JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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LA CRISIS DE LA FE Y
LA RUINA DE LA IGLESIA ROMANA

 (Respuesta al Cardenal Joseph Ratzinger)

Dr. Carlos A. Disandro - La Plata, 1986

   Un racconto, o como dice el original italiano con sentido periodístico un rapporto sulla fede, verdaderamente impresionante, en diálogo vivo entre el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la congregación vaticana para la defensa de la Fe (ex-Santo Oficio), y el periodista católico Vittorio Messori, se desarrolla ante nuestros ojos, ya cansados de contemplar ruinas sobre ruinas, y ante nuestros oídos, cansados de oír las herejías más demoledoras, los sofismas más nefastos o más refinados, las elucubraciones más delirantes sobre la Iglesia, el Evangelio y la Fe, en el marco de la Iglesia Romana, otrora imagen de una imponente congruencia doctrinal y litúrgica. Para nosotros que durante muchos años (vivía todavía Pío XII) combatimos ásperamente la herejía modernista; que denunciamos los excesos del concilio y del post-concilio en numerosas clases, cursos, conferencias, durante veinticinco años; que afrontamos con modestia, pero con decisión, la explicación de la Sacra doctrina de la Fe, recurriendo siempre a las Fuentes inconcusas e imbatibles; para nosotros que culminamos esa larga y penosa vía crucis con la edición del texto latino de la Bula de Paulo IV Cum ex apostolatus officio (1559), con su traducción castellana y sucinta interpretación; con la refutación de la así llamada "teología de la liberación" y de la antroposophía de Karol Wojtyla, todo lo cual corresponde al umbral cronológico 1982, habiendo comenzado este combate escrito, en 1956, contra la teología historicista de J. Daniélou, para nosotros pues no deja de ser sombrío y dramático este racconto doloroso, que confirma de cualquier manera nuestras inferencias pasadas, en el preconcilio (1956-1961), en el concilio (1962-1965), en el post-concilio (1965-1985). Difieren sin embargo las concepciones implícitas o explícitas sobre las causas del desastre, sobre la identificación de sus raíces próximas o lejanas, sobre el carácter de sus consecuencias espirituales, culturales, teológicas, pedagógicas, etc. Difieren sobre todo los fundamentos teológicos, que enraizados en la más antigua proferición griega de los primeros concilios de la Iglesia -y del Nuevo Testamento por supuesto-siguen siendo norma absoluta de toda inteligencia de la Fe.

   Quiero aclarar también, en esta breve introducción, que no cuenta en este caso la dignidad que se exhibe fungente en Joseph Ratzinger, cardenal arzobispo de Munich, ni la autoridad que presupone investir por concesión de Juan Pablo II, es decir, prefecto de la congregación vaticana ya aludida. Tales consideraciones nos llevarían sin duda al problema de la autoridad canónica legítima del cardenal Joseph Ratzinger, lo que nos apartaría de las cuestiones fundamentales. De hecho, vacante o no la sede de Munich, vacante o no la prefectura apostólica del Santo Oficio, por vacancia precisamente de la Sede Apostólica; abolida o no la institución del cónclave por imperio de la nulidad canónica del cuerpo cardenalicio, el documento Ratzinger se exhibe con rasgos inconfundibles, dirime aunque mitigadamente confrontaciones doctrinales, reasume una constancia semántica de la Fe en la palabra explícita de quien la profiere. Es esto lo que interesa y por ende la determinación congruente de sus contextos conceptuales. Respeto la persona del cardenal Ratzinger, no se presenta como un heresiarca, al menos en el diálogo con el periodista; por el contrario parece esgrimir con hábil contundencia la secular norma de Fe, propia de la Iglesia y enfrentar sin ambages, en pocos casos, es verdad, la herejía, aunque callando el nombre o los nombres de los responsables, fautores o partícipes de la misma. En este sentido, es contradictoria la secuencia dialéctica del documento Ratzinger-Messori, por cuanto por lo que podemos establecer es el nombre de Monseñor Lefébvre el que concita las recriminaciones más duras, desde el mote de "integrista", a la débil argumentación sobre la continuidad de la autoridad conciliar del Vaticano II. Y en cambio ninguna autoridad, ningún nombre, ni siquiera de teólogo-clérigo, responsable de tanto disparate, insipiencia, desvarío y malversación de la Fe, en una palabra ningún nombre progresista hace equilibrio en la balanza, como correspondería, por venir de quien vienen estas argumentaciones histórico-críticas, teológicas y canónicas.

