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EL MARXISMO ES EL

DESTINO JUDIO

(Y éste forma parte del misterio de la historia)

Un trabajo del Profesor Mate Amargo

 

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1.  Francia, campo de experiencias políticas y sociales

   Desde 1789 hasta 1848 Francia fue el cobayo de todas las experien­cias sociales y políticas de las que el mundo contemporáneo cosecha los frutos maduros. Su genio, inspirador de los más célebres pensadores del siglo XVIII –Rousseau (recuadro), Voltaire, Montesquieu, Condorcet- también produjo los más audaces experimentadores de sus doctrinas. Ningún pueblo ha sido más consecuente que Francia en la aplicación de las ideas, aun de las más extravagantes. Sus filósofos habían enseñado la superio­ridad de la Razón sobre la fe, y la Primera República (1792) colocó ofi­cialmente a la diosa Razón sobre los altares del verdadero Dios, en Notre Dame de París y en el resto del territorio [1]; profesaron el culto a la Humanidad y a la Fraternidad Universal y, después de la proclama­ción de los Derechos Sagrados del Hombre por la Asamblea Constitu­yente (1789), por todas partes aparecieron los nuevos Catecismos del Ciudadano [2] y las Fuentes de la Regeneración; habían predicado la Igualdad, y el Terror (1793 a 1794) por medio de la guillotina se niveló todas las cabezas; preconizaron la Libertad, y los Jacobinos cortaron to­dos los lazos que ataban al hombre con la familia, con la sociedad y con la religión, y luego la Revolución Francesa envió a sus misioneros y a sus ejércitos a liberar a todos los pueblos vecinos.

   Esas experiencias, que costaron a Francia más de un millón de vidas humanas, atrajeron muy pronto las miradas de Europa, pero fue sola­mente después de la revolución de 1848, que puso fin al último ensayo de realeza, la realeza burguesa, cuando se hizo posible echar un vistazo integral sobre ellas y sacar conclusiones prácticas.

2.   El "Babouvismo" y su fracaso

   Después de la ejecución de Robespierre (1794), los demócratas y los republicanos de ex­trema izquierda, como diríamos hoy, temiendo que abortara el ideal igualitario proclamado por la Revolución, decidieron intentar una nue­va experiencia más radical, y fundaron la Societé du Panthéon, dirigida por un comité secreto: el Comité des Egaux. Sus principales dirigen­tes eran Nicolás Babeuf (en el recuadro), llamado Gracchus, hombre del Norte, turbulen­to y relacionado con los Iluminados alemanes; Agustín Alejandro Darthé, abogado bretón célebre durante el Terror por el número de sus ejecu­ciones sumarias; Felipe Miguel Buonarotti, importante carbonario italia­no naturalizado por la Convención; y Pedro Silvio Maréchal, escritor pa­risiense condenado durante el Antiguo Régimen por sus publicaciones ateas, autor del Manifiesto des Egaux (179ó) y de un proyecto de socie­dad atea titulado Culto y Ley de una Sociedad de Hombres sin Dios (París, Año VI). Esos eran los principales jefes de lo que la historia llama la Conspiración des Egaux. Tenían un periódico, Le Tribun du Peuple, publicaban manifiestos y volantes que se pegaban en las paredes de Pa­rís y efectuaban mítines en los muelles del Sena y en las esquinas de las calles, e incitaban a los soldados a apoyar la insurrección que debía estallar en mayo de 1796. Miles de hombres estaban dispuestos a entrar en acción. Sin embargo fue descubierta a tiempo a causa de la traición de un contacto, y 65 de los principales conjurados fueron arresta­dos por el Directorio ( el 10 de mayo de 1796), cuando se preparaban para ensayar su sistema. Fueron juzgados por la Alta Corte de Justicia que se trasladó a Vendóme, lejos de Paris, por temor a la popularidad de Babeuf. Solamente Babeuf y Darthé fueron condenados a muerte y ni una voz se escuchó en su favor. El terrible complot igualitario fue fre­nado con unos pocos gendarmes.

   Así pudo ser rechazada la experiencia comunista hasta la revolu­ción de 1848, pero los archivos tomados a Babeuf y publicados, antes de su ejecución por la Alta Corte, permitieron a partidarios y adversarios de la Igualdad reflexionar acerca de las ventajas y los inconvenientes del Babouvismo. Buonarotti, exiliado en Bélgica, publicó en 1828 una obra titulada La conspiración por la igualdad, llamada de Babeuf, seguida del proceso al que dio lugar y las piezas justificativas. Sin esa publicación es probable que el complot comunista de Babeuf no hubiera ejer­cido más influencia sobre los espíritus que el de Juan Ball, en Inglaterra, en el siglo XIV, o el de Campanella, en Calabria, en el siglo XVI.

