Bandoneón y tango:

Cuentos cortos reales o Aventuras de un joven bandoneonista

Las siguientes historias son ciertas, lamentablemente.


FRENTE AL MAR

Era Lunes, lo recuerdo bien, un Lunes tedioso, las 14 Hs para ser más

exacto. Teniendo en cuenta que nada había ocurrido por la mañana, ni

un timbre, ni un golpe a mi puerta, ni una llamada telefónica,

decidí, con justificada razón, adentrarme en mi santuario de

reflexión y armonía espiritual: El baño.

En eso, mientras una parte mía se marchaba para siempre; escuché con

irritada constancia el desesperante aleteo metálico del teléfono; ese

desgarrante ring que sólo es posible en los momentos más importantes

de nuestras vidas: La intimidad con nuestra novia, un sueño con

Pamela Anderson en ropa interior, la ducha, nuestro programa de tv

favorito y, por supuesto: el retrete.

Haciendo las simplificaciones correspondientes y musitando

imprecaciones a la madre, la hermana, la hija, la tía, la abuela, la

nieta y toda la rama femenina de quién osaba interrumpirme en tales

circunstancias, resolví apresurarme y levantar el tubo con violencia.

Cuál fue mi sorpresa cuando, de pronto, no me encontré con la voz de

un locutor que me anunciaba ser el oyente 10.000.000 y ganaba por lo

tanto muchos $$$,no, para nada. Tan sólo la voz de mi buen Sancho, el

luthier H. Fernández (Famoso personaje de mis pagos)

Con la voz entusiasta y notablemente acelerada, Fernández me invitaba

a participar de un concurso televisivo; el cual, nos tendría a ambos y

a una cantante novicia de protagonistas.

Con mi cierre relámpago a media asta y escuchando atentamente al

hombrecito de 1.50 de estatura y achacosa edad incierta, acepté de

buena gana (serio, pero cordial), la invitación para tocar en canal 5

(un canal local de mi pseudo-provincia) sede del concurso de nuevos

valores al cual pertenecía la cantante "Zulma", buena voz y

simplemente eso.



Y así, quedamos de acuerdo el día del ensayo y nos juntamos en su

casa los tres, yo con mi Premier, Fernández con su guitarrón

artesanal de 7 cuerdas y la señora de las cuatro décadas con su

laringe impoluta.

El Zurdo, (Alias por el cual conocían a Fernández, por razones más

que obvias) tocó un poco con su guitarrón, tomé el tono e hicimos un

arreglito a la parrilla del tango aquel; sin otra particular que la

de irme pronto a casa a seguir con mis cosas, que no eran pocas.

La pieza se llamaba "Frente al mar" (Mariano Mores y Cía.) y se

basaban en una versión en cassette del tema que había llevado la tal

Zulma, quien ahora ponía la campera en el respaldo de una silla,

miraba mi bandoneón, el lunar del Zurdo y se aclaraba la garganta.

Comenzó a cantar Zulma y mientras tocábamos, su voz de alondra con

ese tono oscuro de callejón, nos hacía sentir, más que criaturas

abandonadas pobres infelices que se mataban por un mendrugo de pan,

qué sentimiento, por Dios!

Tocamos la pieza un par de veces y dimos el visto bueno, el estreno

del arreglo sería en vivo el día Miércoles por la noche en el estudio

de canal 5: camisa negra, bandoneón lustrado y en lo posible afeitado.


Y pasaron las horas, y pasaron los días, y llegó el momento de

presentarnos. Debíamos estar a las 20.30 Hs en el canal para probar

el audio y luego saldríamos en vivo a eso de las 22.30.

Eran las 20.30. Al llegar, me encontré con un paisaje un tanto

desolador. Fernández en la puerta fumando, caminando de un lado a

otro nervioso; Zulma fija (más quieta que mi suegra después de

tomarse un Valium) y un viejo de anteojos que decía ser primo de no

se quién y quería decirme que si por favor, que si no era mucha

molestia, podía tocar algo para él.

Me acerqué evitando al extraño y pregunté si podíamos pasar para

probar el sonido, pero los del canal, se negaron rotundamente

"El ensayo fue a las 19 Hs, disculpen que no hayamos avisado, pero

ahora van a tener que salir al aire así sin probar el audio"


Caras rectas, caras largas, El zurdo con el entrecejo fruncido, La

cantante Zulma con cara de: Ahora qué hago, que alguien me dispare

entre las gambas.

Recordé que (y esto forma parte de otra anécdota) hace tiempo había

ido a ver un bandoneón Arno Arnold a la vuelta de ese canal, el dueño

del instrumento era el propietario de un hotel de la zona, un hotel

de los viejos; con patio, comedor, borrachines y todo. Y como

Fernández y yo lo conocíamos, nos dirigimos al lugar para hablar con

él y preguntarle si nos dejaría ensayar ahí hasta las 22.30, hora del estreno.

 Y así llegamos al hotel y hablamos con el enjuto y abigotado dueño

del local. El hombre que venía de hacer las compras vaya a saber

dónde y cargaba varias bolsas de pan, nos reconoció enseguida. Luego

de explicarle el problema y apretujarnos salvajemente las manos nos

dijo a grito pelado: Claro, si, toquen! por mi pueden tocar toda la

noche acá. Y luego susurró al alejarse: "Toda la noche"

(había algo de perverso en su mirada...)


El zurdo fue en busca de Zulma, quien esperaba noticias en la puerta

del canal; yo me quedé a tocar un rato en el patio del hotel.

En eso; un individuo de rasgos chinescos y barbita candado, muy

compadrón y canchero dijo: -Ah, el "bandonlións" ah, a ver pibe,

tocate algo, a ver. Y mientras hablaba, una cofradía de pensionistas

de la sacra edad de antaño, atraidos como cuervos por el quejido de

dos o tres botones de mi fueye me rodeaba lenta y sigilosamente.

Habían venido a escuchar y no se iban a ir sin hacerlo. Y cómo intuía

que si no tocaba para aquellos curdas la cosa se me iba a poner muy

espesa, (uno contra 11 = suicidio) comencé a hilvanar algunos temas

para bandoneón solo mientras esperaba el retorno del Zurdo Fernández

y Zulma no se cuánto.


Hasta que por fin llegaron. Ensayamos la pieza lentamente.

Zulma cantaba como Malena y nosotros derrochabamos acordes... ah, los

borrachines aplaudían a rabiar. En eso se acercó el dueño del hotel y

emocionado nos pidó que tocaramos para él. Zulma calló y tocamos un

tango con Fernández. La cara del dueño se deformaba gradualmente, su

bigote se arqueaba, hasta el día de hoy no estoy seguro, pero creo

que fue el mejor esfuerzo que he visto en mi vida por una sonrisa.

Se nos acercó un tipo grandote, traje color beige,espalda de ropero,

y voz de taita del arrabal; nos dijo señalando con el dedo: A ver

ustedes dos, puedo cantar algo y me acompañan? Miré a Fernández y

como este no se negó comenzamos a tocar. El hombre cantaba con un

vozarrón extraordinario, qué presencia, qué lujo. Terminó la pieza y

se fue apurado, prácticamente se desvaneció, ni pudimos felicitarlo.

Y ya se nos hacía la hora de irnos a actuar; teníamos el tiempo

justo, pero el dueño del hotel le pidió el guitarrón al Zurdo (y como

este no se podía negar por el favor), tuvimos que aguantar 20 minutos

de improvisaciones folclóricas por parte del atormentado propietario

quien, con un hilo de baba en la comisura de los labios, nos junaba

como desafiante al híbrido ritmo de candombe y milonga.

Terminó; dimos las gracias y nos fuimos a toda prisa hasta el canal

5, qué noche.

Encima de todo, el jurado del concurso estaba integrado por tres

individuos que poco y nada sábían del tema: Un poeta, Un cuasi-

bandoneonista y una vieja pelada con fauces de simio que no se qué

diantres hacía ahí. Tocamos la pieza; salió perfecta, nada podía

salir mal, cuando, en eso se presenta el competidor, el otro

participante no era nada más ni nada menos que el gigante del traje

beige. Le pasaron un micrófono cantó el tango "de puro curda" y el

diluvio de aplausos no se hizo esperar.

Demás está decir que no pudimos contra aquel personaje. El jurado

confundido declaró empate de ambas partes (ni ellos sabían qué hacer)

La noche se fue disolviendo y fue gradualmente callando voces y bises.

Salí con el estuche a buscar un teléfono público para llamar a casa:

uno estaba roto y el otro, a 5 cuadras de distancia, me tragó la

moneda. Qué noche aquella. Y al llegar a casa, luego de caminar por

oscuros callejones con el bandoneón a cuestas, me perdí en el sórdido

suplicio de una radiecito a pilas que, vaya a saber por qué razón se

empecinaba en reproducir el tango "De puro curda" mientras mi

teléfono sonaba y sonaba.


LA SECTA DEL CUCHILLO Y DEL CORAJE

Luego de unas fallidas clases de bandoneón allá por el año 2000

con un maestro ciruelo de San Juan, a quien sólo nombraré como Mauro X,

para evitar posibles bombas molotov de su parte en mi casa;

comencé a hojear una revista de avisos clasificados,

buscando más que nada los hilarantes anuncios de

trueques y ventas, avisos tales como: "Cambio walkman

marca Sony por tapa de inodoro color celeste o trabajo

de plomería amateur a convenir" o "Compró computadora

XT sin monitor y sin teclado; recibo chanchos sin

vacunar en parte de pago"

En medio de toda esa loca algarabía de avisos de venta

de televisores, salas de masajes, mujeres por 2 pesos,

tractores fundidos, sifones metálicos y albañiles

magos ; veo: Aprenda bandoneón con profesor; y un

teléfono. Intrigado por el aviso tan dispar, decidí

derrochar un poco de arena del reloj y llamé al número

indicado.

Me atendió un hombre de unos 60 y pico, de apellido

García, quien se identificó como "el maestro" y le

comenté mi experiencia frustrada con mi profesor

anterior, Mauro X quien además de ser la persona más

envidiosa que ha conocido el ambiente musical, era

víctima de un egoísmo terrible! A tal punto que un día

le pedí que me diera un arreglo para bandoneón solista

y él me pasó un boceto suyo de un tema de Mederos todo

cortado; una sola hoja, en la que había puesto FIN al

final del último compás (la pieza no terminaba ahí,

debo decirles), y cada vez que me ponía a tocar en el

bandoneón, el me miraba desde arriba muy caracúlico

como diciendo: bueno pibe, ya le cumplí, no me pida

más cosas, que saco el bufoso y lo hago boleta.

La cuestión es que, volviendo al tema, quedé en verme

con el tal García para comenzar las mentadas clases de

bandoneón.

Al otro día fui con mi viejo por aquella casa y al

tocar el timbre, nos atendió el extraño personaje:

Mezcla rara de calvo con bigote, voz de fumador

compulsivo, y penúltimo bandoneonista de una orquesta

con ojeras! Pasamos y nos sentamos, mientras el hacía

las preguntas, como un agente de la SIDE en 2 x 4.

Toqué lo poco que sabía en ese entonces (tangos al

unísono en ambas manos sin armonizar) y el hombre, con

su voz de papel de lija, me dijo (como raspándome):

"No... ya no se toca más así... escuchá" y tomó su

bandoneón varillado y comenzó a tocar, dejando cada

diente y cada tecla en sus milongas y tocó y tocó y

tocó... y no paró hasta que le saliera bien la

variación de "Recuerdo" y "Quejas de bandoneón" que

según él, eran los némesis tanguísticos de todos los

fueyistas.

Pasaron los días, las semanas ,los meses y los años y

fui conciendo los maestros que me llevaron por el

camino que necesitaba. Pero nunca voy a olvidarme del

tal García, quien ,a modo de bienvenida, me recibió un

día en su casa, con un cuchillo de carnicero en la

mesa de por medio... quién sabe, tal vez para aclarar

los tantos.



EL DIRECTOR HÚNGARO Y OBLIVION

Volvía de la facultad de ingeniería por una

calle cuyo nombre no puedo acordarme; sumido en

meditaciones profundas sobre el amigo Newton y el

amigo Leibniz, riendo a carcajadas por sus peleas y

trifulcas por el cálculo integral y las mujeres; me

encuentro de golpe y porrazo con un taxi misterioso

estacionado frente al auditorio de San Juan.

