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¿SINCERARÁN LA ECONOMÍA?

   Reclamamos un Nüremberg para todos todos los responsables de las criaturas muertas y las desaparecidas, por los asesinados impunes de a centenas, por los desaparecidos y desaparecidas que no son justamente Jorge Julio López, por los latrocinios sin memoria, por los juicios millonarios entablados al Estado y que nadie sabe quién pagará, por los crímenes de lesa patria.

   Los Colorados del Monte, junio de 2007.

   A don CARLOS FERNÁNDEZ.   

   Querido amigo y buen camarada:

   Bueno mire: a este tema que desarrollaré, ya lo hemos tratado por teléfono, pero usted me ha pedido que lo diga por escrito, y aquí lo hago para que no ande diciendo de mí que patatín, que patatero. Pero ahora que estoy dispuesto a la fajina, chairiando mi faca fariñera, resulta que me viene a la memoria un hecho relacionado con el tema a desplegar y que se lo paso a contar sin darle más vueltas al carretel.

 Hasta no ha mucho vivía en este pago un aparcero al que le decían don Justo Leytes. Así no más: quiero decirle sin apodo. Hombre servicial y diligente, que supo ser peón de esquila, encargado de estancia, puestero, domador, alambrador y hasta pocero, en los campos que van del Río Guayquiraró hacia el sur, hasta un arroyo que le dicen El Arenal. No era viejo, que digo cuarenta y cinco o cincuenta tendría, pero estaba revejido de tanto cuerpearle las cosas a la vida maula, de madrugues con escarcha y de aguantar la sudestada. También fue guitarrero y cantor: era una delicia escuchar, en esas noches de luna, grillos y farolitos de querosén a bomba, como iba trenzando las coplas para enriendarse una chinita. Y no fallaba don Justo: donde echaba el ojo, ahí estaba puesta la bala. Porque la china guaycurú no le hace asco al tiroteo. ¿Y que quiere que le diga? Para mí es lo más lindo que tienen, aparte del mate y las tortas fritas: en invierno no se pasa frío.

   Nadie sabe cómo un buen día a don Leytes se le dio por chupar como ternero guacho. Empezó con el fernet, pasó por el toro viejo a la ginerabra, y al poco tiempo hasta los dientes se los lavaba con hesperidina, sin despreciar el alcohol de la farmacia. O bien, como me decía el viejo Cutro, que tenía setenta años y la señora dieciocho, que este gaucho era de trancarse siempre pero escondido  y solitario como vizcachón, y de golpe se hizo público su vicio. No sé. Fue el asunto que los fines de semana este Leytes se agarraba de los mejores peludos que se fabrican por estos pagos. Cuando lo subían al caballo para que pegue la vuelta era una función: del lado de montar lo subían, y del lado del lazo lo barajaban porque del empujón sobrepasaba el apero. Y el flete, un alazán tostado, bien entendido el animalito, tranqueando se lo llevaba como una bolsa de papas donde estaba su querencia en medio de un pajonal a la sombra de una tipa, buscándole la vuelta al desparejo para que no se le caiga la encomienda.

   Y vino a ocurrir un día que la cooperadora de la escuelita de Arroyo Hondo, donde había unas maestras alhajitas que siempre están solas en ese monte pobrecitas, hizo una fiesta un sábado para juntar unos pesos. Con este motivo se fue para allá todo el paisanaje; meta polca con sapucay, chamamé candombeado y algún valseado, que hacían flamear las lonas sujetas al alambrado que le hacían de contorno al festival. Entre aquellos estuvo Leytes y como no podía ser de otra manera, a eso de la media noche, después de versear lindo con la guitarra, se pescó una mama que no me escribe, de esas que no se empardan si no se está en el profesionalismo. Para que no anduviera dando asco y vergüenza, lo cargamos en el tostado para que se lo llevase a su guarida. Protestó diciendo que aquello era un atropello. Pero no hubo caso, se lo fleteó sin piola ni estampilla.

   No va don Carlos, vea mire, que al otro día el Leytes era finado fresco. Si: para no creer. Y usted me preguntará: ¿qué pasó? La verdad es que nadie sabe, bien bien, lo que pasó, pero es fácil imaginarlo como usted entenderá. Parece que en ese estado mamertoso don Justo hizo como una legua hacia el sur, tambaleándose y gritando su dicho favorito; “¡paren el mundo que me quiero bajar!”, hasta que, escuchándolo Dios, finalmente se cayó del flete y quedó tendido a lo largo, en el pastizal de la banquina. El caballito, conocedor del paquete, caminó unos trancos más y, saliéndose de la tierra, quedó atravesado sobre el pavimento del lado que viene para acá. Al poco rato apareció una camioneta que parecía la venían soplando los demonios y, al ver al caballo atravesado en su mano, tomó la banquina donde estaba Leytes durmiendo su llorona, por lo que le pasó por encima de pies a cabeza, así como venía. Más tarde el Comisario, que era el turco Jalil, me dijo que se supone la camioneta fue la primera, porque en el suelo fresco, también habían huellas de un camión cargado con ripio y hasta de un tractor que habían hecho lo mismo en la oscuridad de aquella noche. Al caballo lo encontraron verdeando como cien metros más adelante. Con este dato y las frenadas en el macadam se pudo reconstruir toda aquella tragedia. Así que don Justo quedó justamente hecho un amasijo y tan chato como el cuero de un recién deshuesado. Plegándolo en dos, los de la pompa se lo llevaron para el campo santo. En el pueblo, una semana duró el comentario en boca de las comadres de la Cofradía de San Vicente Ferrer, aprovechando para decir que los borrachos y los mujeriegos son hijos de Satanás. De los últimos no sé. El cura de San Ramón, mi confesor, me dijo que no es así. Porque a los mujeriegos Belcebú los castiga con azotera de lana.

