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ENFERMERIDES ARGENTINAS
(Fechas Augustas de Argentinas Glorias)
por Juan Pampero

DIA DEL CANALLA

18 de junio de 1904: El Presidente Julio A. Roca inaugura
el monumento al filibustero Giuseppe Garibaldi en la Plaza Italia 

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   En 1832 el sanguinario José Manzini (1805-1872), funda en Marsella la sociedad carbonaria  que llamará Joven Italia, hecho que, para nosotros, vasallos de este aporreado virreinato, no fue un asunto menor, aunque en realidad así parezca. Tal como lo fue para Europa que, dieciséis años después, sufriría el martirio.

   En tan magno acontecimiento aparecen una multitud de sujetos, de los cuales sólo tres son de nuestro interés por el momento: el italiano Giuseppe Garibaldi (1807-1882), compatriota y correligionario de Manzini, y dos americanos: Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y Esteban Echeverría (1805-1851), que ya nos estaban enseñando a mirar la Patria desde Europa. Por eso cuando redactan dicen “este país” y no “nuestro país”, porque se sentían extranjeros en su propia patria. Digamos que una variedad de mal paridos, no porque sus madres fuesen malas siendo que quizá fueron santas, sino porque los parió aquí y no en París o Londres, donde hubiesen sido “gente decente”, como querían Sarmiento y Mitre.

   En 1834 regresa de su estancia parisina Juan B. Alberdi y funda, con el nombre de Salón Literario, una logia carbonaria, en donde vemos anotados a individuos maravillosos,  veros jirones de la bandera británica, como Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre, Vicente Fidel López, Miguel Cané, Carlos Tejedor, Thompson y su esposa Mariquita Sánchez, Félix Frías y un etcétera kilométrico. De esta manera desembarcaron Manzini y sus ideas carbonarias en esta tierra de la Confederación, mandada entonces por el Ilustre Restaurador, y luego de la Derrota Nacional de Caseros, Tirano Sangriento.

   Alertada la policía del Gaucho de los Cerrillos de las andanzas de estos mal vivientes (hoy sus nombres están diseminados por toda la república), comenzó a presionarlos por lo que levantaron el rancho y se mudaron a Montevideo. Allí, en la Cartago del Río de la Plata anduvieron de capa caída, hasta que al pícaro de Juan Bautista se le ocurrió una idea genial para levantar un poco la puntería y atraer acólitos: hacer venir al condottiero Garibaldi, lugarteniente de Manzini, para que civilice un poco a los bárbaros de las pampas. Esta es la razón, y no otra, de la aparición de Garibaldi en este hemisferio como hongo después de la lluvia y que nuestros historiadores, como siempre, sin querer se les ha olvidado y no se lo explican a los chicos en las escuelas.

   Es que el Río de la Plata era una pieza muy importante para la Patronal, encarnada entonces por Incalaperra, como para no prestarle atención. Y Giuseppino, como tantos otros antes y después que él, pasó por Londres de donde vino a enseñarnos lo que es la Carcoma (Carbonarismo, Comunismo y Masonería), llegando a Montevideo en 1836.

   Enterado el gobierno brasilero de su presencia, don Pedro II, El Magnánimo,  lo declaró, sin más trámite, pirata. Y aunque Giuseppe era prófugo de la Justicia italiana, francesa y suiza, el epíteto no le gustó, porque él había sido importado como hombre decente. Entonces, para matar el ocio, se dedicó a saquear las poblaciones al sur de Río Grande y a los de Santa Catalina  e Imeriú los dejó en lienzos, demostrando en la faena “una extraordinaria crueldad, propia de hombres a los que sólo atraía el botín y el pillaje” (Juan Bautista Tonelli, Garibaldi y la masonería Argentina, pp. 6 y 12, Bs. As., Ed. 1951).

