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UN CASO EMBLEMATICO:

RUDOLF HESS

(Un buen ejemplo de cómo funcionan los Chorede Sumanos)

Juan Pampero

 

Fotografía tomada desde un taxi de la Prisión de Spandau, en Berlín,

a fines de 1976, porque estaba prohibido hacerlo de a pie, en forma

descubierta. El soldado yanqui de la derecha se vino encima, pero

eso sí: democráticamente. Hasta el 17 de agosto de 1987 hubo allí un

solo prisionero: Rudolf Hess. Era la última víctima de los linchamientos

de Nüremberg, donde la Libertad hizo justicia.

 

La síntesis de los hechos

   Rudolf Hess fue desde la primera hora del NacionalSocialismo el lugarteniente de Aldolf Hitler y hombre de su máxima confianza. Más aún: algunos han dicho sobre esto que, de haberle pasado algo a Hitler, su sucesor natural habría sido Hess. Es posible.

   La madre de Hess era inglesa y tal vez por esta razón sentía gran simpatía y admiración por el pueblo inglés. En las Olimpiadas de Berlín de 1938, Hess trabó amistad con el Duque de Hamilton de quien, con el tiempo, terminó siendo amigo personal.

   Atendiendo a las insistencias de Hess, que se creía capaz de conseguir la paz con Inglaterra si conseguía la oportunidad de exponer sus ideas al Duque de Hamilton, al Rey Jorge VI y otras autoridades británicas, Hitler aceptó que se llevara adelante un plan de gran audacia, el que a su vez debería producir un tremendo impacto a nivel mundial.

   Para ello, en muy poco tiempo, Hess aprendió a pilotear un Messerschmitt ME-110, el nuevo avión caza alemán, identificando en las cartas de navegación la población de Duganvel, en Escocia, donde estaba la residencia de Hamilton.

   Simultáneamente se fueron estudiando todos los detalles de la operación, faltando, por el escaso tiempo disponible, su perfeccionamiento en paracaidismo, tanto que se dice que el salto que habría de realizar Hess sobre Duganvel, puede considerarse como el primero. También debía sortear la red de baterías antiaéreas inglesas y otros detalles que hacen pensar en una misión suicida. Antes de su partida Hess dejó una carta a Hitler donde le decía: En el caso en que mi proyecto fracase, declare –si el destino se muestra adverso, y reconozco que mis posibilidades son ínfimas-, que estoy loco.

   La fecha que se escogió no podría haber sido otra mejor: 10 de mayo de 1941, el primer aniversario del gobierno de Churchill y primer aniversario del inicio del ataque alemán que lanzó a las fuerzas británicas al mar.

   El plan previsto funcionó perfectamente, incluido el arriesgado salto nocturno en paracaídas. Sin embargo al llegar a la superficie, que era un campo arado, se torció un tobillo. Rápidamente se deshizo del paracaídas enterrándolo y, rengueando como pudo, llegó a la casa de un campesino quien lo atendió amablemente y luego lo llevó hasta la residencia del Duque de Hamilton que se encontraba muy cerca del lugar de la caída.

  También como estaba planeado este asunto se transformó en noticia mundial. Pero Hess no llegó a hablar con el Rey Jorge VI. No obstante ello, Hamilton lo puso en contacto directo con Churchill y es aquí donde termina esta historia. Lo tratado entre estas partes se transformó en secreto de estado, y de acuerdo a lo decretado por el Parlamento Inglés, los contenidos de estas conversaciones solamente podrán ser revelados en el año 2.016, es decir, 75 años después de los hechos, cuando éstos ya no tengan ningún valor. Lo que para nosotros no es ninguna novedad, porque de igual forma o peor, fue tratado el caso Malvinas, cuyas verdades serán reveladas dentro de 90 años. Lo que ya nos dice, si a los números nos atenemos, que lo ocurrido en Malvinas fue muchísimo más grave que este intento de detener entre superpotencias, nada menos que la Guerra Mundial II.

