Intrusos dijo que aliancistas como Villar, Radonich, Massei y su bandita, junto con sus jefes del gobierno nacional serán los responsables del colapso de las instituiciones democráticas en la Argentina y el surgimiento de movimientos autoritarios liderados, por ejemplo, por Seineldín o algún otro. Si alguien pensó que exagerábamos, pues bien, ármense de paciencia y lean esta brillante nota de Nudler. Verán que no estábamos delirando, y comprenderán que cuando Villar acusa de antidemocráticos a los sindicalistas, en realidad, está haciendo lo que los psicólogos llaman "proyección". O acaso hay algó más autoritario que obligar a otro a prestar dinero? Pagar con bonos, como quiere la Alianza, es obligar a otro a prestarle dinero al Estado. Como buenos capitalistas que son, los aliancistas deberían recordar que los contratos son válidos si las partes actúan voluntariamente, es decir, si no media en el acto contractual ni fraude ni coacción. Y los bonos que inventó la alianza se meterán en los bolsillos por la fuerza y a través del engaño, como bien advirtió el "Negro" Rioseco. Pero basta de Intruseadas, y leamos a Nudler.

 
 
 
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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Doble D: Depresión y Dictadura

Hacia el año 2025, algunos economistas hallarán atractivo ocuparse de imaginar cómo hubiese podido ahorrarse la Argentina la atroz recaída en una sangrienta dictadura cívico-militar, que el país padeció a partir de 2003. Luego de cinco años de depresión económica, veloz empobrecimiento, desempleo en constante suba, degradación social, violencia delictiva y el fracaso de sucesivos ministros, el régimen democrático se había hundido, precisamente al cumplirse veinte años de su restauración. Analistas posteriores, practicando la ucronía, cayeron en la cuenta de que los argentinos repitieron la historia que los alemanes ya habían vivido siete décadas antes. El empecinamiento en mantener el patrón oro y la insistencia en políticas recesivas determinaron el ascenso de Adolf Hitler al poder. Los equivalentes argentinos fueron el patrón dólar, que ellos llamaban convertibilidad, y el déficit cero, que causó el desamparo y la miseria de enormes franjas de población. La desesperación popular facilitó el asalto al poder de una entente de las mafias político-económicas ligadas al menemismo y cierto golpismo carapintada, con el concurso del ultraconservador Consejo Empresario Argentino y de tecnócratas provenientes de FIEL y otros enclaves del criptoliberalismo, con la cobertura de Estados Unidos. Aunque Domingo Cavallo fue señalado como el gran responsable de haber conducido a su país a ese estado de ruina y descomposición, no se dejó de ver que, en lo fundamental, sus políticas fueron respaldadas por otros equipos económicos, algunos tildados de progresistas, que también las aplicaron cuando tuvieron ocasión.
En octubre de 2001, los economistas Barry Eichengreen y Peter Temin escribieron un artículo llamado “Historias contrafácticas de la Gran Depresión”. En él concluyeron que, probablemente, el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, con sus indecibles horrores, pudieron haber sido evitados con una política económica diferente, en los primeros años 30. Ellos consideran en su trabajo que el increíble hecho de que la depresión envolviera a tantos países simultáneamente ocurrió porque todos ellos, fieles a los dictados del patrón oro, ejecutaron políticas deflacionarias al mismo tiempo. “La esencia del patrón oro –explican– era el libre flujo de oro entre individuos y países y el mantenimiento de tipos de cambio fijos entre cada moneda y el oro, y por tanto también entre las monedas... El mecanismo de ajuste para un país deficitario era la deflación (caídas de precios y de producción) en lugar de la devaluación.” Con sólo reemplazar oro por dólar, las semejanzas con el caso argentino empiezan a saltar a la vista. “Al flaquear la confianza en este sistema –dicen los autores–, bancos centrales y gobiernos juraban su fidelidad al patrón oro de modo cada vez más enfático.” Lo mismo que Fernando de la Rúa y Cavallo respecto de la convertibilidad.
La recesión comenzó en Estados Unidos y en Alemania a fines de los 20, aunque por razones diferentes. Como la Reserva Federal aplicó una política contractiva para frenar la salida de oro, el Reichsbank tuvo que hacer otro tanto para intentar mantener el ingreso de capitales. De esta manera, la inicial recesión fue propagada y convertida, mediante las políticas del patrón oro, en la Gran Depresión, de alcance mundial. “La decisión de deflacionar para no devaluar fue el factor clave para determinar el curso de la Depresión”, afirman Eichengreen y Temin (mejor conocidos como ET).
“En lugar de minar la moneda, se prefirió cortar salarios, reducir costos de producción y bajar precios.” ¡El manual de Cavallo! “La devaluación –repasan ET– no se tornó una opción respetable sino hasta mucho después: cuando, luego de una crisis sin precedentes, lo respetable se volvió no respetable, y viceversa.”
