sagrada Escritura (con frecuencia más o menos
alterada), los cismáticos orientales (falsamente llamados “ortodoxos”) conservaron los sacramentos, etc.

   La primera operación de la “nueva teología” consistió en cambiar el vocabulario. El término "vestigios”, tradicionalmente utilizado para designar estas realidades pero reputado demasiado negativo porque conducía a pensar en “ruinas”, fue reemplazado por “elementos de la Iglesia”[2].

   Este cambio de palabras no es inocente. La palabra “vestigio” expresaba una verdad impor-
tante, a saber, que la realidad robada a la Iglesia Católica por la comunidad cristiana cesa de ser
una realidad viviente y se transforma en una “ruina”.

   Es verdad que la Sagrada Escritura santifica, si es leída en el sentido indicado por la Iglesia Católica; es verdad que los sacramentos recibidos en comunión con la Iglesia Católica nos justifican, pero no sucede lo mismo cuando estas realidades están contenidas en una falsa religión. Por ejemplo, el bautismo recibido de un ministro protestante, suponiendo que sea válido, es de suyo un signo de que se acepta la herejía protestante. La participación activa a cualquier ceremonia de una comunidad herética o cismática es de suyo un distintivo de pertenencia a la herejía o al cisma: “La asistencia activa en las acciones litúrgicas comporta de suyo una cierta profesión de fe”[3]. La herejía conciliar no es en su fondo sino una forma de materialismo contemporáneo. Considera a la Iglesia como un emplasto de bloques, “de elementos”, como una especie de “artefacto” o de automóvil. Evidentemente, en semejante concepción los elementos son intercambiables y se podría construir una media-Iglesia tomando la mitad de los “elementos” de la Iglesia Católica, y el valor santificante de esta media-Iglesia sería la mitad menos que el de la Iglesia Católica. Cuando se dice que “el todo es la suma de sus partes” no se repara más que en el aspecto material de las cosas. En realidad, el todo es más que la suma de partes: tiene la forma (llamada alma en un ser vivo) que no se encuentra en las partes. Por eso el hombre es más que la suma de sus miembros y de sus órganos.

   Los elementos, al ser incluidos en el todo, son “informados” por esta forma (o alma) y reciben de ella una ordenación, una “especificación” que cambia completamente su naturaleza. En un veneno y en un alimento existen los mismos componentes (carbón, oxígeno, hidrógeno, etc.) pero no tienen el mismo efecto en aquel que los consume.

   La Iglesia es más que la suma de una cierta cantidad de elementos. Es una realidad viva, tiene alma (el Espíritu Santo), que depende de una cabeza que le comunica esta alma y esta vida. Fuera de la Iglesia estos “elementos” ni están vivos ni vivifican, e incluso pueden matar. San Beda el Venerable, en su “Comentario sobre la 1ª Carta de San Pedro”, expresa esta verdad de modo lapidario. Partiendo de la analogía hecha por San Pedro entre diluvio y bautismo, explica que las aguas bautismales no salvan a los que están fuera de la Iglesia sino, más bien, los condenan:

   “El hecho que el agua del diluvio no salve sino mate a los que están fuera del arca prefigura sin duda alguna que todo hereje, aunque posea el sacramento del bautismo, no se hunde en el infierno por otras aguas sino precisamente por aquellas que elevaron el arca hacia los cielos”[4].

   También se puede decir que un sistema que conserva más elementos de verdad es más peligroso que otro que tiene menos. Una silla con tres patas, apta para sostener, es más peligrosa que una silla de dos patas, sobre la cual a nadie le viene en mente sentarse46 [5]. Un billete muy bien imitado es más peligroso que uno que sea falso, fácilmente reconocible.

   Con razón se ha escrito que “el Islam es la religión que, habiendo conocido a Cristo, se niega a reconocerlo como Dios. Si es verdad que la peor forma de la mentira es aquella que, en apariencia, contradice menos la verdad, la mentira consistente en decir de Cristo lo más hermoso posible, salvo que es Dios, es la más execrable de todas”[6]. Por tanto, es falso pretender que el bautismo de suyo incorpora a Cristo y confiere una cierta comunión imperfecta con la Iglesia[7]. Es falso afirmar que el bautismo recibido en la herejía o en el cisma tiende a la adquisición de la plenitud de la vida de Cristo[8], y de modo general, que los “elementos de Iglesia” que se encuentren tienden y conducen a la Iglesia Católica[9]. Y también es falso decir que estas iglesias y comunidades separadas tienen un significado y un valor en el misterio de la salvación, y que el Espíritu de Cristo se sirve de ellas como medios de salvación"[10] .  

   Sin duda que los vestigios de la Iglesia pueden santificar (por ejemplo, los sacramentos recibidos por un ortodoxo en ignorancia invencible) e incluso favorecer la incorporación a Cristo (por ejemplo, un bautismo válido recibido en el cisma o en la herejía por un niño, el cual pertenece a la Iglesia Católica hasta que no haga un acto personal de adhesión al cisma o a la herejía). Sin embargo, ello es accidental. Los actos religiosos practicados en la herejía o en el cisma suponen de suyo una participación en la herejía o en el cisma, salvo impedimento accidental por parte del sujeto (en los casos citados: ignorancia invencible o la tierna edad). Lo accidental puede acontecer con frecuencia: por ejemplo, es posible que en ciertas regiones muchos ortodoxos estén en ignorancia invencible. Pero no es menos cierto que no debe confundirse lo que es accidental con lo que se produce de suyo. De esta suerte, “la herejía conciliar” afirmada en los textos del Concilio es reafirmada treinta y cinco años después por el documento “Dominus Iesus”[11]. La Iglesia conciliar ha conservado algunos “vestigios” de la Iglesia Católica, pero le falta lo esencial: la “forma” católica, el alma, “el Espíritu de verdad” (San Juan 15, 26), que le haría enseñar la fe católica sin ambigüedad y, por ende, condenar los errores que ella enseña actualmente[12]. Pero para recibir este Espíritu de verdad, en lugar de perseguirla, debería volver a la Tradición.

