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EL GHETTO DE VARSOVIA

(¿Cómo debe comerse esta ensalada de repollo y perejil?)

 

La policía judía en acción en el Ghetto de Varsovia

hacia 1943, durante la ocupación alemana.

 

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   Si se considera el número de víctimas ocurridas durante la ocupación alemana en Polonia, nos encontramos con que se ha dicho, insistentemente, que fueron los judíos polacos quienes más sufrieron con la política de exterminio. No sólo en Auschwitz, sino también en una infinidad de campos de la muerte que fueron descubiertos por cuentagotas, tales como Treblinka, Sobibor, Belzec, Maidanek, Chelmno, y así siguiendo, con otros varios lugares más obscuros que, también sea por goteo o bruscamente, fueron tomado importancia. Un caso extraño. Pero, en fin, muchas veces la verdad se presenta así y no de la manera esperada o corriente. De manera que, por esto, no veo la razón de por qué tenderse un manto de sospechas.

   Dentro de ese fárrago de información que a uno le llega, he visto que se considera al dramático levan­tamiento del Ghetto de Varsovia, como el centro del exterminio de los judíos de Polonia. Se lo hace aparecer a menudo como una rebelión contra la deportación hacia las cámaras de gas. Por lo que habría de creerse que se habría filtrado y extendido ampliamente por Varsovia la noticia del presunto tema de las discusiones secretas entre Hitler y Himmler sobre este particular, lo que es una incoherencia hecha y derecha. Porque en el juicio de Nüremberg quedó debidamente acreditado en autos que el Mariscal Herman Göering, una de las más altas jerarquías en el partido NacionalSocialista y dentro de la conducción del IIIer. Reich alemán, no sabía nada de estas supuestas conversaciones.

   También lo dice el hebreo William Shirer, autor de un libro en general extravagante y poco serio (The Rise and Fallo of de Third Reich), de que si tales órdenes existieron (sobre la solución final del problema judío o Gesamtlösung), no fueron jamás consignadas por escrito. Lo mismo ocurrió con los testigos llamados a declarar en el caso Goebels: al parecer éste no conocía las conversaciones secretas Hitler-Himmler. Bueno: como quieran ustedes, pero los judíos de Varsovia sí conocían las conversaciones secretas, que es lo que interesa. Tal vez fue un milagro. Quizás algún profeta que ellos fabrican con harta facilidad. O bien hay que desconfiar de los jueces de Nüremberg, que se ahorcaron a 14, incluido el General Jodl desclarado sobre el pucho inocente, de un solo saque y en 1951 seguían ahorcando (caso de Otto Ohlendorf).

   Sin embargo el caso del Ghetto de Varsovia es muy instructivo en cuanto concierne a la creación de la leyenda del exterminio. En efecto: a menudo se presenta  a la evacuación del Ghetto, por cuenta de los alemanes en 1943, como el exterminio de los judíos polacos, aunque no fuera tal cosa. Y se creó toda una mitología al respecto después de la publicación de novelas sensacionalistas tales como The WallExodus de los hebreos John Hersey y León Uris respectivamente. Que, por haberlas leído, digo que no tienen nada de malo, salvo el hecho de que sectores interesados dieran por ciertas las cosas que allí se dicen. No. Solamente son novelas a secas, y no son historias noveladas ni son novelas históricas, que son géneros distintos dentro de la novelística.

   Cuando los alemanes ocuparon Polonia, encerraron a los judíos, por razones de seguridad, no en campos de internación, sino que los mantuvieron en su ghetto. Y digo en su ghetto, porque éste preexistía a la llegada de la invasión teutona, desde hacía aproximadamente unos 500 años, lo que nos lleva volando a la Alta Edad Media y unos 50 años antes del Descubrimiento de América. Por otra parte, esta característica hebrea de recluirse en ghettos, fue denunciada por los historiadores romanos unos 200 años ante de NSJC, de manera que, por aquí, no tenemos nada nuevo. Este ghetto de Varsovia, desde su fundación fue una ciudad dentro de la ciudad y, para separar una de la otra, se construyeron gruesas murallas que aún existen y son visitadas por una multitud de turistas anualmente.

