La leyenda En su idioma, estos indios se denominaban
a sí mismos "guerreros", y este es el
significado del vocablo guaraní. Según la
tradición, Guaraní y Tupí eran dos
hermanos que habitaban al norte del Amazonas, cada uno
con su familia. Durante muchos años vivieron en paz,
pero luego estalló la guerra entre ambos y para acabar
con el conflicto decidieron marchar por caminos
diferentes. Así fue que Tupí y sus descendientes, los
tupíes, emprendieron el camino hacia el sur siguiendo la
costa brasileña, en tanto que Guaraní y sus hijos, los
guaraníes, se internaron en la selva amazónica,
avanzando durante siglos hacia el sur, en busca de la
legendaria Tierra sin Mal, la tierra en donde
vivirían en paz y felices... Los pueblos guaraníes Según los datos aportados por la Arqueología, los
guaraníes poblaron en épocas recientes el norte
mesopotámico, con algunos grupos llegados poco antes de
que los españoles penetraran en la región del río
Paraná. La difusión de esta cultura fue tan amplia que
tras la conquista, el idioma guaraní representó un
papel muy importante dentro del proceso de colonización
de la llamada Corriente del Este, que siguiera los cursos
de los ríos de la Plata y Paraná. Así, indios guaraní
sirvieron de intérpretes en numerosas expediciones
españolas e innumerable cantidad de topónimos
mesopotámicos son de origen guaraní. La nación de los guerreros Las más antiguas referencias sobre las tribus que habitaron la región -comprendidas en su gran mayoría sobre el Alto y Medio Paraná- provienen del célebre cronista alemán miembro de la expedición de Pedro de Mendoza, Ulrico Schmidel. También los acompañantes de las expediciones de Sebastián Gaboto y de Juan de Ayolas dieron noticias sobre poblaciones importantes, como las de los mepenés (en guaraní: "ceder el paso"). En 1528 habría sido visto un pueblo de unos 10.000 habitantes en el actual pueblo de San Roque, cercano a la ciudad de Bella Vista, dedicados a la pesca, a la caza y a la agricultura, con un grado relativo de civilización. Conocían la alfarería y rudirnentos de tejido y cestería, y aunque tenían armas arrojadizas, no se resistieron a la llegada de los colonizadores, a quienes brindaron alimentos. A estos pueblos, según algunos historiadores, los gobernó Yaguarú ("lobo grande", en guaraní), poderoso cacique que residió en Itatí. Las tribus principales fueron los nombrados mepenés, mocoretás, cuñameés, agaces y otras. De contextura fuerte y resistente a causa de su alimentación a base de mandioca, maíz, maní y peces como el surubí y el pacú y carnes de nutria y carpincho, eran tenaces constructores de piraguas de buen tamaño y fabricaban sus armas con astas de cérvidos. Sus agrupaciones se constituían con numerosas viviendas en torno de una edificación central, dedicada al culto de Tupá Ñandeyara ("nuestro señor Tupá", en guaraní), divinidad incorpórea que poseía todos los poderes, que ejercía patriarcalmente distribuyendo dones entre los buenos y preservando a sus fieles contra el mal, encarnado en Añá, un equivalente al demonio de los cristianos. Otras deidades fueron Kuarají (el sol) y Yasí ( la luna), venerados por los beneficios concedidos a la agricultura y a la maternidad. Los mepenés agradecían los dones de Tupá con jubilosas ceremonias que exaltaban las labores rurales y artesanas a que se dedicaban. Pese a su existencia tranquila, la obsesiva búsqueda de oro y plata de los españoles en la región, que llamaron Trapalanda, determinó que las pacíficas costumbres de los indígenas visitados por Ayolas y Gaboto se transformaran en feroces represalias. Según Schmidel, en una incursión de fuerzas colonizadoras destruyeron con sus arcabuces unas doscientas cincuenta canoas en la desembocadura del río Santa Lucía, donde los indígenas tenían una suerte de reducto para su flota. La violencia con que fue respondido este ataque indica la ingrata sorpresa de los indígenas, seguida de un ciego furor que se transmitió a otras regiones, ante la despiadada persecución a que los sometieron. Sin embargo, las enormes dificultades para avanzar por los esteros, que los aborígenes conocían bien porque en ellos se ocultaban, aminoró este primer estallido de violencia. Pero el signo de la violencia debía prevalecer, después de la inicialmente pacifica constitución de las fundaciones españolas. Desde la incursión de Gaboto en Tabacué, sobre la actual ciudad correntina de Itatí y donde habría trabado relación con el famoso cacique Yaguarú antes mencionado, los colonizadores abrigaron la intención de establecer poblaciones destinadas a asegurar el tránsito hacia Asunción, desde el Río de la Plata. Para concluir con una larga serie de cruentas incursiones de los temibles guaycurúes del monte chaqueño, el Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón encomendó al cacique guaraní Tupí (también conocido como "Cara de Perro") y al gobernador militar Hernandarias, la fundación de un pueblo en el paraje denominado "de las Siete Corrientes", base de la actual capital provincial, en 1588. Tres años después, el poblado era destruido por las tribus guaycurúes venidas del Chaco (frentones, mocovíes y abipones) que, habiendo adoptado el caballo, lanzaban reiterados ataques contra las poblaciones hispano-guaraníes, acciones que recién fueron contenidas bien entrado el siglo XVII, cuando los jesuitas habían establecido sus Reducciones y aculturado a la mayoría de las tribus guaraníes. |
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