3. Conclusiones extraídas de la primera conspiración igualitaria

   El programa igualitario, expuesto en los Manifiestos de Babeuf y de Buonarotti, especialmente dicen:

  1. Que “la comunidad de los bienes y de los trabajos es el verdadero objeto y la perfección del estado social".
  2. Que "La propiedad de todos los bienes es una: pertenece al pueblo".
  3. Que "No más propiedad privada de la tierra: la tierra no pertenece a nadie. Queremos e! goce común de los frutos de la tierra.   Los frutos per­tenecen a todos".
  4. Que "Es esencial para la felicidad de los individuos que el ciudadano no vuelva a encontrar en ninguna parte el menor signo de cualquier superioridad, aunque sea aparente".
  5. Que "No más educación doméstica, no más patria potestad: solamente el Estado puede educar".
  6. Que "Nadie tendrá derecho a emitir opiniones que se opongan al principio de igualdad".

   La gente sensata se dio cuenta de que ese sistema estaba lleno de contradicciones. La supresión de la propiedad privada de la tierra, de la educación libre, de la libertad de expresar el pensamiento, de toda superioridad aun aparente exigían, en efecto, la creación de un poder despótico que controlara la distribución de los frutos de la tierra, impartiera educación, controlara la opinión pública y reprimiera cualquier superioridad aun aparente. Por lo tanto el establecimiento de semejante poder significaría la supresión de la libertad. Por otra parte el proble­ma más difícil con el que chocaba el igualitarismo de Babeuf era la igual distribución de los frutos de la tierra, sin la cual la desigualdad tarde o temprano debía renacer. Ahora bien, esa distribución era prácticamente irrealizable en un país agrícola como lo era Francia en el siglo XVIII, donde el tiempo, el trabajo y los frutos de la tierra aún no estaban sometidos a una medida común: el dinero. Como decía Donoso Cortés: "El socialismo es hijo de la economía, como el viborezno es hijo de la víbora". El campesino del Antiguo Régimen no conocía el valor en sí. "Este exacto valor en sí, al igual que el número en sí, es una invención del hombre desarraigado, del hombre de la ciudad", como prueba en efecto Spengler en La decadencia dé Occidente.

   No obstante el Babouvismo ha permitido sacar conclusiones útiles para la orientación futura del comunismo. A pesar de su fracaso demostró que el ideal igualitario era susceptible de agrupar a individuos de origen, condición y cultura muy diversos, y que las ideas emitidas por sacerdotes como Juan Ball, Campanella (recuadro), Poulain de la Barre [3] y Mably, podían conciliarse con las de un masón como Buonarotti, o de un ateo como Silvio Maréchal. Finalmente, los herederos espirituales de Babeuf han podido apreciar que las personas más aptas para recibir la simiente igualitaria no eran ni los campesinos, ni el artesano, sino el hombre ubicado fuera de la sociedad: el salvaje de los filósofos del Siglo XVIII, el hombre abstracto del liberalismo, el hombre en sí de la ciencia vespertina.

4. El comunismo después de la revolución de 1830

   Por lo tanto fue preciso esperar el desarrollo de la industria, en detrimento de la agricultura, y la formación de una nueva ciase social de desarraigados, el proletariado, para ver renacer él igualitarismo de sus cenizas. Es lo que había previsto De Bonald, cuando hacia 1830 escribía que el partido de la Revolución impulsaba intencionalmente el desarrollo de la industria con el fin de aumentar sus tropas [4]. Con algo más de atraso y de experiencia, Lorenz von Stein (en recuadro) confirmaba esta opi­nión en 1850: El comunismo -escribía- es un fenómeno natural y nece­sario en todo pueblo en que la economía popular se convierte en indus­trial y produce un proletariado como consecuencia. Lorenz von Stein (1815-1890), que a la vez era jurista, economista y sociólogo, estudie los orígenes y el desarrollo del comunismo con toda la profundidad y le objetividad de la que son capaces los grandes pensadores alemanes. Su estancia en París, entre los años 1840 y 1845, en cuyo transcurso se re­lacionó con los principales doctrinarios socialistas y comunistas, le per­mitió escribir El socialismo y el comunismo de Francia contemporánea (1842), obra que completó y que, en 1850, se conoció con el título His­toria del movimiento social en Francia desde 1789 a nuestros días. El autor publicó esta obra en el momento en que el comunismo dejaba su cuna, Francia, para extenderse como una mancha de aceite sobre Europa y convertirse, como él lo dice, en la semilla de un combate europeo generalizado en el corazón de la sociedad.