   Pero a pesar de la nueva administración nazi imperante, se conservaron ciertas prebendas que los judíos habían logrado a lo largo del tiempo. Como por ejemplo, la adminis­tración y gobierno interior del ghetto por  Consejos Judíos, cuyas autoridades, con jueces y tribunales incluidos, eran elegidas por los mismos judíos. Como un acto de soberanía ejercía allí sus funciones la policía judía, la que era completamente independiente de la polaca, resultando a la postre una invalorable colaboradora de la autoridad alemana. Y llegaron a tener su ejército (Ejército Metropolitano Polaco).Otro acto de soberanía e independencia fue el mantenimiento de una moneda que ya existía, pero, si bien era un circulante exclusivo del ghetto, tenía su cotización fuera de él como cualquier dinero. La idea de conservar la moneda no fue, en realidad mala, ni fue el resultado de la bondad alemana, sino que fue una medida para evitar la especulación que entre los mismos judíos que era verdaderamente terrible.

Fuera este sistema bueno o malo, arcaico o moderno, era comprensible en tiempo de guerra que es su contexto. Y aunque pudiera considerarse al ghetto como una organización social cuestionada en todos los países donde se estableció (en España, por ejemplo, desde los Concilios Iliberitanos hasta la expulsión de los judíos en 1492), no entrañan, con seguridad, un sistema bárbaro ni concebido con el propósito de destruir a una raza (si es que se puede considerar como tal a la existente después de 1873 años de ocurrida la Diáspora por Tito Vespasiano), dado que es un sistema ideado por los propios judíos para cumplir lo que les vienes desde Esdras y Nehemías. Sin embargo, dadas las circunstancias posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se sostiene que, en realidad, los ghettos se habían concebido con el objeto de llevar a cabo el exterminio.

En una reciente publicación sobre el paradigmático Ghetto de Varsovia, un autor se atreve a afirmar, impúdicamente, que los campos de concentración reemplazaban al sistema que consistía en amontonara los judíos en ghettos sobre poblados y hacerlos morir de hambre. Está visto que cualquiera fuera el sistema de seguridad utilizado por los alemanes, y el trabajo que se hubieran tomado para que los judíos pudieran conservar una apariencia de comu­nidad, no escaparían jamás a la acusación de haber querido exterminar a los judíos.

He podido establecer que, conforme al Censo de 1931, había en Polonia 2.732.600 judíos, y que después de la emigración y huida de los judíos polacos a la Unión Soviética, no quedaban mas que 1.100.000 en la parte de Polonia ocupada por Alemania. Estos hechos incon­trastables no impiden sin embargo a Manvell y Frankl (Heinrich Himmler, Londres 1965), afirmen que había más de 3 millones de judíos en Polonia en el momento de la invasión alemana, y que en 1942 quedaban todavía alrededor de 2 millones a la espera de la muerte (ídem en pág.140). En realidad, sobre el millón y fracción de judíos que quedaban en Polonia al momento de la invasión alemana, casi la mitad (alrededor de 400.000), fue concentrada en el Ghetto de Varsovia, sobre una superficie de 6,4 kilómetros cuadrados que rodeaba al antiguo ghetto medieval.

Durante el curso del verano de 1942 Himmler ordenó transferir de todos los judíos polacos a campos de internación para utilizarlos como mano de obra. En consecuencia, más de las tres cuartas partes de los judíos del Ghetto de Varsovia fueron evacuadas y transportadas (entre julio y octubre de 1942), pacífica­mente bajo la vigilancia de la policía judía y la estricta vigilancia de las autoridades del Ghetto. Pero se pretende que la transferencia a los campos terminó en el exterminio. No obstante esta cantinela las pruebas dis­ponibles demuestran sin duda alguna posible que esa medida sólo tenía por objeto procurarse mano de obra y prevenir disturbios. En primer lugar, Himmler descubrió al visitar sorpresivamente Varsovia en enero de 1943, que 24.000 judíos registrados como obreros en fábricas de armamentos trabajaban por su cuenta, en sus negocios privados y de hecho ilegalmente, como sastres, peleteros, prestamistas y ropavejeros (Manvell y Frankl, ídem en pág.140).

Pero la preocupación alemana también era otra: se pudo verificar que el Ghetto servía como base para incursiones subver­sivas en la Gran Varsovia. Es decir los judíos recluidos en su ghetto, salían por las noches a perpetrar atentados terroristas en los aledaños donde vivía una mayoría cristiana. Sin duda alguna contaron para esto con la ayuda sin tapujos del Partido Comunista polaco, del cual formaban parte muchísimos circuncisos.

