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MISA POR GUERRILLEROS
¿MONSEÑOR CELEBRARÁ ALGUNA
POR LOS ASESINADOS POR ÉSTOS?

   Estimado amigo; dignísimo compatriota:

   Hace unos días el bueno de don Bergagoglio ofició una misa por el alma de los desalmados personajes de la guerrilla que habían sido inmolados por la dictadura militar. Todos los allí presentes cariacontecidos y transidos de dolor seguramente. Entre ellos se destacaba la enhiesta figura del presidente, con una seriedad tan impresionante que hubiese hecho palidecer a Caracalla y Dioclesiano que, después de todo y si los compara usted con los de ahora, fueron en el fondo unos buenos muchachos.

   Todo el tiempo transcurrido desde aquella magna fecha hasta el día de hoy 16 de mayo, que es de los Santos Ubaldo y Honorato Obispos y Juana de Lestonac, religiosa, he aguardado pacientemente que don Bergagoglio oficie una misa, igual a la que enantes dije, pero por los militares muertos por los curas.

   Este asunto arranca con el padrecito Arturo Ferré Gadea (ex Acción Católica en Buenos Aires de 1955), mano derecha de Envar El Kadre en la guerrilla tucumana de Taco Ralo. Y esto, estimado amigo, no hubiese pasado de un chichón en el asfalto, si no supiésemos que Ferré Gadea fue el último en rendirse con su compañía a las fuerzas carnívoras de la represión. Luchó hasta el final. En sus santas manos se encontró una poderosa ametralladora Messermicht con el cargador vacío, señal que a los proyectiles ya los había distribuido o compartido entre los hermanos del otro lado.

   De este pastor de almas, pasando por el padre Mujica, el padre Farinello que reconoce abiertamente haber sido un terrorista, y el padre Mariani (ex Acción Católica en Córdoba de 1955) que cuando viajó a Brasil para visitar a Monseñor Helder Cámara Séptica (muy amigo de Su Santidad Pablo VI, desde aquellos encuentros en Nueva York, Roma y en el mismo Brasil), mientras limpiaba el armamento y leía el manual cómo armar bombas baratas, tuvo un encuentro homosexual con un estudiante portugués al cual le brindó auxilio espiritual esmerilándole la tapa de válvulas. Así lo cuenta él en sus Memorias. Qué quiere que le diga. De este pastor, le decía, pasamos, al padre Puigjané, colaborador infatigable de la Revista Humor y mano derecha de Mona Moncalvillo (hoy directora de Radio Nacional) en sus reportajes, que entró en el Regimiento de Infantería de la Tablada con una ametralladora antiaérea calibre .50 repartiendo proyectiles entre la feligresía. Hoy este padrecito barbado está refugiado en el Convento de los Capuchinos. Pero, ¿por qué? Porque a tres cuadras de allí vive su novia. Es decir: se ha buscado la comodidad del sacerdote.

   Mire don Antonio: hará cosa de una semana, días más o menos, una madre hecha un mar de lágrimas, mocos y suspiros capaz de arrancar el empapelado de una pared, recordaba por televisión la desaparición de su hija. Una mocita, que digo yo, sería como de 19 abriles. Y pasó que esta mujer medio se les salió del libreto y, haciéndome caer la dentadura postiza que hube de buscarla bajo la mesita de luz, dijo que ella “hacía responsable de la desaparición de su hija al Párroco”, al cual ellos “conocía de mucho antes” y que “siempre los había impresionado como un buen hombre”. El pastor la había inducido “a ayudar a los pobres” y “compartir el pan”. De allí la jovencita habría dado un salto cualicuantitativo, porque de repartir panes de harina, agua y levadura, se puso a repartir panes, pero de trotyl y gelamón, y mire usted qué bien: nunca se olvidaba de la mecha. Así que dentro de la piedad, a unos los ayudaba a que no se les pegase el estómago con la espalda y a otros les tronchaba una pierna, segaba un brazo o arrancaba la cabeza. Y, ¿por qué esta diferencia? Digo yo, hecho pura cicuta con mezcla de vino de mandrágora, que al tener una persona una pierna de menos, tiene menos hambre, luego come menos, ergo es más económico.

   Esta misa por los militares y policías muertos por los curas en forma directa, o indirecta recalentándole el caletre a la muchachada idealista, nos la debe don Bergagoglio. Y lo podría ayudar el inefable padrecito Marcó con su cara de haber recibido lavativas reiteradas con agua, jabón y uña de gato, como se hacen los enemas en el campo, dejándole las tripas a uno relucientes como el cañón de una escopeta.

   Don Antonio: lo aprecio, lo admiro y lo sigo como amigo y compatriota. Sepa disimular mi escritura menguada porque ya sabe no soy plumista.

   Un abrazo entonces y saludo a nuestro estilo, siempre en Cristo y María.

GUILLERMO
Milico, Feligrés y devoto de Nuestra Señora de La Paz.

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