EL PENTECOSTALISMO

DOCUMENTO EN FORMATO PDF: PULSE AQUÍ

Para descargar el archivo y guardarlo en su computadora:
PULSAR EL BOTÓN DERECHO DEL MOUSE

Y LUEGO "GUARDAR DESTINO COMO"

   El pentecostalismo es una herejía que ha proliferado en la iglesia conciliar. Va de la mano del modernismo, los dos movimientos proceden de igual manera y se apoyan recíprocamente en este trabajo de demolición. Ahora bien, si el modernismo intenta destruir la Iglesia en cuanto a la doctrina, el pentecostalismo lo hace en cuanto al culto. Ambos se disfrazan con piel de oveja; por eso su terminología es muy similar a la católica. Con palabras piadosas y su proceder externo pueden engañar incluso a las personas más cautas, y por ello es preciso escudriñar bajo ese ropaje: para desenmascarar a los lobos rapaces que se esconden en su interior.

   El pentecostalismo es un movimiento subversivo controlado y cuidadosamente dirigido por los enemigos ocultos de la Iglesia con el fin de llegar a su ruina total. Promete a sus adeptos la plena experiencia del Espíritu Santo que tuvieron los Apóstoles el día de Pentecostés, junto con algunos de los dones externos que recibieron, especialmente los de lenguas, curaciones y profecía .

   A esta extraordinaria experiencia la llaman Bautismo del Espíritu, que dicen transmitir y recibir con la imposición de las manos, al estilo de otros ritos de nuestra Santa Madre Iglesia.

   Los adjetivos pentecostal y carismático indican perfectamente el carácter de este movimiento: pentecostal se refiere a la plenitud del Espíritu Santo recibido en el primer domingo de Pentecostés, mientras carismático alude a los carismas, o dones extraordinarios que acompañaron al don del Espíritu Santo en aquel día.

   A partir de esta terminología es que muchas personas se engañan, porque entienden que el movimiento pretende simplemente ofrecer plegarias especiales e intensificar la devoción a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad; si estos fines, y los efectos consecuentes, fuesen verdaderos, sobrepasarían con mucho los producidos por los siete Sacramentos instituidos por Jesucristo.

   Pero esto no es así; las pretensiones de este movimiento transitan otros caminos, como veremos, por lo que el Movimiento Carismático y la Iglesia Católica no pueden estar de acuerdo. Como demostraremos en este trabajo, si la Iglesia es verdadera, entonces el pentecostalismo es falso, y al revés, si el pentecostalismo es verdadero, la Iglesia Católica es falsa; pero como la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana no puede ser falsa, se sigue que el pentecostalismo es falso y debe rechazarse, no sólo como un movimiento eclesial, sino como una especie de secta, de pseudorreligión, que —lamentablemente— está infiltrada entre los católicos que siguen a la iglesia conciliar.

   Es menester examinar el movimiento desde distintos puntos de vista; al hacerlo, será imposible evitar repeticiones que, sin embargo, nos ayudarán a tener una idea lo más completa posible de este movimiento que toca los fundamentos mismos de la piedad cristiana.

   Una construcción sobre arenas movedizas

   Doctrinalmente, el movimiento está construido sobre arenas movedizas. En efecto, cualquiera que intentase analizarlo a la luz de la enseñanza infalible de la Iglesia y de su tradición auténtica, se encontraría frente a algo inasible.

   El movimiento afirma fundarse en la experiencia personal y encontrarse bajo la inspiración directa del Espíritu Santo , cosas ambas que nadie puede controlar, y que los adeptos de esta organización se ocupan de hacer indemostrables, a partir de considerar esa inspiración y esas experiencias como incuestionables, por el mismo hecho de afirmarlas, transmitirlas y difundirlas. Además, como dicen los carismáticos, un movimiento tan lleno de vida no puede definirse y contenerse en los límites de fórmulas doctrinales; de ahí se sigue que el Movimiento Carismático no posee una doctrina sólida, sino sólo vagas afirmaciones, referencias inconsistentes al Nuevo Testamento, y formulaciones provisionales. En suma es una sombra evanescente.