Del taxi, como envuelto en una estola de ambientador

para auto (olor a pino, por cierto) y vestido con

aires europeos de un pasado incierto, bajó un curioso

personaje que había visto en reiteradas oportunidades

en los conciertos sinfónicos: "El director"

Inmediatamente al verlo, pensé en tantas historias que

habían ocurrido de pura casualidad con dejos de

destino, y me dije: "Debo hablarle para ver si

me puede hacer una audición"

Como un pirata que se larga al abordaje por el último

mendrugo, decidí increparlo sin la más mínima

anestesia junto al taxi que se iba.

Me presenté; le dije que tocaba Piazzolla en el

bandoneón y que tenía interés en que me escuchara

puesto que quería tocar bajo su dirección con la

orquesta.El hombre con una cara de sorpresa y estupor

(cómo si Frank Sinatra, Liza Minelli y el gordo

Pavarotti le estuvieran cantando al oido un muy feliz

cumpleaños) me contestó que le parecía bien, y me citó

para un día Sábado a las 10 de la mañana.

Satisfecho por la atención, me dirigí a casa, y

dejando de lado las hipótesis de Bernoulli y los

teoremas de Euler, me puse a practicar en el

bando.

Al llegar el día, me presenté en el auditorio a la

hora señalada: Estuche en mano, atril, partituras y

una ganas locas de tocar que ni les cuento.

Al llegar el director me hizo pasar a una piecita con

dejos de oficina tercermundista y me dijo que lo

esperara un momento. Abrí el estuche miré el

bandoneón y le dije al noble instrumento (como esos

locos que hablan por la calle en plena siesta): "Sólo

en América amigo, sólo en América"; acomodé el

atril, coloqué las partituras y comencé a tocar

esperando la vuelta del director. Una hora y media

después, se abrió la puerta, asomó su cara el

hombre y me dijo: Bueno, cual es la idea?

Le expliqué que había escuchado "Oblivion" de

Piazzolla, dirigida por él con la sinfónica, pero con

flauta como solista; por lo que le yo me ofrecía a

tocar esa pieza (con la misma partitura) pero en el

bandoneón. El director sonrió y dijo: Ajá... y luego:

"Bueno me va a tener que disculpar pero tengo

una reunión ahora, es interesante la idea, por favor

vuelva el viernes a la misma hora para hablar con más

tranquilidad y así lo escucho tocar" Conforme con la

respuesta y diciendome a mi mismo: "Tiene razón el

sujeto... tiene razón... tiene cosas que hacer... debo

haber sido un poco imprudente... menos mal que lo tomó

bien" guardé el bandoneón, cerré el estuche, plegué el

atril y me fui a esperar ansiosamente el día Viernes.


Y llegó al fin ese fatídico día y me dije (a esta

altura debo confesarles que me digo todo), "El otro

día llevé el atril y me resultó bastante pesado

de cargar al volver, mejor esta vez no lo llevo, y

tampoco voy a llevar las partituras... sólo el

bandoneón...

Llegué al auditorio y me senté a esperar. Los minutos

pasaban, las horas también; hasta que por fin, como

materializándose de la nada, envuelto en una bruma

misteriosa apareció.

A los lejos se lo veía venir con paso algo inseguro,

pisando su feudo, casi tambaleante, llevando en cada

mano una pequeña botella de Coca Cola de esas

de cincuenta centavos; con la mirada extraviada en el

vacío, en un estado de catarsis tal como el de un

catador de vinos alienado por los tragos de una

sidra sin alcohol.

Me vio y me dijo: Ah, usted... si, ya lo atiendo.

Nuevamente me hizo pasar por la "oficina" y me senté a

esperar a que volviera. Quise tocar en una pierna,

pero noté que las sillas ya se desarmaban, por lo que

hice un intercambio de asientos (le puse la silla

rota a él)

Al rato cuando volvió, se sentó y me dijo con un

acento frío; casi robótico: Bueno, qué pieza me va a

tocar usted ahora?

En ese momento fue cuando cometí el peor de los

pecados que un músico puede cometer: Decidí improvisar

en una audición.

Y lo peor es que improvisé sobre "El día que me

quieras"! Se imaginan.... Encerrado en una pieza de

1.5 por 2 metros, con un director húngaro atiborrado

de gaseosas, con un calor de locos, y sudando a mares

la camiseta de algodón, mientras tocaba "El día que me

quieras" a la parrilla... sin otro deseo que terminar

pronto la pieza de la mejor forma posible y sin

pifiarle a las teclas.

Estaba llegando a los compases finales: "Y un rayo

misterioso! hará nido en tu pelo! luciernaga..."

cuando de pronto en medio de toda la elocuencia y el

desafuero inconcebible de mi versión precaria y

sencillista... La debacle total: Un acorde tan

desubicado, pero tan desubicado y fuera de lugar que,

si Gardel hubiera vivido para escucharlo, habría

dejado de cantar para darme una viaba tremenda.

En ese momento recordé lo que me había dicho hace

mucho años un conocido (su imagen se me apareció de

pronto, como una especie de Obi Wan Kanobi de

segunda mano): "Si te equivocás, no hagás caras raras,

seguí tocando como si nada hubiera pasado... en una de

esas nadie lo nota!"

Pero el tipo lo notó, y al terminar me dijo como con

lástima y en medio de una mueca (ibérrima fatal de una

risa contenida, de quien los santos se apiaden!):

Usted donde estudió armonía? Je je je, Jo jo ...

Luego de explicarle que mis estudios fueron

particulares, me dijo que la pieza que yo quería tocar

con ellos era muy cara como para pagar los

derechos; que la habían tocado y habían tenido

problemas legales, que les había llegado una carta

documento al auditorio, una amenaza mafiosa,un

sujeto armado con una barra metálica con pinta de

cafiolo arrepentido, etc, etc, etc. Entonces le

propuse hacer un concierto gratuito; sin cobrar

entradas; a lo cual me contestó en su español

castrado: Usted poder tocar gratis.... pero nosotros

no. Y terminó diciendo: "En los paises de primer mundo

se pagan los derechos de autor, no sé como será

acá.... ¡Nosotros no volveremos a tocar nunca más la

obra de Piazzolla... nunca más! Pues nos ha traido

problemas... Y no tenemos como pagar esos derechos" Lo

que usted necesita es un SPONSOR que le pague la

obra... entonces nosotros tocaremos con usted. Luego,

se levantó impulsado como resorte y mientras se iba

susurró: Tengo interés en el concierto para bandoneón

y orquesta... pero no sé si usted lo podrá tocar..

jajaja"

Y al marcharse me pidió que apagara la luz y cerrara

la puerta.

Anduve bastante desilusionado por el asunto, pero

pensaba "Que tipo tan honesto con el tema de los

derechos, cuánta rectitud, ojalá toda la gente

fuera tan correcta!"

Así transcurrieron los días, hasta que llegó la noche

del cierre de temporada de la orquesta sinfónica en el

auditorio. Cuanta espéctativa del

público por el banal asunto; el auditorio estaba

colmado, tan repleto que ni siquiera las gotas de

sudor de un raquítico esquelético podrían haberse

filtrado en esa sala. Entonces, en medio de toda esa

ola de "aplaudidores" y "tosistas" (gente que tose

nunca falta) incontinentes de la música erudita.

En medio de todo ese desenfreno artístico de adioses y

de balas de la nada y del por qué... sin figurar en el

programa y sin aviso oral, apareció un sujeto

misterioso con un saxo alto al frente de la orquesta y

bajo las órdenes del director, comenzó a tocar una

versión muy edulcorada de "Oblivión".

Indignado hasta la médula y envuelto en una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes, sedientas de

catástrofe y hambrientas, me levanté del

lugar y me fui de la sala... ¡Me fui a esperar a que

saliera el director para cantarle unas cuantas!

Al terminar el concierto, la gente comenzó a salir...

y por una puerta trasera (como un topo ciego y

homicida que huye de su madriguera a la

frontera de un país incierto, luego de su crimen)

comenzó su avance el distinguido personaje.

Me acerqué y le dije en tono bastante elevado y

delante de toda la gente:

"Usted me dijo que la obra de Piazzolla no la podían

tocar sin pagar" Él individuo (batuta en mano y con el

traje más mojado que un doble de Elvis Presley en Las

Vegas) comenzó a gritar muy gutural y enfurecido: "ESO

SER LO UNICO QUE USTED PODER DECIRME!" y se largó

correr por el auditorio como un niño abandonado,

buscando su consuelo en los brazos de un extraño.

Llegó hasta una mujer bien empolvada, y apoyándose en

la pared con el codo se puso a chamuyarla al mejor

estilo guapo del 900, como si nada hubiera ocurrido...

Una escena de lo más cómica.

 Y mudo y vencido, me alejé de aquel polvorín de notas,

de fugas y misterios.

En busca de un SPONSOR... Envuelto en los enigmas del

tango y del alcohol

COMO DOS EXTRAÑOS 

Una noche de cercos y glicinas (casi sin orsai, debo

decirles) Sin otra particular que la circunstacial

necesidad de aplacar el furor mismo de la fiebre de un

Sábado azul y un Domingo sin tristezas; decidí

adentrarme (sin pedir permiso siquiera) en el

entumecido submundo de los showman del Gotán.

 Me enteré para mi sorpresa, que una confitería del

centro, presentaria esa noche a dos "maestros" (según

daba cuenta el anuncio contra el vidrio) del tango y

la milonga; por una módica suma de $1 la entrada.

Sin prisa pero sin pausa, me encaminé esa noche hacia

el evento, ansioso y espectante, esperando encontrar

en ese espectáculo prometido, toda la revancha posible

hacia los infaltables detractores del tango, y con

ansias infinitas de entablar una conversación con el

anónimo bandoneonista, a quien sólo me referiré como:

"Don Osvaldo"

Luego de abonar el valor de la entrada y sentado en la

mejor ubicación posible, para poder disfrutar a pleno

de la mentada reunión cumbre; comenzó el espectáculo:

Don Osvaldo y un "organista" (a quien sólo me referiré

como "El señor del Roland")

Lo primero que hicieron fue una especie de broma al

público, tocaron cada uno en su instrumento un Do y un

DO sostenido respectivamente, y dijeron en voz alta:

"Otra vez lo mismo, nos equivocamos con el arreglo"

"Bueno, vamos a tocar sin partituras"

Aplaudí el inesperado chiste y esperé que comenzaran

nuevamente.

Volvieron a comenzar, pero esta vez, (lamentablemente)

no era chiste lo que sucedía en ese escenario...

Una versión severamente mutilada del tango "Lluvia de

estrellas", una Cumparsita corrompida y un "Sábado

Inglés" tan burdo y elemental, que debería haberse

llamado simplemente Sábado.

Pero el destino con su sino incierto estaba al acecho

de ambos. Si hubieran muerto en ese mismo instante,

si hubieran caído fulminados como por descarte al

piso; se habría ahorrado tal colosal papelón... Don

Osvaldo instió en tocar "9 de Julio" con su bandoneón,

y en la mitad, al igual que esos personajes de los

dibujos animados japoneses que antes de disparar con

su arma secreta, le advierten seriamente a su

oponente, con una mueca de sobradora confianza lo que

vendrá; el hombre dijo: "Ahora... la variación!!" y

levantándose rápido del asiento (muy Piazzollero

todo), comenzó su variación ostentosa de dos teclas...

Sufrido castigo para los oyentes; quienes se miraban

las caras unos a otros con sórdida desesperación en

busca de la salida de incendio más cercana.

Y en medio de todo ese despilfarro de energía, el

bandoneón de Osvaldo se dijo: "Listo; Hasta aquí

llegamos, viejo... Me pianto" y violentamente saltó un

pedazo de correa hacia la audiencia de aquel solo,

fané y descangayado bandoneón Premier.

El concierto se dió por terminado con este

asunto,luego de las disculpas de parte de ambos

ejecutantes al público asombrado.

Nunca más volví a ver a Don Osvaldo y al señor del

Roland.

Y asi como llegaron; silenciosamente y como pidiendo

perdón, se marcharon... como una extinguida raza de

los confines del olvido. Donde estarán...! Quizás el

tiempo y la aciaga muerte puedan decirlo un día.