   En su autobiografía este héroe del liberalismo argentino evoca aquellas hazañas y no tiene reparos en decir: “Como no recuerdo los detalles de aquellos atropellos, me es imposible narrar minuciosamente las infamias cometidas (…) Nadie era capaz de detener a esos insolentes salteadores (…) Todos vivían permanentemente alcoholizados (…) Me dan ganas de reír cuando pienso en el honor del soldado” (J. B. Tonelli, op. cit., pág. 5, y Atilio García Mellid, Proceso al liberalismo argentino, pág. 26, Ed. Theoría, Bs. As. 1957).

   Presionado por la escuadra brasilera el italiano terminó recalando en Montevideo donde reposaba la Hermandad. Mientras tanto en Buenos Aires, otro carbonario virulento Esteban Echeverría, había creado otra logia de la Carcoma, junto con Alberdi y Gutiérrez, y unos treinta jóvenes del Salón Literario, todos ellos de “familias bien”, como José Mármol, Rivera Indarte, Pastor Obligado, y le puso por nombre La Joven Generación Argentina en remembranza, seguramente, de la Joven Italia creada por el Maestro Manzini en Marsella.

   Pero la policía del Restaurador que le seguía el tranco a la gavilla y, habiendo acumulado ésta una buena cantidad de pruebas de su andar subversivo, fue clausurada al año siguiente y sin que nadie los persiga, los forajidos se transplantaron a la Cartago Sudamericana donde los vientos de Minerva les eran más favorables.

   En 1838 Alberdi crea en Montevideo con estos agentes emigrados, un nuevo lupanar que bautizará con el nombre de Asociación de Mayo, que en verdad es La Joven Generación Argentina replantada. Pero por arte de magia aparecieron en la Confederación asociaciones similares en San Juan, Tucumán, Córdoba, Santa Fe, Paraná, etc. En el seno de ellas trabajará la “gente educada” como Sarmiento, Benjamín Villafañe, Marcos Avellaneda, Vicente Fidel López, Luis Domínguez, etc. En Buenos Aires, los facciosos que no emigraron formaron el antro llamado Club de los Cinco con personajes como Jacinto Rodríguez Peña, Rafael Corvalán, Enrique La Fuente, Carlos Tejedor y Santiago R. Albarracín.

   Cuenta Zinny (Historia de los gobernadores argentinos), que Garibaldi en Montevideo era poco menos que un menesteroso y se ganaba la vida como profesor de matemática. Sin embargo en 1841 el gobierno uruguayo le confió su marina de guerra. Con ella se dedicaría a la piratería en toda la costa entrerriana. Mandado por el Restaurador, el insigne Almirante Guillermo Brown, que a pesar de ser de la Marina amaba a la Patria, salió a buscarlo y, luego de muchas peripecias, lo alcanzó el 16 de junio de 1842 en un recodo que se llama Costa Brava en el Paraná, a la altura del límite actual de Entre Ríos y Corrientes.

   Los regimientos que llevaba embarcados quedaron tendidos en los arenales de los bancos de recebo que allí abundan; todas sus embarcaciones fueron incendiadas, incluida la soberbia nave capitana, y Giuseppino se dio a la fuga por un arroyo que se llama Granadillo y, a revientacaballo, con un hilo de una pata, llegó a la costa del río Uruguay. Debió ser muy interesante ver al gringo haciendo doscientos kilómetros a pura lonja y espuela, y con los colorados de Urquiza buscándolo para carnearlo. ¡Las cosas que uno se ha perdido por no haber nacido en los tiempos de don Juan Manuel!

   El parte que Brown le envió al Restaurador dice: “La conducta de estos hombres ha sido más bien de piratas, pues han saqueado y destruido cuanta casa o criatura caía en su poder, sin recordar que hay un Poder que todo lo ve y que, tarde o temprano, nos premia o castiga según nuestras acciones” (Publicado en la Gaceta Mercantil del 20 de noviembre de 1842).