   Esta misión totalmente detallada se encuentra en Los Diarios de Adolfo Hitler, que algún día trataré, y sobre los cuales el gobierno alemán, muy apresuradamente, los declaró, sin ningún fundamento, como falsos. Digamos que a lo Mitre o Involución Libertadora: lo que prefiera el lector, porque ellos solos dijeron que eran lo mismo cuando decretaron que formaban parte de la línea Mayo-Caseros, ¿o no fue así?

   Lo único que puedo decir es que, el hombre que fue a proponer personalmente la paz a Inglaterra quedó encarcelado en este país hasta la finalización de la contienda, para ser luego transferido a Alemania en ocasión de los juicios de Nüremberg, donde el tribunal lo encontró culpable condenándolo a reclusión perpetua por considerarlo un criminal de guerra. Por este motivo fue confinado en Spandau durante 16.899 días, para ser asesinado finalmente a los 93 años de edad.

El asesinato de Rudolf Hess

   Al tiempo de haber ingresado Hess a Spandau, la vieja prisión fue declarada obsoleta, motivo por el cual no se admitió en ella ningún penado más. De manera que los presos bisoños fueron derivándose a las nuevas cárceles (una de las características de la social-democracia es que siempre construyen más cárceles que escuelas, y aquellas se encuentran más pobladas que cualquier barriada obrera), mientras los de Spandau fueron liberándose a medida que cumplían su condena o porque simplemente se morían. Pero como dice la Escritura que Dios se burla de los pronosticadores, porque ellos no quieren que se haga Su voluntad, una vez más los agoreros fallaron en el augur y ocurrió lo que nadie quería: toda la inmensa prisión de Spandau, que también fuera cuartel y estaba para su demolición, quedó para un solo preso: Rudolf Hess. Un bochorno a los ojos del mundo (después lo tilingos de aquí se quejan porque un hincha de fútbol le pegó un botellazo a otro al término del partido diciendo: ¡Qué barbaridad, que van a decir los extranjeros de nosotros!). No busque el lector otro caso como este en la historia del mundo porque no lo hallará. No. Tal vez se acerque, aunque no demasiado en los tiempos, lo de la bellísima Princesa de Eboli, martirizada por el asunto del criptojudío Escobedo, en tiempos de Felipe II (que no es mi intención deciros qué había entre esta hermosa peruana, aunque tuerta, pero viuda, y el hijo de Carlos V; no, nada de eso, que es fariña de otro saco y don Felipe era muy católico y con las polleras como su padre).

   Cuando Hess tenía 90 años caminaba diariamente por los patios aledaños, olvidado del mundo y el mundo olvidado de él. Se le escuchaba cantar viejas canciones de su época. No tenía radio, ni televisión. Recibía los diarios, en los cuales se había recortado todas las noticias relacionadas con asuntos políticos. Ni siquiera se le permitía abrazar a su hijo –en la fotografía tomada pocos días antes del famoso vuelo a Dungavel-, que lo visitaba una vez por mes, dado que se sentaban a la cabecera de una mesa rectangular, mientras que cuatro oficiales de las fuerzas de turno que lo custodiaban, tomaban asiento a los costados, dos de cada lado.

   El único prisionero de Spandau era vigilado por las cuatro potencias: EE. UU. (hoy el paladín de los Derechos Humanos; pronto James Cartes, héroe de los Derechos Humanos, asumiría la presidencia -1977-, Amnisty International ya existía y le darían el Premio Nóbel de la Paz -también en 1977-); Gran Bretaña (su socio en este asunto maniqueo y otras fechorías); Francia (un país sin destino y que ha perdido el rumbo), y la extinta Unión Soviética, violadora de todos los derechos humanos y de los más elementales derechos civiles. Cada una de estas vidas ejemplares, se encargó de la guardia durante un mes entero durante 41 años, sin contar los casi cinco que Hess ya llevaba cumplidos en Inglaterra.

   Hubo algunos pedidos de clemencia brotados de distintas partes del mundo. Movimientos aislados que pretendieron la libertad del terrible criminal de guerra de 93 años. Sí, el mismo que cometió la estupidez de creer que el diablo es bueno porque pierde la cola o no tiene el trinchante a mano. Es este un caso emblemático para ser estudiado por las comisiones de Derechos Humanos de todos los países del mundo, si es que alguna vez obraran de buena fe y no como títeres de yanquilandia, que han convertido este noble asunto en los bastardos Chorede Sumanos.

