SEMPER INFIDELES:

UN EJEMPLO DE LOS CAMBIOS DE LA I. CONCILIAR:

MARTIRIO Y ABDICACIÓN: TAN SÓLO DISTINTAS “VISIONES DE IGLESIA”
VIRAJE ANTROPOLÓGICO DEL PECADO
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                                                                        SS. EE. RR. Mons. Marcel Lefebvre
                                                                                           Mons. Antonio de Castro Mayer

   Mondo e missione, periódico del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones en el extranjero), Alberico Crescitelli: un santo para la Iglesia de China [¡sic!]

   Alberico Crescitelli, natural de Altavilia Irpina (Avellino), es uno de los 120 mártires "canonizados" conjuntamente el 1º de octubre de 2000 por Juan Pablo II. Ingresó en el PIME y fue martirizado en China durante la revuelta de los “boxers”. Mundo e missione le dedica su atención (¡pertenece a la familia del Pime!), y Giorgio Pecorari, misionero del PIME,, ilustra el “rostro interior” del mártir con un florilegio de sus 294 cartas conservadas en el archivo general de Roma. Contienen pasajes bellísimos, como el siguiente, que expresa la esencia de toda vocación misionera: «Ver la idolatría, el reino de Satanás, tan extendido; [ver] tan gran número de idólatras; ver grandes núcleos de población y saber que ni uno solo de sus habitantes adora al Dios verdadero (...) me apesadumbraba, me dolía el corazón y se me partía. Anhelaba que adorasen al Dios verdadero. Deseaba desvivirme por su conversión. En el interior de mi corazón, yo, bien que indignamente, rogaba al Padre de las misericordias que hiciera que este pueblo viera aquella gran luz que mandó al mundo y lo sacara de las tinieblas y de la sombra de muerte en que yace sepultado miserablemente».

   Pero este «Retrato espiritual de un ‘soldado’ de la fe» se cierra con esta reserva textual:

   «No obstante, su visión de Iglesia estaba anclada en un tipo viejo de teología. Y no podía ser de otro modo». Se entiende que por no haberse celebrado aún el Concilio Vaticano II con su “apertura ecuménica” a las religiones falsas. Ciertamente, la “visión de Iglesia” de San Alberto Crescitelli está anclada en un “tipo viejo de teología”, pero también lo está su martirio. En efecto, ¿quién será el guapo que quiera sacrificar su vida con una “visión de Iglesia” como la del PIME “postconciliar”? Una “visión de Iglesia” según la cual Mahoma es un «verdadero profeta» (Mondo e missione, 15 de marzo del 1977); un cura aseglarado, apóstata y concubinario, extraviado tras la “teología de la liberación”, es desde luego «un caso simbólico» (Mondo e missione, 15 de agosto/ 15 de sept. del 1978: El caso simbólico del Padre Tedeschi), y los misioneros espiritanos, que en Etiopía no forman católicos, sino buenos... cismáticos “ortodoxos” «al servicio de la Iglesia ortodoxa», son dignos de aplauso (Mondo e missione, abril del 1998; v. sì sì no no, 15 de noviembre del 1998, págs. 7-8, edic. italiana). No, la nueva “visión de Iglesia” no sólo es incapaz de generar mártires, sino que ha hecho pasar, a los misioneros del PIME de la propagación de la fe en los países extranjeros a la “autodemolición de la Iglesia” en la Europa católica, a partir del primado del Papa, que hoy «resulta problemático» (v. Mondo e missione, agosto/ septiembre del 1998, págs. 45 y sgte.).

   Por esta nueva “visión de Iglesia” ecuménica, infiel al mandato de Cristo «Id y predicad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» Alberico Crescitelli no sólo no habría dado la vida, sino que ni siquiera se habría hecho misionero, sencillamente porque, según ella, no hay motivo alguno para hacerse tal.