Después de seis meses de evacuación pacífica, cuando no quedaban más que 60.000 judíos en el Ghetto, el 18 de abril de 1943, debieron los alemanes enfrentar una rebelión armada. Los judíos Manvell y Frankl reconocen que los judíos que integraban movimientos organizados de resistencia introducían fraudulentamente desde hacía mucho tiempo armas en el ghetto, y que grupos de combate abrieron fuego y mataron a muchos SS y a miembros de la milicia que escoltaban a una columna de deportados. En buen romance: aparte de soldados alemanes, también asesinaban a policías judíos.

Los terroristas del Ghetto recibieron ayuda del Ejército Metropolitano Polaco (el Ejército del Ghetto) y dinero del Partido Comunista Polaco (llegado desde los EE. UU. por diversas triangulaciones que siempre incluían a Gran Bretaña). El ejército alemán de ocupación entró pues en acción en respuesta a una rebelión apoyada por partisanos y comunistas, como lo hubiera hecho cualquier otro ejército en una situación similar, para eliminar a los terroristas, destruyendo de ser necesaria la zona resi­dencial. Debe recordarse que toda la operación de evacuación habría continuado pacíficamente si extre­mistas judíos no hubieran organizado esta rebelión armada destinada al fracaso, y cuyo único objetivo no era salvar la vida de los propios judíos a los que ellos mismo mataban sin asco, sino restar mano de obra a las fábricas alemanas.

Cuando el General SS Stroop penetró en el ghetto, el 9 de abril, con vehículos blindados, sufrió de inmediato el fuego de los terroristas y perdió 12 hombres; las pérdidas alemanas y polacas (milicia polaca y milicia judía al servicio de los alemanes), alcanzaron durante el curso de los combates -que duraron 4 semanas- a 101 bajas y un número indeterminado de heridos. La porfiada resistencia de la organización judía de combate en esta lucha en que no tenía posibilidad alguna de vencer, causó (según tas estimaciones) la muerte da 12.000 judíos, en su mayor parte porque permanecieron en los inmuebles y abrigos en llamas. No obstante ello capturaron los alemanes 56.065 habitantes del ghetto, los que fueron reinstalados pacíficamente en diversos lugares de la Gobernación General de Polonia. Varios judíos del ghetto, irritados por el terror impuesto por la organización clandestina de combate y la cantidad de víctimas inmoladas por los propios judíos, informaron a los alemanes sobre la ubicación de los estados mayores de la resistencia. Nada hubiese hecho el Ejército Alemán sin haber contado con estas valiosas ayudas. Falta dilucidar si fue como dicen, que algunos los rabinos, cansados de ver y sufrir semejantes matanzas inútiles y por venganzas, no organizaron ellos mismo el sistema secreto de delación para mantener informadas a las huestes del General Stroop.

Las circunstancias de la rebelión del Ghetto de Varsovia y la deportación de judíos a los campos de trabajo del Este, Auschwitz entre ellos, dieron origen a relatos extremadamente dramáticos sobre el destino de los judíos polacos, sin duda el más importante de los grupos judíos de Europa. El Comité Mixto de Distribución Judio afirmó en documentos preparados para el proceso de Nüremberg, que en 1945 no quedaban en Polonia más que 80.000 judíos; y también que ya no quedaban judíos polacos entre las personas desplazadas en Alemania y Austria; lo que no se condice en absoluto con la cantidad de judíos arrestados por mercado negro, tráfico de drogas, contrabando, prostitución, robos, estafas, falsificación de moneda, etc., por las autoridades de ocupación británicas y norteamericanas.

Sin embargo; el nuevo régimen comunista instalado por el Ejército Rojo en Polonia, no pudo impedir (¿acaso un desquite por los partisanos comunistas muertos en el levantamiento del Ghetto, delatados por los propios judíos?), un gran progrom en Kielce, el 4 de julio de 1946, y en consecuencia mas de 150.000 judíos polacos empren­dieron la huida refugiándose en Alemania Occidental. Su llegada era comprometedora (repito: los judíos desplazados eran comprometedores para los EE. UU., Inglaterra y Francia), y en tiempo record se les hizo emigrar para Palestina, los Estados Unidos y Sudamérica (donde Argentina se lleva los laureles, seguida de Venezuela). El número de judíos polacos que sobrevivieron a la guerra sufrió después importantes modificaciones: en el American Jewish Year Book se encuentra la cifra de 390.000. ¿Pero cómo? ¿No fue que al principio tan sólo eran 80.000? ¡Casi cinco veces más! O han procreado a mansalva o han mentido lindamente. Una de dos.  Por ello es que me atrevo a decir que los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Digamos como aquí, ¿no? Por lo que podemos esperar para el futuro nuevas rectificaciones en el mismo sentido.