   Pero vino a ocurrir un hecho sorprendente. El 28 de mayo de 1987 un pequeño avión  Cessna tripulado por Mathias Rust, natural de Hamburgo, de tan sólo 19 años de edad, voló atravesando Escocia, las islas Shetland, Reykiavik en Islandia, Bergen en Noruega, Helsinski en Finlandia y aterrizó en la Plaza Roja de Moscú, a escasos treinta metros de la muralla del Kremlin. Había recorrido unos 900 kilómetros por territorio soviético, si ser detectado, aterrizando a escasos metros del despacho de Gorbachov. Evidentemente la hazaña había sido muy bien programada.

   Rust fue detenido inmediatamente y puesto a disposición de la justicia, quien lo condenó a cuatro años de prisión, aunque sabemos fue liberado en 1988 y el mismo Gorbachov dispuso su traslado a Hamburgo. Pero la prensa mundial, siempre venal y genuflexa batió el parche sin asco de tal asunto, para demostrar al mundo libre, cuán vulnerable eran las temidas defensas rusas. Para esto basta con leer, por ejemplo, la prensa norteamericana del 9 de agosto de 1987 en adelante. Y fue un gran error del que no se podía volver, porque enseguida se supo que la idea de Rust y los que lo apoyaron desde Alemania, no fue mojarle la oreja a los rusos, sino llamar la atención al mundo sobre la situación de Rudolf Hess en Spandau. Hasta en este asunto no habían fallado los planificadores alemanes, pero no tuvieron en cuenta que con esta acción brillante por donde se la mire, habían sentenciado a muerte a Hess.

   De acuerdo con lo publicado en el Amerika Woche el 29 de agosto de 1987; el Número 5 del Die Bauernschaft de 1987 y el Número 288 del Courier du Continent de diciembre de 1987, la intención de Mikhail Gorbachov habría sido aplicar un golpe propagandístico en occidente con la liberación de Hess. De esta manera el premier ruso quedaría ante los ojos del mundo como una blanca paloma de la paz y un hombre respetuoso de los Derechos Humanos, que ya los EE. UU. habían descerrajado sobre Hispanoamérica, su víctima predilecta y pagadora al contado de todos sus desafueros.

   Pero a su vez los rusos cometieron un error tremendo: le informaron de estas intenciones al Presidente Weizsacker por medios diplomáticos y antes de que éste fuera de visita a Moscú. Tres minutos después Weizsacker le estaba informando al presidente de los EE. UU. de las intenciones de los rusos. Sin embargo no les dijo nada a los ingleses ni a los franceses, hecho que llama poderosamente la atención, viniendo de un social-demócrata remachado. Cuatro minutos más tarde los EE. UU. ya le habían informado a Inglaterra, quien puso el grito en el cielo blandiendo amenazas como siempre. Y fue el mismo Weiszacker el encargado de comunicarle a Gorbachov del descontento de su Graciosa Majestad.

   Sin prestarle mayor atención los rusos siguieron trabajando sobre el proyecto de liberar (usar quedaría mejor) a Hess y, aparentemente, habrían elegido como fecha un día de julio de 1987, cuando ellos estuviesen a cargo al detenido. Sin embargo esta fecha fue mudada casi de inmediato a noviembre, otro mes que le correspondía la guardia a los soviéticos, y Gorbachov podría indultar a Hess y hacerlo beneficiario de la Amnistía Navideña, todo lo cual conformaría un cuadro imposible de retrotraer.

   Si bien Hess tenía 93 años como queda dicho, cuenta su hijo y algunas anécdotas que se escaparon de los soldados que lo custodiaban, que tenía una lucidez mental impresionante, recordando en detalle, fechas, nombres y lugares, de hechos ocurridos en su niñez inclusive. Con esto quiero decir que los ingleses y no otros, principales fautores y autores de este penoso asunto, sabían de antemano que si se cumplían las maquinaciones rusas y Hess quedaba en libertad, no solo hablaría, sino que habría escrito o dictado unos buenos tomos que explicasen lo que realmente había sucedido, particularmente desde 1930 hasta su prisión en 1941. Y está visto que esto sería el acabose para los británicos y la judería. Estas deducciones son las que los condujeron a la solución única: el asesinato.

