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DEMOCACACRACIA y
ELECTORALISMO
Juan Pampero


La Democacacracia vigente en la Argentina es el
sistema político preferido por las fuerzas del dinero.
Ellas precisan de los políticos: la Nueva Oligarquía.

   No creo que haya en nuestro mundo castellano y otras lenguas, una palabra con tantas definiciones como la palabra Democracia. Para colmo, si uno analiza estas definiciones, son todas buenas, a tal punto que el ciudadano que las lee o escucha, no sabe con cuál quedarse. Pero al mismo tiempo ese mismo perejil que la sufre diariamente, porque ha de saberse que Democracia se ha inventado para sufrir, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, los 365 días del año, sabe que esto no es así, por lo que colijo en algún lugar debe esconderse la trampa. Digamos que debe haber un fraude, que redunda siendo el meollo del asunto.

   Les daré un ejemplo esclarecedor. Dicen por allí que la Democracia es la soberanía popular. ¿Quieren ustedes algo más bello que esto? Es perfecto, luego, ¿dónde está la trampa? Y ella está en que es posible en tanto y en cuanto el pueblo sea soberano y tenga el Poder para poner la Democracia como régimen a su servicio. Si esto no se cumple el resto es un  engendro que está entre cuento y chiste. Y un pueblo no es soberano si no pertenece a una nación soberana. Así como la libertad bien entendida comienza por la del bolsillo y no por un decreto ni por la letra muerta de una constitución. Un pueblo sin libertad no aspira a ser soberano. La peor tiranía, destructora y ruin, es la del bolsillo y ella es ejercida por la Democracia en la Argentina desde tiempos remotos.

   Por allí anda otra de estas definiciones que expresa: la Democracia es el sistema por el que se ha de regir el Estado. Definición que es otra bellecita. No me digan que no. Pero esto se cumpliría dentro de la posibilidad de que el Estado sea soberano y tenga el Poder para propender al bien común dentro de las fronteras y defender el interés nacional ante el mundo entero. Si no se cumplen estas premisas, el resto es como los cuentitos del Decamerón que dicen escribía Bocaccio para entretener a tilingos y parásitos de su tiempo.

   En las dos definiciones, tomadas al azar, podemos sacar como factor común el Poder. Y el Poder en nuestra modernidad pasa por la Economía. Ella es el vector que le da dirección y sentido. En sus comienzos la Economía nació como un apéndice de la política y hoy ha crecido tanto que llegó a ser la política un auxiliar, o dependencia de servicio de la Economía. Es esta la verdad. Y para ser sinceros la Economía, eminentemente privatizada a través de organizaciones no gubernamentales, pero que tienen fuerte injerencia gubernamental, está por sobre la instituciones del Estado que han quedado supeditadas o esclavas de la situación económica-financiera. Nada político se hace en un estado moderno que no sea conducente, tenga su correlato o consecuencia económica. De manera que cuando usted, sufrido lector, escuche a un político charlatán, antes de saber qué dice, debe averiguar detrás de qué anda, a quién sirve y quiénes andan detrás de él manejándolo con piolines invisibles como lo hacen los titiriteros.

   Entonces la pregunta a formularse es: ¿la Democracia es practicable en un régimen subordinado a un control económico-financiero que se monta a su vez en estructuras que no son democráticas, y que inclusive pueden ser anti-democráticas?

   Vayamos a un ejemplo: en el nivel público el Presidente de la República es elegido por millones de electores empadronados; en el nivel privado al Presidente de la General Motors no lo eligen los 400.000 obreros y operarios que conforman la empresa, sino los accionistas que tienen sus dineros suculentos puestos allí. Los electores del Presidente quieren la grandeza de la Patria y la felicidad de su Pueblo; los accionistas de la General Motors quieren los dividendos. He ahí la diferencia, que no me digan es poca.