   Y bien: usted me dirá a qué viene este cuento y tanta lata. Viene bien por lo que está pasando ahora en el país y lo que me está pasando a mí. ¿Se ha fijado don Carlos que todos los ojos y el entendimiento está puesto en el mes de octubre de este año? Ya sé que es por las elecciones. Sí. Pero eso no es lo más importante. Que aquí hay muchos que tocan el timbre y después salen corriendo. Le explico mi amigo.

   A mi justo entender creo que el problema no aparecerá en octubre si no en diciembre, cuando haya que entregar el gobierno de la Nación. Y en esto sólo hay dos alternativas: que la recipiendaria de tal honor sea la Cristina, como ahora andan diciendo, u otro que sea distinto de ella y del maridito que se eligió, en todo sentido. Pero el problema será siempre el mismo, por más que cambien el pelo y la marca: sincerar la economía. Así dicho escuetamente, porque no da para más.

   Entonces usted dirá: si sencillo es el enunciado, sencilla ha de ser la solución. Pero en este caso no es así. Más bien es al revés. Algo parecido le pasó a don Fernando de la Ruina: no quiso sincerar, pausadamente, el Plan de Convertibilidad (el famoso uno a uno) que venía haciendo agua de tres años atrás, por lo menos. Y siguió, empecinado, como venía la cosa, porque le tenía miedo a la hiperinflación como le había pasado a Mandingalfonsín: terminó saliendo como escupida de músico. Y la hiperinflación sobrevino lo mismo: un trabajador pasó a ganar el 30% de lo que percibía y los productos fueron tomando lentamente (he aquí la trampa) el valor dólar. Si usted se fija en el valor de un producto cualquiera y lo divide por tres, tendrá el valor de esa manufactura en la época de Sortenem. A esto los liberales caraduras lo llaman inflación. Y no ha ocurrido lo mismo con la mayoría de los salarios. El mejor ejemplo es el de los jubilados: si dividen su jubilación por tres, verán que cobran lo mismo que en tiempos del Innombrable a quien le hicieron más de ciento veinte marchas.

   Y bien, mi buen camarada Carlos: si aquel fue el uno a uno, este es el uno a tres. ¿Pero que cosas digo? ¡Si no puede ser de otra forma el espantajo! Le explico: Martínez de Hoz fue el inventor de la Tablita con la firma del Virrey Videla. Cavallo, el inventor del uno a uno, es correa del mismo cuero de don José Alfredo. De donde el uno a uno es una versión remozada de la Tablita. La Micelli fue empleada de Martínez de Hoz en la Secretaría de Presupuestos Provinciales. Al mismo tiempo Redrado (su apellido paterno es Pérez) a la cabeza del BCRA es un ex alumno del Numen Tutelar del 24 de marzo de 1976 (Redrado era el Golden Boy de Neustad y de Mal Ano Grondona, ¿se acuerda de esa?). Entonces, ¿qué otra cosa espera usted de estos cuadripédicos onagros? Pues otra Tablita, que por carácter transitivo es el uno a tres. El truco está en cambiarle el nombre a la cámara séptica, más lo que hay dentro es lo de siempre. Y por esto la gilada anda contenta.

   Si quien quedara a cargo del Ejecutivo fuere Cristina, con una sola pregunta la fulminaré: ¿qué hará con el aparato que ha montado su marido? ¿Acaso mantenerlo, engordarlo, suplementarlo? ¿Hacerlo desaparecer?: ¡no! Eso sí que no. Se le vendría la estantería abajo. Entonces que siga el baile. Pero pasa que yo no sé si esto aguanta una pieza más.

   Y si es otro el pelandrún a cargo déste Virreinato, mal olor le siento al chancho. Si no sincera la economía, crujirá la estantería y puede ser que el pueblo haga tronar el escarmiento en su pellejo. Y si la sincera también, pero es preferible. De seguro que de la Ruina tomará apuntes y a nosotros nos parecerá un verdadero angelito de retablo. Un gran presidente. Pero si se sincera la economía hay medidas colaterales que habrán de tomarse, como la prisión para el señor Kirchner y su banda de forajidos sin abuela. Un Nüremberg para todos ellos. Ya es hora de que se empiece a hablar de un Nüremberg para todos estos: por las criaturas muertas y las desaparecidas, por los asesinados impunes de a centenas, por los desaparecidos y desaparecidas que no son justamente Jorge Julio López, por los latrocinios sin memoria, por los juicios millonarios entablados al Estado y que nadie sabe quién pagará, por lo crímenes de lesa patria. Así habrá de tronar el escarmiento.

   Pero esto es muy sencillo amigo mío. Demasiado digo yo. Si lo hacen podrán seguir un par de leguas más en el alazán tostado de don Justo Leytes. De no, que se cuiden de caer por el mareo en la banquina, que por ahí pasan camionetas, tractores y, lo que es peor, camiones cargados con ripio, que no es otra cosa que el pueblo enardecido.

   Un abrazo don Carlos. Cuídese de la temperie y de la tos.

                                                                                                                                                                   JUAN

                                                                                                                                                            (Milico Redomón)

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