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EXTRAÑA INDULGENCIA  HACIA
LA DICTADURA DE CASTRO*
Laurent Fabius[1]

   Cuba, la isla de nuestros sueños frustrados, se ha convertido en la de todas nuestras pesadillas. Hace menos de dos meses, 75 opositores pacíficos –intelectuales, periodistas y militantes que clamaban por un referendo a favor de reformas constitucionales– han sido condenados a penas de hasta 28 años de prisión. Para los más viejos, se trata en realidad de una condena a perpetuidad, tras un proceso judicial que las mismas autoridades cubanas tildaron de sumario. Se trata incluso de una pena de muerte para aquellos que, gravemente enfermos como el economista Oscar Espinosa Chepe, han sido confinados en celdas deplorables y privados de atención médica.

   Las “pruebas” presentadas ante tales condenas demuestran la naturaleza totalitaria del régimen. Poseer una máquina de escribir o un ejemplar de la “Declaración universal de los derechos humanos” constituyen, en lo adelante, un crimen contra el Estado. Quienes acusan han echado mano a los testimonios ofrecidos por supuestos vecinos que en realidad no son más que chivatos asalariados. Para encarcelar, se han apoyado en testimonios de agentes de la seguridad del Estado infiltrados en las organizaciones de disidentes. Hasta la fecha sólo ha faltado la parodia de las confesiones y las autocríticas “espontáneas”. Lo que sucedió es que el calendario del terror apremiaba. Había que dar el golpe mientras que la guerra de Iraq ocupase todavía el espíritu de la gente en otros frentes. Al ser derrocado Saddam Hussein con mayor rapidez que la prevista, las actas acusatorias tuvieron que acelerarse, sin poder entonces recurrir a las técnicas sofisticadas aprendidas fundamentalmente de la policía de Alemania del Este. 

   ¡Y todo esto, entiéndase bien, bajo los colores de la revolución y el socialismo!

   Ante esta ola de represión masiva, quiero, como muchos otros, declarar, antes que nada, mi indignación y mi cólera. Hay que llamar a la gente y a las cosas por su nombre: Fidel Castro, quien reclama el reconocimiento renovado de la comunidad internacional, es simplemente un dictador. Enfrentándosele, la Unión Europea, ha consolidado su apoyo a los disidentes y al pueblo cubano. Con firmeza incitó a Castro a renunciar a los beneficios de los acuerdos de Cotonou: la dictadura prefirió privar a su país de la ayuda europea antes que aceptar el respeto de los derechos humanos. 

   En cambio, yo me confieso sorprendido y hasta estupefacto ante lo que desgraciadamente habrá que llamar la atonía francesa. En diciembre, el disidente Oswaldo Payá recibía en Estrasburgo el premio Sajarov de derechos humanos por su acción pacífica a favor de elecciones democráticas en Cuba. En París, esperaba un apoyo oficial, sin embargo, ni el Primer Ministro ni el Ministro de Relaciones Exteriores quisieron recibirlo, mientras que en Madrid había sido el jefe de gobierno quien lo había acogido y en la República Checa Vaclav Havel lo había propuesto como candidato del Premio Nobel de la Paz 2003. Las recientes exacciones no han provocado mayor firmeza de parte del gobierno francés. Nada se ha hecho para socorrer a los prisioneros. Nada se ha dicho oficialmente contra Castro. 

   ¿Cómo explicar que Francia, tan ceñuda ante otras causas, persista en no salir de su mutismo ante el endurecimiento del régimen cubano? Es cierto que una parte de la izquierda francesa reaccionó. Pero sólo una parte muy pequeña, y de forma bastante tímida. Entre la tiranía y los viejos mitos son estos últimos los que pesan más. ¿Apoyará el pueblo cubano a Castro? ¡Tonterías! Tiene éste demasiado cuidado en pedirle que opine y rechaza el referendo a favor de reformas democráticas que bajo el nombre de “Proyecto Varela” ha proclamado Oswaldo Payá. La vigilancia es permanente. Toda información independiente es amordazada. El acceso libre a internet y a los medios de comunicación extranjeros está prohibido. ¿Estará actuando el Estado cubano en beneficio del progreso social? En La Habana, la miseria se ha generalizado, la prostitución y el mercado negro son a menudo las únicas fuentes de recursos, la corrupción estatal es la norma. Todo lo que se compra se paga con dólares norteamericanos y ya no quedan más que los turistas para aferrarse a los pesos cubanos con la imagen del Che Guevara. Después del derrumbe de la URSS, la economía se halla en estado de coma. Incluso los sistemas educativo y médico, alabados durante mucho tiempo, se hallan prácticamente en bancarrota. 