   Sus mismos jefes lo admiten. “Orientaciones teológicas y pastorales sobre la renovación carismática católica” es uno de los documentos más importantes del movimien­to. Fue preparado en Malinas, Bélgica, del 21 al 26 de mayo de 1974 por algunos “expertos” internacionales, bajo la guía del Cardenal León Suenens, que —como nos informa el documento— “tuvo parte activa en la discusión y formulación del texto” (Prefacio). También se dice que “el documento no es exhaustivo y se requieren ulteriores estudios (...) esta afirmación representa una de las ideas más repetidas (...) el texto se presenta como una tentativa de respuesta a las principales preguntas que suscita el movimiento carismático” (Prefacio). En otras palabras, los autores no saben qué es lo que son: "ciegos guías de ciegos" (Mt. 15,14)

   Cuando pasamos al texto, nos tropezamos con multitud de afirmaciones vagas, medias afirmaciones, intentos de respuestas y opiniones. A duras penas se hacen algunas distinciones; sin embargo las distinciones son justamente la base y la fuente de cualquier argumento teológico; sin ellas es imposible distinguir lo verdadero de lo falso, o la mera opinión, o una hipótesis, de la doctrina segura.

   Tómese, por ejemplo, el pasaje de la página 21 titulado: “La experiencia religiosa pertenece al Testimonio del Nuevo Testamento” , donde se afirma que:

   “La experiencia del Espíritu Santo es la contraseña de un cristiano y, en parte, con ella los primeros cristianos se distinguían de los no cristianos. Se consideraban representantes, no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo. Este Espíritu era un hecho vital, concreto, que no podían negar sin negar que eran cristianos. El Espíritu les había sido infundido y lo habían experimentado individual y comunitariamente como una nueva realidad. La experiencia religiosa, es preciso admitirlo, pertenece al testimonio del Nuevo Testamento: si se quita esta dimensión de la vida de la Iglesia, se empobrece la Iglesia”.

   Sería difícil juntar en un párrafo tantas verdades, falsedades y medias verdades.

   El texto es escurridizo, suena como algo piadoso y, para el ignorante, también convincente; pero en realidad es falso.

   Es falsa la afirmación de que “los primeros cristianos se consideraban representan­tes no de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo” . La verdad es que Cristo envió a los Apóstoles a enseñar a todas las gentes. Ahora bien, enseñar es, ante todo y sobre todo, aceptar y transmitir una doctrina; la experimentación es algo muy subjetivo y por lo mismo sujeta a ilusiones o falsas sensaciones.

   La “tesis de la experiencia y de la Fe” es la tesis de Lutero, no de Cristo, que vino “a dar testimonio de la Verdad” (Jn. 18, 37) y que nos ha enseñado una doctrina bien definida respecto del Padre, de Sí mismo y del Espíritu Santo; de su Iglesia, de los Sacramentos, etc. Él exigía que su enseñanza fuera aceptada con fe, “el que creyere y fuere bautizado, se salvará; pero el que no creyere , se condenará” (Mc. 16, 16).

   San Pablo escribió con duros reproches a los Gálatas (1,8), porque se habían desviado de su primitiva enseñanza y les decía que si él mismo o un ángel les predicase una doctrina distinta de la que les había predicado al comienzo, debía ser considerado anatema. Los apóstoles y los primeros cristianos estaban muy interesados en la doctrina, y muy poco en el sentimiento y en la experiencia.

   El resto del párrafo y todo el capítulo que trata de Fe y Experiencia son una obra maestra de confusión. Tómese por ejemplo este pasaje: “el Espíritu Santo fue infundido sobre ellos y fue experimentado por ellos individual y comunitariamente como una nueva realidad” . Esto implicaría, aunque los autores se cuidan de no comprometerse con una afirmación categórica, que todos los cristianos de la era apostólica recibieron la efusión del Espíritu Santo y tuvieron la misma experiencia que los Apóstoles en el día de Pentecostés, con los mismos fenómenos místicos y milagros. Pero esto es falso: no hay nada en el Nuevo Testamento, en los escritos de los Padres, o en la enseñanza oficial de la Iglesia, que nos diga que sucedió así.