LIBERTANGO

La Subsecretaría de Cultura de mi ciudad (San Juan,

Argentina, tercer mundo), no regurgitó mejor idea que

la de organizar un recital canyengue como homenaje

póstumo por los 10 años de muerto al maestro Piazzolla

y de paso, ya que estamos, cobrar una módica entrada al público asistente;

esta es la historia:

Una mañana de Julio como cualquier otra,

inmerso en el ocio de un feriado,

despertó de su letargo impasible mi teléfono de disco,

y reprodujo la voz de quien se dió a conocer como

"il cappo di tutti cappi di la Subsecretaría de Cultura"

 Atentamente escuché una a una las palabras que salían

por aquel frío tubo de plástico: "Mirá pibe (voz de

político corrupto), tu viejo vino por acá, y nos dijo

que cómo puede ser que estemos haciendo un homenaje a

Piazzolla sin invitarte; la verdad es que no sabíamos

mucho de esto... pero ya hablé con la gente del teatro

en donde se va a realizar, y están todos de acuerdo,

inclusive el señor que toca el bandoneón con la

Orquesta Municipal (debo advertirles que hacía

referencia a mi archienemigo y rival del bandoneón:

Mauro X) "Así que pensamos que vos podrías abrir el

show, tocando unas dos piezas... buen nivel, por

supuesto" "Qué te parece?".

Acepté de inmediato; sin siquiera sospechar que me

dirigía de espaldas hacia un hachazo invisible y

homicida; un empujón brutal.

Inmediatamente, luego de colgar el teléfono y

despedirme de aquel extraño e incierto sujeto, comencé

a practicar con el bandoneón: "Prelude to the Ciclycal

Night", "Decarísimo" y por si el público, en su

catarsis piazzolística, pedía más: la "Suite Troileana 1".

Después de 3 tazas de café y toda una tarde de

práctica, logré la expresión que andaba buscando; por

lo que me dije, temblando al mejor estilo Sandro, por

exceso de cafeína: "listo, ya estamos..."

Al llegar al mentado teatro, lo primero que noté es

que nadie, pero absolutamente nadie sabía que yo iba a

tocar esa noche.

Soberbias caras largas me miraban de arriba a abajo,

con la misma lástima con la que se mira a un cartonero

devenido a linyera. Al rato, apareció un hombre con

barbita candado, alto y algo calvo; me dijo que era el

director de la "camerata del sol"; un pequeño coro que

interpretaría obras de Piazzolla esa noche. Me hizo

bajar unas escaleras, me llevó hasta un pasillo y me

dijo, efusivo mientras tomaba asiento: "Bueno, a ver,

qué podés tocar!". Comencé a tocar "Reminiscencia" de

Piazzolla, y mientras lo hacía el individuo ponía cara

de circunstancia y me dirigía con las manos al mejor

estilo Zubin Mehta.

Me interrumpió de golpe y dijo aclarándose la

garganta: "Bueno, qué más?"

Comenzaba a tocar un fragmento de Invierno Porteño,

cuando de pronto el hombre se paró y dijo haciendo un

bailecito "john travóltico": ¡Che , no tenés algo más

movido? "Libertango?" Comencé a tocar unos compases de

Libertango y le dije que todavía no tenía terminado el

arreglo, que no había armonizado la parte del

contrapunto con la flauta, y que si lo tocaba tendría

que hacer un sacrificio rítmico, pues no había

resuelto ese tramo.

El hombre escuchaba atentamente con cara de entendido,

y me dijo: "Bueno, pero más o menos podés tocarlo?" A

lo que le contesté algo inseguro: Bueno, si, podría

tocar ese tramo algo improvisado, variando el "tempo"

con la misma armonización... pero... " De pronto

alguién llamó al coreuta y salió como disparado de allí.

Me quedé esperando su regreso, pero el tiempo pasaba y

no aparecía, al rato se presentó un hombre de traje y

me dijo muy imperativo: "Bueno, suba, suba, lo esperan

arriba" Guardé el bandoneón y me encaminé hacia allá.

Al llegar, desplegué el atril, coloqué las hojas de

"Decarísimo" y otras más y pregunté mi ubicación a un

tramoyista. "Ya le averiguo" dijo el hombre, mientras

terminaba de ajustar unos micrófonos. Al rato volvió

algo agitado y dijo: "Mire, la única silla disponible

con micrófonos es la del maestro Mauro" "Pero él no se

la quiere prestar"

Sorprendido por el comportamiento de mi adversario,

quien desde un rincón del teatro observaba la patética

escena, como con bronca y junando... como una laucha,

mientras simulaba sonarse la nariz contra un pañuelo

de tela.

Busqué un lugar, y me puse a tocar unos compases de un

tema de Mederos "El otro camino", sentado en una

sillita de mimbre a un costado del teatro, mientras

escuchaba como Mauro X y un violinista golondrina de

la orquesta municipal reían a carcajadas por el CD que

había editado el otrora maestro García (ya antes

mencionado en otras anécdotas). Disco que era la

"novedad"del momento en la provincia... (sobre todo

por su innovador concepto de grabar las piezas con un

bandoneón desafinado) y que terminó trágicamente

perdido en el olvido, entre las góndolas de una

disquería de mala muerte del centro.

En ese momento en el teatro, hubo un revuelo; se

escucharon unas voces apocalípticas que pregonaban

como un tañido de campanas: ¡A sus puestos, ya empieza

el show, a sus puestos!"


Apareció de golpe y porrazo el hombre de la barba

candado, y casi fúnebre y mirando de reojo, me dijo:

Mirá, hubo un cambio de planes, vas a tocar después de

la orquesta municipal.

Acepté el cambio de buena gana, y me dispuse a

disfrutar la función.

Primero entraron unos bailarines; quienes no tuvieron

mejor idea que "bailar" Adios Nonino como si se

tratara de un musical estilo "Fame".

Luego, la orquesta de don Mauro X, con su versión de

"Lo que vendrá"; rica en emociones primarias, pero

carente de todo sentimiento.

Entonces fue que dijeron: "Bueno, seguís vos". Me

dirigía hacia el escenario, como pisando mi feudo; muy

seguro por mi repertorio, cuando de repente, el

director del coro me dijo muy campante y de pasada:

"Suerte con Libertango!!"

"Cómo?! respondí, "Cómo que libertango!!"? Y el hombre

con gesto adusto dijo: "Pero si me dijiste que habías

resuelto el problema de la armonización" "No! no! yo

no le dije eso", dije desesperado mientras veía como

subía el telón. "Bueno, demasiado tarde, ya le avisé

al presentador que vas a abrir con Libertango...

suerte" "Ah, me olvidaba, el hombre quiere decir unas

palabras acerca del bandoneón mientras vos tocás... no

hay problema no?"

Practicamente me empujaron a los leones en ese

momento, salí al escenario... el teatro repleto, atrás

mío un coro gigante, a mi costado la orquesta

municipal con Mauro X, arriba, reflectores que me

apuntaban a la cara.... y yo, solo con el bandoneón y

el atril, sin un mísero micrófono que me sirviera para

aclarar la situación: ¡Yo no podía tocar Libertango

esa noche!

Me estaba sentando, cuando de pronto apareció un

hombre saltarín al costado del escenario (el

presentador) Vociferaba mi nombre mientras me señalaba

con el dedo, como si le dijera al público: "Ese es,

escúchenlo... ese es el payaso que piensa que va a

poder tocar Libertango en vivo sin haberlo ensayado!, jaja!"

Todo daba vueltas a mi alrededor... el hombre se

despachó con su monólogo ridículo acerca del

bandoneón: "Bandoneón... aerófono... eh, instrumento

alemán... eh..." , Mientras tanto, yo tocaba unos

acordes cualquiera, sin sentido... incoherencia total.

Lo único que alcanzaba a distinguir (estaba

encandilado por las luces) eran las babas que salían

de la boca del presentador mientras este gritaba como

desaforado: Libertango! Libertango!

Aturdido en mi momento crítico, me dije: "Bueno, el

capitán se hunde con el barco!" y comencé a tocar

Libertango.... qué puedo decirles.... PATÉTICO lo mío.

Otra palabra no cabe mejor en tal circunstancia, es

más si la gente de la real academia española hubiera

estado presente, me habrían sacado una foto para

ponerla en un diccionario, al lado de la palabra

"Ridículo"

Terminé de tocar, a duras penas, debo decirles. Cuando

el teatro se envolvió en un silencio terrible, de

muerte! Incertidumbre total... ni un aplauso, ni una

tos, ni una risa... nada!

Miré con desesperación a los costados, buscando una

cara que me diera alguna explicación, pero no

encontraba nada.... nada! Cuando de pronto, Mauro X,

que estaba sentado al costado; me miro, y en un gesto

al mejor estilo Alejandro Magno, como decidiendo si

debía vivir o morir; alzó su pulgar.

Entonces, y sólo entonces, el público comenzó con su

ovación.

Miré a mi archi enemigo como dándole las gracias por

nada, y decidí cerrarles la boca a todos con la Suite

Troileana 1, el arma secreta! la última carta que me

quedaba por jugar!

Comencé a tocar, (bastante accidentado todo), cuando

de pronto me di cuenta que me faltaba una hoja de la

Suite. Desesperado, y ante la notoria expectativa del

público que parecía darse cuenta de mi "lapsus

interruptus", decidí cometer el crimen... el verdadero

crimen... ante el olvido; enganchar una pieza con

otra. Y así fue que ligué la suite troileana 1 con

Oblivión... (de paso les digo que Oblivion quiere

decir Olvido en inglés) Lamentable! dos piezas que no

tienen nada que ver una con otra! Asqueante!

Terminé de tocar... el público aplaudió con desgano.

Miré a Mauro X, buscando sus pulgares aprobadores,

pero estaba de espaldas; como diciendo: "Mire, no me

gustó eso último que hizo... no señor! No me gustó!"



Saludé y me levanté... mientras las luces de los

reflectores no cesaban de dispararme mafiosamente.

Me dirigí hacia los bastidores.... con una mueca

absurda...El tipo de la barbita candado me detuvo y me

dijo: "Bueno, las cosas no siempre salen como uno

quiere" Y al alejarme comenzó a reir, a tal punto de

atragantarse en su tos convulsa.

Bajé por una escalera, me senté en un banquito y me

puse a tocar "Prelude to the Ciclycal Night" de

Piazzolla. Se me acercó un tipo con pinta de ciruja,

con aliento a vino y enrojecido por el alcohol; me

dijo mientras se tambaleaba y fijaba la vista en un

bandoneón invisible: "Qué lindo... qué lindo que

toca...yo toco el piano... bue'... lo que se dice

piano... un organito... jaja!... quiere formar un

dúo??" Algo intimidado, no sé si por el particular

ofrecimiento o por la actitud incoherente del sujeto,

guardé el bandoneón; mientras observaba como el

borrachín seguía y seguía su manifiesto musical a la

nada, hablándole a un asiento vacío.

Me subí el cierre de la campera, para confrontar el

viento, guardé las partituras y me fui... lejos... lo

más lejos posible de todo ese bullicio...

Salí de allí, y me enfrenté a la noche despiadada;

mientras dentro del teatro, en loca algarabía, el

carnaval del mundo gozaba y se reía...

Y burlándose el destino, a lo lejos... como una

limosna de tormento a mi quebranto, como una risotada

vulgar e incontenida; comenzaron a sonar unos acordes

absurdos, inoportunos, casi prohibidos... acordes que

la noche misma no terminaba nunca de disolver:

Quizás porque la orquesta de Mauro X atacaba de

nuevo... esta vez con Libertango.


MANIFIESTO DEL BANDONEONISTA   

Versión libre del discurso del Astrólogo a Erdosain
Los Siete Locos de Roberto Arlt,
Editorial Latina, Buenos Aires, 1929

Llegará un momento en el que los dioses,

asqueados de la realidad,

perdida toda ilusión en la música como factor de felicidad,

rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos

y distribuirán las 12 pestes fulminantes al ritmo de kilómetro 11.

La poda del árbol humano, más precisamente de una rama en particular

de los instrumentos de fuelle, será una vendimia que

nosotros los bandoneonistas, con la ciencia a nuestro servicio,

podremos realizar sin dificultades.

El acordeón ganó terreno en demasía en nuestra música popular.

Qué bandoneonista no ha sentido náuseas

y dolores tibios en lugares recónditos del estómago

al oírlos tocar piezas para bandoneón con la impunidad

y los aplausos de un público cretino y conformista.