   Quienes detentan este Poder real, no el ficticio del políticastro mendaz o de un Tuerto Malhecho, necesitan de un Estado tal que pueda ser controlado desde afuera para que mantenga, por las buenas o por las malas, el orden y las estructuras sociales, de manera que el desorden, los rebeldes y díscolos, que siempre aparecen, no afecten las ganancias, que deberán ser recogidas con palas y camiones volcadores. Y viene a acontecer que el sistema democrático es el que mejor se aviene, en rango de casi ideal, para el mantenimiento de este régimen. Esta es la causa, y no otra del estallido de la Democracia en Hispanoamérica, cuando pocos años atrás habían explosionado los golpes de estado llevando al frente a tiranuelos de cuarta y de todos los pelajes. Y los políticos le hablan a la gente discurseando “que ellos conquistaron la Democracia”. ¡No! Jamás. Les ordenaron la Democracia, que es muy distinto, y mandaron a los civiles irredentos, compañeros de los militares ambiciosos y trepadores, a cuarteles de invierno.

   ¿Cuál es la diferencia entre un régimen y el otro? Ninguna, porque son siempre los mismos que ganan y son siempre los mismos que pierden. Se ha cambiado la instalación eléctrica, pero los fusibles siguen siendo los mismos: el estómago y el bolsillo del pueblo. Y si alguno tiene dudas fíjense en el corralito, el corralón, el corralazo y todos los corrales que inventaron, el salario que cayó a un tercio y, en numerosos casos aún no se ha recuperado de semejante estrago. Pero nuestros periodistas se acuerdan del Rodrigazo de tiempos de doña Isabel. Y el de Duhalde y Remes Lenicov, ¿cómo debe llamarse?

   Pero la Democracia, un sistema intrínsecamente corrupto y más caro que una monarquía opulenta, necesita para su ejercicio de los Partidos Políticos. Como éstos no existen naturalmente, como la familia, el trabajo, el barrio, el municipio, deben crearse. Es un invento contra-natura, por eso hay que imponerlos y obligarlos. Y a partir de la reforma constitucional de 1994 ese monopolio, es hoy, casi total. Esta es la causa por la que el político en ejercicio, que al fin de cuentas son empleados públicos, terminaron haciéndose llamar clase política. El paso siguiente fue transformarse en la Nueva Oligarquía, tal cual fue la de la Década Infame.

   Y aquí lanzo un desafío: que alguien me diga qué estructura de una nación es más dependiente del dinero que un partido político. Correlativamente habrá que definir de nuevo a la Democracia, diciendo que es el sistema preferido de las fuerzas de dinero. La definición no da para cabildeos como las otras, simplemente porque es la verdad y lamentablemente la verdad es siempre una y, para colmo, muy amiga de la realidad.

   Nadie pude extrañarse entonces que semejante estructura parasitaria, basada y sustentada en componendas trasnochadas y todo tipo de chanchullos e inmoralidades, sea el atractivo irresistible de las peores escorias de la sociedad: vagos, timadores, mentirosos, fabuladores, traidores, rateros, prófugos, estafadores y terroristas con prosapia delictiva. De entre ellos surgirán los nuevos líderes, transformados en un santiamén en candidatos electorales integrando las listas sábanas que, para colmo, se obliga, como un castigo y una burla, a que el Pueblo las vote. En el año 1996 se determinó por una encuesta, que el 65% de los integrantes de ambas Cámaras del Congreso de la Nación no tenía antecedentes laborales anteriores a su nombramiento como legislador. De manera que lo que he dicho no es una exageración ni fruto del fervor de la pluma. De ellos sale el término Democacacracia: el gobierno de la caca del pueblo.

   Todo esto, dicho someramente, explica el por qué una partido político como el radicalismo, que dio hombres como el Mayor de Ejército Leandro Nicéforo Alem, don Hipólito Irigoyen,  sus fundadores, Gabriel del Mazo su escritor y cronista, generales como Mosconi, Savio y de Baldrich, la juventud de FORJA y al mismo doctor Hortensio Quijano, terminó colapsado bajo el peso muerto y fláccido de personajes de reconocida perversidad como Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa aliado a un azotacalles como Chacho Alvarez, y sinvergüenzas de la talla de Enrique Martínez, Eduardo Angeloz, Antonio Tróccoli, hipócritas como Armendariz y el intrínsecamente subversivo Coty Nosiglia, con la banda de los Storany y Stubrin con los rosarinos, y el paradigma de un canalla: Luis Brandoni.

