¿QUIÉN SOY, DÓNDE ESTOY?

por Pedro Sánchez *

Muchas son las cosas que ocupan nuestro interés a la hora de realizar una evaluación, un análisis, una crítica. Ardua se torna la tarea cuando tratamos de asignarles un valor como para ingresarlas dentro de una escala de categorías. Muy a menudo abandonamos esta ingrata tarea escapándonos por alguna amable tangente que nos convence de lo inútil o poco práctico que puede resultar tener "una vida tan ordenada".

Generalmente, a la hora de contestar sobre cuáles son estas cosas que más nos preocupan solemos responder siempre lo mismo o descubrimos que no somos del todo originales.

Hablamos sobre la familia, los amigos, el trabajo, los afectos, la salud y eventualmente sobre aquello que nos produce placer.

Alguna vez, luego de una heroica decisión por abandonar la abulia y la comodidad, decidí revisar estos cajones de datos que todos poseemos. Intenté rotular u ordenar esta maraña de elementos para determinar con absoluta sinceridad cuáles eran para mí las cosas verdaderamente importantes.

Debo confesar que en el mismo momento en que me ponía a trabajar un tal Narciso acudió a mi encuentro tornándose absolutamente seductor. Trataba de convencerme de que yo era distinto de todos los demás, que era dueño de un alto sentido de la dignidad y del respeto, que los afectos eran lo más trascendente, que la voluntad, que el honor, que... que lo tuve que echar porque se había puesto sencillamente insoportable. Había en todo su discurso muy poco de verdad y bastante de fantástico. No podemos negar que todos llevamos a un Señor López dispuesto a entrar en acción en cualquier momento (¿recuerdan al de "Las puertitas...?).

Mientras trataba de desprenderme de estas trampas que me tendía mi ego iba descubriendo que en el preciso momento de decidir sobre el valor de algo aparecía simultáneamente un rostro conocido. Es así como fui dialogando con mi padre, ya muerto; con algunos hermanos que están lejos; con esa profesora de inglés de tercer año que nunca me dejó explicarle; con mi mujer y mis hijas; con mi hijo y conmigo mismo a su edad.

Por supuesto fui descubriendo el valor de haber vivido y compartido, de haber gozado y sufrido, de haber hablado y también de haber callado... y ahí está la clave:

¿Cuánto callé? ¿Cuánto no hablé o lo hice de forma inconveniente? ¿Cuánto dije que no quería decir? ¿Cuánto me entendieron mal? y, finalmente ¿Cuánto pude entender o interpretar mal?.

Descubro el valor de comunicarnos. De hacerlo en forma eficaz. Que lo que escuches sea aquello que estoy diciendo. Que lo que escucho sea lo que verdaderamente sentís.

Hoy se rinde culto a la personalidad, se oye decir: "yo soy así, o asá... si te gusta, bien y si no..." pero bajo esta óptica ¿ hay lugar para el otro? ¿para la sana interacción?

Curiosamente bajo la aparente tendencia hacia los individualismos subyace una gran necesidad de diálogo.

Sólo soy ante los demás.

Eso es importante.

 

* Técnico en Comunicación y Operador en Psicología Social.