JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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CONFESIONES DEL CARDENAL RATZINGER

   En “Le Sel de la Terre” se analizaron dos libros del Cardenal, en los cuales expone detalladamente quién es. He aquí algunos extractos:

   De su libro: “Le Sel de la Terre”(17)

   - Pregunta: ¿Qué corriente espiritual le ha interesado y fascinado particularmente?

   - Respuesta: “Heidegger y Jaspers me interesaron grandemente, al igual que el personalismo en su conjunto. Steinbüchel escribió un libro sobre «Die Wende des Denkens» (El cambio del pensamiento), donde ha representado de manera muy impresionante el paso de la dominación neokantiana a la fase personalista. Para mí constituyó una lectura-clave. Además, desde un principio me interesó mucho San Agustín, en contrapartida —por decirlo así— a Tomás de Aquino” (pág. 60).

   “Cada uno presentaba por turno el resultado de sus trabajos y se discutían. Creo que todos hemos ganado. Después ampliamos este método visitando a grandes personalidades. Fuimos a ver a Congar a Estrasburgo, a Karl Barth a Basilea; en cambio invitamos a venir a Karl Rahner” (pág. 66). 

   “Me esforcé por no detenerme en la Iglesia antigua sino en determinar las grandes cumbres del
pensamiento e integrar al mismo tiempo el pensamiento contemporáneo a la discusión” (pág. 66). 

   “Hemos visto que en este siglo se produjeron descubrimientos teológicos gracias a hombres como de Lubac, Congar, Daniélou, Rahner, Baltasar, etc. Allí se abrieron perspectivas totalmente nuevas en la teología, sin las cuales el Vaticano II no hubiese sido posible” (pág. 248). 

   “Es cada vez más evidente que los textos del Concilio se sitúan completamente en la continuidad de la fe (…) La gran herencia del Concilio es su contenido real, que una explicación objetiva posibilita conocer. Exactamente de esta manera han nacido nuevos movimientos, en una nueva relación con el mundo, con la explicación de la libertad religiosa, etc.” (pág. 75). 

   “Es absolutamente posible que uno reciba de su religión las enseñanzas que le ayudarán a convertirse en un hombre más puro, gracias a las cuales —para retomar el término— será agradable a Dios y ganará su salvación” (pág. 24). 

   “¿Cuántos caminos llevan a Dios? Tantos como seres humanos hay” (pág. 33).  

   “Pienso que la crisis del siglo XVI también ha sido grave, aun cuando no afectaba tanto los fundamento (como la crisis arriana), ya que siguió siendo una adhesión común a los principios de la fe” (pág. 158).

   “Debemos vivir de nuevo nuestra pertenencia común a la historia de Abraham, en la cual se inscriben al mismo tiempo nuestra separación y nuestro parentesco, respetando el hecho de que los judíos no leen el Antiguo Testamento con los ojos puestos en Cristo” (pág. 239).

   “En el caso del sínodo asiático, se trataba de determinar cómo el cristianismo podía entrar en el contexto religioso asiático, cómo las fuerzas considerables de las religiones asiáticas podían unirse a las del cristianismo en el gran esfuerzo reclamado por el milenio que estaba terminándose” (pág. 245).

   “El diálogo con las otras religiones está en marcha. Estamos todos persuadidos —lo creo— que tenemos algunas cosas que aprender, por ejemplo, de la mística de Asia, y que las grandes tradiciones místicas también ofrecen posibilidades de encuentros que no son incluso evidentes en la teología positiva” (pág. 254).

   “De hecho el Papa tiene grandes esperanzas de que a un milenio de separación seguirá un milenio de unificación (…) La irrupción del ecumenismo en el Vaticano II es el signo de que ya nos dirigimos hacia una nueva unidad” (pág. 229).

   “El cristiano puede reconocer claramente en las imágenes religiosas de las religiones del mundo
bosquejos difusos que se orientan al cristianismo. Detrás de todo ello también puede encontrar una acción secreta de Dios, que toca al hombre a través de las otras religiones y las coloca en el camino” (pág. 249).

   “La idea de la separación de la Iglesia y del Estado no ha entrado al mundo sino gracias al cristianismo (…) Esta separación es, al fin de cuentas, un legado proveniente de los orígenes del cristianismo y también un factor decisivo de libertad (…) En este sentido, el desarrollo que se ha producido después del Iluminismo, el cual ha inaugurado el modelo de la separación de la Iglesia y del Estado, tiene un costado totalmente positivo (…) El cristianismo jamás quiso considerarse como religión de Estado, al menos en sus comienzos (…) Creo que en este orden el desarrollo de la modernidad entraña un costado negativo, que es la vuelta del subjetivismo; pero el elemento positivo es la oportunidad de que exista una Iglesia libre en el Estado libre, si puede decirse así” (pág. 263).

   El caso de los divorciados vueltos a casar no recibe tratamiento mejor. Se recuerda el principio de la indisolubilidad del matrimonio, pero: (…) “Siempre pueden existir problemas fácticos, cuestiones individuales. Por ejemplo, en el futuro podría comprobarse jurídicamente que el primer matrimonio ha sido nulo. Ello podría además ser ulteriormente establecido por la parroquia local, si es experimentada” (pág. 202).