Atención, argentinos: “Los sistemas bancarios colapsaron bajo el peso de la presión deflacionaria, colapso que contrajo aún más la cantidad de moneda, el crédito y la actividad económica”, enseña la historia de la Gran Depresión. A medida que el patrón oro perdía credibilidad, los gobiernos intensificaban la presión deflacionaria. Cuando Inglaterra devaluó la libra en 1931, abandonando el patrón oro, la FED, entre el aplauso de los banqueros, subió violentamente la tasa de descuento para contrarrestar la desconfianza en el dólar, sin importarle que la economía estadounidense estaba en una profunda recesión. La prioridad era atajar la salida de oro, que arreció en setiembre y octubre.
ET infieren que “abandonar el patrón oro era la única forma de frenar la declinación... Sin ello, ningún país podía bajar las tasas de interés o expandir los medios de pago y el crédito sin provocar una crisis monetaria y cambiaria.” Ahora bien: para que la devaluación no significara exportarle la recesión al vecino, ella debía ser seguida por una drástica expansión del crédito interno. Pero si todos devaluaban, las reservas mundiales de oro subían de valor, permitiendo una generalizada reflación monetaria, con expansión económica. Sólo que tal cosa no ocurrió.
El año 1931 fue crítico en Alemania, que denunció el Tratado de Versailles, que imponía las costosas reparaciones de guerra, y sufrió en julio una crisis monetaria y bancaria. En diciembre el canciller Heinrich Brüning ordenó la baja de precios (deflación por decreto). Aunque el gobierno había impuesto controles monetarios, no había abandonado la política recesiva. (Inglaterra, que devaluó la esterlina, recién en 1932 adoptó medidas de estímulo.) En setiembre de 1931, el gabinete germano analizó la posibilidad de abandonar ellos también el patrón oro y de pasar a una política macroeconómica expansiva. Pero esto asustó a esos veteranos de la hiperinflación alemana de 1923, temerosos de que una devaluación reavivara viejos fantasmas. (¿Algún parentesco con el caso argentino?)
ET se preguntan qué hubiera pasado si Alemania devaluaba en 1931 y luego comenzaba a expandir cautelosamente el crédito interno. “La respuesta es que la depresión se hubiera suavizado, tanto allí como en otros países”, sostienen Eichengreen y Temin. De manera también contrafáctica, plantean el escenario que hubiese gestado la liberación del dólar (flotación) y su consiguiente baja, en paralelo a la de la libra. Si la FED y el Bank of England hubiesen además expandido el crédito, el mundo habría tenido la liquidez de la que carecía. Todo el curso posterior habría cambiado, evitándose la deflación.
La “fantasía final” que se permiten ET propone imaginar a Washington, Londres y Berlín devaluando a mediados de 1931, para luego modificar gradualmente sus políticas contractivas, en lugar de seguir los dictados del patrón oro. Ni se atreven en cambio a incluir en la contrafáctica a la ultraortodoxa Francia, que recién tras cinco años de padecimiento económico se resolvió a optar por un curso nuevo. Estados Unidos, en cambio, se despidió del patrón oro en 1933 con Roosevelt.
Aun sin los franceses, si el grueso del mundo industrializado hubiese adoptado en 1931 una política distinta, las condiciones habrían empezado a mejorar en 1932, atenuando la desocupación y la capacidad ociosa. En tal caso, ¿Hitler se hubiese convertido en canciller de Alemania en enero de 1933?, ¿no se hubiese ahorrado el mundo el flagelo del nazismo? ET admiten que se ha discutido mucho sobre la relación entre la economía germana y los votos al nacionalsocialismo, pero no dudan de que “los nazis eran el partido de la Depresión. El desempleo les daba votos. Eran un grupo marginal en los años 20 y sólo alcanzaron peso electoral en 1930 al deteriorarse las condiciones económicas. Conquistaron aún más bancas en el Reichstag en la primera elección de 1932, pero perdieron escaños en la segunda de ese año al parecer que la situación económica mejoraba”.
El análisis contrafáctico de la política económica “es más que un juego para economistas”, advierten los ensayistas. Permite descubrir, según ellos, las acciones políticas que afectaron el curso histórico. Y sostienen que fueron las malas decisiones de los responsables de la política económica las que expusieron a los ciudadanos del mundo a la violencia y el genocidio por más de una década. Aquellos ministros de Economía o Finanzas y banqueros centrales continuaron creyendo en la sabiduría de sus erradas políticas –dicen ET– “incluso al hundirse el mundo en la depresión y el caos”. Esos funcionarios fueron finalmente arrollados por una marea de gente sufriente. En Alemania, para que cambiara la política económica fue preciso que el nazismo capturara el poder, con las terribles consecuencias conocidas. Parece más inteligente desembarazarse de una política ruinosa antes de que un estallido social y político imponga su reemplazo.


 

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