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A PROPÓSITO DEL PEDIDO
DE EXTRADICIÓN DE
ISABEL MARTÍNEZ DE PERÓN

   Imagen de la Nueva Oligarquía, que habrá que derrotar como la de la Década Infame: Los Políticos.

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   Los Colorados del Monte, enero de 2007.

   A don CARLOS FERNÁNDEZ.

   Buen amigo y camarada:

   En este día del Señor, que es también de Santa Priscila virgen, le hago llegar ésta para que no se me duerma y mantenga el alma tensa como las cuerdas de un violín, como la tenemos que conservar los cristianos de hoy, que desde Calígula y Caracalla no supimos estar tan solos a merced de cuadrumanos, herejes y bandidos.

   Y largo el rollo con una acuarela de este pago que lo ilustrará mejor que una explicación de Cortázar que a veces ni él las entendía. Hace unos años había aquí un Párroco que se llamaba la Calle: mal llevado como pocos y medio taita, porque era capaz de plantársele al Arzobispo y cantarle cuatro frescas. Charcón y casi macilento, tenía acento español al hablar, lo que hacía más grave su figura. Un día nuestro Coronel había hecho una reunión para programar los actos del 9 de Julio, y el Padre la Calle estaba allí porque era nuestro Capellán. En determinado momento va y le dice al sacerdote: Padre, ¿qué posibilidad habría de que usted se mande una misa rapidita? La Calle lo miró y respirando hondo le respondió: Yo le prometo hacer una misa rapidita si usted me promete hacer un desfile al trote. Con lo que quedó terminada la reunión, y cada chancho se fue a su rancho.

   Pero esto no es lo que quería contarle. Sino que en el Templo Parroquial había una hermosa escultura de San Isidro Labrador. Medía como dos metros de altura, pintada de bellos colores y se la había mandado desde Roma el Párroco anterior al Padre la Calle, cuando fue trasladado para doctorarse en no sé qué rama de la filosofía o teología. Y cumplió su promesa de mandar la imagen para que fuese venerada por el pueblo.

  Un día, a media mañana, se cayó al Templo un italiano que tenía campo por acá cerca y se llamaba Pascual Pasqualini. Y se fue derecho a donde estaba la imagen de San Isidro y arrodillándose muy devotamente se le escuchó decir: Mirá santito: vo sabé que nechesito la chuvia. Voy a perdere la cosecha. Lo animalito se me estano moriendo. Y vo: no fachiamo niente. ¿Ma per qué me haché questo? ¿E, per qué? Ma yo te dico santito, que si la semana que viene no chueve, voy a venire con cuesto garrote y te vo a dare una bela paliza, come para que no te olvide quine es Pascuale. ¿Me entendiste santito?

  Y dicho esto don Pascual se fue, pero tuvo que pasar ante la imagen de María Auxiliadora, que también es patrona de los agricultores y, mirándola de rabo de ojo le dijo: Vo ya escuchaste; ma no te dico nada porque sono muquere.

   Por allí cerca andaba un muchachito que hacía de monaguillo y escuchó todo. Diez minutos después el Padre la Calle estaba al tanto del incidente. Pero, ¿qué hacer? ¿Y si no llovía? Y el cura que era taita se arrugó como el pantalón del gringo, porque no quería líos en la Parroquia. Con la ayuda de media docena de feligreses sacó la estatua de San Isidro y la hizo esconder tapándola con unas cortinas viejas. Pero la reemplazó con una estatuilla del santo que no medía más de cuarenta centímetros, como para hacer más disimulada la mudanza y que las devotas no se larguen cacareando.

   Pasó como una semana y pico, y no llovió, entonces don Pascual se cayó con su garrote a visitar a San Isidro para cumplir con su promesa. Pero se encontró con esta imagen pequeñita y quedó desorientado. Y, ante la sorpresa de todos que lo espiaban tras los confesionarios y columnas, escondió el garrote que tenía en la mano derecha tras la espalda, y con la izquierda comenzó a acariciar la cabeza de la imagen mientras le decía: Dolche bambino, ¿ma, a dónde está tu papá? Per piachere: andá buscalo. Dechile que acá estano Pascuale que lo quiere ver e que le ha traído un recalito. E per el asuntito de la chuvia. El ya sape bien de qué se trata.