   El Nuevo Testamento, es verdad, narra casos particulares en los que el Espíritu Santo descendió de manera extraordinaria sobre algunos de los nuevos cristianos, pero fueron casos raros y aislados . Incluso en el primer día cuando fueron bautizadas tres mil personas (Hch. 2, 41-47), los primeros convertidos de la Iglesia, no hay indicios de que se produjera algún milagro entre ellos, sino solo la conversión. Es más; estaban atemorizados porque veían a los Apóstoles realizar prodigios y milagros; y si tenían temor es porque esas maravillas eran desacostumbradas y sólo realizadas por los Apóstoles.

   Además las palabras susodichas confunden dos cosas distintas: la íntima paz y alegría, que son propias de un verdadero cristiano (paz y alegría que sobrepasan todo sentido y humana comprensión y que nadie puede arrebatarle), con la experiencia extraordinaria y mística, con carismas maravillosos, concedida a los Apóstoles el día de Pentecostés y a algunas almas privilegiadas a lo largo de los siglos.

   Ocasionalmente Dios concede tales dones divinos a los hijos de los hombres, pero en ningún modo se deben al hombre, ni han sido prometidos a todo cristiano, ni son necesarios para santificarse.

 Antecedentes y orígenes del pentecostalismo

   Hoy día la Iglesia está siendo criticada tácitamente en muchas de sus auténticas enseñanzas, sobre la base de lo que la gente cree “nuevas” intuiciones y “nuevas” doctrinas. En realidad no son nuevas, sino simplemente viejos errores revestidos con nuevas vestiduras, nuevas sólo para aquellos (y son legión) que han olvidado el conocimiento del pasado. El Antiguo Testamento afirma que “no hay nada nuevo bajo el sol” (Qo 1,9) . Nada; ni siquiera el pentecostalismo.

   Sería interesante esbozar el origen, el desarrollo y el carácter de las herejías que desarrollan estos nuevos movimientos, pero esto nos llevaría demasiado tiempo. Sin embargo, hay una cosa común a todas ellas: sus fundadores y seguidores sostienen tener intuiciones especiales bajo la enseñanza e inspiración del Espíritu Santo.

   En el tiempo de San Pablo había hordas de falsos profetas, que merodeaban afirmando hablar bajo la inspiración o en nombre del Espíritu Santo y perturbaban a las comunidades cristianas de reciente fundación. Después vinieron los gnósticos y fueron los primeros herejes oficiales; se relacionaban con los Apóstoles, y San Juan escribió su Evangelio para poner en guardia a los cristianos contra sus falsas doctrinas.

   Un tipo particular de pentecostalismo apareció en el siglo II; lo fundó un tal Montano, que afirmaba hablar bajo la inspiración del Espíritu Santo. Él y sus seguidores sostenían poseer la plenitud del Espíritu Santo y sus carismas; en particular, afirmaban poseer, como sus émulos modernos, el don de curaciones, de profecía y de lenguas. Sus seguidores fueron innumerables, lo mismo que hoy son innumerables las víctimas del pentecostalismo; y también como hoy, entre sus víctimas hubo algunas situadas en puestos altos de la Iglesia y con capacidades intelectuales poco comunes. El mismo Tertuliano, que escribió brillantemente sobre la Iglesia Católica y la defendió contra sus enemigos, finalmente cayó víctima del montanismo, se separó del Papa y fundó su propia secta.

   Los siglos XII y XIII conocieron multitudes de activos puritanos que se jactaban de tener una especial iluminación del Espíritu Santo; como los modernos pentecostales, viajaban sin parar de un sitio a otro, predicando su propio evangelio . Algunos sobreviven hoy, otros no han dejado seguidores; podríamos citar los albigenses, los valdenses, los cátaros, los pobres de Lyón, etc. Todos fundamentaron sus creencias y prácticas extrañas en su interpretación particular, distorsionada y separada del Magisterio, de las Sagradas Escrituras, e intentaron menoscabar y en lo posible destruir a la Iglesia Católica.

   Pero fue a Lutero a quien correspondió arrebatar a la Iglesia naciones enteras. Lutero, un desviado sacerdote católico, sostenía que él y sus seguidores poseían “la plenitud del Espíritu Santo” , a la vez que la negaban de los Obispos, de los Papas e incluso como sostén e iluminación de los Concilios Ecuménicos. De ahí que el protestantismo, por su misma naturaleza, llegó a ser la cuna y el terreno de cultivo del moderno pentecostalismo.