En más de una oportunidad constaté como los acordeonistas

no son otra cosa que una plaga,

una especie parasitaria a la que hay que fumigar.

Mientras que el bandoneonista busca su instrumento ideal toda la vida,

el acordeonista muestra absoluta indiferencia

a la hora de tocar en un acordeón u otro siempre y cuando suene.

La confusión constante

por parte de la gente entre acordeón y bandoneón

resulta entonces incongruente y accesible

sólo a la precaria concepción de las cosas del proletariado.

El acordeonista intenta ocupar el lugar del bandoneonista,

y claro, era de esperar, un instrumento fácil, industrializado,

impersonal, que se puede pagar en comodísimas cuotas,

y comprarse, si así se quiere, en cualquier cadena de supermercados,

goza de inmediata aceptación por parte de las masas:

el criterio selectivo directamente no existe

¿Pero qué bandoneonista estaría dispuesto a formar parte de esa caterva?

La necesidad nunca hizo trato ventajoso

y dejarse llevar por el principio hedonista de la plebe

que nos arrastró siempre no es una alternativa.

Mi idea es la de organizar una sociedad secreta,

que no sólo propague estas ideas,

sino que sea una escuela de futuros bandoneonistas.

Ya sé que me dirán que han existido numerosas sociedades secretas...

y eso es cierto... todas desaparecieron

porque carecían de bases sólidas,

la base de ésta radicará en la mera eliminación

de los acordeonistas y sus benefactores.

La sociedad secreta de los bandoneonistas,

comenzará con la obtención de fondos. En esta etapa,

cada bandoneonista estará a cargo de un talonario de recibos.

Los bandoneonistas se agruparán en células,

las cuales estarán dispuestas a lo largo y ancho de todo el país,

cada célula pertenecerá a una de 2 ramas de menor y mayor jerarquía

llamadas aluminio y zinc respectivamente.

La explotación de prostitutas nos llevará a obtener los primeros fondos.

Estas mujeres tendrán encomendada la misión divina de someter

sexualmente a todo acordeonista en peñas,

reuniones y actos por el día de la patria

con el fin de proveer dinero a la organización.

Las sumas serán asentadas en los talonarios del bandoneonista

más próximo acorde a la zona en la que se cometa el acto coitivo

y serán cobradas por los de mayor jerarquía (zinc).

Este dinero será utilizado por nosotros para comprar pasajes,

alquilar colectivos, sobornar funcionarios

y adquirir artículos de perfumería para nuestras prostitutas.

Cuando esta etapa esté completa, el país será parcelado en 3 zonas;

cada zona se dividirá a su vez en 2 denominadas 38 y 33,

de cada célula madre partirán dos bandoneonistas en busca de mecenas

del acordeón para someterlos

y destruir todo lo que tenga que ver con su cultura.

El dinero sustraído será utilizado para promoción

del bandoneón tanto fuera como dentro del país,

estas acciones serán llevadas a cabo en un ámbito

de discreción absoluta.

El plan requiere de una etapa de purificación final,

la cual consistirá en ir por los acordeonistas

para llevarlos engañados a una mina carbonífera en Ushuaia

donde se los matará a latigazos.

El bandoneón entonces comenzará la nueva historia.

Se establecerán fechas conmemorativas, se colocarán placas de bronce,

se imprimirán estampillas y billetes con papel de fuelle.

La lira será nuestro símbolo!

Los medios calificarán al tumulto de "fueyazo";

y será ese el nombre para el movimiento

más represivo de nuestra organización.

Los opositores a este nuevo régimen serán removidos

de la sociedad y llevados a cuevas de leprosos,

donde serán forzados a trabajar sin descanso con almádenas,

picos y palas para la construcción de nuestro palacio inmortal.

Será gigantesco y supremo, se podrá ver a lo lejos con facilidad.

Los materiales destinados a su construcción serán exclusivamente

los que utiliza el bandoneón.Así tendrá puertas en madera de haya,

escritorios de pino,picaportes de acero pavonado,

sillones estilo Luis XV tapizados en cuero de ciervo y cartón prespan,

estatuas de galatita,paredes revestidas en nácar y techos damasquinos

con incrustaciones de alpaca.

Si;Así será nuestro palacio inmortal desde donde exaltaremos

la figura del bandoneón por el resto de nuestras vidas.

El plan ya comenzó y se están movilizando

los primeros próceres del mañana.

Para unirse a esta cruzada será necesario todo su apoyo.

El mañana es hoy.

 

PERCANTA QUE ME AMURASTE

El fin de semana con una pebeta de 17,

después de haber estado tomando el último café en un

bar de la zona, la llevé al parque, y ya que estaba

con el fueye, decidí tocarle Adios Nonino para

conmoverla un poco. Me maté para tocarlo como quería,

en el medio de un frío de muerte y con el bando más

rezongón que nunca. La piba ni se mosqueó... ni un

gesto... nada! Al terminar me dijo como por obligación

de audiencia: "Suena bien! Suena bien!"

Pueden creer!? Qué poco sentimiento! De piedra la

mina... de piedra... qué se yo, me sentí como un

Pigmalión de cuarta con esa Afrodita.

 

BENJAMIN, SU PERRO Y SU BANDONEÓN 

Estaba en casa, en mi cuarto, para ser más

preciso, tocando el arreglo para bandoneón solo que

hizo Mederos de La Cumparsita, cuando de repente, de

asalto y por la espalda, me doy cuenta que se ha

entrado el perro. El bicho se acercaba maliciosamente

hacia mi (es bastante impulsivo) cuando al tocar un LA

del bajo en el bandoneón se detuvo en seco y comenzó a

aullar. Sorprendido por tal comportamiento toqué unas

cuantas notas más en Sol menor y el manto negro gemía

tratando de imitar el sonido; lo hacía más que nada

con el si bemol del registro medio del teclado derecho

y con acordes invertidos del teclado izquierdo que

implicaran el La grave. Guardé el bandoneón, luché

para sacar el perro al patio y volví sobre el

instrumento para tratar de buscar una explicación

racional al fenómeno. Lo primero que pensé fue que al

oscilar los reeds se emitían por resonancia

frecuencias por debajo de los 20Hz, entonces (haciendo

simplificaciones correspondientes) consideré que cada

reed del bandoneón era en realidad un péndulo rígido,

con el centro de giro en el remache, por lo que podría

calcular la frecuencia angular como la raiz cuadrada

de (m*g*l)/I siendo "m" la masa del reed, "g" la

constante de gravedad, "l" el largo de la lengüeta e

"I" la inercia de la voz. Luego con esa frecuencia

angular, podía calcular la onda más detalladamente. No

había problema en calcular el largo, pero qué hacer

con la masa? qué hacer con la inercia? qué hacer con

el ángulo de desplazamiento del reed cada vez que

vibraba? Al ser una aleación (no uniforme sobre todo

por las limaduras de la afinación) resultaba

inconcebible calcular la inercia, ¿podía tomar valores

próximos a coeficientes de materiales tales como el Zn

o el Al? La respuesta era no. Para calcular la masa

tenía que pesar la voz, pero para eso necesitaba

retirarla del reedplate... y ni hablar de calcular un

ángulo de separación! Por lo que parecía una misión

imposible pues luego tendría que buscar una balanza lo

suficientemente precisa como para pesar en microgramos

los reeds por separado para calcular la masa. Me

desilusioné más al recordar que las voces más graves

tienen un sobrepeso en los extremos, por lo que el

centro de gravedad de las mismas se me hacía muy

difícil de calcular. Luego pensé, ¿por qué no averiguo

primero el rango de audición de algunos animales? El

margen auditivo de las personas varia según la edad y

diversos factores. Había leído que los animales tienen

márgenes auditivos diferentes; Los perros pueden

sentir frecuencias mucho más altas, dentro del margen

de los ultrasonidos. Pero... ¿y las frecuencias más bajas?

Consulté varios apuntes, libros, pero no llegaba a la

respuesta. Decidí seguir experimentando y entré

nuevamente al perro (con una gran reserva moral, debo

decirles) lo sometí a distintas frecuencias, primero

toqué el bandoneón, luego probé con instrumentos MIDI,

y el can no reaccionaba de la misma manera. Las notas

MIDI las pasaba como desapercibidas, pero el sonido

del bandoneón me daba la impresión que para él eran

como si yo le estuviera pidiendo que me diera un tono,

pues yo tocaba un LA y el trataba de imitarlo con un

gemido grave bajando las orejas. Probé también con una

guitarra electrica con distorsión, pero no le producía

nada. Lo más extraño fue que al repetir la experiencia

con los otros 2 bandoneones que tengo, el perro volvía

a tratar de imitar los sonidos del LA y el SI Bemol

Muy extraño, me dije... muy extraño

Me resigné en la investigación, por falta de recursos

técnicos y principalmente porque el perro comenzó a

ponerse agresivo si yo dejaba de tocar... ¡Tuve que

tocar sin parar desde las 17Hs hasta las 22.30

esperando a que llegaran mis viejos a la casa para

sacar al perro al patio!

Qué locura! Ahora cada vez que quiero tocar algo,

primero aseguro bien las puertas, no vaya ser que un

día de estos el perro entre, me encuentre descansando

y decida convertirme en su títere personal a falta de

buena música!


PERSUADILA 

A logical vision of our tango- Pág 205- Fragmento
(Editorial Yabrán Año 2004 -Argentina-)

CABE RECORDAR EN LA HISTORIA DE NUESTRA MÚSICA CIUDADANA, AL DÚO

SZVALB-DI LAURO. EN SU BREVÍSIMO PASO POR EL MUNDO ARRABALERO (15

DÍAS Y DOCE HORAS) NOS DEJARON UNA SEGUIDILLA DE OBRAS DE CARÁCTER

CANYENGUE, DONDE EL PLANTEO MADURO Y EL LENGUAJE LOCUAZ FUERON

OBLIGADO EJEMPLO A SEGUIR.A CONTINUACIÓN, REPRODUCIMOS UNOS VERSOS DE

SU CONOCIDO TANGO "Persuadila" COMPUESTO POR LA DUPLA HACE MÁS DE 10

AÑOS A LA SALIDA DE UN BOITE CUANDO, TOTALMENTE CEGADOS BAJO LOS

EFECTOS DE UN VINO PATERO DE MENDOZA, VIERON PASAR SOLA Y CANSADA A

AQUELLA MUCHACHA QUE EN OTROS TIEMPOS FUE LA REINA DEL CARNAVAL

 "Persuadila" (1981)

Tango

(Letra Benjamin Szvalb- Música Pablo Di-Lauro)


Hubo una vez una mina

que le pintaba el escabio

Más de una vez fue del rubro

59 del diario.

Se comentaba en el barrio

entre las viejas comadres

que por las noches asistía

a cuatro o cinco compadres

Y aquellas pilchas tan caras

Y aquellos labios carmín

Fue amante de dos taxistas

tres camioneros y un gil

Y ahora la ves tan vencida

como la soda en sifón

qué fue de aquella pebeta

que áura se mama con ron

Persuadila...

no seas gil atorrante

Persuadila...

no le pagués el levante

 (Coro) Persuadila...

EN ESTE PUNTO LA LETRA SE TORNA LIGERAMENTE OBSCENA, VERSOS TALES

COMO: "Tocale un poco la c... asita de mis viejos"

FUERON VÍCTIMAS DE LA CENSURA. EL DÚO SZVALB-DILAURO DEJÓ DE ESCRIBIR

HACE TIEMPO, SU ÚLTIMO TANGO: "Aquel bulín sin luz donde tropecé"

FUE, PRACTICAMENTE UN FRACASO EN VENTAS. DEL DESTINO QUE CORRIERON

AMBOS POCO ES LO QUE SE SABE; DI LAURO APARECIÓ MUERTO UNA MAÑANA DE

JUNIO EN SU CUARTO, COLGADO DEL VENTILADOR CON UNA CORBATA A RAYAS:

DOS TIROS EN LA CABEZA Y OTRO EN LA INGLE, EL FISCAL CARATULÓ LA

CAUSA COMO SUICIDIO. LUEGO DEL DECESO DE DI LAURO, BENJAMIN SZVALB

TUVO QUE DEDICARSE DEFINITIVAMENTE A OTRA COSA.