   Pero si al crimen lo llevaban a cabo los ingleses, todo hubiese sido muy evidente. Entonces hablaron con los estadounidenses, que se harían cargo de penado en agosto de 1987, quienes los derivaron a la CIA. Ellos, los yankis, con Hess tenían poco y nada que ver, dado que cuando ocurrió su captura los EE. UU. no habían entrado en guerra con Alemania. Entonces en ese mes se substituyeron los soldados de guardia por agentes de la CIA en los puntos más importantes del presidio. Al resto de los soldados norteamericanos, que eran completamente ajenos al macabro plan, los dispusieron en la periferia.

   Desconfiados los ingleses de su socio, dispusieron entre aquellos soldados dos agentes del SAS (Servicio Aéreo Especial) británico en la noche del sábado 15 y el domingo 16 de agosto de 1987. Ellos serían los ojos de Su Majestad, que son tan largos y sagaces que pudieron ver y confirmar la muerte de la Princesa Diana. El lunes 17 los dos agentes del SAS recibieron el visto bueno de los de la CIA.

   Mientras Hess hacía su caminata matutina, los agentes británicos salieron de entre una plantas, portando un cable eléctrico de unos dos metros de largo para ahorcar al prisionero y fingir luego un suicidio por ahorcamiento al colgar el cadáver de un árbol próximo. Pero he aquí que les apareció un imprevisto: el anciano tenía mucha fuerza y se defendió de sus agresores, al tiempo que comenzó a gritar. Y fue así que se acercó al lugar del hecho un soldado norteamericano que no estaba entre los conjurados. Los británicos (reconocidos luego por el soldado como ingleses por su acento), le dijeron que ellos no sabían que había pasado y que, al parecer, Hess había sufrido una descompostura (a pesar de que el alemán  balbuceando señalaba con su dedo a los dos súbditos de Su Majestad sin poder hablar por la forma en que le habían ceñido el cable a la garganta).

   El soldado norteamericano disparó a buscar una ambulancia. A pesar de que la guardia y todo el servicio estaba a cargo de los yanquis, la ambulancia que concurrió fue inglesa, con médico inglés y enfermeros ingleses. Pertenecía al Hospital Militar Británico. La suerte de Hess estaba echada. Al subir al paciente a la ambulancia, también lo hicieron los dos agentes del SAS que nada tenían que hacer en aquel lugar, puesto que estaban de guardia y no podían abandonar el presidio. Cuando Hess llegó al hospital más próximo ya estaba muerto. No hubo autopsia del cadáver por lo que queda a cargo del lector imaginar de qué murió Rudolf Hess.

   Este hecho tenebroso, tanto como la prisión de Hess, hizo que aparecieran versiones encontradas entre los responsables del prisionero. Todo lo cual se encuentra reflejado en los periódicos y revistas de los EE. UU., Alemania y Suiza. En marzo de 1989, la Cadena O Globo de la televisión brasilera, transmitió un reportaje oficial sobre este asunto. El soldado norteamericano que asistió a Hess luego del primer ataque, Richard Warren, un buen día en que había quedado de encontrarse para comprar o alquilar una casa donde iría a vivir con su señora, no tuvo mejor idea que arrojarse de un piso 22, por lo que no pudo hacer más declaraciones ni escribir el libro que había prometido. Y aquí se cierra definitivamente este cuento. Y todos los secretos que sabía Hess, seguramente terribles, se fueron con él. El único que, con su memoria prodigiosa, recordaba todo.

 
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ESTE TRABAJO ESTA DEDICADO A TODOS MIS CAMARADAS QUE EN ESTE MOMENTO SUFREN PRISION INJUSTAMENTE POR CULPA DE LOS EMPLEADOS DE LA SINARQUIA Y SUS CORIFEOS, LA JUDERIA INTERNACIONAL. NO SE EQUIVOQUEN VIEJOS CAMARADAS: SON LOS MISMOS.

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