COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay

Tercera Parte
LA SINAGOGA DE SATANÁS

Capítulo Octavo

LOS APÓSTOLES CONDENAN A LOS JUDÍOS POR EL ASESINATO DE CRISTO

TESIS CUARTA.- Los Apóstoles culparon a los judíos y no a los romanos de la muerte de Cristo. 

PRUEBAS:

   En el libro de la sagrada Biblia los Hechos de los Apóstoles (capítulo II), San Pedro, dirigiendo la palabra a los judíos de diversos países reunidos en Jerusalén, en donde cada cual (después de la venida del Espíritu Santo) entendía la palabra del apóstol en su propia lengua, les dijo:

   "14....Varones de Judea, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd con atención mis palabras. 22. Varones de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno, Varón aprobado por Dios entre vosotros, como también vosotros sabéis. 23. A Este que por determinado consejo y presciencia de Dios fue entregado, lo matasteis, crucificándole por manos de malvados" (66).

   San Pedro echa, pues, claramente la responsabilidad des asesinato de Cristo sobre todo el pueblo judío y no culpa a los romanos. ¿Supondrán los clérigos que sostienen en forma tan increíble lo contrario, que San Pedro mintió cuando dice a los judíos venidos de otras tierras: "Varones de Israel, lo matasteis, crucificándolo"?

   En el Capítulo III de los Hechos de los Apóstoles, encontramos el pasaje relativo a la curación del cojo de nacimiento:

   "11. Y estando asido de Pedro, y de Juan, vino apresuradamente a ellos todo el pueblo al pórtico, que se llama de Salomón, atónitos. 12. Y viendo esto Pedro, dijo al pueblo: Varones Israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestra virtud o poder hubiéramos hecho andar a éste? 13. El Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis, y negasteis al Santo, y al Justo, y pedísteis que se os diese un hombre homicida. 15. Y matásteis al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos" (67).

   En este pasaje del Nuevo Testamento, estando reunido todo el pueblo, San Pedro echó en cara a los judíos el haber matado a Cristo.

   Aún encontramos en los hechos de los Apóstoles (capítulo V), un pasaje en que no sólo San Pedro sino también los demás apóstoles acusan categóricamente de la muerte de Cristo al Concilio de Ancianos de Israel, convocado por los sacerdotes:

"29. Y respondiendo Pedro y los Apóstoles, dijeron: Es menester obedecer a Dios antes que a los hombres. 30. El Dios de nuestro padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matásteis, poniéndole en un madero" (68).

   Tenemos aquí, un testimonio colectivo de los apóstoles acusando a los judíos y no a los romanos de haber dado muerte a Cristo.

   Por si todo esto no fuera suficiente, citaremos los testimonios de San Pablo y de San Esteban primer mártir del cristianismo.

   San Pablo, en su Epístola Primera a los Tesalonicenses (capítulo II), refiriéndose a los judíos, dice:

   "15. Los cuales también mataron al Señor Jesús, y a los Profetas, y nos han perseguido a nosotros, y no son del agrado de Dios, y son enemigos de todos los hombre" (69).

   San Pablo, en este versículo, calificó contundentemente a los judíos como "enemigos de todos los hombres", realidad que no puede ser puesta en duda por quien haya estudiado a fondo la ideología y las actividades clandestinas del pueblo judío.

   Pero es muy probable que si San Pablo hubiera vivido en nuestros días, habría sido condenado por antisemita al declarar públicamente una verdad que, según los judíos y sus cómplices dentro del clero, no debe jamás mencionarse.

   Por su parte, el protomártir San Esteban, dirigiéndose a los judíos de la sinagoga de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de aquellos que eran de Cilicia y del Asia, es decir, a judíos de distintas partes del mundo, les dijo en presencia del sumo sacerdote, jefe espiritual de Israel:

   "51. Duros de cerviz, e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros. 52. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido traidores, y homicidas" (70).

   El testimonio de San Esteban coincide, pues, con el de los apóstoles y el de San pablo, al considerar a los judíos globalmente como pueblo, es decir, tanto a los de Jerusalén y demás lugares de Judea, como a los que vivían en otras partes del mundo, responsables del deicidio. Todo esto consta en los libros sagrados; donde no se encuentra un solo versículo que culpe a los romanos del asesinato.