   El moderno movimiento carismático o pentecostal, de hecho, nació del Protestantismo en Carolina del Norte (Estados Unidos); la fecha oficial de nacimiento fue el año 1892; sus fundadores fueron el Rev. R. G. Spurling y el Rev. W. F. Bryant , pastor bautista el primero, y pastor metodista el segundo. El movimiento fue bien recibido por otras comunidades de signo protestante contemporáneas a ellos.

   Estos pentecostales afirmaban poseer la misma plenitud del Espíritu Santo que los Apóstoles recibieron el día de Pentecostés, junto con algunos carismas también otorgados a los Apóstoles en esa ocasión, en particular los dones de profecía, curaciones y lenguas. Como el resto de sus hermanos protestantes, afirmaban que el Espíritu Santo interviene directamente en la interpretación personal de la Sagrada Escritura. Rechazaban también todos los dogmas, porque sostenían que el Espíritu Santo inspira directamente a los fieles lo que es necesario creer para la salvación ; de allí que en el movimiento no hubiera lugar para ningún tipo de magisterio, porque la piedad cristiana era vivida en forma personal, sin guías jerarquizados pero de manera entusiástica, incluso con emotividad y exaltación extremas.

   Era esperable que un movimiento de este género se resolviera en el caos. Esto habría debido abrir sus ojos y hacerles cambiar de camino, porque el Espíritu Santo no produce el caos; en cambio, los pentecostales protestantes explicaron el fenómeno diciendo que la confusión era inevitable en un movimiento vivo y en expansión. Una mirada a los organismos vivos en torno a nosotros les habría debido enseñar que la vida sana se desarrolla armoniosamente y produce cosas buenas, mientras la vida que se desarrolla caóticamente no puede producir más que monstruos y abortos de la naturaleza.

   La Iglesia Católica juzgó el movimiento por lo que era, y en el segundo Concilio Plenario de Baltimore (Estados Unidos) los obispos católicos pusieron en guardia a los fieles para no prestarle ningún tipo de adhesión. Prohibieron a los católicos incluso estar presentes, aun por mera curiosidad, en los llamados encuentros de oración.

   La Iglesia, sin embargo, no conoció un movimiento así en su interior por siglos, y los católicos se libraron del contagio hasta 1966 , cuando llego a la Iglesia por medio de dos laicos, ambos profesores de Teología en la Universidad de Duquesne en Pittsburg Pennsylvania (Estados Unidos). Se llamaban Ralph Keifer y Patrick Bourgeois; ellos leyeron, releyeron y discutieron los dos libros sobre el movimiento pentecostal protestante: “Cruz y la palanca de cambio” , del pastor Wikerson y “Ellos hablan en lenguas” del periodista J. Sherill.  

   En su deseo de reencender la llama de la Fe en los estudiantes universitarios, pensaron erradamente que Dios ponía en sus manos un medio providencial. En su lucha contra la apatía y la increencia de los universitarios, tenían necesidad de aquel poder que creían que poseía Wikerson.

   Estudiaron o reestudiaron durante dos meses sucesivos; luego releyeron algunos pasajes de la Carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor, 12) y de los Hechos de los Apóstoles que sirvieron como base teológica al movimiento, y por fin se dirigieron a un grupo de oración pentecostal protestante para recibir... El Bautismo del Espíritu.

   Y así fue como el 13 de Enero de 1967, en un encuentro de oración, se impuso las manos a Ralph Keifer y a Patrick Bourgeois, que recibieron el Bautismo del Espíritu junto con el don exaltante de “hablar en lenguas” Su entusiasmo se inflamó; convencieron a los estudiantes de que probasen la misma experiencia, y en el siguiente encuentro de oración el mismo Keifer impuso las manos sobre algunos estudiantes, que súbitamente recibieron el Bautismo del Espíritu con varios “dones extraordinarios”.

