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DECLARACIÓN DEL INSTITUTO "MATER BONI CONCILII
SOBRE EL DECRETO DEL 21 DE ENERO DE 2009 CON EL

 CUAL SE "LEVANTA LA EXCOMUNIÓN" A CUATRO OBISPOS

DE LA FRATERNIDAD SACERDOTAL SAN PÍO X[*]

     Con un Decreto del 21 de enero de 2009 el prefecto de la Congregación para los  Obispos cardenal Giovanni Battista Reha ha levantado “a los obispos Bernard FellayBernard Tissier de Mallerais Richard Williamson y Alfonso de Galarreta la censura de excomunión latae sententiae declarada por esta Congregación el 1 de julio de 1988” declarando privado de efectos jurídicos“a partir de la fecha de hoy el Decreto emanado en aquel momento”.

   Como recuerda el mismo Decreto el retiro de la excomunión ha sido acordado después de un pedido en tal sentido de Mons. Fellay a nombre de los cuatro Obispos enviado al cardenal Castrillón Hoyos presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei (carta de Mons. Fellay del 15 de diciembre de 2008).

   Por sí mismo el Decreto del 21 de enero atañe exclusivamente a los cuatro Obispos que son “absueltos” así de la “excomunión” que les había caído veinte años antes y no la Fraternidad San Pío X que por el momento con sus obispos está todavía considerada privada de la “plena comunión ”y de cualquier estatuto canónico. A pesar de que no se haga mención debería por tanto seguir siempre en vigor la “suspensión a divinis” para todos los sacerdotes de la mencionada Fraternidad. Los hechos contradicen por eso la pretensión de la Fraternidad misma de haber sido plenamente “rehabilitada” con el decreto del 21 de enero.

     Si estos son los hechos en su aspecto material ¿qué juicio podemos sostener sobre este suceso que como sea no adolecerá de tener su influencia en la vida de la Iglesia?

      Las consagraciones del 30 de junio de 1988

      Un juicio adecuado a la luz de la Fe sobre este Decreto y sobre el hecho que las autoridades de la Fraternidad San Pío X lo hayan solicitado poniéndolo como preliminar a un futuro acuerdo debe ante todo fundarse sobre el suceso que ocasionó el “Decreto de excomunión” del que están hoy suspendidos los efectos jurídicos es decir las consagraciones episcopales sin mandato pontificio realizadas por Mons. Marcel Lefebvre y Mons. de Castro Mayer el 30 de junio de 1988.

     En ocasión de las consagraciones episcopales de 1988 el Instituto Mater Boni Consilii publicó una Declaración (Sodalitium N° 17 septiembre-octubre de 1988) que consideramos todavía ahora válida en ella entre otras cosas leemos:     

   “El Instituto Mater Boni Consilii constata que Mons. Lefebvre, y cuantos lo siguen, no han cometido formalmente cisma, porque no es cisma desobedecer a Juan  Pablo que no es formalmente Papa. Del mismo modo Juan Pablo II no puede excomulgar a nadie, estando del todo privado de autoridad, ni se aplican las censuras previstas por el derecho mismo en ausencia de autoridad.

   Sin embargo, Mons. Lefebvre y la Fraternidad San Pío X inoculan en los fieles que le siguen una praxis – que se transforma siempre más en una doctrina – absolutamente cismática, según la cual en los hechos, se debe desobedecer también en materia gravísima al verdadero Vicario de Cristo, sin tener en ninguna cuenta su jurisdicción universal e inmediata sobre los fieles católicos. En su perspectiva, el fundador, los miembros y los fieles de la Fraternidad San Pío X, actúan cismáticamente”

   A nuestro parecer, por consiguiente, de los protagonistas de la jornada del 30 de junio de 1988 se podía decir cuanto afirma la Escritura: no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno.

   No actuaba lícitamente la Fraternidad San Pío X, consagrando los Obispos no sólo sin el acuerdo del Papa, sino contra la voluntad de aquel que ellos consideraban ser el Papa. Todavía menos lícitamente actuaban los modernistas que habían ocupado y todavía ahora ocupan las sedes episcopales, incluida la Sede Apostólica, en el imponer una doctrina en varios puntos contraria y hasta contradictoria  con aquella de la Iglesia, y una reforma litúrgica de sabor protestante: “Si incluso nosotros mismos o un ángel del Cielo viniese a anunciaros un Evangelio distinto de aquél que os hemos anunciado nosotros, sea él anatema” (Gal. 1,8; cf  Concilio Vaticano I, DS 3070).