   En efecto, para citar el pasaje congruente del volumen y dejar despejada esta cuestión que aunque marginal importa precisamente .para centrar sin resonancias espúreas las cuestiones que realmente interesan, en páginas 37-39 (.que conviene leer con atención) Ratzinger enfrenta la tesitura canónica de Mons. Lefébvre, lo nombra varias veces; lo responsabiliza de la posibilidad de un cisma. "Es evidente que debe hacerse todo lo posible para que este movimiento no degenere en un verdadero cisma, en el que incurriría si el arzobispo se decidiera a consagrar obispos". Palabra de Ratzinger. Vuelve en otras ocasiones sobre el integrismo lefebvrista, sobre todo en el capítulo IX (La Liturgia entre antigüedad y novedad), pág. 131/sgs., aunque desglosando de la pregunta del periodista lo que pudiera ser o no ser integrista en los reclamos contra la subversión litúrgica. Frente a esta presencia, cuestionada con encono, hay muchas, pero muchas extrañas ausencias, como por ejemplo las de San Pío X, de Pío XII (nombrado de paso dos o tres veces), la de los grandes liturgistas, gregorianistas de los siglos XIX y XX, el silencio maligno contra el canto gregoriano, por un lado. Pero también la ausencia de Juan Pablo II, que puede corroborar o no la tesitura del cardenal y que en realidad lo minimiza, si no lo condena en otros documentos de sus propios labios.

   En este sentido una extraña impresión deja el Rapporto sulla Fede. Centrado aparentemente en el clima de la urgencia temporal concreta, en la crisis insoslayable de la Fe, afrontando perfiles igualmente concretos de ruina y desatino, de impiedad e insipiencia, afirmando una continuidad inabolible de la Tradición, todo parece explicable sin embargo desde la letra del Vaticano II, Juan XXIII, Paulo VI. Un relevamiento de nombres y citas confirmaría esta extraña mentalidad que Ratzinger comparte con Karol Wojtyla: lo que éste llama la Iglesia del nuevo adviento.

   Quiero apartar todo este contorno enigmático y esta atmósfera inquietante por lo menos, cargada de incongruencia y fácil reflexión envolvente. Quiero apartar también la manifiesta ubicación progresista de Messori, cuyas preguntas suelen reiniciar o animar las constancias conceptuales del diálogo. Pero sobre todo quiero atenerme a la sustancia que estimo subyace con veracidad en cuanto afirma o niega el entrevistado arzobispo. Sin seguir pues los vericuetos de una conversación, a veces amena y viva, y otras exsangüe y evanescente, prefiero recolocar la temática compleja, deshilvanada, flotante del cardenal, en una estructura nítida de pensamiento que me permita afrontar toda cuestión fácil ó difícil según un estatuto cognitivo riguroso y claro. Tomo como base una aserción del mismo cardenal en uno de los momentos más importantes-del diálogo (Cap. 111, pág. 53/sgs.). No hay lugar a dudas -dice Messori- para el cardenal Ratzinger: lo que ante todo resulta alarmante es la crisis del concepto de Iglesia, la eclesiología. "Aquí está el origen de buena parte de los equívocos o de los auténticos errores que amenazan tanto a la teología como a la opinión común católica".

   Tres imágenes del cardenal se sobreponen como las manipulaciones de una propaganda gráfica en la cubierta de un libro moderno: 1) la que se deduce de su polémica intervención, acerca de la "teología de la liberación", propuesta en un encuentro reservado en el Vaticano, y publicada en el número de marzo de 1984, de la revista italiana "30 Giorni". Conozco la versión portuguesa, adelantada por el Jornal do Brasil, el domingo 22 de abril de 1984. Este texto se encuentra republicado por Messori en el Informe sobre la Fe, B.A.C. Madrid 1985. Pág. 192-206.