La historia de la Restauración y de la realeza en Francia, después de la caída de Napoleón (1815 a 1848) puede resumirse en una sola frase: es la historia de la adaptación de la monarquía del Antiguo Régimer al mundo moderno. Ella terminó sin gloria ni honor con la huida del rey burgués Luis Felipe, aconsejado por Jacques de Rotschild. Es el fin inevitable de todas las instituciones que se abren indebidamente al mundo. Los que conocen poco la Historia, a esta adaptación la llaman progreso y a sus ejecutores progresistas; los que la conocen mejor la denominan decadencia y a sus operadores decadentes.

   Durante este período de 33 años, Francia continuó haciendo impor­tantes experiencias políticas y sociales. El último rey de Francia, Luis Felipe (recuadro), ubicado en el trono por la burguesía capitalista e industrial, fue destronado en febrero de 1848 por una revolución burguesa, sin efu­sión de sangre. El Gobierno Provisorio que le siguió buscó su apoyo en la clase obrera, creó los Talleres Nacionales en favor de los obreros sin trabajo, permitió al proletariado organizarse en poder político, y termi­nó con la terrible insurrección popular de junio de 1848, que causó más de 10.000 muertos en tres días. La represión militar del General Cavaignac evitó precisamente la experiencia comunista y desembocó en el II Imperio, que fue abatido militarmente en Sedán, como lo fuera el Pri­mero por la derrota militar dé Waterloo. Es el destino de los gobiernos modernos: ser víctimas de los elementos que los llamaron al poder. Só­lo Dios da permanencia a los reinos.

Las experiencias sociales realizadas durante el reinado de Luis Feli­pe no son menos instructivas. En esa época aparecieron los nombres socialismo y comunismo, y la bandera roja fue enarbolada por pri­mera vez en 1832. Buonarotti, exiliado en Bélgica, volvió a Francia en 1830, y su obra, La conspiración de Babeuf, se divulgó entre los traba­jadores. En 1832 se fundó la Sociedad de los Derechos del Hombre, y más tarde, la Sociedad de los Trabajadores Igualitarios, que tenía su periódico El Humanitario. En 1838, apareció otro periódico El Hombre libre. Este declaraba que la comunidad absoluta de los bienes debía ser realizada por el crimen y la violencia. Exigimos la comunidad de los bienes –proclamaban-, casi como Babeuf la había comprendido y, como él, trabaja­remos en la difusión de nuestros principios, aunque debamos ser vícti­mas de la injusta realeza. Cumplimos un deber al destruir de arriba a abajo el estado social, para rehacerlo sobre nuevas bases. El Humani­tario decía que el materialismo debe ser proclamado porque es una ley invariable de la Naturaleza [5]. En su último Manifiesto, Babeuf había anunciado que las experiencias igualitarias de los primeros años de la Revolución no serían las últimas: La Revolución Francesa sólo es el preanuncio de una revolución mucho más grande y más solemne, y que será la última.

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REFERENCIAS
  • [1] En Notre Dame, la Fiesta de la Razón fue dirigida por el ex seminarista Gaspard Chaumette. Allí también organizó una fiesta de la libertad de los negros, en cuyo transcurso hizo bailar a los negros frente al altar. 

  • [2]    El 30 de agosto de 1790 los abates Arnoux, Chalut y Mousnier ofrecieron a la Asamblea Nacional la obra del abate de Mably, titulada De los Derechos y los Debares del Ciudadano, verdadero catecismo  revolucionarlo. En 1793, el Catecismo del ciudadano francés, de Volnoy, fue declarado libro  nacional.

  • [3]   Este sacerdote, que se hizo calvinista y se casó para que nadie dude, publicó un libro titulado De la Igualdad de los Sexos, en el cual expone la teoría del poder absoluto del Estado sobre los bienes y las personas. Dicho sea de paso: llama la atención la facilidad con que estos hombres publicaban sus ideas, siendo como eran las ediciones un ojo de la cara. Quiero decir, publicar un libro en aquel tiempo era algo rayano en la extravagancia. Sin embargo casi todos ellos eran unos patéticos muertos de hambre. Entonces pregunto: ¿quién los financiaba para publicar sus desquicios?  

  • [4] “Este partido  de la  revolución tiene  en  reserva  el inmenso  taller  de las  revoluciones, que da ocupación a toda la población Industrial, de todas  las edades, de todos los sexos."

  • [5] Estas citas están en la obra  citada  de   Lorenz   von  Stein.