   La verdad es que no hay tipos de teología “viejos” y “nuevos”; hay tipos de hombres que tienen fe y tipos de hombres que ya no la tienen (aunque sean curas, misioneros, etc., etc.). El Padre Alberico Crescitelli estuvo entre los primeros y dio testimonio de su fe con la sangre; sus hermanos “puestos al día” del “nuevo” PIME no saben realmente en aras de qué derramarla.

Nota A propósito de la revuelta “boxer”:

   «El papel receptáculo de los grupos [xenófobos] que se iban formando [en China, a finales del siglo XIX] recayó nuevamente en las organizaciones secretas, entre las cuales adquirió al principio gran predicamento en el Norte, especialmente en Shantung, la secta religiosa de las ‘Grandes espadas’ (Ta-tao huí), la cual, no obstante, fue más tarde absorbida progresivamente por la liga llamada ‘Puño (luchador) por la justicia y la unión’ (I-ho ch' üan) (...) que fue llamada ‘Boxer’ y que era una rama de la antigua secta ‘Loto Blanco’. Este movimiento ya no presenta caracteres socialmente revolucionarios, lo cual resulta muy significativo. Su programa de acción estaba constituido por el fanatismo religioso orientado contra el cristianismo y el ataque tumultuoso a las máquinas [industrias, ferrocarriles, etc., símbolos del dominio occidental] , incorporando en 1899, al encontrar el movimiento creciente aceptación entre las autoridades, la consigna ‘Sostened a los Ch'ing’ (la dinastía manchú gobernante de China) , aniquilad a los extranjeros’ (fu-Ch'ing mieh-yang). Fue también entonces cuando cambió de nombre, tomando el de ‘Liga por la justicia y la unión’ (I-ho t'uan). Al principio en la corte se adoptó frente a este proceso una actitud ambivalente. Yüan Shih-k'ai (...) fue designado gobernador de Shantung y procedió con bastante dureza contra los los I-ho t 'uan, de modo que éstos tuvieron que refugiarse en Chihli. Allí contaban con la ayuda de las autoridades locales, y en la corte se iba imponiendo crecientemente la corriente que se proponía eliminar definitivamente a los reformadores con ayuda de los ‘Boxers’, y que esperaba poder transformar los movimientos rebeldes en una guerra formal contra los extranjeros. La fuerza impulsora estaba representada en la corte por el príncipe Tuan, entre otros, mientras que Tz'u-hsi, mujer realista, se vio obligada a admitir esta línea. En cualquier caso, cuando los ‘Boxers’ entraron en Pekín y Tientsin, intervinieron tropas gubernamentales por orden de la emperatriz viuda. Se propagaban cada vez más rápidamente los saqueos, devastaciones y agresiones, de modo que las potencias extranjeras presionaron al gobierno Ch'ing y ocuparon el fuerte Ta-ku el 17 de junio de 1900. Dos días después fue asesinado en Pekín el ministro alemán, Klemens von Ketteler, y se produjo el sitio del barrio de las legaciones, que se prolongó desde el 20 de junio hasta el 14 de agosto. El 21 de junio se produjo la declaración oficial de la guerra a las potencias occidentales por parte de China. Inglaterra, Francia, Rusia, Estados Unidos, Italia, Alemania y Japón movilizaron entonces un cuerpo expedicionario que, tras violentos enfrentamientos, tomó Pekín el 16 de agosto. Tz'u-hsi y toda la corte huyeron a Hsi-an-fu, en la provincia de Shensi, de donde pudieron regresar a la capital en enero de 1902. China tuvo que aceptar duras condiciones en el protocolo internacional de los Boxers (1901): una indemnización que ascendía a 450 millones de dólares de plata, la prohibición de importar armas, el desmantelamiento del fuerte Ta-ku, el envío de delegaciones de reconciliación y la publicación de un decreto que prohibiera los actos antiextranjeros». (El imperio Chino, de Herbert Franke y Rolf Trauzettel, editorial Siglo Veintiuno, 1987, págs. 324-325).