   Creo firmemente que mucho peor le fue al Justicialismo con estos exterminadores de la dignidad partidaria. Montado sobre la Doctrina NacionalJusticialista que elaborara el General J. D. Perón (doctrina atacada y denostada con muchos adjetivos y muy, pero muy pocos sustantivos), el Partido Justicialista terminó siendo la antítesis de la Revolución del 4 de junio de 1943 (final de la Década Infame); de lo juramentado en el Preámbulo de la Constitución de 1949 donde se levantaron las tres banderas del Movimiento Nacional: “una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana” y de lo que dicen las 20 Verdades del Justicialismo, leídas por el propio Perón el 17 de octubre de 1950 en la Plaza de Mayo. Hoy se encuentra virtualmente destruido por elementos satánicos como Carlos Menem, troncos mediocres de alcurnia como Eduardo Duhalde que aún sigue a la deriva formando jangada con otros leños del Mercosur, el minusválido Néstor Kirchner llamado a ponerle el moño a este fecaloma, con las valiosas ayudas de malignos y tarambanas como José Luis Manzano, Carlos Grosso, Aníbal y Alberto Fernández y de un sindicalismo, la columna vertebral del Movimiento, aquel que fuera heredero de José I. Rucci, en manos de sátrapas como Moyano y delincuentes como Degenaro.

   Y aquí se produce un entrecruzamiento de realidades: el radicalismo es un partido sin radicales (así como el Socialismo y el Comunismo argentinos son los dos únicos partidos marxistas del mundo que no tienen obreros), y el Justicialismo no existe como partido pero en la calle cada vez hay más peronistas. La U.C.R. está a un tranco de garrapata de ser un sello de goma. El Justicialismo es hoy una masa informe sin cabeza, sin caudillo: completamente huérfana. Constituye entre el 35 y el 45% del electorado que se ha mantenido fiel a los principios. Es un barril de pólvora. Los muchachos como Kirchner juegan con fósforos alrededor de este barril. Son atrevidos y temerarios. Y no sé que les podría pasar en menos de diez minutos si les sale, de entre las cenizas, un buen par de botas con votos.

   Lo que ha acontecido con el radicalismo y el justicialismo pone en jaque la existencia misma de los partidos políticos. Creería que se debe marchar hacia otras formas de representación popular. Anulando al mismo tiempo trampas como aquella de la Constitución que dice que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. La Patria como Nación es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Y a las pruebas me remito.

   Caminando por las góndolas del Supermercado Democacrático encontramos los subproductos de este aquelarre: todos son ex miembros de la partidocracia del fracaso. Pero en ninguna etiqueta dicen que son dos y tres veces reciclados. Algunos vienen reciclándose de la época del denostado Proceso. En la provincia de Buenos Aires, solamente, todavía hay 25 intendentes que vienen de la Epoca Procezoica. Así se pretenden presentar como opciones electorales sujetos infelices como López Murphy (ex delarruista), Elisa Carrió (ex proceso, ex Alianza y comunista arrepentida), Patricia Bullrich (que ha bailado hasta con la renga de la fiesta), Mauricio Macri (que no tiene pasado bochornoso, pero tiene el discurso de Martínez de Hoz, hecho y derecho) y Lavagna (que de jovencito se lanzó con Frondizi de la mano de Frigerio, pasó por Illia, fue alcahuete de Caffiero en la intevención de la Bodega Giol en Mendoza, forro de Duhalde y de Kirchner).

   Conclusión: Lo que hoy se concibe como Democacacracia es un mero electoralismo, en el que unas bandas de forajidos forman partidos políticos, férreamente controlados por el virrey de turno y subordinados al Poder del dinero extranjero, compiten entre sí, no para lograr la grandeza de la Patria y la felicidad de su Pueblo, sino para saber cuál de ellos será el mejor sirviente de la expoliación y explotación de la Nación por la fuerzas del Nuevo Orden Mundial.

   Esta versión desnaturalizada de la Democracia la transforma en el sistema político favorito de las Fuerzas del Dinero.

   TEMAS AFINES

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