Doble D: Depresión y
Dictadura
Hacia el año 2025, algunos economistas hallarán atractivo
ocuparse de imaginar cómo hubiese podido ahorrarse la Argentina la
atroz recaída en una sangrienta dictadura cívico-militar, que el
país padeció a partir de 2003. Luego de cinco años de depresión
económica, veloz empobrecimiento, desempleo en constante suba,
degradación social, violencia delictiva y el fracaso de sucesivos
ministros, el régimen democrático se había hundido, precisamente al
cumplirse veinte años de su restauración. Analistas posteriores,
practicando la ucronía, cayeron en la cuenta de que los argentinos
repitieron la historia que los alemanes ya habían vivido siete
décadas antes. El empecinamiento en mantener el patrón oro y la
insistencia en políticas recesivas determinaron el ascenso de Adolf
Hitler al poder. Los equivalentes argentinos fueron el patrón dólar,
que ellos llamaban convertibilidad, y el déficit cero, que causó el
desamparo y la miseria de enormes franjas de población. La
desesperación popular facilitó el asalto al poder de una entente de
las mafias político-económicas ligadas al menemismo y cierto
golpismo carapintada, con el concurso del ultraconservador Consejo
Empresario Argentino y de tecnócratas provenientes de FIEL y otros
enclaves del criptoliberalismo, con la cobertura de Estados Unidos.
Aunque Domingo Cavallo fue señalado como el gran responsable de
haber conducido a su país a ese estado de ruina y descomposición, no
se dejó de ver que, en lo fundamental, sus políticas fueron
respaldadas por otros equipos económicos, algunos tildados de
progresistas, que también las aplicaron cuando tuvieron ocasión.
En octubre de 2001, los economistas Barry Eichengreen y Peter
Temin escribieron un artículo llamado “Historias contrafácticas de
la Gran Depresión”. En él concluyeron que, probablemente, el ascenso
del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, con sus indecibles
horrores, pudieron haber sido evitados con una política económica
diferente, en los primeros años 30. Ellos consideran en su trabajo
que el increíble hecho de que la depresión envolviera a tantos
países simultáneamente ocurrió porque todos ellos, fieles a los
dictados del patrón oro, ejecutaron políticas deflacionarias al
mismo tiempo. “La esencia del patrón oro –explican– era el libre
flujo de oro entre individuos y países y el mantenimiento de tipos
de cambio fijos entre cada moneda y el oro, y por tanto también
entre las monedas... El mecanismo de ajuste para un país deficitario
era la deflación (caídas de precios y de producción) en lugar de la
devaluación.” Con sólo reemplazar oro por dólar, las semejanzas con
el caso argentino empiezan a saltar a la vista. “Al flaquear la
confianza en este sistema –dicen los autores–, bancos centrales y
gobiernos juraban su fidelidad al patrón oro de modo cada vez más
enfático.” Lo mismo que Fernando de la Rúa y Cavallo respecto de la
convertibilidad. La recesión comenzó en Estados Unidos y en
Alemania a fines de los 20, aunque por razones diferentes. Como la
Reserva Federal aplicó una política contractiva para frenar la
salida de oro, el Reichsbank tuvo que hacer otro tanto para intentar
mantener el ingreso de capitales. De esta manera, la inicial
recesión fue propagada y convertida, mediante las políticas del
patrón oro, en la Gran Depresión, de alcance mundial. “La decisión
de deflacionar para no devaluar fue el factor clave para determinar
el curso de la Depresión”, afirman Eichengreen y Temin (mejor
conocidos como ET). “En lugar de minar la moneda, se prefirió
cortar salarios, reducir costos de producción y bajar precios.” ¡El
manual de Cavallo! “La devaluación –repasan ET– no se tornó una
opción respetable sino hasta mucho después: cuando, luego de una
crisis sin precedentes, lo respetable se volvió no respetable, y
viceversa.” Atención, argentinos: “Los sistemas bancarios
colapsaron bajo el peso de la presión deflacionaria, colapso que
contrajo aún más la cantidad de moneda, el crédito y la actividad
económica”, enseña la historia de la Gran Depresión. A medida que el
patrón oro perdía credibilidad, los gobiernos intensificaban la
presión deflacionaria. Cuando Inglaterra devaluó la libra en 1931,
abandonando el patrón oro, la FED, entre el aplauso de los
banqueros, subió violentamente la tasa de descuento para
contrarrestar la desconfianza en el dólar, sin importarle que la
economía estadounidense estaba en una profunda recesión. La
prioridad era atajar la salida de oro, que arreció en setiembre y
octubre.