   Esta primera imagen está reforzada por documentos oficiales, suscritos por el cardenal, en su carácter de prefecto de la comisión vaticana pertinente, entre ellos desde luego, con fecha 6 de agosto de 1984 (o sea, con anterioridad a la entrevista del Rapporto), la "Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación" (Revista Criterio, Bs. As., octubre de 1984, pág. 517-527). A ello se refiere también de paso el periodista V. Messori. La primera imagen aparecería nimbada por un fulgor antimasónico, en la línea de León XIII, si nos atenemos a la "declaración sobre la masonería", del 26 de noviembre de 1983, suscrita por Ratzinger y exhibida en la Argentina al menos como un lábaro tradicionalista, en un modernista convertido.

   La segunda imagen se configura en el contexto del diálogo con Messori, según dos perfiles y momentos diferentes, con matices indudablemente estudiados, si confrontamos el texto del adelanto publicitario, en la revista Jesu (noviembre de 1984) con el texto completo o presuntamente completo del Rapporto según el diálogo mismo, publicado no en enero como se esperaba, sino en julio. Manejo la edición española, ya mencionada, que dice en su colofón: acabóse de imprimir este volumen el día 4 de julio de 1985. Esta es una imagen de bonhomía, sencillez, piedad germano-bávara y discreta-profundidad, que produjo en un hombre tan inteligente, informado y severo como el Abbé de Nantes un entusiasmo, pronto disminuido, si confrontamos los dos números de Contra-Reforma, de enero/85, nº 207 y de mayo/85, nº 211.

   La tercera imagen está proyectada por el fulgor modernista de sus trabajos teológicos, escritos o publicados entre 1972 y 1982, Les Príncipes de la Theologie Catholique , febrero de 1985, que según observa el mismo Abbé de Nantes, tale de las prensas en lugar del Rapporto completo y con la fecha prevista para éste, o sea inicio de 1985. Asimismo debe incluirse aquí su Introducción al Cristianismo "una especie de clásico incesantemente reeditado -dice Messori, op.cit., pág. 22- con el que se ha formado toda una generación de clérigos y seglares". Sobre esta obra y sobre la que cito más arriba, conviene confrontar las extensas citas y comentarios pertinentes del Abbé G. de Nantes, CRC nº211, mayo/85, no 212, junio/85, y su referencia en Ratzinger y los anabaptistas, CRC nº 213, julioagosto/85. Esta tercera imagen que absorbe en su fuliginoso resplandor, las otras dos, es la de un pensador ecuménico, que en la línea de Juan Pablo II da por cancelado un período de veinte siglos de reflexión teológica y de formulación dogmática y propone reiniciar la marcha desde Vaticano II en adelante. Es decir la iglesia del nuevo adviento.

   ¿Cómo compaginamos estas tres imágenes y las reducimos a una unidad de perfil? No se puede ni interesa promoverlo, pues por debajo de ellas corre una sola energía condicionante: relegamiento y sustitución de la semántica helénica de la Fe, propuesta en Nicea, Efeso y Calcedonia. Eso es todo. Se trata de una teología historicista, aunque no de fundamentos filológicos, como la del cardenal Daniélou, sino de orígenes especulativos, radicados en la fenomenología y en el inmanentismo germánico de origen postkantiano. Es además una teología anti- metafísica, que abomina de la filosofía del ser, y por ende de todo lo que trasiegue-la grandeza parmenídea-y platónica. Eso es todo. Se trata de una teología historicista, aunque no de fundamentos filológicos, como la del cardenal Daniélou, sino de orígenes especulativos, radicados en la fenomenología y en el inmanentismo germánico de origen postkantiano. Es además una teología antimetafísica, que abomina de la filosofía del ser, y por ende de todo lo que trasiegue la grandeza parmenídea y platónica. Eso es todo.