   Desde entonces el movimiento se difundió ampliamente en toda la Iglesia Católica (nosotros diríamos iglesia conciliar). Ha ganado seguidores incluso entre Cardenales y Obispos , y naturalmente atrae, como una calamidad irresistible, a millares de religiosa , deseosas de experimentar lo que creen ser las emociones del primer Pentecostés.

   Pero es necesario subrayar todavía una vez más que no existe un movimiento carismático "católico" . El movimiento no es católico, sino protestante. No ha nacido en la Iglesia Católica, sino que fue importado a ella desde las sectas pentecostales protestantes, en las cuales nació.

   Es protestante hasta la médula: es hijo de la herejía; llamarlo católico significaría decir que puede haber un auténtico movimiento carismático católico y un auténtico movimiento carismático protestante, como si el Espíritu Santo pudiera asumir roles diversos según obre en la Iglesia Católica o entre las diversas sectas protestantes.

   Aunque durante dos mil años la Iglesia no había conocido ningún Bautismo del Espíritu, y aunque el movimiento provenga de la herejía, el fenómeno se ha extendido como un incendio. ¿Cómo ha podido suceder una cosa así?

   La respuesta, pensamos, es ante todo esta: el movimiento carismático promete una conversión inmediata y una inmediata santidad . Además es permisivo especialmente desde el punto de vista moral. ¿Quién renunciaría a tan preciosos dones y a tan poco precio?

   Para quienes presentan objeciones, tienen una respuesta pronta y aparentemente convincente: "¿por qué pones objeciones? ¿Acaso no ves que muchos sacerdotes, obispos e incluso cardenales y el Papa respaldan el movimiento? Es claro que no hay ningún mal en ello". Es evidente que el engaño diabólico escondido en el movimiento carismático ofusca a la masa de superficiales que van en busca del éxito clamoroso y de resultados inmediatos, olvidando que el camino de la santidad auténtica y del apostolado eficaz y duradero está hecho de abnegación, silencio, mortificación, humillación, y también de aparentes fracasos: "Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, no produce fruto” (Jn. 12,24)

   Hay que advertir que si entre los seglares y en algunas religiosas se puede presumir la “buena fe”, no es así en los eclesiásticos que están en situación de comprender el diabólico fraude. Algunos de ellos son demoledores de la Iglesia Católica demasiado conocidos como para no sospechar otra de sus maniobras de destrucción.

   El caso del reconocimiento "pontificio" está relacionado, por supuesto, en que los "papas" que lo han aprobado no son verdaderos papas.

   Algunos postulados, como veremos en los próximos capítulos, son insultantes para con Dios, para con los Santos y para con la Iglesia. Un verdadero Papa jamás hubiera aprobado un movimiento que tuviera entre sus prácticas “perdonar a Dios” como los carismáticos. Nunca jamás un sucesor de Pedro ha aprobado ni aprobará estas cosas jamás.

   Algunos piensan que el propio éxito del movimiento habla a su favor; sostener esto sería un grave error; la historia enseña que todos los movimientos heréticos, particularmente en sus comienzos, recibieron el respaldo entusiasta de muchísimos cristianos, incluso en las alturas de la Jerarquía católica.

   Aquí es necesario aclarar que criticar al Movimiento Carismático no es estar contra el Espíritu Santo. ¿Cómo podría ser así?; el Espíritu Santo es la misma alma de la Iglesia, el propio principio de su vida sobrenatural.

   Si fuese posible demostrar que procede del Espíritu Santo, el Movimiento Carismático tendría derecho a que todos lo apoyáramos; pero si no es así, entonces estamos obligados a combatirlo hasta su destrucción, porque sólo dos pueden ser las fuentes de su existencia: Dios o Satanás.

   Si viene de Dios, todos debemos adherirnos a él; si viene de Satanás, todos debemos combatirlo.

   Ahora bien; cuando se lo examina a la luz de la sana Teología, la conclusión inevitable es que el pentecostalismo y por lo tanto el Movimiento Carismático, aunque se autoproclame católico no viene del Espíritu Santo (y por tanto viene de Satanás).

