Conciencia Ambiental

Un Aporte para la Construcción de una Sociedad Sustentable

 

CONDICIONES CLIMÁTICAS Y ORGANIZACIÓN SOCIAL

Por Antonio Elio Brailovsky

Todas las sociedades humanas se desarrollan suponiendo un cierto tipo de condiciones climáticas. El clima es, para nosotros, un eje organizador y una hipótesis implícita de continuidad. Edificamos a una cierta distancia del río, porque allí vamos a tener facilidad de abastecimiento de agua pero, al mismo tiempo, nos vamos a ver libres de inundaciones. En la mayor parte de las actividades humanas tenemos hipótesis implícitas de regularidad climática.

Los nómades del desierto, como los pastores de la Puna o como los judíos de la primera parte del Antiguo Testamento, llevan las ovejas de los campos de invernada a los campos de veranada, y van a esos sitios en los que la altura del sol sobre el horizonte les indica el rebrote de los pastos tiernos. Del mismo modo, los indios norteamericanos que seguían las largas migraciones de los bisontes, vivían en función de ciertas características climáticas.

Los nómades dependían del clima del momento presente, y ése fue, tal vez, el principal motivo para volvernos sedentarios. La Biblia cuenta la historia de José para mostrar cómo después de siete años de vacas gordas, los agricultores pudieron conservar trigo para soportar los siguientes siete años de vacas flacas. Mientras tanto, los pastores de las colinas les mendigaban comida y aún se ofrecían a sí mismos como esclavos para que los alimentaran. Jeremías describe los efectos de una larga sequía en Judea, cuenta de la desesperación de humanos y animales y dice que los asnos salvajes se paraban abriendo la boca contra el viento para tratar de captar algo de humedad.

Huyendo de esa forma de vulnerabilidad, nos volvimos sedentarios y comenzamos a construir ciudades. Sólo que, al dejar de ser nómades, cambiamos la forma de vulnerabilidad ante el clima. Ante un par de años inesperados (de sequías o de otros desastres), los hombres sedentarios parecen mejor preparados para sobrevivir que los nómades de las grandes llanuras. Paradojas de la historia: al asentarnos, dejamos de estar tan atados al clima del momento presente, al sol y a los pastos, y comenzamos a crear estructuras rígidas, que se vuelven vulnerables a los cambios que tiene el clima en el mediano y el largo plazo. Cuando las condiciones climáticas se vuelven intolerables, los nómades se llevan sus camellos o sus ovejas. Pero cuando nos pasa lo mismo a nosotros, ¿adónde nos llevaremos las ciudades?

Y es que cuanto más grandes las ciudades y más complejas son las obras humanas, mayor es su rigidez, y es también mayor su vulnerabilidad ante las variaciones climáticas. Sin embargo, vivimos inmersos en una cultura que tiende a negar los mecanismos de la naturaleza. Nos cuesta percibir, nos cuesta imaginar el conjunto de implicancias que tiene para nosotros el corrimiento de unas líneas en el mapa que hacen de la nuestra una ciudad más húmeda y más calurosa.

Por eso los hemos convocado y por eso agradecemos la presencia de todos ustedes. Para que pensemos juntos en esas implicancias y en nuestra forma de responder ante ellas.

Estamos acostumbrados al ciclo de las estaciones del año y también a percibir que nuestro entorno se ha ido calentando un poco en las últimas décadas. Pero existen también ciclos climáticos mucho mayores, que cubren varios siglos de amplitud. Por los condicionamientos que nos impone nuestra cultura, nos resulta difícil de percibir la magnitud de sus efectos sobre la historia humana.

 