   A su regreso a Montevideo, Garibaldi trabó amistad con Mitre, ya hecho todo un resentido porque a su padre lo habían echado del puesto público que ocupaba, lo que puso en grave aprieto económico a su familia y su madre debió salir a vender pastelitos al vecindario. La administración del General Oribe no le perdonó la costumbre de quedarse con los vueltos. Digamos que como el caso de Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional, de donde pasó a ser adalid de la democracia por su “lucha contra el peronismo” y un “perseguido por su amor a la libertad” (de quedarse con los vueltos).

   Protegido por la escuadra anglofrancesa, don Giuseppe pudo realizar inicuos e infames saqueos a Colonia y Gualeguaychú en el mes de septiembre de 1845. Porque el botín de la chusma garibaldina, compuesta mayormente por carbonarios italianos, fue siempre el amor por lo ajeno. Al apoderarse de Martín García arrió la bandera argentina e izó en su lugar el pabellón británico, demostrando en el fondo cuál era la Patronal a la que se debía y la que lo financiaba en sus actividades terroristas.

   Pero, ¡cuidado con llamar chusma a los garibaldinos! El Almirante Murature de la Marina Británica de la República Argentina fue Capitán de Garibaldi. Durante la guerra contra el Ilustre General de la Confederación don Ricardo López Jordán, Murature se dedicaba a cañonear las ciudades  indefensas de la costa de Entre Ríos con el vapor Rosetti. En esto era un experto. Hoy un patrullero de la Armada perpetúa el nombre de alguien que luchó a muerte contra el Almirante Brown, que es el prócer máximo de la Marina. ¿Quién los entiende a estos cosos? ¿O serán como la gata de doña Flora?

   En 1848 encontramos a Giuseppino en Europa, porque allí la masonería habría de dar el más formidable golpe que jamás se imaginó: el 24 de febrero de 1848 estalla la revolución en París; el 13 de marzo en Viena; el 18 de marzo el masón von Garen proclama la república en Berlín; el mismo día comienza la revolución en Milán; el 20 en Parma, el 22 en Venecia, Roma, Nápoles y Toscana. Los cadáveres se cuentan por pilas: sólo en París hay más de 12.000 (y 16.500 si se cuentas los fusilados después).

   Pero, ¿Garibaldi estuvo en este aquelarre francés que en junio de 1848 reventaría de nuevo? No sé. Aunque es posible, porque allí estuvo el asesino Manzini y él era su ladero. Nubius (pseudónimo del jefe de la Alta Venta carbonaria) había muerto, y el judío financista de la secta que se hacía llamar Piccolo Tigre, también (Maurice Fara, La masonería al descubierto, pp. 68 y 69, Ed. La Hoja de Roble, Bs. As. 1960). Por esta causa la secta carbonaria fue absorbida por la masonería, pero no dejó de impregnarla con sus métodos subversivos y monstruosos. Tal cual les pasó con Weishaupt y sus Iluminados. Porque la Masonería es la secta de donde todos salen y a donde todos vuelven.

   Pero en aquellas jornadas dramáticas de París a principios de 1848 estuvieron presentes otros personajes junto con Giuseppino y Manzini. Me refiero al rabino Mordechai Kissel, alias Carlos Marx y su amigo Federico Engels. Cuando se les derrumbó la estantería parisina, huyeron a Boulogne Sur Mer, y de allí muchos de estos terroristas pasaron a la costa inglesa de Sussex y otros a la vecina Bruselas. En esta ciudad Marx redactaría su Manifiesto Comunista que, por supuesto llegaría tarde, porque debió ser leído antes de la revuelta. Aunque sirvió para la junio, continuación de la de febrero.

   Resulta una entera casualidad, y nada más que eso, que en esa columna de fugitivos (de 10.000 apresados, 4.600 fueron fusilados), fuese nuestro General San Martín, que no siguió más adelante y se quedó en Boulogne. Lo acompañaban su hija y su yerno Balcarce. Enterado de esto el Duque de Sussex, Gran Maestre de la Masonería Inglesa, puso un barco a su disposición, que fue rechazado por el Padre de la Patria, aunque dejó entrever su deseo de radicarse en Incalaperra.