Pretendidos fundamentos escriturísticos

   El movimiento busca su justificación sobre todo en los capítulos 12 a 14 de la primera carta de San Pablo a los Corintios. Pero la semejanza entre el movimiento carismático - pentecostal y lo que acaeció en Corinto es sólo superficial; los dos fenómenos concuer­dan únicamente en que ambos pretenden recibir del Espíritu Santo algunos carismas, como el don de lenguas, de curaciones y de profecía. Difieren en el resto.

   Eran verdaderas lenguas, si bien desconocidas a los presentes. Esto es evidente por la “unánime interpretación de los Padres de la Iglesia” e incluso por los repetidos reproches del mismo San Pablo: “Hay sin duda muchas y diversas lenguas en el mundo y ninguna carece de significado; pero si no entiendo el significado de la lengua seré extranjero para el que habla y el que habla será extranjero para mí” (1 Cor. 14,10).

   Además, San Pablo, dice que él mismo posee el don y que lo posee con más plenitud que ellos (1 Cor. 14,19). Y así era justo que fuese, porque debía predicar el Evangelio a diversos pueblos. ¿Cómo habría podido aprender tantas lenguas tan rápidamente? Dios por lo tanto, obró en él el mismo milagro que había obrado en los otros Apóstoles el día de Pentecostés.

   Por el contrario, los pentecostales - carismáticos emiten sonidos ininteligibles (mussitationes), y el balbuceo no puede ser lenguaje de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, que es Espíritu de suprema Sabiduría y Verdad.

   De hecho, San Pablo, si bien no prohibe a los Corintios profetizar y hablar en lenguas, repite insistentemente que el don de lenguas es el menos importante entre los carismas, y que no debe buscarse ansiosamente. Cuando se presente el caso auténtico de una persona que habla en lenguas, debe hacerlo con discreción y de manera decorosa, y en cuanto no haya nadie que comprenda o ningún intérprete presente, debe callarse.

   San Pablo pone en evidencia que el fiel debería ambicionar no estos dones, sino más bien las grandes virtudes de la Fe, de la Esperanza, y de la Caridad. Concluye diciendo que "las mujeres deben callar en la asamblea", porque no les está permitido hablar, sino que deben estar sujetas, como dice también la ley, porque "es indecoroso para una mujer hablar en la asamblea" (1 Cor 14, 34-35).

   Los pentecostales, sin embargo, fundándose insistentemente en la Epístola de San Pablo, no tienen en cuenta los consejos y las normas prescritas en nombre de Dios, volviéndose así inhábiles para recibir el Espíritu Santo y sus dones. De hecho anhelan el don de lenguas y lo consideran como la prueba irrefutable de la efusión del Espíritu Santo. Las mujeres, pues, no sólo hablan en la iglesia, sino que son las más activas en organizar encuentros de oración carismática, en profetizar, en ver señales del Espíritu Santo, en obrar curaciones (de su naturaleza y de su causa se hablará enseguida) y en imponer las manos a todos.

   Lejos de escuchar las palabras de San Pablo, los jefes del movimiento hacen todos los esfuerzos para atraer a las mujeres; ellos intentan justificar su abierta desobediencia a la palabra de Dios afirmando que la prohibición de San Pablo de permitir a las mujeres hablar en la Iglesia fue sugerida a causa de las limitaciones que imponía la cultura en la que vivían. Hoy la cultura ha cambiado radicalmente, y así, pretenden ellos, el mandato de San Pablo no es actual; como de costumbre, los pentecostales carismáticos tergiversan y malinterpretan la Sagrada Escritura para adaptarla a sus propios fines .

   La verdad es que en el mundo pagano, en los tiempos de San Pablo, había muchas mujeres que pretendían profetizar y hablar en nombre de los dioses. Pero San Pablo no tiene en cuenta las costumbres y hábitos culturales, sino que apela a la ley de Dios: "como dice la ley" (ibídem) .

   ¿Cuál puede ser, entonces el verdadero motivo, aunque oculto e inconfesable, de todos los esfuerzos para persuadir a las mujeres de que se adhieran al movimiento? Creemos que sucede porque se percatan de que, por su naturaleza emotiva, las mujeres pueden ser manejadas más fácilmente que los hombres para “creerse” movidas por el Espíritu Santo.

   2) Los pentecostales se apoyan también en algunos episodios de los Hechos de los Apóstoles, especialmente en la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés.