Por ejemplo, la cultura ateniense se expande en una etapa climática muy favorable, que posibilita la obtención de esos excedentes que se destinarán a levantar el Partenón. "Un período frío y húmedo- dice Pierre Chaunu-, que va de los años 900 a 300 antes de Cristo había favorecido al espacio mediterráneo, proporcionándole un suplemento de humedad y haciendo retroceder la franja de los desiertos. Así nacen la ciudad y el milagro griego".
El Imperio Romano, en cambio, tiene un período más caluroso y más seco. La proliferación de grandes acueductos en sitios en los que hoy quizás no serían necesarios nos muestran los efectos de la lucha de los romanos con un clima adverso. Los testimonios antiguos nos hablan de la debilidad ecológica de Roma, de su permanente dependencia de la importación de cereales. ¿Influyeron en su decadencia los cambios climáticos ocurridos en los primeros siglos de la era cristiana? Hay historiadores que afirman que sí, que hubo un momento en que se cruzó un límite agroecológico y se hizo cada vez más difícil alimentar y sostener una ciudad de un millón de habitantes.
Sabemos también que el mundo atravesó un período cálido durante buena parte de la Edad Media. Una etapa cálida, iniciada entre el año 400 y el 500 empuja a los bárbaros hacia el sur. El cambio climático facilita a su vez cambios en las sociedades nómades, cambios que culminarán en la sangrienta campaña de Atila contra Roma.
Varios siglos más tarde, un fenómeno semejante modifica los ritmos de las migraciones de los mongoles y le permite a Genghis Khan unir esas tribus, organizarlas y lanzarlas a la conquista de China.
Y la temperatura sigue subiendo, más precisamente entre el 1100 y el 1300. Esto significó que se derritieron los hielos del Atlántico Norte, lo que permitió que los vikingos navegaran desde Escandinavia hacia Groenlandia. Llamaron Groenlandia (sí, "Tierra Verde") a lo que hoy es esa desolación cubierta de hielos. En ese mundo cálido, pudieron seguir navegando hacia el oeste, descubrir América y fundar varios asentamientos. Los hombres de Eric el Rojo y llamaron Vinlandia, la "Tierra del vino", al norte del Canadá, allí donde hoy los esquimales construyen sus iglúes y persiguen el oso polar.
Los archivos del Vaticano registran que las colonias americanas de los vikingos pagaban puntualmente sus diezmos al Papa. Esas poblaciones subsistieron hasta el siguiente cambio climático, que volvió a bloquear la navegación en esos mares e impidió el tráfico regular entre la Europa del Norte y América.
La consecuencia lógica fue que el siguiente descubrimiento de América (el de Colón) debió hacerse por el Ecuador, siguiendo un camino mucho más largo y difícil que el de los vikingos. De este modo, el mapa político del mundo quedó fuertemente marcado por estos ciclos climáticos.
Al fin de la Edad Media, una enorme ola de humedad hace crecer soberbiamente los árboles, desborda los ríos, y destruye o pudre las cosechas, ya que toda su agricultura estaba adaptada a condiciones de mayor sequedad. Europa entera pasa hambre y las crónicas de Castilla dicen que "jamás en ningún tiempo la humanidad conoció tan grande e igual mortalidad".
Y en el Renacimiento empezó a hacer más y más frío, de lo que tenemos bastantes indicios. En la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla, una noche se congela el agua bendita en las grandes vasijas de mármol (traídas de los templos paganos de Éfeso) y las hace estallar. También nos cuenta Maquiavelo que en 1424 el ejército florentino toma la ciudad de Imola "por haber helado la crudeza del frío el agua de los fosos de la ciudad". Es decir, que en Italia (y no en Suecia) hizo tanto frío que se congeló el agua de esos fosos y quedó tan dura que pudieron cruzar muchos soldados que llevaban armaduras.

El hielo estaba tan duro que soportó el peso de armaduras como éstas (**)

El mundo se fue enfriando a partir del Renacimiento: tenemos pinturas de la época de Vivaldi que muestran la laguna de Venecia congelada y la gente jugando en trineos como si estuvieran en Moscú.
Y es que tuvimos una etapa realmente fría (que los climatólogos llaman "Período Glacial Breve"), que podemos ubicar aproximadamente entre 1540 y 1850. A lo largo de varios siglos, los glaciares alpinos se expandieron y arrasaron una importante cantidad de pueblos. Las campanas de las iglesias francesas aplastadas por el avance de los hielos fueron llevadas a sitios más bajos, como testimonio de los pueblos que quedaron debajo de los glaciares.
El fenómeno no era solamente local: lo mismo ocurría con el ejército otomano, paralizado durante la mitad del año en el clima hoy templado del Medio Oriente. El frío hace que se pierdan cosechas y haya grandes hambrunas.
En la América prehispánica, una etapa seca anterior a la conquista española obliga a que los indios zapotecos abandonen la ciudad de Monte Albán, ubicada en el estado mexicano de Oaxaca. Secadas las vertientes de la montaña, quedó la ciudad fantasma, invadida por los árboles y los pastos.
Después de mediados del siglo pasado, la temperatura no ha dejado de subir, en lo que parece ser un fenómeno natural acelerado por la contaminación. De modo que Napoleón sufrió en Rusia un frío mayor aún que el que soportaron los ejércitos rusos y alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Hoy hemos recuperado los niveles  de temperatura del período medieval y probablemente nuestro clima sea semejante al de los tiempos de Ricardo Corazón de León.

 

En 1876, Carlos Pellegrini señaló la vulnerabilidad de la economía argentina ante las contingencias climáticas. En ese momento advirtió que "la provincia de Buenos Aires, triste es decirlo, sólo produce pasto y toda su riqueza está pendiente de las nubes". Pellegrini quería una industria que nos hiciera menos dependientes de las variables climáticas. Hoy, que tuvimos una industria y la supimos destruir, tenemos los campos inundados y la poca riqueza que queda en el país está debajo del agua. ¿Necesitamos que se repitan fenómenos semejantes en las áreas urbanas? ¿Somos conscientes del conjunto de implicancias sociales de cada situación climática? ¿Podemos hacernos cargo de que existe un problema y que se trata de un problema de envergadura?

 

Para dar respuesta a este conjunto de problemas hemos convocado a esta reunión.

(*) Gabriele Bella: La laguna de Venecia congelada en 1706.
(**) Paolo Ucello: "La batalla de San Romano". 

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