   Me mantendré sin embargo en la tesitura del Rapporto, que es evidentemente el que pretende enlazar todas las constancias para uso de la opinión cristiana masificada, en Occidente, según una acción propagandística de otra naturaleza que no me interesa estudiar ahora.

   Eran necesarias todas estas precisiones cronológicas y críticas. Primero para precisar las fuentes de mi información y los recursos de una manipulación que por ahora no se entiende muy bien. Segundo para subrayar una vez más que si no esgrimimos la brújula semántica de San Atanasio, corremos el riesgo de confundir las cuestiones fundamentales y minimizar el horizonte de las controversias semánticas implícitas en ellas. Y tercero, para conceder que todo puede ser releído, repensado, reactualizado, porque el hombre es un ser histórico, pero también para destacar que la Sacra Tradición de la Vida Divina, vigente en la Ecclesia, no depende de eso, ni se funda en eso. 

   Y bien, según tales trasfondos, atendibles en otros momentos del diálogo, y según las referencias implícitas que subyacen en la argumentación del entrevistado, creo necesario proponer un marco sistemático eclesiológico para dirimir la tesitura, propuesta por el cardenal sin mayor rigor por cierto. Ese marco parte de un nivel ontológico, el Mysterio de la Iglesia, se orienta a entrever su patencia en la Semántica de la Fe y en el Mysterio del Culto. Desde aquí podemos bajar luego a todos los temas, a todos los concretos temporales, donde se halla extraviada la mente católica hoy -y en esto desde luego coincidimos con el cardenal Ratzinger -en esa selva oscura, lejos de sus orígenes principiales y de sus fuentes ónticas, hundida en una ciénaga de modernismo profético y utópico, donde opera simultáneamente la deléterea atmósfera de un grosero empirismo y la no menos obsesiva niebla de la gnosis judeo oriental. Seré recapitulatorio y sucinto.

   En un momento de sus reflexiones y precisiones doctrinales el cardenal, a propósito de la catequesis y de la omisión, relegamiento o simplemente destrucción del catecismo clásico tridentino, puntualiza los cuatro capítulos fundamentales de esa catequesis: Credo, Pater, Decálogo, Sacramentos. De acuerdo, para iniciar a los niños, adolescentes, o al adulto que debe bautizarse es preciso tener una carta de ruta. Pero confundir la catequesis con el ente sería una confusión imperdonable, sería como confundir el método con el objeto, o el sujeto con el discurso cognitivo. Por cierto, un hombre tan trabajado y trajinado por la filosofía moderna, que debe parte de su forma mentis a una escolástica sui generis, y parte de su teología fundamental al tridentinismo jesuita, en el que probablemente se ha formado, no podría sin embargo cometer semejantes confusiones. De acuerdo. Pero tratándose del panorama que traza el cardenal, la crisis o quiebra de la catequesis es un resultado gravísimo, sí, pero de segundo o tercer orden. A causa de su teología modernista, estructuralista, progresista y profética, el cardenal aunque no confunda los planos elige la fenomenología del ente, y no el ente, elige la recomposición de la ecumene y no la Iglesia, su entidad teándrica, elige la experiencia histórica de la Fuente y no la Fuente. Nadie va a atribuir las falencias teológicas de Rahner, Daniélou, Küng, Boff, etc, y tantos otros a una cuestión de catequesis. No. Lo que se ha desfondado es la estructura teológica del Mysterio Cristiano, como vigencia Fiel (o sea de la Fe) y cognitiva (o sea conceptual, histórica), de la divino-humanidad de Cristo, a saber, Mysterio Trinitario, Mysterio de Cristo y Mysterio de la Iglesia. Y este desfonde se ha producido en la Iglesia Jerárquica, es decir, Obispos y Clero, en los teólogos obispos o no, en la ciencia teológica post-tridentina y moderna, y en fin no en los niños o adolescentes, sino en los adultos del pueblo cristiano. La crisis de la Fe, descripta por el cardenal en términos tan severos, resulta un verdadero cisma del cuerpo episcopal: por un lado la Iglesia Jerárquica, su res mystérica, objeto, contenido, principio y fuente de la Fe; por otro lado, los sedicentes cristianos (en primer lugar desde luego los obispos), en cuya experiencia religiosa, en cuya plegaria, en cuya mente, en cuya alabanza, en cuyo acontecer cognitivo, no inhabita esa res mystérica, aunque hayan recibido el bautismo. 