   Pero ¿qué es una parroquia experimentada? ¿Acaso esta reforma no significaría abrir la puerta a todos los abusos? Para el Cardenal, la situación de las personas divorciadas que viven en concubinato (se equivoca refiriéndose a “otro matrimonio”) es sobre todo un sufrimiento porque impide la comunión eucarística:

   “Deben saber que a pesar de todo son aceptados por la Iglesia, que ella sufre con ellos” (pág. 201).

   “Sucede que asumiendo este renunciamiento [a la eucaristía, pero no al pecado] se puede hacer algo por la Iglesia y por la humanidad, dando —por decirlo así— un testimonio de la indisolubilidad del matrimonio” (pág. 201).

   Para el Cardenal, el sufrimiento, el estado de violencia de esta situación, no es una ofensa Dios ni supone infidelidad, sino la privación de la eucaristía. He allí, pues, el estado de pecado elevado a la categoría de acto meritorio. Pero de cambiar de vida y de suprimir el escándalo, de eso nada.

   A la pregunta: “¿En qué consiste, según usted, lo más fascinante en el hecho de ser católico?”, responde:

   “Lo que es fascinante es esta gran historia viva en la cual entramos y que desde un punto de vista puramente humano ya es algo extraordinario” (pág. 21).

   A partir de allí todo se explica en base a la “aceleración de la historia”, en particular la crisis que atraviesa hoy en día la Iglesia:

   “Hasta cierto punto doy razón hasta a Karl Marx en este asunto: la constitución ideológica de una época también es reflejo de su estructura económica y social” (pág. 174).

   Sin comentarios.

   De su libro: “Recuerdos de mi vida”

   - El estudiante.

   La impronta viene dada desde un principio. De sus dos años de filosofía (1945-1947) en el Seminario de Freising (Baviera) nos cuenta:

   “No queríamos contentarnos con hacer teología en el sentido preciso del término sino escuchar al hombre de hoy en día. Devorábamos los escritos de Gertrude von Le Fort, Elisabeth Langgässer (1899-1950) y Ernst Wiechert. Dostoiesky era uno de los autores leídos por todo el mundo…” (págs. 50-51).

   Es difícil pensar cómo estos jóvenes seminaristas tenían tiempo y contaban con el permiso de sus superiores para leer a semejantes autores profanos. Más aún, nos comenta su interés por los filósofos modernos como Heidegger, Jaspers, Nietzsche y Bergson:

   “El descubrimiento del personalismo, que hallábamos haber sido hecho con una nueva fuerza de convicción en el pensador judío Martin Buber, constituyó para mí una importante experiencia intelectual (…) En cambio, me costaba entender a Santo Tomás de Aquino, cuya lógica cristalina me parecía demasiado encerrada en sí misma, muy impersonal y muy estereotipada” (pág. 52).
(…) 

   El autor no oculta tampoco su entusiasmo por la obra del Padre de Lubac, uno de los principales “Padres” de la “nueva teología”. Su obra “Catolicismo”… "representó para mí una lectura-clave” (pág. 74).

   El Cardenal Ratzinger nos refiere también que el Concilio Vaticano II…

   “en todo lo que afirma sobre la Iglesia se orienta exactamente en la línea de pensamiento del Padre de Lubac”.

   En su época éste tenía problemas con Roma y no parece que ello preocupara mucho a los responsables de la formación de los futuros sacerdotes; en Alemania y en Francia se pavoneaban de una cierta independencia, incluso de tener cierto desprecio respecto a la autoridad romana, estimada como “atrasada”.

   “La teología que se nos enseñaba estaba profundamente marcada por el pensamiento histórico, de suerte que el estilo de las declaraciones romanas, particularmente impregnadas de tradición neoescolástica, a penas si nos afectaban. El orgullo germánico tal vez ha contribuido un poco a hacernos creer que sabíamos más que los «de allá»” (pág. 69) […]

   Sin embargo, contrariamente a sus expectativas, su tesis será “rechazada para que se le hagan
correcciones”.

   “Michael Schmaus (profesor responsable de la dirección de la tesis), que sin duda había recibido desde Freising comentarios desfavorables sobre la modernidad de mi tesis, en modo alguno juzgó que era una fiel reproposición del pensamiento de Buenaventura (de lo cual, en cambio, aún hoy en día estoy convencido) sino un peligroso modernismo en vías de transformar el concepto de Revelación en una noción subjetiva” (pág. 88).

   El Cardenal defiende su punto de vista en unas pocas líneas distinguiendo la acción de Dios que revela y el resultado de la acción, el hecho objetivo de la Revelación.

   Afirma que:

   “el concepto de «Revelación» siempre implica al sujeto que la recibe: allí donde la persona no percibe una «revelación» no tiene lugar develamiento alguno” (pág. 87).

   En otras palabras, la Revelación constituye un hecho de la conciencia del sujeto, se subjetiviza y sin esta participación de la conciencia no es Revelación. El profesor Schmaus tenía razón. No se puede negar el valor de la Revelación debido a que los hombres la rechacen porque no alcance su conciencia. La Revelación existe como hecho objetivo, sea cual fuere nuestra percepción a ese respecto.