   San Martín vivía entonces en la ciudad de París, en el número 1 de la Rue Neuve Saint Georges, resultando su vivienda pegada a la del político e historiador Adolfo Thiers (masón, recién llegado de Londres y protegido de la Alta Finanza inglesa encarnada en Lord Palmerston), y pared de por medio a la del masón socialista y revolucionario Ledruc-Rollin (J. P. Otero, Historia del Libertador José de San Martín, Tomo 7, Cap. LXXXVI, pp. 250 y 252). Pero, como ya lo dije lo repito: toda una casualidad. Pero, ¿San Martín conoció a Marx? No sé. Pero Marx estuvo alojado en la casa del ácrata Ledruc-Rollin.

   Poco tiempo después el Gran Oriente de Egipto lo encumbró con el aparatoso título de Gran Masón de Ambos Mundos, concediéndole el último grado en el Rito de Menfis. Halagado por esta distinción no pudo con su vanidad y se transformó, junto con el homicida Manzini, en un fiel sirviente la masonería. En 1860 expulsó a los Padres Jesuitas de Nápoles y nacionalizó los bienes de la Iglesia Católica. Y escribe en sus Memorias: “Siempre he tratado de atacar al clericalismo; he ahí el verdadero azote de Dios.”

   Cuando Carlos Marx fundó su Primera Internacional en 1864, don Giuseppe se declaró internacionalista, y ese mismo año en el Congreso de la Paz reunido en Ginebra dijo: “¡Guerra a las tres tiranías: política, social y religiosa!” En 1867 dio un discurso en el Congreso Internacional de la Liga por la Paz, donde exclamó: “Declárase caduco el poder del papado por ser la más funesta de las sectas.” Para agregar en el de 1880: “La Masonería es la base fundamental de todas las asociaciones liberales.”

   Tal vez por estas razones el Padre del Aula Sarmiento Inmortal dijese: “Garibaldi es una gloria argentina.” (Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Tomo I, pág. 441, Barcelona 1891, reeditado y actualizado en tres tomos por Ed. Kier, Bs. As. 1947).

   Finalmente el 15 de junio de 1882, el General Roca desde los balcones de la Casa Rosada presidió los homenajes que le tributó la masonería en Buenos Aires en el año de su muerte. El diputado nacional Emilio Gouchón, Gran Maestre de la Masonería Argentina, defendió en el Congreso el proyecto del emplazamiento de la estatura ecuestre en la plaza de Palermo. El monumento fue inaugurado el 18 de junio (tres días antes de la Fiesta Solsticial de la Masonería Universal) de 1904, y contó con la presencia del Presidente de la Nación, General Julio A. Roca, del General Bartolomé Mitre y el repudio general de la ciudadanía herida en su fibra más íntima de argentinidad y catolicidad (véase J. B. Tonelli, op. cit., pp. 51 y 61).

   En 1957, al cumplirse el 75° aniversario del tránsito de Garibaldi al Gran Oriente do mora Minerva, la Involución Libertadora de 1955 le tributó un cálido homenaje, previa restauración de la estatua, con dineros del erario público desde luego. Tal como había sido su construcción: con dineros del pueblo argentino y no como se ha dicho con una contribución generosa de los residentes italianos en Argentina.

   Para finalizar y como cristiano pido que se baje de ese monumento a Garibaldi. No por odio, rencor o revancha. No. Sino porque lo pusieron en donde él nunca estuvo: a caballo. Así que me imagino el mareo que debe tener el pobre gringo desde hace más de 100 años. A menos que se evoque aquella huida por el arroyo Granadillo perseguido por los soldados federales que solamente lo querían despellejar.

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