 

PIANTAO POR UN BANDONEÓN

Un día, en la casa del mentado "maestro" García; Yo;

de regreso de un fugaz viaje por Buenos Aires, tras

unas breves clases de bandoneón con Miguel Angel

Caruso, con 18 abriles en el cuore y un bandoneón

Premier recién afinado en lo de Greatti; Él; un poco

más machacado por los inviernos, y expectante por

escuchar mis avances en el fueye. Me enteré, algo

incrédulo; de la existencia de un bandoneón que (según

palabras del propio García) sonaba 3 veces más fuerte

que los demás bandoneones.

Intrigado por el asunto, y ante el hastío

evidentemente irreversible al que me habían conducido

las descripciones poco gráficas y exageradas del

maestro; decidí poner fin al asunto y visitar junto

con él al dueño del curioso bandoneón: un tal Señor

Espejo del cual sólo sabía que había tenido un

"surmenage" a consecuencia del místico bandoneón y que

ahora cada vez que salía a la calle, fuera a donde

fuera, llevaba consigo el instrumento.

Y así como así, quedé en ir a la casa del Señor Espejo

junto con García, a conocer el intrigante bandoneón AA

que sonaba (según él) como el claxon de un camión

SCANIA, sediento de asfalto por las rutas argentinas.

Al otro día, (un Sábado en la mañana), llegamos

(después de dar VARIAS vueltas con el coche) a la casa

del propietario del supuesto bandoneón patriarca,

Quizás perteneciente a una estirpe de extinguidos

fueyes... que el tango y las agonías resignaron al

olvido... Bueno, al menos eso pensé por el camino.

 Al tocar el timbre, salió a recibirnos un hombre de

1 metro 90 aproximadamente, con anteojos de marco

grueso, con cara de Norman Bates... vestido unicamente

con un pantalón pijama algo gastado, unas pantuflas

azules y una especie de camisón hecho de toalla. Algo

así como el personaje que describe la Balada para un

loco, pero con enardecida cara de asesino serial

reprimido.

Nos hizo pasar, y luego de colocar dos sillas al lado

de un sofá bastante roído, trajo el tan esperado

bandoneón.

Me senté en una de las sillas y toqué algunas notas

del fueye mientras el hombre buscaba algo en la otra

pieza. No noté ningún sonido extremadamente fuerte que

saliera de aquel instrumento, es más, parecía que el

bandoneón me estuviera suplicando: "Salvame pibe,

Salvame; llamá a la policía!"

Al rato volvió el gigante con cara de psicópata y con

una guitarra en la mano me dijo: "Usted está sentado

en MI silla" y repitió algo violento: "MI SILLA!"

Sorprendido ante la actitud poco coherente del

individuo, le pedí disculpás y me senté en el sillón

roto de pena que gemía al otro lado de la habitación.

Inmediatamente García tomó el bandoneón y decidió

ponerse a tocar con aquel bizarro Largo Addams, que

ahora pasaba a ser "El guitarrista"

Tocaron dos, tres, cuatro piezas al hilo, mientras yo

los miraba algo desilusionado desde aquel sillón,

Junando desesperado y de reojo mi reloj tortuga.

¡No veía la hora que terminaran de tocar todo ese

cambalache tortuoso de tangos perdidos. ¡Me laceraban

las orejas a morir!

Terminaron de pronto. García hizo alarde de conocer

300 piezas junto a su guitarrístico amigo; menos mal

que no las tocaron! Eran terribles aún para el público

menos exigente.

García me pasó el bandoneón y exclamó a viva voz:

"Bueno, ahora que toque algo el muchacho!"

Y comencé a tocar "Reminiscencia" de Piazzolla para

luego seguir con un arreglo mío del tango "Mariposita"

de Anselmo Aieta; mientras el corrompido dueño del

fueye me asesinaba con la mirada... perdida entre las

varillas oxidadas de su bandoneón cansado.

Al terminar, el hombre me dijo muy terminante, como

con sorna y algo horrorizado: "Así no se toca el

bandoneón... Así no se toca el tango... NO NO NO..."

"¿Qué son todos esos acordes raros?" "Que son todas

esas notas? NO!!!" "¡Yo le voy a enseñar como se toca

el tango!! YO LE VOY A ENSEÑAR!!" Y tomando su

guitarra con la misma desesperación que un borrachín

bebe su último trago antes del colapso que lo llevará

al muere; comenzó a rasgar "Mariposita" de principio a

fin, con acordes mayores; sin la más mínima

disonancia; lo más lineal posible... armonización

cero... con la mirada gris perdida en un vacío

espectral.

Luego dijo: "Usted tiene que respetar lo que hizo el

autor! no puede tocar así!! NO Señor! tiene que tocar

la obra como la hizo el autor" "ASI! ASI! ASI!!!" Y se

largó con una historia sobre Anselmo Aieta mientras

rasgaba la maltratada guitarra. Y siguió tocando...

cada vez con más violencia.

Algo atemorizado por las reacciones del sujeto, y no

viendo más razones para quedarme a presenciar tal

desagravio al tango y las buenas costumbres, me

despedí de ambos con aturdido asombro... Para nunca

más volverlos a ver. Y mientras me alejaba veloz y

compungido de aquel caserón estilo Hitchcock; en medio

de la lluvia y el barro sublevado, escuché por última

vez los lejanos compases de aquel vencido bandoneón,

que a modo de lamento milonguero parecía suplicarme:

Salvame Pibe, Salvame, llamá a la policía!

 

HISTORIA DE UN PREMIER IMPOSIBLE

"Premier... si, se trata de un premier marrón, 1/2

nácar, sin varillar, más o menos del año 42, en

excelentes condiciones... tanto mecánicas como

estéticas... una joya" Eso fue lo que decía quien les

narra, mientras el hijo del fallecido dueño, su mujer,

unos críos y una vieja contra reembolso, me observaban

de arriba abajo, (como ensimismados) con un ojo; sin

desprender el otro de la preciada herencia familiar;

que yacía, lúgubre y silenciosa, sobre un pringoso

mantel de hule, (víctima de una innecesaria autopsia)

Luego de dar mi veredicto sobre el "fueye"; el hombre

miró a su alrededor, y mientras se peinaba con la mano

y terminaba de morder un escarbadientes; suspiró, con

las pupilas llenas de asombro: “La pucha! quién iba a

pensar que valía algo esta porquería….

Al rato, llegó tranquilamente una mujer , vieja,

sola, fané y descangayada. Y mientras se sacaba el

abrigo e iba entrando en la precaria habitación de

adobe, cayó en la cuenta de la presencia del desarmado

bandoneón.

Buscó con la mirada horrorizada a quienes podían haber

cometido tal sacrilegio, y exclamó:

¿Qué pasó acá? Quién dijo que se podía sacar afuera el

instrumento del Tata?" no! está desarmado!" Qué

hicieron!” Qué hicieron!!!”

El hijo de la mujer (el tipo del escarbadientes) se

acercó hacia la mesa, levantó un peine del bandoneón y

dijo muy compadrito mientras mordía y remordía el

palillo deshilachado: “Viejita, esto vale algo, lo

tenemos que vender urgente… nos va a servir para pagar

la ampliación, vamos a poder comprar la piletita de

acero inoxidable para la cocina… se imagina vieja… se

imagina…"

La mujer se detuvo un segundo y, ahora, mostrando un

extraño interés dijo: "…y cuánto puede valer?"

Los ojos volvieron a fijarse en mi, y después de un

magistral silencio catacúmbico, dije: "Bueno, depende,

depende..." "Es una venta particular, todo depende del

acuerdo al que lleguen con el comprador" "Me parece

bien una base de 600 pesos (600 dólares en aquel

entonces) Lo que más llama la atención de este

instrumento, es que está demasiado conservado, el

fuelle está bastante duro y los botones también,

¿Cuánto tiempo lo usó el dueño?"

-"No, no..."- dijo la mujer (ahora el tono era más

ameno) "...el Tata, que en paz descanse, nunca

aprendió a tocar... lo compró en el año 45 y nunca lo

uso más que para acariciar las teclitas de vez en

cuando..."

"Un bandoneón virgen" exclamé "sería bueno que alguien

lo tocara de vez en cuando…"

Pasó un rato, sobrevino un silencio de muerte, y

entonces dije: "Bueno, debo retirarme, mañana tengo

clases” (esto fue hace 4 años, recién comenzaba mis

"estudios" de bandoneón con Mauro X)

Los extraños individuos me detuvieron bruscamente en

el portal e impidiéndome la pasada amenazaron: "No,

"usté" no se va, nos gustaría que toque algo para

nosotros"

Les contesté que recién comenzaba a estudiar, que no

tenía mucha idea al respecto, qué me manejaba más o

menos bien en el tema de la mecánica del bandoneón,

pero me faltaba técnica.

Pero ellos insistieron tanto, pero tanto, que al final

tuve que aceptar. Y acepté más que nada por temor a

represalias por parte del hijo del difunto, (no sé si

chino o mulato); que seguía masticando el palillo

consumido, como con bronca y junando de rabo de ojo a

un costado.

Resultó ser que esta loca, loca gente, lo que

realmente quería era que tocara en un cumpleaños. Para

ser más preciso, en el cumpleaños del hijo mayor de la

familia.

El pibe cumplía 18 años, y la familia; (a costa de sol

bruñida), tiraría la casa por la ventana ese día; todo

para satisfacer los frugales y mundanos deseos del

joven de la familia, quien algún día, tal vez, se

apiadaría de ellos tras recordar aquel inusual momento

en que invadido por el cuartetazo impiadoso de una

febril madrugada de alcohol; fue martirizado por el

soñoliento gemido de un bandoneón.

Al llegar al cumpleaños (más que cumpleaños, bailongo)

, luego que los anfitriones me ofrecieran hasta el

hartazgo vomitivo sus letales dosis mate y empanadas

caseras, aparecieron los demás músicos.

Se sentó la gente y mientras la voz gangosa de un

“trovador” (“desubi” a quien nadie llamó) con mentas

de cantante de tangos, rompía la brusca monotonía de

la taciturna madrugada trajeron el bandoneón Premier y

lo dejaron a un costado, listo para la función.

Comenzó la fiesta; a lo lejos, el cumpleañero se

divertía a lo pirro con cuatro o cinco pardas

zaguaneras del barrio de las latas.

Todo al ritmo de una paupérrima cumbia.

A lo cerca, la familia, como un descarte, siempre

sola, siempre aparte organizaba su propia fiesta

aprovechando la ocasión.

La noche se sucedía amena, temas circunstanciales,

nada importante…

Al costado, sin decir palabra, yo seguía lentamente

con la mirada el bellísimo bandoneón marrón, (nunca

taxi) quien, personificado en una extraña figura,

parecía suplicarme que lo sometiera a mis manos.

Y así, cuando expiró la última tira de asado, y los

suministros de ensalada, vino y pan del tango

tristísimo, comenzaron a escasear,

un grito bravío resquebrajó la noche:

"Que toque… Que toque… Que suene el bandoneón!!"

Entonces, muy lentamente, cuatro obesos jinetes de un

bucólico Apocalipsis; se irguieron pesadamente de sus

sillas, abrazaron sus guitarras (ornamentadas

patrióticamente con lazos celestes y blancos) y

corearon mientras los impacientes cerveceros perdían

el tiempo y la salud:

“Bueno, Bueno, ¿Quién es el que toca el bandoneón

acá?” “Qué salga, qué salga!”

Algo entumecido y confundido, más que nada por el

efecto de una soda berreta mezclada con jugo

instantáneo que por el consumo inhumano de las

aceitunas pasadas que habitaban las empanadas a

priori, me levanté, y pedí que me pasaran el

bandoneón.

Me ubiqué, se ubicaron detrás los 4 guitarristas, y

empecé a tocar “Leguisamo solo” (que era una de las

pocas piezas enteras que podía tocar, debido a mis por

entonces precarios conocimientos de bandoneón)

Los tipos me seguían como sombras de una sombra

oscura... Perfecto! todo estaba saliendo a la

perfección! Ni yo me la creía, todo sin ensayo, todo a

la parrilla, y era mi primera actuación en público!

Terminé la pieza: aplausos y ovación.

Inmediatamente los guitarristas dijeron a viva voz:

“Bueno pibe, qué sigue” entonces (muy canchero y

esperando ansioso los primeros compases de parte de

ellos): dije: “El pillete”

Los guitarristas se miraron entre ellos algo aturdidos

y desconcertados, se consultaron mutuamente, formando

un círculo, (como jugadores de rugby de un partido

invisible) y luego sentenciaron al unísono:

No, no la sabemos... ja ja ja ja, bueno tocá otra y te

seguimos.