   Ahora bien: recreada la viñeta, usted se estará preguntando para qué se la cuento. Por lo que le está pasando a doña Isabel Martínez de Perón. Por más que ronquen los políticos y la prensa, no es a ella a la que andan buscando para darle el garrotazo: es a Perón. Si lo logran ella solita los llevará ante el General que sin duda alguna será condenado por el nuevo Sanedrín. Está visto que no les alcanzó con todo lo que le dijeron; con todo lo que le hicieron y le hacen llevándoselo de a pedazos por obra del serrucho; de echarle la culpa de todos lo que nos pasa aunque, en realidad, él no gobernó la nación desde septiembre de 1955. No. Lo mismo tiene la culpa, y tanta, que ahora está por eclipsar a Videla y a Santucho, junto con la sarta de infames liberales y marxistas que se peleaban por el poder ante un pueblo, la única víctima ilustre, asombrado y completamente ajeno a esa lucha.

   Mire don Carlos: que no me vengan con monsergas estos cosos. Con el solo hecho de saber que detrás de todo esto está el Juez Oyarbide, un degenerado pervertido, vergonzante para la institución de la Justicia y de la Nación, sorprendido con las manos en la masa en un tugurio llamado Spartacus, de donde se dedujo luego que era el terror de los taxi-boy en medio de un escándalo, deberían ser descalificados. A él como Juez, que estaba obligado a mandarse a mudar si hubiese tenido miligramos de vergüenza y un dedo de frente; y al expediente que se instruye por mendaz y extemporáneo.

   Porque dígame usted que parece saberlo todo: dónde estuvo la Justicia durante 34 años. Un tiempo que no es chicharrón de vizcacha si lo mira y piensa bien. Pero todo esto está digitado políticamente. Y ya se sabe que todo lo que aquí se hace y deja de hacer tiene un editor responsable: el Tuerto Malhecho.

   Porque es conocido el asunto de que todas las mañanas, en lugar de gobernar, se dedica a urdir patrañas como esta, como la de Gerez, como la de San Vicente que quedó con su sello inconfundible. Y luego larga, para su ejecución, a los impresentables que lo rodean. ¿O ya se olvidó Aníbal Fernández de aquellos cuatro días prófugo de la justicia por el asunto Intendencia de Quilmes y luego dijo que había estado en su casa? ¿Y quién puede ignorar que Alberto Fernández fue la mano derecha de Cavallo en Acción por la República? ¿Acaso ya se olvidaron que quien salva a Oyarbide de su posición de comechingón irredento, es Menem, que lo restituye como Juez y manda nadie más hable del asunto? ¿Y la plata de Santa Cruz y las 6.000 valijas de Southerns Winds?

   Isabel sufrió seis años de prisión sin causa ni proceso. Allí penó vejámenes como el del gendarme que la quiso violar. Fue juzgada dos veces por la misma causa por el cheque de la Cruzada de la Soldaridad Justicialista de la que había sido sobreseída. Sufrió diez años de un destierro impuesto como condición para su libertad. Padeció todas las barbaridades que se le pasó por la cabeza a la prensa cobarde, que sabía de antemano que ella no se podía defender. Penó el ver lo que hicieron con su esposo fallecido. Y ahora esto.

   No sé, estimado amigo, que habrá hecho esta mujer, tan católica y devota, para padecer tanta desgracia. Pero le vaticino a ella que llegará el día en que se escribirá su verdadera historia y, muy particularmente, de su paso por el ejercicio de la Presidencia de la Nación. Sea para ella el triple mérito: el haber derrotado a los liberales, el de haber derrotado a los marxistas y de haber expulsado a los ingleses de la Patria como el insigne hidalgo don Santiago de Liniers. Por eso dieron el golpe del 24 de marzo: estaban al borde de la caquexia. Por eso no la perdonan ni la perdonarán jamás. Ayer Videla la mandó a la cárcel como en la Edad Media; hoy Kirchner le reflota una causa como en la Edad de Piedra.

   Mi dilecto amigo: ellos han sembrado vientos; cosecharán tempestades. No lo digo yo, lo dice la Historia a cuyas leyes jamás podrán escapar. Que se busquen un lugar en el mundo, con tiempo, porque el planeta les quedará chico. Es cuestión de esperar y ya percibo en el horizonte celeste y blanco la polvareda que viene levantando el malón. Tal vez haya llegado la hora en que el pueblo escarmentado, haga tronar su escarmiento y, como quería Fierro, venga a esta tierra un criollo a mandar.

NI YANQUIS, NI MARXISTAS.
JUAN.

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