   Buscan traer a la mente de todo cristiano aquella gran experiencia mística: "¿por qué -dicen- hay que privar a un cristiano de aquel don incomparable, tan necesario para una vida cristiana ferviente?" .

   La respuesta es la siguiente:

   Obviamente se trata del Sacramento de la Confirmación , cuyo ministro ordinario es el Obispo. Esta es la interpretación constante de la Iglesia. Felipe, aunque diácono, hacedor de milagros, gran predicador, y que había administrado el Bautismo, no se atrevió a imponer las manos a sus nuevos bautizados, porque esto estaba reservado a los Apóstoles, que eran Obispos .

   3) Otro episodio al que se remiten los carismáticos es la conversión de San Pablo, cuando Ananías le impuso las manos diciéndole: “Saulo, hermano, me ha enviado el Señor; a quien viste en el camino, para que recuperes la vista y te llenes del Espíritu Santo". Inmediatamente sucedió que se desprendieron de los ojos de Pablo unas como escamas, y comenzó de nuevo a ver (Hech. 9, 17-19).

   Los carismáticos insisten en el episodio para justificar la imposición de las manos practicada por ellos. Pero nuevamente estamos ante una interpretación evidentemente errada.

   Ananías era probablemente sacerdote y, de todas maneras, no iba imponiendo las manos a la gente para dar el Espíritu Santo; tuvo una visión y un mandato especial para este caso particular : "vete a la calle estrecha y busca en la casa de Judas a uno que se llama Saulo y que viene de Tarso" (Hech. 9, 11). Esto no tiene nada que ver con las pretensiones de los carismáticos.

   4) Además hay otros dos episodios a los que apelan los pentecostales:

   Una vez más es preciso rebatir con firmeza que esto constituya una justificación del movimiento carismático. San Pedro no fue a Cesárea para imponer y conferir el Espíritu Santo; fue llevado hasta allí a través de una revelación especial, y el Espíritu Santo descendió mientras les hablaba para instruir a los oyentes sobre Cristo y sobre su misión. Dios obró un gran milagro, incluso antes que Cornelio y los suyos fueran bautizados, porque eran los primeros gentiles en ser acogidos oficialmente en la Iglesia y se necesitaba que le quedase bien claro a todos los cristianos judíos, tan convencidos de la idea de que nadie fuera del pueblo elegido podría entrar en el reino mesiánico, de que a partir de entonces los gentiles serían invitados a participar de los beneficios de la Redención.

   De vuelta a Jerusalén, San Pedro fue ásperamente criticado por los judíos por lo que había hecho en Cesárea, pero él se defendió de sus acusadores con estas escuetas palabras: “si, pues, el mismo don otorgó Dios a ellos que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿yo quién era para poner vetos a Dios?" (Hech. 11,17).

   Fuera de estos textos citados, casi esporádicos, no hay ninguna otra prueba de que semejante efusión externa del Espíritu Santo haya tenido lugar en la Iglesia Apostólica, ni siquiera, como ya se ha subrayado, el día de Pentecostés, cuando después de la predicación de San Pedro tres mil personas fueron bautizadas.

   Además, Cristo jamás prometió tales experiencias místicas y dones extraordinarios a los cristianos, ni dio disposiciones para transmitirlos por medio de ritos particulares. Más exactamente, Él instituyó el Sacramento de la Confirmación, que la Iglesia siempre ha administrado y a través del cual cada cristiano participa en la efusión del Espíritu Santo.

   La Confirmación, sin embargo, no confiere el Espíritu Santo con signos externos y milagros, tan ajenos al Espíritu de Cristo, sino silenciosamente y de manera misteriosa, como los otros Sacramentos.

   Durante sus dos mil años de vida, la Iglesia Católica jamás ha conocido el “Bautismo del Espíritu”, tal como nos lo quieren enseñar los pentecostales carismáticos; sino que ha enseñado, infaliblemente, desde el Concilio Ecuménico de Florencia (1439) que la Confirmación es el Pentecostés de todo cristiano; las palabras del Concilio son: “en la Confirmación el Espíritu Santo se da para fortificar al fiel lo mismo que fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés” (Denz. 697)

Contenido del Sitio