Entonces y sólo entonces, caí en la cuenta de mi atroz

error, no tenía nada pero nada más para ofrecer, sólo

podía tocar esas dos piezas completas.... estaba

frito... la gente comenzaba a impacientarse....

entonces inconscientemente les dije: “Bueno, tóquenme

“El choclo” y los sigo (sin doble sentido)

Se miraron, asintieron con la cabeza, y comenzaron a

tocar.

Les digo la verdad, no supe como seguir aquella

pieza, por lo que me detuve. Y en la absurda

desesperación de aquel silencio interminable de un

nanosegundo, no sé por qué lo hice, no sé por qué...

lo hice sin querer… pero comencé a tocar “Desde el

alma” en si menor.

Totalmente fuera de lugar, totalmente desubicado,

fuera de contexto, y ante la mirada inquietante y algo

desdibujada del tipo del escarbadientes, la vieja

contra reembolso, los críos, la mujer del difunto y

los invitados; quienes todavía tarareaban las notas

del inconcluso tango anterior.

Para colmo, en medio de todo, los musiqueros se

miraban unos a otros, muy intrigados y notoriamente

asqueados por mi mal gusto para enganchar dos piezas

que nada tenían que ver.... terrible, terrible mixtura

de tango y Boston vals.

Dándose cuenta de mis burdas intenciones, los

guitarreros comenzaron a tocar cada vez más fuerte;

como para taparme; hasta que terminaron por dejarme

totalmente de lado a un costado de la escena...

La gente comenzó a aplaudir desganada, como por

obligación... no eran aplausos de reconocimiento, más

bien eran como los aplausos de la gente en la playa

cuando un pibe se pierde.... el perdido era yo.

Se levantó bruscamente de una sillita plástica un

gordo enrojecido al que nadie convocó, (en curda hasta

las manos por la sidra), y comenzó a cantar junto a

los guitarristas una milonga en una especie de cuarto

de tono… terrible pulsación.

3 horas más tarde, cuando ya se disipaban en el aire

los últimos compases de aquellos cuatro cultores del

cordaje, y luego de un oleaje infinito de aplausos,

bravos y bises, los tipos se retiraron del sitio que

los había visto triunfar y se acercaron hacia donde me

encontraba.

Me miraron, se miraron entre ellos, uno quiso decir

algo pero se contuvo. El gordo enrojecido eructó

fieramente (tragedia de cebolla) Los demás renegaron

con la cabeza y se marcharon.

 Y mientras los bizarros mariachis del folclore se iban

perdiendo en la entrevista parra, con sus guitarras

sus sombreros y sus ponchos; me levanté, pedí

disculpas por el papelón y me fui lo más rápido

posible campo afuera...

Años más tarde, en una oportunidad irrepetible, volví

a tener noticias de aquel curioso bandoneón. Lo volví

a ver, lo volví a tocar, lo volví a sentir sobre mi

pierna. Pero, les digo, el reencuentro fue bastante

decepcionante, casi doloroso.

Había perdido su llamativo brillo de fábrica, su

resplandeciente nácar ahora se asemejaba a los dientes

de un viejo machacado, y aquel tristemente bello

sonido lastimero tan suyo, se reducía ahora a un

vencido, debilitado y desentonado suplicio asmático.

Lo tomé en las manos, toqué una pedacito de “Soledad”

de Piazzolla, y me dio tanta, pero tanta lástima, que

lo guardé nuevamente.

El hijo del finado (que a esta altura ya había perdido

su aparente ferocidad, o que al menos parecía dormitar

su sencillo sueño de tigre) me miró y dijo mientras se

arreglaba la barba: “Y? Qué te parece? Ahora que

podés tocar más, cómo lo ves?”

“Bien, bien”, mentí…

En una morgue de rancho vagamente iluminado, hay un

Premier; no fue forjado en Toledo (tal vez en

Carsfeld) , se cuenta que hace años un desconocido, un

tal Benjamin (no fue Otálora), lo tuvo en sus manos.

Dicen que dicen que lo transtornó bastante el ambiguo

sonido de aquel "fueye"; tanto, que hasta el día de

hoy sigue buscándolo.

Quienes lo ven, tienden a jugar un rato con él; lo

despliegan, miran el fuelle como buscando algo, lo

acarician, lo tocan un rato; agachan la cabeza casi

hasta besarlo; como la novia ausente o la que nunca se

tuvo, se encogen hasta sentir la vibración más íntima

de todas y cada una de las fibras de su madera, aman

casi hasta el colmo aquellas formas... dejando que el

aire que respira ese cuasiforme pulmón de cuero y

cartón los despeine un poco, quedan prendados ante

tanta impasible e inconcebible belleza. Y sólo

entonces, la belleza se justifica en la belleza misma.

 Se advierte que hace mucho que lo andaban buscando,

tristemente el sentimiento no es mutuo

 Otra cosa quiere el Premier...

Fiel a vastas leyes secretas, su compungido y

lacrimógeno sonido, termina debilitándose... se aleja,

rezongón y tenue; muy lentamente, hasta anularse en el

olvido

Y en un estuche corroido, en el armario de una casita

perdida de las afueras de todo, los años pasan

inútiles...

REGRESÁNDOME AL RRIOBA

DE LOS TRABAJOS DEL DÚO SZVALB-DI LAURO,

EL PÓSTUMO "Regresándome al rrioba" (Tango) 1982.

LA TRÁGICA HISTORIA DEL HOMBRE QUE VUELVE MACHACADO AL BARRIO

Y ENCUENTRA ALGO DISTINTAS LAS COSAS.

LA LETRA EN SI FUE TRATADA POR EL BINOMIO CON SUMO DETALLE,

EN ELLA INCLUSIVE SE PUEDEN APRECIAR INDICACIONES PARA EL CANTANTE.

 Regresándome al rrioba

(Tango) 1982

(Letra: Benjamín Szvalb Música: Pablo Di Lauro)

Hoy, ya viejo, he vuelto al barrio

Y se me ha puesto fulero

Si hasta me mira extrañado

Mingo, el colectivero.

De los amigos de infancia

Ya no hay más rastros tangibles

Del gordo Renzo Putruele

No quedan ni los comestibles

La calesita en el parque busco por entre la lluvia

Y sólo encuentro un travesti, es usted Compadre Gómez?

El malevo vestido de rubia asiente con la cabeza

-Casi no lo reconozco, permita tocarle la cara...

Y muy desafiante contesta: "Le viá tener que cobrar"

 (Estribillo)

Ahora Don Gómez,

ya no sólo frunce el ceño...

Y los amigos de mi barrio ya no están

Me habré equivocado de cuadra?

Che, taxi! vuelva! adónde va!

Y aquella noviecita que dejé esperando

si fue la princesita del pobre arrabal

Hoy barre un McDonalds de la peatonal

(Goyenecheando)

Qué fue de aquella arboleda,

qué fue de aquel paredón

Ahora el cajero automático

tiene el lugar del farol.

(A los gritos y dando dramáticos puntapiés a la audiencia)

En la esquina un purrete lava un coche

con la radio puesta a todo lo que da

Me le acerco y le ofrezco quince guitas

Y en lugar de dar las gracias pide más

Y el cieguito que vendía aquellas rifas ya no está

Y mi pobre madrecita se me fue...

Para mí que se fugaron juntos

Qué ganas de llorar...

Y mi bulín... qué le pasó... ahora es un cyber... qué lo parió!


HISTORIA DE CÓMO ME PATEÓ LA MINA Y DE LA FIESTA INOLVIDABLE

Que un triste bandoneonista del desértico oeste

argentino, se interne en los confines de una

inextricable depresión esdrújula seguida de espanto;

como consecuencia del inexorable estado de cosas al

que fue conducido;

indefensa víctima de las ludes de una mantis de

cabellera rubia y ojos castaño oscuro; parece, de

antemano, sólo concebible en la letra de tango

mistongo y fulero.

Para quienes así lo entienden, los hechos que a

continuación se narran tal vez resulten meramente

anecdóticos. Duele aclarar que la siguiente es una

historia real.

Para Septiembre de 2003, Benjamin Szvalb,

bandoneonista, estudiante y otras yerbas, cuenta con

21 años. El destino con su sino incierto, pone a este

muchacho, entre la espada y la pared, la mañana del

mes en que, junto a su teléfono de disco, se reproduce

la, hoy en día, inasequible voz de una mujer

relativamente joven y de carácter solícito.

Dicha mujer, (de quien ahora las circunstancias no

traerán a colación ni su nombre, ni su apellido), dice

pertenecer a la junta directiva de la sede de la

Alianza Francesa en San Juan. Luego de una que otra

vaga explicación circunstancial, le propone al incauto

joven músico, la idea de participar (jornal de por

medio) en la fiesta del 70 aniversario de dicha

institución en la provincia.

Ahora el lector podría plantearse que una disculpa

improvisada, una exceso de tos, o simplemente la

desconexión accidental del teléfono aquel, habrían

bastado para dar por concluida la conversación; y con

ella terminado el asunto; todo para que Benjamín

Szvalb prosiguiera con su monocorde vida provinciana.

Pero las cosas no se sucedieron de dicha manera;

La mujer llamaba por recomendación de un profesor de

la escuela de música que lo conocía personalmente;

quedar mal con el hombre era quedar mal consigo mismo,

por lo cual aceptó la invitación.

Cometió entonces Benjamin Szvalb, un error

existencial, para el cual no existe suficiente

arrepentimiento. Un error que va mucho más allá de las

mismas leyes de Hooke. Un error que, sin saberlo, le

iba a costar caro.

Decidió cambiar la paga de su actuación, por dos pases

para él y su novia a la cena que se efectuaría esa

misma noche. (Cena de agasajo a las autoridades

diplomáticas presentes en el evento)

La mujer al otro lado del teléfono aceptó la propuesta

y las leyes del juego quedaron así establecidas.

A partir de este momento, la historia se torna

demasiado personal, por lo que daré lugar al

protagonista de la misma quien quizás pueda narrarla

con más entereza.

Eran aproximadamente las ocho de la noche, de un día

de noviembre, (ya habían pasado más de dos semanas

desde la llamada de la mujer a mi número) cuando

volvió a repicar el grisáceo aparato. Al atender, se

hizo presente la voz de la mujer a priori, y muy

jovial, habló sobre un proyecto de incluir mi

bandoneón con una cantante francesa poco conocida del

medio artístico.

La idea me pareció bastante atractiva, además tenía

interés en conocer a la muchachita afrancesada que

estaba interesada en compartir mis acordes aquella

noche de gala, por lo que acepté de inmediato la

propuesta.

La cuestión fue que, quedé en encontrarme con la

cantante en la casa de una mujer mayor perteneciente a

la junta directiva de la Alianza: “Madamme Georgette.

Pues su departamento quedaba más a mano para la

ocasión.

Al llegar al lugar las primeras impresiones que me

causaron 3 moscas de tono verde fosforescente que

revoloteaban péndulamente ante la entrada del

hormigonado monoblock número 9 fueron más que de asco,

de incertidumbre.

Curiosamente buscaba saber que clase de nivel social

abarcaba la gente aquella como para permitirse ese

tipo de “lujos” en la entrada.

Esquivé las moscas, presione el timbre como quien

presiona el botón que desprende una ojiva nuclear, y

esperé a que se abriera la puerta.

Sin crujir, pero muy lentamente, no con miedo, sino

más bien como si se abriera un portal a lo

desconocido, osciló la madera y se produjo el segundo

impacto:

Apareció tras aquella puerta, una mujer pálida, pálida

de muerte, pálida de frío, ojos azules profundos, no

bellos, calculadores.

Forzó una sonrisa y con un gesto despreocupado me

invitó a pasar.

Al entrar en el modesto departamento, eché un vistazo

muy general y vi en su conjunto, un equipo de sonido,

una mesita ratona de vidrio, libros de todos los

tamaños, una mesa larga y varias sillas. Tomé asiento

y me dispuse a esperar a que la anciana terminara de

cerrar con llave la puerta (al parecer vivía sola)

La pálida mujer “Madamme Georgette”, iba y venía por

la habitación, como un tigre blanco colmillo de sable

enjaulado, sólo que sin las rayas.