   En resumen, tanto las denuncias previas de Cristo Nuestro Señor, como los testimonios de los apóstoles, de los Santos Evangelios, de san Pablo y de San Esteban, constituyen una prueba irrefutable de que la Santa Iglesia, lejos de haber estado equivocada durante diecinueve siglos al considerar deicida al pueblo judío, ha estado en lo justo; y que al achacar a los romanos la responsabilidad del crimen, carece de todo fundamento.

   En consecuencia, es de sorprender la postura de ciertos clérigos al pretender adulterar la verdad histórica en forma tan increíble, en un intento verdaderamente audaz y demente, consistente en tratar de realizar casi una nueva reforma en la Santa Iglesia, al pretender hacerla renegar de su pasado y contradecirse consigo misma.

   Si Cristo Nuestro Señor condenó a los judíos que lo desconocieron, si los apóstoles tuvieron que combatir sus maldades, si San pablo y San Esteban lucharon constantemente en contra de ellos, si los Papas y los concilios ecuménicos y provinciales durante varios siglos les lanzaron las más tremendas condenaciones y lucharon en contra de la Sinagoga de Satanás, los nuevos reformadores pretenden, no obstante, contradiciendo la Doctrina tradicional de la Santa Iglesia, que ésta se alíe con la Sinagoga de Satanás y entre en arreglos con ella. Esta es una de las cosas que desea imponer al Concilio Vaticano II este grupo de clérigos, en el que a semejanza de la asociación "Amigos de Israel" –condenada por el Santo Oficio en 1928- figuran hasta cardenales y según hemos sabido, dicho grupo trata de cambiar a la Santa Iglesia de ruta, pugnando porque se tomen acuerdos que impidan a los cristianos defenderse de las agresiones del imperialismo judío.

   En estas circunstancias, no podría lograrse que un concilio ecuménico anulara lo establecido por otros al respecto, sin antes establecer la creencia de que fueron los romanos y no los judíos los responsables del crimen deicida. Con este fin están realizando una activa propaganda tendiente a lograr sus objetivos. También proyectan –si no les da resultado culpar a los romanos de la muerte de Cristo- hacer recaer esa culpa en toda la humanidad, empleando el sofisma de confundir la causa eficiente con la causa final y afirmando que, puesto que Cristo murió con el fin de redimirnos, nosotros fuimos los asesinos y no los israelitas. Este burdo sofisma equivaldría al que se utilizara diciendo que, puesto que muchos judíos han sido muertos por los árabes por defender a su Estado de Israel, fue este último el que los mató y no los patriotas árabes que en esas luchas les dieron muerte. Esto es el colmo. No sólo tratan de obligar a la Iglesia que les retire a los judíos su responsabilidad en la muerte del Señor, sino que pretenden hacernos creer a los fieles cristianos, que nosotros fuimos los asesinos. Los planes judíos para convertir a la Iglesia en un dócil instrumento a su servicio, llegan a los límites de la locura.

   Hemos sabido, además, que los judíos ya cantan victoria asegurando que han logrado mover con todo éxito sus influencias para conseguir que en breve se haga también una verdadera reforma en la liturgia católica, de todos los ritos alusivos a las "supuestas" perfidias y maldades del pueblo judío.

   En una palabra, entre las reformas a la Iglesia que proyectan los judíos, por medio de sus amigos, figura la supresión en la liturgia y en los ritos católicos de todo aquello que tiene por objeto prevenir a los cristianos y a la Santa Iglesia en contra del peligro judío y de las acechanzas de la Sinagoga de Satanás, para que, al desconocer los clérigos y los fieles la gravedad de esos peligros, sean vencidos y dominados más fácilmente por el judaísmo.

   Pero por más que realicen toda clase de ardides para tratar de engañar a Su Santidad o para controlar el Concilio Ecuménico Vaticano II, se estrellarán ante la asistencia Divina a la Iglesia. Confiamos tranquilos en la sublime promesa hecha a Pedro por Dios Nuestro Señor de que "las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella".  

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NOTAS

  • [66] Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. II, Vers. 14, 22, 23.               
  • [67] Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. III, 11-15.
  • [68] Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. V, Vers. 29, 30.
  • [69] Biblia, Epístola I de San Pablo a los Tesalonicenses, Cap. II, Vers. 15.
  • [70] Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. VI, Vers. 9; Cap. VII, Vers. 51, 52.