   - La liturgia.

   La última pincelada que queremos proporcionar en este trabajo se refiere a la apreciación del Prelado sobre la reforma litúrgica. Tendremos un ejemplo significativo del conflicto interno característico de los modernistas. Recordando la…

   “publicación del misal de Pablo VI unida a la prohibición casi total del misal tradicional” , defiende enérgicamente la verdad histórica concerniente a la obra del Papa San Pío V, que…

   “nunca creó un misal. No hizo más que revisarlo, lo cual fue una fase de una larga evolución” (pág. 133).

   No duda en hablar de la… 

   “autodestrucción de la liturgia” (pág. 68).

   Se transparenta aquí el apego del Cardenal a la liturgia de su infancia; está disgustado por…
“la extraña frialdad (de los liturgistas racionalistas e historicistas) respecto a la importancia de los
sentimientos que la Iglesia, como patria del alma, nos hace experimentar” (pág. 67).

   Pero lo que agrega nos revela que no es el espíritu del Cardenal lo que resulta ser afectado. Para él, el problema no es doctrinal; realmente no ve en el nuevo rito un peligro contra la fe católica.

   “No hay dudas que el nuevo misal trajo un notable mejoramiento y un enriquecimiento real en muchos puntos” (pág. 134).

   Lo que lamenta es que se haya roto con la historia, que se haya… "presentado la liturgia no ya como un organismo viviente sino como el producto de trabajos eruditos y de atribuciones jurídicas” (pág. 134).

   En suma, el Cardenal no objeta nada a la reforma en sí misma. Critica solamente el modo en
que se ha desarrollado, lo cual le da pie para apelar a una nueva reforma:

   “Precisamos un nuevo movimiento litúrgico que descubra el verdadero legado del Concilio Vaticano II” (pág. 135).

   - Conclusión.

   Estamos en presencia de un hombre con dos caras: un corazón “católico”, apegado a las tradiciones y un espíritu modernista, educado en doctrinas extrañas a la Iglesia.

   Por tanto, no nos hagamos ilusiones sobre el “conservadurismo” del Cardenal Ratzinger. 
Concluiremos recordando aquellas palabras de Monseñor Williamson dirigidas al Cardenal:

   “Eminencia, si las ideas no tienen importancia, tal vez Usted sería un buen católico; pero como la virtud de fe reside en el espíritu y no en el corazón, mientras vuestro espíritu oscile entre la Tradición y la modernidad, en su puesto de guardián de la fe usted es, a pesar de usted mismo, un terrible enemigo de la Iglesia Católica”[1].

   Opinión de Obispos católicos

   He aquí algunas reflexiones aparecidas en “Le Sel de la terre”, hechas por Obispos de la Tradición sobre el Cardenal Ratzinger:

   Monseñor Marcel Lefebvre en “Le Sel de la Terre” 25, págs. 155-156:

   “Monseñor, me dijeron, ¿por qué interrumpió estas conversaciones (de 1988) que parecían no obstante reportar cierto éxito? Precisamente, porque al mismo tiempo que yo firmaba el protocolo, el enviado del Cardenal Ratzinger que me traía el protocolo para que lo firmara, me entregaba una carta en la cual me solicitaba que pidiese perdón por los errores que había cometido (…)

   “Comprobando esta voluntad firme de las autoridades romanas actuales de reducir a la nada la Tradición y de conducir a todo el mundo al espíritu del Vaticano II y de Asís, he allí por qué preferimos retirarnos. Yo dije: no, no podemos, es imposible. Nos resulta imposible ponernos bajo la autoridad del Cardenal Ratzinger, presidente de esta comisión romana que debía gobernarnos. Nos ponemos en sus manos, es decir, en las manos de aquellos que quieren llevarnos al espíritu del Concilio, al espíritu de Asís. No podemos. Por ello envié una carta al Papa diciéndoselo claramente. A pesar del vivo deseo que tenemos por estar en plena unión con Vos, no podemos aceptar este espíritu que actualmente impera en Roma y que Vos queréis comunicarnos. Preferimos continuar en la Tradición  guardarla, esperando que recobre su lugar en Roma y en el espíritu de las autoridades romanas”.

   Monseñor Marcel Lefebvre en “Le Sel de la Terre” 31, págs. 194:

   “Lo he resumido en pocas palabras al Cardenal Ratzinger: «Eminencia, aunque se nos conceda un Obispo, aunque se nos reconozca cierta autonomía respecto a los Obispos, aunque se nos acuerde toda la liturgia de 1962, si se nos permite continuar con los seminaristas y con la Fraternidad tal como lo hacemos ahora, no podemos colaborar; es imposible, imposible, porque trabajamos en direcciones completamente opuestas: Usted trabaja por la descristianización de la sociedad, de la persona humana y de la Iglesia y nosotros trabajamos por la cristianización. No podemos ponernos de acuerdo»”.

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NOTAS
  • [1] Carta a los amigos y benefactores del Seminario Santo Tomás de Aquino, del 9 de febrero de 1999.