   La causa de este desfonde pues no radica en el abandonó de una catequesis y en su sustitución por otra, asunto en realidad inscripto en las causas segundas, sin quitarle gravedad ni significación al hecho por supuesto.

   La eclesiología se ha apartado cada vez más de la organicidad mystérica, aducida., vigente, proclamada, enseñada todavía en un teólogo como Scheeben (no de tiempos tan pretéritos, hace un siglo efectivamente), y esa escisión nefasta ha arrastrado consigo todo el edificio de la Fe Proferida, ha afectado la vigencia de la Fe Proclamada en el mundo y en oposición al mundo, ha desdibujado el contorno del ser-cristiano, en el sentido de ser-fiel, de ser de la pistis o de la fides, y no de la fenomenología, de la historicidad idolatrada, del cambio planificaste, de las mutaciones proféticas, ni de las integraciones ecuménicas.

   Muchas veces lo hemos descripto en nuestros cursos y lecciones. Los Padres, los Concilios, los teólogos; las controversias, las herejías, las sistematizaciones, etc. han partido del Mysterio Triadológico, para recapitularse en el Mysterio de Cristo, y sugerir su proyección a la naturaleza y misión de la Iglesia. No hubo un concilio específicamente eclesiológico. El concilio de Trento no avanzó justamente en esta dirección y no coronó el edificio teológico con una formulación sobre el Mysterio de la Iglesia. El Vaticano I estuvo urgido por otra atmósfera y se interrumpió como sabemos por cuestiones temporales. 
   Esa es precisamente la gran responsabilidad del Vaticano II, que no sólo no profundizó una eclesiología congruente, sino que abrió el camino a una reversión inesperada y funesta para la Fe.

   Las herejías eclesiológicas hoy, pan cotidiano en toda la Iglesia, reavivan y adensan con otro tono las herejías trinitaristas y cristológicas, que parecían definitivamente relegadas. Y es una verdad a medias la que sostiene el cardenal, cuando afirma que hoy ningún teólogo cuestionaría dentro de la Iglesia romana la afirmación de las dos naturalezas y la unicidad de la persona divina en Cristo. Aunque de otro modo, lo dice en efecto así: "Es difícil, naturalmente, encontrar un teólogo católico que afirme negar la antigua fórmula que confiesa a Jesús como Hijo de Dios. Todos dirán que la aceptan, añadiendo sin embargo en qué sentido debería ser entendida a su juicio aquella fórmula. Y es aquí donde se introducen a menudo distinciones que conducen a reducciones de la fe en Cristo como Dios" (pág. 85-86).

   En fin, lo que ha caído no es la catequesis, es la Fe en el Mysterio de la Iglesia, en cuya vida podemos acceder al Mysterio Trinitario y al Mysterio de Cristo. Y es justamente este alarmante silencio del cardenal, en un sentido sistemático, lo .que quita fundamento sólido al rapporto, aunque sea verídica la descripción catastrófica, con que Ratzinger intenta convocarnos a una reflexión. Pues en dos o tres oportunidades desliza el cardenal expresiones que perfilan, es verdad, el Mysterio de la Iglesia, casi como de paso, pero nunca afronta el expositor la cuestión radical; en la Iglesia romana parece haberse extinguido el saber, la experiencia, la mystica, la exultación, la especulación, la teología de este Mysterio. ¿No será que en estas recónditas causas coalíganse las energías que dinamitan la quiebra de la catequesis? ¿No será que la apostasía frente a ese Mysterio propone la apostasía del cuerpo episcopal y de la communio sanctorum en el sentido con que la explica Ratzinger (cf. pág. 56-57)? 

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