   El fiel católico no podía, en aquel día, seguir a Mons. Lefebvre, y tampoco a Juan Pablo II, tanto más que, anunciaban ya entonces, basándonos sobre las palabras mismas de Mons. Lefebvre, “futuras tratativas no están excluidas, al contrario están proyectadas”. El engaño continúa, como antes y más que antes.

   La dolorosa impresión de entonces (que el espíritu de la Iglesia Católica no se encontraba cerca de los modernistas, obviamente, ni tampoco en Ecône) se representa hoy – a veinte años de distancia – de frente al decreto del 21 de enero de 2009.

Un gesto ecuménico, según la lógica del Vaticano II

   Los observadores superficiales (o maliciosos) de los recientes sucesos eclesiásticos, han inicialmente difundido la idea que Joseph Ratzinger-Benedicto XVI sea y quiera ser el enterrador del Vaticano II (¡lo quisiera Dios!). La misma teoría fue ya defendida, en su momento, a propósito de Juan Pablo II y del mismo Pablo VI. Se trata desgraciadamente de una evidente falsedad, contradicha por sus mismas y explícitas declaraciones de Benedicto XVI, como antes de él Pablo VI y los dos Juan  Pablo, quiere simplemente realizar el Vaticano II, con la pretensión que el Vaticano II sea en continuidad (y desarrollo) del magisterio tradicional (Cf. Discurso de Benedicto XVI a la Curia Romana del 22 de diciembre de 2005, repropuesto significativamente por el Osservatore Romano. del 25 enero de 2009, p. 5; Cf. crítica en Sodalitium, n. 59, pp. 41-43).

   La absolución de los cuatro Obispos “lefebvristas” se ubica, según Benedicto XVI, en esta óptica conciliar. Concedida durante el Octavario de plegarias por la unidad de los cristianos, publicada la vigilia de la clausura del Octavario y del 50° aniversario del anuncio de la convocación al Concilio de parte de Juan XXIII (25 de enero de 1959), la decisión no puede no recordar un gesto análogo y todavía más solemne: la recíproca (!) absolución de las excomuniones que se intercambiaron el “Patriarca” cismático de Constantinopla Atenágoras y Pablo VI el 7 de diciembre de 1965 con una declaración común que fue leída en la clausura del Vaticano II por el cardenal Willebrands en el Concilio reunido en sesión solemne.

   La Iglesia Católica exige, para la absolución de las censuras eclesiásticas (entre las cuales está la excomunión) que el culpable se retracte de la propia contumacia (can. 2248 §2) (*), lo que implica que el reo “se haya arrepentido del delito cometido y al mismo tiempo haya dado, o por lo menos seriamente prometido de dar, una justa satisfacción por los daños y el escándalo dado” (can. 2242§3); aunque corresponde a la autoridad que absuelve juzgar la presencia de estas condiciones (ibidem), parece evidente que los cuatro Obispos no hayan obedecido, pretendiendo al contrario de no haber estado jamás excomulgados (Cf. Declaración de Mons. Fellay del 24 de enero de 2009). Pero, de la otra parte, ¿se han alguna vez arrepentido los orientales de su cisma? ¿Reconoce tal vez Atenágoras el primado de jurisdicción del Papa y la infalibilidad de su magisterio? Evidentemente no. Analógicamente, la absolución impartida por Benedicto XVI a los cuatro Obispos pertenece a la eclesiología ecumenista de la “comunión imperfecta” (Unitatis redintregratio, Lumen gentium) y “al nuevo estilo de Iglesia querido por el concilio que prefiere la medicina de la misericordia a la condena” (Osservatore Romano, 26-27 de enero de 2009).

   La revocación de las excomuniones es, por lo tanto, como sostiene el Osservatore Romano (25 de enero de 2009) uno de los innumerables buenos frutos del concilio: 

   “Los buenos frutos del concilio son innumerables, y entre estos está ahora el gesto de misericordia en la confrontación de los obispos excomulgados en 1988. Un gesto que le habría gustado a Juan XXIII y a sus sucesores [bueno, tal vez no a Pablo VI, n. d. a.] es un límpido ofrecimiento que Benedicto XVI, Papa de paz, ha querido rendir público en coincidencia con el anuncio del Vaticano II (…) A medio siglo del anuncio, el Vaticano II está vivo en la Iglesia”.