   Criticar a Cuba, dicen algunos, sería hacerle el juego al imperialismo norteamericano. ¡Falso! Los Estados Unidos podrán presentarse como los únicos opositores al régimen de Castro para “cobrar la puesta” cuando la necesaria trancisión democrática venga después de la caída de un régimen hecho a la medida de su amo. Y como quiera que sea, nosotros debemos definir nuestra actitud por nosotros mismos, sin entrar en consideraciones de tal o mas cual reacción de parte de terceros. 

   Ante todos estos argumentos la Revolución es un buen pretexto. Hace mucho tiempo que Castro ha traicionado sus propios ideales. “Nadie escuchaba”, se quejan a menudo los opositores de la primera línea, muchos de los cuales habían combatido junto a él la dictadura de Batista. Las condiciones mismas de la Revolución, hace varias décadas, no justifican en lo absoluto el desenfreno ni los crímenes actuales. En lugar de una perestroika a la cubana, esperada por todos, el régimen ha agravado la represión. 

   El clamor que se eleva desde las prisiones cubanas no debe ni puede silenciarse ya. Varias asociaciones se han movilizado: hay que acompañarlas y ayudarlas. Deberían tomarse sin demora diversas iniciativas. Por ejemplo, incluso si se trata de un gesto modesto, debemos ser más numerosos a la hora de concentrarnos durante las manifestaciones organizadas cada martes, a las 6 de la tarde, delante de la embajada de Cuba. Por pequeños que sean estos acontecimientos no dejan de tener sus consecuencias. Asimismo, los partidos políticos deberían invitar a Francia, en número mayor, a los opositores cubanos. Las dictaduras prosperan bajo el silencio del mundo. Mas la movilización de los ciudadanos termina siempre por debitarlas.

   A nivel diplomático, Francia debería emprender al menos dos acciones: apoyar la candidatura del disidente Oswaldo Payá para el Premio Nobel de la Paz; pedir la liberación inmediata y sin condiciones de todos los prisioneros políticos. Dentro de la misma Cuba, nuestros diplomáticos deberían ayudar a la oposición: organizando, por ejemplo, el transporte de las familias de los detenidos para que puedan visitar a sus allegados, invitando a disidentes y a periodistas independientes a las actividades culturales, sociales o formativas organizadas por la embajada. ¿Por qué esto no se ha hecho? 

   Más allá del caso de Cuba, la misión de nuestro país es la de movilizarse para que los derechos humanos sean respetados en todo el mundo. No se trata de un viejo sueño sino, al contrario, el verdadero jalón de una mundialización más justa y más humana. El combate debe llevarse a cabo en las instancias internacionales fundamentalmente, y ante todo en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, instancia llamada a defender la causa del nombre que lleva y ¡presidida hoy día por Libia! La Comisión cuenta entre sus miembros a numerosas dictaduras, entre las cuales está Cuba. ¿Cómo podemos abogar a la vez por el multilateralismo y acomodarnos a esta farsa siniestra?

   Que Francia y la Unión Europea reclamen entonces sin demora lo que podría considerarse lo mínimo: condicionar la admisión en la Comisión al respeto de los derechos humanos en su propia casa. Los cubanos tienen necesidad evidente y urgente de nuestro apoyo. Pero para ello tiene que cesar la extraña indulgencia hacia Castro. ¡Como si, por un análisis extraordinariamente superficial, los largos discursos, el sol, la música, las grandes palmadas en la espalda, los grandes puros y la hostilidad de los vecinos norteamericanos sirvieran de marco a un régimen que por su naturaleza no puede ser menos que detestable! Las dictaduras no son ni de izquierda ni de derecha: son simplemente infames. Debemos reaccionar en favor de la solidaridad y los derechos humanos. 

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  • *  Artículo publicado en la revista Le Nouvel Observateur (París: 19 al 25 de junio, p. 100, rúbrica “Los debates del Observateur")
  • [1] Ex Primer Ministro francés y uno de los “hombres fuertes” de la izquierda francesa.