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LA IGLESIA CONCILIAR DE LA ARGENTINA
HABLA DE "RECORDAR EL PASADO"* 

TEXTO COMPLETO DE LA DECLARACIÓN:
http://www.zenit.org/spanish/visualizza.phtml?sid=86014

   Con fecha 15 de marzo, la Comisión Permanente del Episcopado, hizo público el documento "Recordar el pasado para construir sabiamente el presente" [1], elaborado con ocasión del trigésimo aniversario del 24 de marzo de 1976 [2]. Se trata, como era previsible, de un texto tan penoso cuanto oportunista, tan apocado y a la par tan insidioso, transido todo él de un espíritu heterodoxo, ya por lo que afirma o por lo que omite, y sin otro propósito inmediato que el de consumar la alianza en curso con la gavilla erpiana-montoneril [3] gobernante. Trátase, en síntesis, de una manifestación injusta, nacida al socaire de la cobardía dominante.

   Según este documento, el mal enorme de ese 24 de marzo, consiste en "el quiebre de nuestra vida democrática", y consecuentemente, el bien mayor al que se aspira es al de "consolidar la democracia". Sin embargo, la democracia es la corrupción de la República; todos sus principios filosóficos entran en colisión con la recta doctrina católica; toda su praxis nacional e internacional evidencia su perversidad, toda su eticidad se sustenta en la tiranía del número.

   Poco mitiga tan fierísimo yerro el que los pastores conciliares califiquen a la democracia anhelada de "estar fundada en los valores de la verdad y la vida, la justicia, la solidaridad, el amor y la paz". Primero porque si en tan nobles valores pudiera fundarse, ya no sería democracia sino una forma pura de gobierno ordenada al bien común. La naturaleza de la democracia es tan hostil a los bienes aquí enunciados como afín a los males que se le oponen. Y segundo, porque esta democracia concreta y tangible, omnímodamente instalada -por la que los prelados conciliares parecen dispuestos a cruzar las únicas espadas de sus desarmados ministerios- es toda ella un rotundo y continuo mentís a la concordia, a la moral y al decoro de la patria. Sin olvidarnos además, de que la tal democracia vigente y triunfante ha sido obtenida como consecuencia directa de nuestra derrota de Malvinas. Triste aserto que no se cansaron de proclamar los ingleses, desde Margaret Thatcher y David Steel, hasta nativos fieles a la Corona Británica, como Guido Di Tella, Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Domingo Cavallo. La medida de la legitimidad de un gobierno, entonces, no puede otorgarla nunca su condición democrática, y mucho menos cuando en el tangible aquí y ahora de nuestra vida política, la democracia se ha estabilizado al amparo de una cruenta derrota nacional.

   Desde el primer día de su instalación el Proceso[3] aseguró que su fin era "una democracia moderna, eficiente y estable", y que cumplió nomás con su nefasto augurio, entregándole el poder al abogado de Santucho, traicionando así la sangre de los guerreros que habían combatido heroicamente al marxismo. Si los pastores conciliares fueran veraces y sensatos, éstos serían los motivos para no silenciar lo sucedido hace treinta años.

   Junto con la irresponsable deificación de la democracia -que a fuer de consecuente y de extrema lleva a los Obispos conciliares a abjurar implícitamente de la reyecía temporal de Jesucristo y del sentido monárquico de la Iglesia- este comentado documento tiene un segundo núcleo argumental. A saber, que el Golpe de Estado de 1976 acarreó "enormes faltas contra la vida y la dignidad humana". Es que al mito democratista no podía sino serle anejo el de los derechos humanos conculcados, junto a la fábula de los desaparecidos. No están exentas las Fuerzas Armadas de pecados mortales en la ejecución de las acciones contra el marxismo. El principal y más imperdonable de ellos, es el de haber convertido una guerra justa, con protagonistas heroicos y hechos paradigmáticos, en una guerra sucia y moralmente indefendible, mientras Martínez de Hoz[4] aseguraba nuestra dependencia a la usura internacional. Pero aludir "a las enormes faltas contra la vida y la dignidad humana", sin mencionar ni repudiar de un modo expreso la conducta sicaria de la guerrilla y de sus ideólogos, empezando por los de cuño eclesial y hasta episcopal, es un olvido demasiado flagrante para disculparlo. También lo es no aclarar debidamente que dar muerte en batalla a un enemigo de Dios y de la Patria, o capturarlo en consonancia con lo dispuesto por la legalidad positiva entonces vigente y pública, no es per se y necesariamente un atentado contra la vida y la dignidad humana. La muerte de un culpable, su detención y su castigo durante el transcurso de una contienda legítima, a manos de los titulares del uso de la fuerza pública, no puede ser equiparada a la muerte o al maltrato de un inocente, hechos aborrecibles para los cuales la Iglesia ha acuñado tradicionalmente el calificativo de "faltas contra la vida y la dignidad humana". Distinciones necesarias que aquí se callan, haciendo recaer todo el peso de la brutalidad y de la ignominia en los soldados argentinos, conforme a lo establecido por la propaganda de las izquierdas.

   Quieren al fin los Obispos conciliares que "alejándonos tanto de la impunidad que debilita", como "de rencores y resentimientos que pueden dividirnos", transitemos el camino hacia "la reconciliación argentina". Objetivo para cuya consecución, bien nos vendría, se afirma, "una fructífera mirada del pasado", asumiendo la historia "como verdadera maestra de nuestra vida presente". La única y escandalosa impunidad que hoy impera, indigna y subleva, es la impunidad para los agentes del terrorismo marxista, devenidos en miembros de este poder político tiránico, hegemónicamente instalado. La lenidad es toda de ellos, y desde los múltiples podios que se la garantizan y acrecientan, no hacen otra cosa que cultivar el mismo odio que los llevó hace tres décadas al crimen organizado. De rencores y resentimientos son maestros habilísimos, y no pasa día sin que expongan ante la sociedad el grado horrendo de vindicta que son capaces de instrumentar. Pero no hay para ellos admoniciones, reproches ni condenas, sino visibles abrazos cardenalicios y ternezas varias, como los prodigados con Aníbal Fernández y el Canciller Taiana, prefiguración obscena de los que mañana se intercambiarán con el mismísimo Kirchner.

   Estos Obispos conciliares que se conmueven ante lo que llaman un "doloroso aniversario"; que no vacilan en canonizar a aquellos miembros apóstatas de la Iglesia ligados activamente al marxismo -sean los Angelelli[5], los Mujica[6], los palotinos[7] o las monjas francesas- ;que no trepidan en consentir la profanación de templos como el de los pasionistas[8], a manos de las bandas rojas; que no sancionan jamás a los visibles, múltiples e insolentes aliados curiales de la praxis revolucionaria; que callan ante el escándalo de que la sede cordobesa de la UCA haya doctorado honoris causa a la proterva Carlotto[9]; estos obispos, decimos con tristeza indescriptible, no son capaces de proferir una sola palabra en homenaje a los soldados argentinos que lidiaron derechamente contra el comunismo. No son capaces de homenajear a nuestros caídos, ni de consolar a sus deudos, ni de confortar a los que han quedado mutilados o a los que padecen arbitrarias prisiones[10]. 

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