Y mientras continuaba su peregrinaje circular, dijo:

“Nene, quiero que escuches algo”

Se dirigió al equipo de sonido (bastante ordinario,

por cierto) y luego de revolver durante un rato una

hilera de cassettes perimidos, puso en el aparato una

cinta de Edith Piaf.

Comenzó la música, y me gustó tanto aquella

desgarradora algo llorosa voz, que sentí la necesidad

de decir algo al respecto, un comentario agradable, un

sentimiento compartido; pero la mujer, como

antícipándose a mi voz, hizo un delicado gesto para

que hiciera silencio. Estaba como extasiada por esa

grabación. Cantaba a media voz en francés, se

balanceaba de un lado a otro, y mientras tanto,

perdía la vista azul en el prolijamente pintado techo

del insólito departamentucho dos ambientes.

Miró el minicomponente, alzó una mano y profetizó

mientras de fondo Edith Piaf terminaba de cantar

Padam Padam”: “La chica que viene dentro un rato para

acá…. Canta igual… Abrió excesivamente los ojos (como

si fuera a sacárselos) y susurró “Exactamente igual…es

como tener a La Piaf en persona” Me sorprendió la

afirmación; tanto por el tono como por la idea misma.

Iba a ponerme en papel de incrédulo, pero miré algunos

de los libros que tenía la vieja sobre el mueble y me

dije: “parece que ha leído algo, esta mujer se ve

instruida, tal vez sea cierto lo que dice… bueno,

veremos”

Dijo, “En cualquier momento llega” se fue a otra

pieza, y mientras el cassette seguía sonando el equipo

se comió la cinta.

Minutos después tocaron a la puerta. Era la cantante,

que llegaba a la cita.

Escuché la voz, y me di vuelta para verla bien, y era

tan fulera la mina que les digo que casi pegué un

grito:

1.30 de alto, piel tostada a cama solar, lunares

faciales, patas de pollo (o de gallo), un cigarro

largo entre los labios curtidos y mal pintados, pelo

seco, como de escoba, y por su fuera poco, vestida

como si acabara de salir, de una extenuante sesión de

aerobics….

Se presentó, me presenté, y nos sentamos alrededor de

la mesita de vidrio.

La vieja blanquecina de ojos azules trajo una pila de

partituras para piano y las depositó suavemente ante

mí. Me dijo, muy formal: “Mire esto”

Se trataba de partituras para piano, de esas que

editaba Julio Korn en Argentina, pero sobre piezas

francesas.

Las mire un rato, y le dije: “Mire señora, estas

partituras que usted tiene son para piano, le explico,

el bandoneón lee en las mismas claves, pero la

armonización es distinta, tendría que hacer arreglos

sobre esto para que suene bien”

La mujer, terca como una mula, respondió: “Si no lo

puede tocar, dígamelo” y nuevamente forzó una sonrisa.

Insistí con la explicación, pero no parecía

entenderme.

Entonces, desenfundé el bandoneón y le dije: “Mire, le

voy a dar un ejemplo de armonización” Toqué “Pedro y

Pedro” de Piazzolla y después algo de lo que estaba

escrito para piano en las partituras. “Se da cuenta?”

dije.

Por la mueca absurda, la mujer parecía no entenderlo.

No quería dar el brazo a torcer. Entonces, le di más

ejemplos al respecto y toqué el tango Loca Bohemia. Y

mientras tocaba, la horripilante cantante de 40 y pico

de años que aparentaba muchos más, miró a la vieja y

le susurró algo al oído.

Comenzaron a hablar en francés (pésima educación con

las visitas) afirmaron con la cabeza, y luego la

cantante me hizo un gesto muy canchero para que

detuviera la música y dijo señalando con el dedo

cuasiforme y amarillento por la nicotina

“¿Eso que tocás vos es un acordeón?”

“No” le respondí muy intelectual “Se trata de un

bandoneón. La diferencia, además de radicar en la

mecánica y la técnica, pasa por el sonido. El sonido

del bandoneón es triste, melancólico. El del acordeón

es alegre… qué se yo, es otro instrumento”

“Ah!” dijeron las dos mujeres mirándose las caras

(había algo de desilusión en ese gesto). La anciana le

dijo en castellano a la cantante: “Se acuerda de

Pierre?” “Si, Pierre!” “Si, qué artista” contestó la

otra.

“Quién es Pïerre?” Pregunté mientras tocaba.

Se miraron las caras con una sonrisa, (como si Pierre

fuera el nombre de un amante latino que les hizo el

amor mil veces en la playa a las dos), y la cantante

dijo: “Pierre era un acordeonista francés, que tuvo

problemas con la visa y el pasaporte, y lo trajimos a

Argentina a cambio que tocara en una fiesta de la

Alianza. El hombre estaba tan agradecido! Cómo será,

que se subió a las mesas con su acordeón e hizo cantar

a toda la gente”

La vieja mientras tanto afirmaba con la cabeza

“Che, que le pasó a Pierre?” dijo la cantante a la

vieja (ella no la tuteaba)

“Pobrecito, sabe usted que se lo llevaron? nunca más

lo volvimos a ver… qué lástima….si parecía tan

bueno….” Dijo algo conmovida la anciana.

 “Se podrá hacer algo así con el bandoneón?”

interrumpió la cantante.

Le expliqué que era un instrumento serio, que no se

podía, etc, etc

Para cambiar de tema, toqué algo de Libertango, y

mientras lo hacía, la cantante dijo: “Eso suena bien…

oh, tendría que haber traído mi guitarra… voy por mi

guitarra a mi casa, espérenme!”

Abrió la puerta y salió en dirección a su automóvil

(Fiat 600 verde oscuro)

Quedé solo nuevamente con la vieja de talco y mar, y

mientras tocaba unas notas, la mujer me acercó unos

libros apaisados al mejor estilo Patoruzú.

Me dijo: “sería lindo que tocara esto” Abrió el libro

en una página cualquiera (era un libro de rondó

infantil) y se puso a cantar. Toqué la melodía que

estaba escrita arriba de los dibujos de ratoncitos y

niños jugando, en un pentagrama en clave de sol.

Mientras tanto la vieja se embriagaba con esos

cánticos. Y agregó algo ida: “Sepa usted, que en la

fiesta va a haber mucho vino, mucho alcohol, sería

lindo que tocara algo de esto para cuando ya esté en

clima la gente (borrachos) para que todos canten a

coro” “Si, si…” le dije algo atemorizado por aquellos

ojos tan azules y vacuos que comenzaban a mirarme con

iterada desesperación.

Rato después, volvió la cantante. Traía su guitarra

enfundada. Una guitarra común y corriente, sin otra

virtud que la del cordaje importado. Afinó la guitarra

a la altura de mi bandoneón y tocó un par de acordes

con cejilla (ho-rren-do)

Sacó de no sé donde, una especie de vademécum lírico,

y buscó entre las hojas una letra: “A París”.

 Cantó un poco, se acompañaba siempre con el mismo

acorde (decadente) y luego me preguntó si podía

tocarlo.

Toqué la melodía y la armonicé de improviso. Se me

ocurrió una idea muy interesante, hacer la primera

parte dramática en 4/4, y que después el tema fuera

tornándose más agresivo, hasta estallar en una

sensibilidad reprimida. Algo que describiera París, en

todos sus aspectos.

Lo toqué así, y la anciana puso el grito en el cielo:

“No, así no, tiene que ser como un vals, usted sabe lo

que dice la letra?? No, obviamente no lo sabe, no

puede tocarlo así, la letra habla sobre París a manera

histórica, eso que hizo no va a servir. Además,

queremos que la gente baile con esto, tiene que ser

como un vals”

“Bueno, podría probar en ¾” le dije

pero en ¾ el resultado no era el mismo. Entonces, tomé

la partitura para piano de A París, y la toqué en el

tono en el que estaba escrito.

La cantante no llegaba con la voz (qué Edith Piaf ni

qué ocho cuartos!) la cantante era pésima, tenía un

registro castrado y el tabaco le había quemado la voz

hacía tiempo.

Me pidió que cambiara la tonalidad de la partitura. Le

dije que para eso tenía que llevármela, para re

escribirla en casa.

La vieja con cara avinagrada me la prestó y me dijo

“Cuidado con esta partitura, mucho cuidado nene, no se

consigue y yo las colecciono”

Le aseguré que la iba a cuidar y me marché del lugar,

previamente habíéndome despedido de las dos, mientras

la vieja caía en la cuenta de la cinta de La Piaf

carcomida por su estéreo.

Pasaron varios días desde aquello, y no podía ponerme

a practicar para la actuación. Estaba muy flojo, tenía

poco ánimo, a lo lejos veía la partitura para piano de

“A París” que estaba como esperándome para que la

arreglara. Pero el tiempo pasaba y pasaba; cero

interés.

Me llamó por teléfono en esos días la mujer de los

ojos azules y me preguntó obsesivamente si su

partitura había llegado sana y salva a mi casa. Le

dije que se quedara tranquila, que había llegado bien,

que la estaba arreglando. Corté y decidí contarle a

quien por entonces era mi novia, Adriana, (en lo

sucesivo, la nombraré sólo como mi novia), todo lo que

había pasado en aquel departamento, y los hechos

previos que me llevaban a actuar el 25 de Octubre de

2003 en el Club Social de la provincia a pedido de la

Alianza Francesa por el casual aniversario.

Se ilusionó demasiado con la noticia, dijo que no

faltaría; que sabía que era importante para mi; que

comprendía todo el esfuerzo que iba a hacer, que por

eso no me iba a defraudar. Yo le contesté que la

fiesta era importante para mi, si y sólo si iba con

ella, que de otra forma me parecería un evento más. A

lo que ella me contestó con una caricia y un beso: “No

voy a faltar”

Pasaron los días y ella tuvo que viajar a la provincia

de Mendoza por unos asuntos impostergables, a los

pocos días, me llamó desde allá para decirme que me

extrañaba y que había comprado ropa especialmente para

la fiesta. Me dio toda una lista de prendas de vestir,

una lista bastante extensa, ahora a la distancia,

calculo que en total deben haber sumado como $150.

Se despidió hasta el regreso, y colgué el tubo.

Comprendí que me había comprometido seriamente a

llevarla, ya no había vuelta atrás en ese aspecto.

“Por suerte”, pensaba, “todo marcha sobre ruedas”

Días después, La Alianza Francesa convocó una reunión

de la junta directiva completa. Fui con el instrumento

para mostrarles algo de lo que había hecho (en

realidad iba a improvisarles algo, ni había tocado la

partitura aquella) Llegué y el panorama se presentaba

bastante denso. Unas 12 personas, un hombre amanerado

y todas las demás, mujeres. Madamme G. Me detuvo y me

dijo: “trajo mi partitura?” le contesté que todavía

estaba trabajando sobre ella y la anciana respondió

“lo que pasa es que las colecciono”, “Si ya sé

-respondí- después se la llevo”

Durante la reunión, hablaron sobre la comida que se

iba a servir, sobre las bebidas. Y cuando llegó el

turno de la música, me dieron la palabra.

Estaba por hablar cuando apareció la cantante. Saludó

y se sentó cerca de donde estaba, pero debo decirles

que había algo extraño en su forma de actuar, no me

miraba, parecía tener la vista perdida hacia el

frente. Era como hablarle a una cotorra.

Comenté más o menos mi idea, alejarme del repertorio

francés, tocar unos temas de Piazzolla y otros de

Gardel (porque Piazzolla vivió en Francia, y Gardel

nació por allá, muy conveniente)

Les gustó la idea, y toqué algo, cualquier cosa para

que sintieran el sonido de mi instrumento, pero la

acústica de la sala era horripilante y el bandoneón

sonaba como un montón de patos graznando.

Luego, le dieron la palabra a la cantante, la mujer

seguía con la vista fija en el frente, era como si no

quisiera verme. Dijo: “Miren, he estado pensando…. Y

la verdad, es que el sonido del bandoneón no me

resulta muy parisino que digamos, por suerte, hablé

con un señor que toca el acordeón que está dispuesto a

participar de mi actuación, es ingeniero

(por discreción, sólo me referiré a él, como el ingeniero M.)

“Perfecto” dijo alguien de la junta, “Entonces como

hacemos con vos Benjamin?”