VIRAJE ANTROPOLÓGICO DEL PECADO

   La Voce, boletín interdiocesano umbro : «Los presbíteros umbros se han reunido con sus obispos en Collevalenza, el jueves 2 de marzo, para reflexionar sobre el tema de las indulgencias. Animaba la reunión el obispo Monseñor Agostino Superbo, asistente eclesiástico general de la Acción Católica».

   Visto que «muchos sacerdotes hablan con escaso entusiasmo de las indulgencias», sobre todo por deferencia para con los “hermanos separados” que la niegan, se entiende (mejor aún: se dice), Mons. Superbo asumió la tarea de eliminar cualquier obstáculo. Sigámoslo en su soberbia empresa [N. del T.: “superbo” significa “soberbio”, lo cual explica el juego de palabras anterior].

   Pecado, pena, indulgencia y purgatorio se implican el uno al otro, como se sabe: el pecado es una ofensa inferida a Dios al desobedecer a Su Ley (culpa) y por ello exige una reparación o satisfacción (pena); en la confesión se remite la culpa y se condona la pena eterna que sigue a todo pecado mortal, pero no siempre se remite, o al menos no del todo, la pena temporal que sigue a cualquier pecado. Esta pena temporal residual puede satisfacerse en la tierra con penitencias voluntarias o con las indulgencias concedidas por la Iglesia, o bien habrá de ser satisfecha en la otra vida, en el purgatorio.

   A Mons. Superbo le bastó con tocar el primer anillo de la cadena. El pecado -leemos- es «un impedimento libre y volunttario, consciente, que nos priva de la santidad de Dios a la cual estamos llamados; es una autoexclusión de la corriente de gracia y de amistad»; en pocas palabras: el pecado es todo menos “una ofensa inferida a Dios al desobedecer a Su Ley”.

   Este “viraje antropológico” le vuelve la espalda también a la noción católica de pena, con todo lo que se deriva de ella: «¿Y la pena? No es algo que viene de fuera, de Dios que castiga, ni algo que se ha de purgar en el purgatorio». Lógico, ¿no? Si el pecado no es una ofensa a Dios, por qué diablos habrá Este de castigarlo? El hombre se “autoexcluye” y el hombre se “autocastiga”, y así se salva su soberbia... ¡perdón!, su “dignidad”.

   De modo que el purgatorio ya puede ir cerrando las puertas, porque, así las cosas, no se ve ya de qué sirve, y las indulgencias no habría ni que mencionarlas. Pero puesto que éstas constituían el tema de la “jornada sacerdotal” de Collevalenza y era menester hablar de ellas, Mons. Superbo explicó que después del pecado... ¡perdón!, después de la “autoexclusión” de que se habla supra, el hombre no retorna a Dios «de golpe y porrazo», y toda vez que este “camino” de retorno «es un don de Dios, no un hecho voluntarista» (¡menos mal que hay algo que el hombre no puede autohacer!), ¡«constituye una indulgencia que viene de El»! Y sanseacabó.

   La Iglesia, pues, que siempre ha enseñado que «la indulgencia es una remisión de la pena temporal debida por los pecados, concedida por la Iglesia bajo ciertas condiciones a quien está en gracia mediante la aplicación de los méritos y las satisfacciones sobreabundantes de Jesucristo, de la Virgen y de los santos», ¡se ha engañado y nos ha engañado.

   Pero si la “pena” no es nada de lo que sabíamos, ¿qué demonios es? Helo aquí: la pena «hace referencia a lo que yo soy, a lo que yo he hecho, deja sus huellas, está ligada al mismo pecado, a aquella elección culpable, está dentro de mi personalidad. El pecado me deja también las consecuencias [hasta aquí seguimos sin saber qué es la pena], la incapacidad de acoger a los demás, la lentitud en acoger al Espíritu, es [¡puede que ahora lo sepamos!] mi fragilidad, es una realidad que se me hace ‘pena’». Y así Mons. Superbo «multiplicó las palabras» (Eccli. 10, 14) para decir que la pena “es una realidad que se me hace pena” (!). ¡Qué pena! (de teología de Mons. Superbo, se entiende).

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