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NOTAS
  • [1] Para una exposición detallada sobre estos errores, consultar Fray Pierre-Marie O. P., “La unidad de la Iglesia”, en "La Tentation de l’œcuménisme”, Actas del IIIº congreso teológico de “Sí Sí No No”, abril 1998, Versalles, Publications du Courrier de Rome, 1999, pág. 7 y ss.

  • [2]  Cfr. F. Pierre-Marie O. P., “La unidad de la Iglesia”, en “La Tentation de l’œcumenisme”, p. 15, quien cita a Gustavo Thies, “Le Décret sur l’œcumenisme du deuxième concile du Vatican”, Paris, D. de Brouwer, 1966.

  • [3] Esquema sobre la Iglesia preparada en vistas al Vaticano II, publicado en las “Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Œcumenici Vaticani II”, vol. 1, pars IV, Vaticano, 1971, pág. 12-91, § 54: “Assistentia activa in sacris liturgicis de se quodammodo professio fidei habenda est”. 

  • [4] “Quod ergo aqua diluvii non salvavit extra arca positos, sed occidit, sine dubio praefigurabat omnem haereticum, licet habentem baptismatis sacramentum, non aliis, sed ipsis aquis ad inferna mergendum, quibus arca sublevatur ad cœlum” (S. Beda el Ven., “Com. sobre la Iª carta de S. Pedro (1 Pe. 3, 21)”, PL 93, col. 60.

  • [5] Respecto a este ejemplo (dado por Mons. de Castro Mayer) y el siguiente, consultar el artículo del P. Rifan “Ecumenismo y misión”, en “La Tentation de l’œcumenisme”, Versalles, 1999, p. 438. Ver también p. 444-445. 

  • [6] Joseph Hours, “La conciencia cristiana ante el Islam”, “Itinéraires” 60, pág. 121. 

  • [7] “Unitatis redintegratio” 3, error reafirmado en “Dominus Iesus”.

  • [8] “Unitatis redintegratio” 22, error reafirmado en “Dominus Iesus”. 

  • [9] Nota 56 de “Dominus Iesus”. Es verdad que antes del Concilio muchos protestantes se convertían a la Iglesia Católica, lo cual ocurría por la ruina evidente de las confesiones protestantes y por la fuerza misionaria de la verdad católica, pero no de los “elementos de Iglesia”; de otro modo, carece de razón que este movimiento se haya detenido o que no se haya producido mucho antes.

  • [10] “Unitatis redintegratio” 3, error reafirmado en “Dominus Iesus”. 

  • [11] Por aquí se comprende que no compartimos el análisis de Yves Chiron aparecido en “Alètheia” 4 (16, rue du Berry, 36250 Niherne) del 18 de octubre de 2000, págs. 3-5: “Antes que nada debe puntualizarse que esta declaración del 6 de agosto no ha sido publicada sino el martes 5 de septiembre, es decir diez días después de la beatificación de  Pío IX. Sin duda que no es una coincidencia. Ciertos comentaristas hostiles no se equivocaron en ver en él un «nuevo Syllabus». El Padre Claude Barthe, en un largo comentario aparecido en el nº 69 de la revista «Católica» (B. P.
    246, 91162 Longjumeau Cedex) descubre otra coincidencia: el cincuentenario de la gran encíclica «Humani gene-ris» (12 de agosto de 1950). "La encíclica de Pío XII se dirigía toda ella, sin nombrarlos, contra los fautores de la «nueva teología» y algunas de sus enseñanzas. «Dominus Iesus» (sic) se dirige contra las tesis peligrosas en materia de teología de las religiones y las afirmaciones intempestivas a propósito del diálogo interreligioso y el diálogo ecuménico (…) "Sin entrar en un análisis detallado del documento, hay que evidenciar su intención formal: «corregir una mentalidad relativista que se difunde cada vez más». Sin volver a la antigua fórmula anatema sit, el Prefecto de la Congregación avanza con afirmaciones claras, cuyas fórmulas no lo son menos (…)
    “Se puede abordar esta declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe (…) como una manifestación más de una de las tendencias majestuosas del pontificado, por algunos subestimado. Después del «Catecismo de la Iglesia Católica», «Donum Vitæ», «Ordinatio sacerdotalis» y «Fides et ratio», «Dominus Iesus» es un acto restaurador y clarificador”.

  • [12] Luego de regresar de un viaje a México hacia el año 1980, Monseñor Lefebvre contaba que había recibido la visita de un párroco de una gran parroquia de la ciudad de México. Había ido a decirle simplemente: “Monseñor: vengo a decirle que Usted ha conservado el Espíritu Santo. Nosotros tenemos las iglesias, pero el Espíritu Santo… ha desaparecido”.