ET infieren que “abandonar el patrón oro era la única
forma de frenar la declinación... Sin ello, ningún país podía bajar
las tasas de interés o expandir los medios de pago y el crédito sin
provocar una crisis monetaria y cambiaria.” Ahora bien: para que la
devaluación no significara exportarle la recesión al vecino, ella
debía ser seguida por una drástica expansión del crédito interno.
Pero si todos devaluaban, las reservas mundiales de oro subían de
valor, permitiendo una generalizada reflación monetaria, con
expansión económica. Sólo que tal cosa no ocurrió. El año 1931
fue crítico en Alemania, que denunció el Tratado de Versailles, que
imponía las costosas reparaciones de guerra, y sufrió en julio una
crisis monetaria y bancaria. En diciembre el canciller Heinrich
Brüning ordenó la baja de precios (deflación por decreto). Aunque el
gobierno había impuesto controles monetarios, no había abandonado la
política recesiva. (Inglaterra, que devaluó la esterlina, recién en
1932 adoptó medidas de estímulo.) En setiembre de 1931, el gabinete
germano analizó la posibilidad de abandonar ellos también el patrón
oro y de pasar a una política macroeconómica expansiva. Pero esto
asustó a esos veteranos de la hiperinflación alemana de 1923,
temerosos de que una devaluación reavivara viejos fantasmas. (¿Algún
parentesco con el caso argentino?) ET se preguntan qué hubiera
pasado si Alemania devaluaba en 1931 y luego comenzaba a expandir
cautelosamente el crédito interno. “La respuesta es que la depresión
se hubiera suavizado, tanto allí como en otros países”, sostienen
Eichengreen y Temin. De manera también contrafáctica, plantean el
escenario que hubiese gestado la liberación del dólar (flotación) y
su consiguiente baja, en paralelo a la de la libra. Si la FED y el
Bank of England hubiesen además expandido el crédito, el mundo
habría tenido la liquidez de la que carecía. Todo el curso posterior
habría cambiado, evitándose la deflación. La “fantasía final” que
se permiten ET propone imaginar a Washington, Londres y Berlín
devaluando a mediados de 1931, para luego modificar gradualmente sus
políticas contractivas, en lugar de seguir los dictados del patrón
oro. Ni se atreven en cambio a incluir en la contrafáctica a la
ultraortodoxa Francia, que recién tras cinco años de padecimiento
económico se resolvió a optar por un curso nuevo. Estados Unidos, en
cambio, se despidió del patrón oro en 1933 con Roosevelt. Aun
sin los franceses, si el grueso del mundo industrializado hubiese
adoptado en 1931 una política distinta, las condiciones habrían
empezado a mejorar en 1932, atenuando la desocupación y la capacidad
ociosa. En tal caso, ¿Hitler se hubiese convertido en canciller de
Alemania en enero de 1933?, ¿no se hubiese ahorrado el mundo el
flagelo del nazismo? ET admiten que se ha discutido mucho sobre la
relación entre la economía germana y los votos al
nacionalsocialismo, pero no dudan de que “los nazis eran el partido
de la Depresión. El desempleo les daba votos. Eran un grupo marginal
en los años 20 y sólo alcanzaron peso electoral en 1930 al
deteriorarse las condiciones económicas. Conquistaron aún más bancas
en el Reichstag en la primera elección de 1932, pero perdieron
escaños en la segunda de ese año al parecer que la situación
económica mejoraba”. El análisis contrafáctico de la política
económica “es más que un juego para economistas”, advierten los
ensayistas. Permite descubrir, según ellos, las acciones políticas
que afectaron el curso histórico. Y sostienen que fueron las malas
decisiones de los responsables de la política económica las que
expusieron a los ciudadanos del mundo a la violencia y el genocidio
por más de una década. Aquellos ministros de Economía o Finanzas y
banqueros centrales continuaron creyendo en la sabiduría de sus
erradas políticas –dicen ET– “incluso al hundirse el mundo en la
depresión y el caos”. Esos funcionarios fueron finalmente arrollados
por una marea de gente sufriente. En Alemania, para que cambiara la
política económica fue preciso que el nazismo capturara el poder,
con las terribles consecuencias conocidas. Parece más inteligente
desembarazarse de una política ruinosa antes de que un estallido
social y político imponga su reemplazo. |