   Lo ha confirmado el mismo Benedicto XVI el 25 de enero, en la Basílica de San Pablo, rodeado en la ceremonia litúrgica de “ortodoxos”, anglicanos y luteranos, elogiando el ecumenismo conciliar que prevé la conversión de todos, “también de la Iglesia Católica”, comenta escandalosamente  el Osservatore Romano del 26-27 de enero.

   ¿El verdadero fin de Benedicto XVI? Con la revocación de la excomunión “el Papa desaloja el campo de posibles pretextos para infinitas polémicas, entrando en el mérito del verdadero problema: la aceptación plena del magisterio, comprendido obviamente el concilio Vaticano II” (Osservatore Romano, 26-27 de enero de 2009): es cierto que éste el sentido de las palabras del decreto, que  exige ahora “verdadera fidelidad y verdadero reconocimiento del Magisterio y de la autoridad del Papa con la prueba de la unidad visible”.  

   Si alguno hubiese tenido todavía dudas, el discurso tenido por Benedicto XVI el 28 de enero ha quitado toda ambigüedad, hablando explícitamente del Vaticano II:

“En cumplimiento de este servicio a la unidad que califica en modo específico mi ministerio he decidido hace unos días conceder la remisión de la excomunión en la cual habían incurrido cuatro obispos ordenados en el 1988 por Mons. Lefebvre sin mandato pontificio. He cumplido este acto de paternal misericordia porque repetidamente estos prelados me han manifestado su vivo sufrimiento por la situación en la que se encontraban. Deseo que a éste mi gesto le siga el solícito empeño de parte de ellos de cumplir los ulteriores pasos necesarios para realizar la plena comunión con la Iglesia, testimoniando así verdadera fidelidad y verdadero reconocimiento del Magisterio y de la autoridad del Papa y del Concilio Vaticano II”

Mons. Fellay: ambigüedad, pragmatismo, contradicciones

   Si una cierta lógica – como hemos visto – se puede reconocer a los modernistas, otro tanto no se puede decir de la Fraternidad San Pío X.

   La Fraternidad San Pío X reconoce en Benedicto XVI el Vicario de Cristo; y sin embargo continúa refutando su enseñanza sobre el Vaticano II.

   La Fraternidad pide a Benedicto XVI la absolución de la excomunión para sus cuatro Obispos, reconociendo (implícitamente) la validez de esta censura, y declarándose así (implícitamente) arrepentidos del delito cometido. Para sus fieles, en vez, declara de haberla “siempre negado”, presentando la absolución como una victoria de la “Tradición”. Y de hecho los cuatro obispos, por veinte años, han vivido como si no fuese alguna vez existido, al contrario, jactándose y reivindicándola como signo de ortodoxia, también sabiendo que si uno está excomulgado, endurecido, quedando por un año en la excomunión, es sospechoso de herejía (can. 2340§1).

   Según el Decreto, la excomunión a los obispos ha sido levantada porque Benedicto XVI está “confiado en el empeño por ellos expresado en la citada carta de no ahorrar ningún esfuerzo por profundizar en los necesarios coloquios con la autoridad de la Santa Sede las cuestiones todavía abiertas, para poder así alcanzar rápido una plena y satisfactoria solución del problema puesto originalmente”. El problema es ciertamente de orden disciplinar (qué estatuto dar a la Fraternidad) pero también y ante todo de orden doctrinal, y relativo al Vaticano II y sus reformas. La absolución de la excomunión no resuelve, en efecto, sino que cubre de ambigüedad, los problemas puestos por el Vaticano II. Lumen Gentium, Gaudium et spes, Unitatis redintegratio, Nostra Aetate, Dignitatis humanae ecc., ¿son un desarrollo de la doctrina católica, o están en contradicción con la doctrina católica? Y si están en contradicción con la doctrina católica, ¿pueden tales errores, y las reformas que le han seguido, provenir de la Iglesia santa, infalible e indefectible, y, por consiguiente, del Vicario de Cristo? La declaración de Mons. Fellay del 24 de enero, señala sólo “razones doctrinales de fondo que ella (la Fraternidad) piensa están al origen de las actuales dificultades de la Iglesia”, ¡dificultades denunciadas por el mismo Juan Pablo II! Dichas razones doctrinales, por ahora no mejor especificadas, son presentadas como una opinión de la Fraternidad, y no como la doctrina no negociable de la Iglesia…

   Los primeros actos puestos por Mons. Fellay después de la “remisión de las excomuniones” parecen confirmar que la Fraternidad San Pío X está ya dispuesta incluso a dolorosas renuncias con tal de arribar a una solución “positiva” de las tratativas y a cumplir, por consiguiente, aquel ulterior paso deseado por Joseph Ratzinger, coherentemente con su afirmación (incluida entre otras cosas en cada celebración de la Misa una cum famulo tuo Papa nostro Benedicto) de reconocer su autoridad y su magisterio.

