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LA MUERTE DE LEE OSWALD

(O las andanzas de Jacobito circunciso)

Juan Pampero

 

   Momento en el cual el judío Jacobo Rubinstein (para la prensa internacional que trató de ocultarlo Jacky Rubi), conocido propietario de garitos clandestinos, acusado de regentear  una cadena de prostíbulos, antiguo narcotraficante , dueño de varias bocas de expendio de drogas peligrosas y famoso contrabandista repetidamente procesado por estas y otras causas como estupro, asesina con un disparo de revólver a Lee Harvey Oswald,  principal acusado por la muerte de John F. Kennedy (sí, John, un marxista en su juventud, formado en los círculos del judío comunista Harold Lasky en Londres, cuando su padre fue embajador en Gran Bretaña en tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial; habitué de los Círculos del comunista John Reed e íntimo de la masona y  ácrata Eleanora Roosevelt, vendido al final para consumo interno de la gilada,  como el Gran Demócrata de América).

 

     Estimado don lector: no me venga con el cuento que usted no conocía esta fotografía. ¡Sí, cómo me va a decir eso! Claro que la conoce porque ha dado tantas vueltas al mundo como pelos me quedan a mí todavía en la cabeza. Más aún: es posible que la haya visto varias veces. Ahora bien; sea como fuere le pregunto: ¿qué cosas extrañas ve usted en ella?

   Le doy la respuesta para que no sufra más: observe al hombre de la izquierda. Está con la clásica expresión de quien espera que se haga un disparo. No es el rostro de una persona sorprendida y que trata de detener a un asesino. No. Y fíjese en su mano izquierda, que sujeta a Oswald por el cinturón (¿en qué lugar del mundo se traslada un preso tomándolo por el cinturón?), para que no se mueva y Rubinstein le pueda asestar el disparo con comodidad. Detrás de Rubinstein, y tapada su cara por el sombrero de éste, hay un segundo hombre que se encuentra tomando a Oswald por el brazo izquierdo (sí, como si fuera su novio) para que el infeliz no se desplace en el ofertorio.

   La cara de los cinco hombres restantes es de alto patetismo. Están como diciendo “que se cumpla la sentencia”. El rostro del locutor que se encuentra a la izquierda con un micrófono en la mano, es la más reveladora de todas. Ni el disparo que acaban de escuchar, ni el estampido que asusta a cualquiera, ni las descargas de un loco suelto que está armado y decidido a matar a no se sabe cuántas personas, les movió un solo músculo de la cara. El único que ha cambiado su cara es Oswald que ya está herido de muerte con el páncreas, el estómago y un riñón perforados.

   Rastreado a Jacobo Rubinstein y sus andanzas se puede llegar a Méjico y hacer turismo en carretera. A través de Méjico se puede acceder fácilmente a Fidel Castro, el Patriarca de las Américas y al Che Guevara, el Gran Americano. Montando a horcajadas de don Jacobo se camina un poco más y aparece otro judío: Jacobo Arbenz de quien el medio judío Che Guevara, que dicen era médico sin haberlo demostrado, había sido su Ministro de Agricultura. Menos mal, porque de haber sido veterinario hubiese sido Presidente de la Organización Mundial de la Salud. Pero tirando un poco más de este piolín se puede saber cómo Fidel Castro y sus secuaces obtuvieron las armas, municiones y explosivos, las que llegaban desde los EE. UU. a través de la organización contrabandista montada por Rubinstein para el tráfico de drogas venido de Colombia y Perú por vía Pacífico. Desde luego con la aquiescencia del gobierno norteamericano que permitía la salida de estos materiales bélicos por su frontera, y del gobierno mejicano quien autorizaba tácitamente que a 30 kilómetros de su capital hubiese un campo de entrenamiento de forajidos que iban a invadir un país del cual Méjico decía era su amigo. De manera que entre los fusiles M.30, Garand, cascos de acero, granadas de mano y cartuchos de dinamita para la libertad, venían mezclados los porros de marihuana, los ravioles de cocaína y jeringas para el negocio de Jacobito, más las chinitas mejicanas y panameñas para las mancebías en calidad de carne nueva (aunque no fresca), previo lavarlas con jabón blanco, lavandina y cepillo y  rasqueta a pelo y contrapelo.

   Jean Lombard (La Cara oculta de la Historia Moderna), siempre tan informado, no duda un instante en decir que Rubinstein era un agente de la CIA a órdenes de Allen Welsh Dulles, alcahuete incondicional de Eisenhower, defenestrado por Kennedy después de Bahía de Cochinos. También lo dice el diario Clarín del 25 de noviembre de 1963 (en realidad parece que se le escapó, ¿lo habrán sancionado?).

El circunciso Jacobo Rubinstein fotografiado

en uno de sus tugurios prostibularios.

Eran los tiempos en que todo andaba al pelo.

Como su añeja amistad con el Presidente

 Eisenhower que le permitía cualquier travesura. 

¿FIN?

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