Pespectivas futuras

   Desgraciadamente los católicos corren el riesgo de recibir de los coloquios entre la Fraternidad San Pío X y los neo-modernistas una respuesta ambigua que entre ambos parecen desear, y que es indispensable para un acuerdo entre las partes.

   Todo hace pensar, en efecto, que el acuerdo pueda “alcanzarse rápido” (Decreto). Benedicto XVI ha  plenamente satisfecho las condiciones puestas por la Fraternidad San Pío X con el Motu proprio Summorum Pontificum, y  ahora con el Decreto de la congregación para los Obispos. No es realista pensar que lo haya hecho sin recibir de Mons. Fellay y de su Fraternidad un compromiso en encontrar rápidamente un acuerdo. En esta perspectiva, la Fraternidad San Pío X debería en breve tiempo seguir el ejemplo de todas las otras sociedades religiosas que, separándose de ella han, antes que ella, estrechado un acuerdo similar: o sea, aceptar la nueva doctrina conciliar y la legitimidad de la nueva liturgia.

   Si, en cambio, la Fraternidad, o una parte de ella, debiese rechazar el “paso ulterior” exigido, ella conservaría, sin embargo, aquella posición contradictoria y falsa, que la desacredita, según la cual los católicos deberían desobedecer a un legítimo Papa y oponerse a su magisterio para permanecer católicos, ya que del Papa, y, por consiguiente, de la Iglesia y, en definitiva, de Cristo, vendrían los errores que justamente la Fraternidad condena. ¿Quién no ve que estas afirmaciones son un ultraje al Papado, a la Iglesia, al Señor? 

La línea de conducta a tener

   La línea de conducta a tener ha sido por nosotros expresada en un comunicado precedente (junio de 2008):

“Nuestra tarea, por tanto, no es aquella de favorecer las ‘tratativas’ en curso o, al contrario, de obstaculizarlas, sino de esperar más bien que, sea la Fraternidad San Pío X, sea los seguidores de los errores conciliares, depuestos los errores hasta ahora defendidos y proclamada integralmente la doctrina católica, se unan finalmente no en el error, sino en la Verdad”.

   Por su parte, el Instituto Mater Boni Consilii, conforme a sus estatutos, “entiende representar para todos los fieles que lo deseasen… en estos tiempos de desorientación, un instrumento para perseverar en la fidelidad absoluta al depositum fidei revelado por Dios y propuesto por el Magisterio Infalible de la Iglesia.”

   Sabemos que tenemos en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en la Iglesia Católica, columna y fundamento de la Verdad, el camino a recorrer y la roca firme sobe la cual apoyarnos, roca contra la cual la puertas del infierno no prevalecerán.

   El Instituto renueva, por consiguiente, su profesión de Fe Católica, su adhesión al Magisterio Infalible y no reformable del Papa y de la Iglesia, y por esto retiene todavía hoy que la tesis teológica que mejor describe la situación que la Iglesia misma está viviendo sigue siendo todavía aquella que Mons. Guérard des Lauriers defendiera públicamente sobre la sede apostólica vacante, formalmente pero no materialmente, a partir del Vaticano II. La solución de esta crisis no pasa a través de una solución disciplinar como aquella pedida y obtenida por la Fraternidad San Pío X, sino solamente a través de  la condena de las novedades introducidas con el Vaticano II contra la enseñanza de la Iglesia y su disciplina canónica y litúrgica (sea en cuanto a lo relativo al rito del Santo Sacrificio de la Misa, sea en cuanto a lo relativo a los ritos de todos los Sacramentos), y la derrota definitiva de la herejía modernista. En la única Iglesia de Aquel que es Verdad, no pueden convivir la verdad y  el error, la Misa católica y el rito reformado. Confiamos esta causa a la especial intercesión de la Virgen Santísima, de San José, Patrono de la Iglesia, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y de los Santos Pontífices Pío V y Pío X.

   Verrua Savoia, 28 gennaio 2009

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