Me miraron los 12 y la cantante y dije “Bueno, como

iba a ser en un principio, hago mi parte y después

ustedes pongan lo que quieran, no tengo

problema…Además…” En eso, por la puerta grande,

apareció una diminuta y enjuta viejita de pelo rubión

teñido. Me miró, miró a los de la junta, saludó muy

bajito a todos (una voz pequeñita y sencilla) se sentó

despacito (como pidiendo disculpas por existir)

apoyando ambas manos sobre su carterita negra. Miró mi

bandoneón, me miró a mí, sonrió levemente y en ese

gesto, las cejas se le fueron a cada lado.

Se veía tan frágil aquella mujer que, si en ese

momento alguien hubiera decidido abrir una ventana o

prender un ventilador, de seguro que salía volando

como una hoja desprendida. Habría sido homicidio

aquello, era delgadísima.

La viejita escuchó mis palabras, y después de un

prolongado silencio dijo:

“Perdónenme, sepan disculparme mis queridos, pero creo

que sería lindo también si viniera a la fiesta la

orquesta de tango de la municipalidad, me dijeron que

son buenos”

Recordé como un fogonazo a Mauro X, los ojos se me

abrieron tremendamente y en un gesto desencajado a

viva voz le dije a la pobre “NO, NO, LA ORQUESTA

MUNICIPAL NO!” (la viejita casi se muere del susto por

mi reacción)

“Por qué?” dijo el hombre amanerado de la junta, quien

ahora parecía interesarse más por el tema de la música

que por la decoración de interiores.

“No, no, la orquesta municipal, la conozco bien, hace

años que tocan siempre lo mismo, es cualquier cosa

eso, mejor no”

“Pensé que eran buenos… perdóneme por favor” dijo la

viejita como lloriqueando.

“¿Y si traemos una pareja o un bailarín de tango que

baile mientras Benjamín toca?” sugirió una mujer allí

presente.

“No sé”, contesté “¿Y quién podría ser?” “Podría ser

el ballet de San Juan, les pagamos unos pesos a una

parejita para que baile mientras Benjamín toca” dijo

el hombre. “¿Y si mejor llamamos a las chicas del

instituto de danza?” sugirió brillantemente Madamme G.

“Si, si” pensaba “llámenlas, deben ser hermosas”

“¿Y cuánto habría que pagarles?” le preguntó el hombre

muy afeminadamente “y… 30 o 40 pesos, no sé” “Cada

una?!” gritó. “No, en total” contestó Madamme G. “Ah,

menos mal, si, si” bueno llámenlas, perfecto, entonces

todo queda arreglado. Hay algo más para tratar en la

reunión de hoy?” “Si”, dijo la señora G.

“Saben que tengo un vecino, creo que de 95 años, el

hombre fue alumno del fundador de la Alianza acá en

San Juan, se me ocurrió invitarlo a la fiesta y

pedirle que diga unas palabras conmovedoras sobre su

ya desaparecido maestro”

“NO Georgette” jadeó el hombre machihembrado “VOS

SABÉS LO QUE ES QUE UN VIEJO DE 95 AÑOS HABLE DURANTE

UNA FIESTA ASÍ?! TE DAS CUENTA A CASO EL TIEMPO QUE

PERDERÍAMOS ESCUCHÁNDOLO….EL CONSUL, EL RECTOR DE LA

UNIVERSIDAD, EL GOBERNADOR, EL EMBAJADOR, TODOS

ESCUCHADO A UN VIEJO DE 95 AÑOS DURANTE DOS HORAS!?”

“Pero ya le dije que sí” contestó Madamme Georgette.

“NO, MIRÁ, QUE ESCRIBA EN UNA HOJA QUE LE PASÓ Y SE LO

DAMOS A UN LOCUTOR PARA QUE LO LEA, Y ASUNTO

TERMINADO”

“Está bien” aceptó algo dolida la pálida vieja.

Luego hablaron sobre la idea de proyectar una película

en la sala, con imágenes de Francia, y se pusieron a

debatir sobre qué video sería el más apropiado para la

ocasión, parecían mandriles peleando por un plátano.

La reunión de ese día se dio por concluida con ello.

La cantante, quien ahora por alguna extraña razón

volvía a hablarme, se ofreció a acercarme a mi casa en

su Fiat verde,” Acepté por compromiso, y nos fuimos de

allí.

Luego que me depositara frente a mi casa, después de

haber estado escuchando durante todo el camino

disculpas burdas sobre su accionar conmigo, me dispuse

a practicar en serio para la fecha. El día se acercaba

y tenía que estar preparado.

Y así, pasaron los días.

Terminé de ver lo que iba a tocar y le hice escuchar a

mi novia, quien ya había vuelto de Mendoza, algo de mi

repertorio, para que me juzgara la expresión y me

sugiriera el carácter con que debía abordar cada

pieza.

Todo pareció encajar perfectamente. Todo. Al menos

hasta ese fatídico Jueves, ese Jueves maldito que

cambiaría drásticamente las cosas.

El Martes 21 , ya casi sobre la

fecha de actuación, me convocaron nuevamente a una

reunión en la Alianza Francesa. Esta vez, fui sin el

bandoneón.

En la misma, se dieron a conocer dos nuevos

personajes. El encargado de sonido de la fiesta y la

jefa del instituto de danzas.

El encargado de sonido, resultaba ser, a simple vista,

un tipo moreno, y poco presuntuoso, de pelo oscuro,

frente amplia y alguna que otra arruga antes de tiempo

que denotaban cierto prestigio y experiencia sobre lo

que comentaba.

La mujer del centro de danzas, era un caso

completamente antagónico; sobre todo para su cargo en

aquel instituto.

Aproximadamente de 150 kilos, brazos de jamón, pelo

negro azabache, un lunar gigante en la cara; sus ojos

eran ojos de resentimiento. Ojos de rencor.

Seguramente, aquello se explicaba en su imagen.

Denotaba cierta hipocresía en la voz, parecía estar

tratando de agradarle a la gente como por obligación,

por compromiso.

El encargado de sonido hizo sus croquis sobre el salón

donde se efectuaría la fiesta, y habló muy

entusiasmado sobre micrófonos, cables, parlantes y

acústica.

La mujer de la danza escuchaba a un costado, como

apartada de todo ese mundo y sólo habló cuando fue

requerida su presencia.

Me cedieron la palabra, me pidieron que les diera el

nombre de las piezas que iba a tocar esa noche, ya que

las tenían que tener anotadas para que un presentador

las diera a conocer. (Los artistas no tendrían

micrófono para hablar) Les estaba por pasar los

nombres, cuando en eso, la mujer de las danzas se

involucró violentamente: “Ah, Piazzolla, y qué es lo

que tocás?” En eso interrumpió la viejita frágil que

había estado en la reunión anterior: “Perdonen

queridos, pero por lo que escuché de este chico, me

parece que su música no es para bailar, es más bien

para escuchar” Le di la razón, y luego dije que podría

tocar alguna pieza rítmica de Piazzolla para las

chicas de danza, pero tendría que ponerme a ver cuál

podría ser.

Además, no estaba habituado a hacer ese tipo de música

con mi instrumento, las veces que había hecho algo

para que la gente bailara terminó siendo demagógico y

mersa (todavía recuerdo aquella vez en que hice bossa

nova junto a un guitarrista en el medio de una fiesta

sobre la tradición gaucha, y los corajudos bailarines

se miraban unos a otros, severamente confundidos.)

“Ah, por cierto” dijo alguien de la junta “Mirá, hubo

problemas con la cantidad de personas invitadas a la

fiesta, por lo que no vamos a poder darte el pase

gratis para tu novia, vas a tener que pagarlo. El pase

es de $ 30, tenés tiempo hasta el viernes para

comprarlo”

Me enervé. Cómo podían cobrarme la entrada de ella?

Qué clase de mentalidad era esa. Iba a tocar gratis

para ellos, y encima tenía que pagar la entrada? No.

Les planteé la situación, y les exigí una explicación

al respecto.

“Bueno, podrías decirle a tu novia que venga después

de cena y así pagaría una entrada más barata, pero no

tendría sentido, ya que vas a tocar al principio”

El problema en realidad, no era la plata, no, el

problema era otro, ellos habían dado su palabra de no

cobrarme la entrada y ahora me salían con esto, a

último momento, y de apuro, además, había estado

teniendo unos gastos bastante serios el fin de semana,

estaba seco financieramente.

Entonces la otrora bailarina, indignada y sacando a

relucir algo de su resentimiento superficial dijo

mirando a los demás pero no a mi, como dando a

entender que su mensaje me iba dirigido.

“Bueno, hay que amoldarse, yo me amoldo a las

circunstancias, hay veces en que no hemos cobrado, y

hemos terminado pagando, pero bueno, nos sirvió como

experiencia, hay que amoldarse, todo artista serio se

amoldaría”

Y mientras terminaba su innecesario monólogo a la

junta, yo pensaba, furioso por la actitud de aquella

gente “Pero por qué no te amoldás en un gimnasio!”

“Quién pidió tus apreciaciones!” “Hacete rifar!”

Iba a gritárselo a la cara, iba a armar un escándalo

delante de aquella junta directiva, pero me contuve.

Recordé que iba por recomendación de aquel profesor

amigo, y si cancelaba a último momento mi actuación,

no tendría después disculpas suficientes para darle al

respecto. Además, para ese entonces él no se

encontraba en la provincia, había salido de viaje, por

lo que no tenía como explicarle lo que estaba

ocurriendo.

Al finalizar la reunión, y cuando me estaba yendo, el

sonidista me dejó un teléfono para que le llamara. Era

para ir a probar los micrófonos en la sala donde sería

la fiesta.

No tenían de donde conseguir la cantidad, (una

cantidad miserable, pero que no tenía) Hablé con mi

viejo del tema, le pedí un préstamo, pero discutimos

por una diferencia que habíamos tenido días atrás, y

esa fue la gota que rebalsó el vaso, por lo que

cortamos comunicación.

Unos amigos se enteraron, y me prestaron la cantidad,

pero sentía que la guita me quemaba las manos, no

podía usarla, no. Era un monto miserable, pero para

mi, en aquel momento, cualquier cantidad me habría

parecido exagerada, no concebía que me cobraran la

entrada de ella a la fiesta.

Estuve meditando al respecto, y recordé aquella

llamada de mi novia desde Mendoza, cuando me había

comentado la ropa que se había comprado, las ganas que

tenía de ir, la gente que iba a estar allí presente y

que podría conocer…

Y todo eso me daba vueltas en la cabeza, una y otra

vez, era desesperante.

Cometí entonces, en un gesto desesperado una acción de

la cual me arrepentiría hasta el día de hoy…. Decidí

vender prácticamente por monedas mi lectora de cd para

pagarle la entrada a mi novia. La vendí en $40, (una

lectora que costaba $120) la malvendí por esa

cantidad, porque necesitaba el dinero urgentemente.

Y así fue que pude conseguir la entrada para mi novia.

Y el Jueves 23, cuando ya todo parecía resuelto, y las

aguas iban más calmas, a pesar de estar peleado con mi

viejo, haber vendido la lectora de cd, y haber quedado

mal al rechazar el dinero de mis amigos, ocurrió lo

que menos esperaba, la puñalada última que me jugaba

el destino.

Pasé a buscar a mi novia ese Jueves; estaba ansioso

por contarle todo lo que había pasado, seguro que iba

a comprender perfectamente mi accionar. Sabía que ella

me importaba lo suficiente como para sacrificar algo

tan valioso para mi

Al llegar, cuando me vio, se acercó y me dijo muy

seria: “Tenemos que hablar”

(y ya saben ustedes lo que significa eso)

No le iba a mendigar ni a rogar nada, no me iba a

rebajar por su cariño, no comprendía que le pasaba,

pero ella dijo que ya no me quería como antes, que

todo había pasado, que quería terminar la relación

antes que fuera más doloroso para los dos, etc.

Y en un gesto de lo más bajo, me dijo: “Esto es tuyo”

Y entre las hojas de un libro, me devolvió mi foto.

Puso la mejilla para que le diera un beso, como para

despedirse para siempre.

Quise decirle todo lo que había hecho por ella, pero

me mordí los labios, no podía echarle en cara algo

así, habría quedado a su nivel si lo hubiese hecho.

Contesté indignado que no nos veríamos más. Y se fue.

Hablé con unas amigas que teníamos en común, pero no

entendían que le había pasado. La llamé y no

contestaba.

“No, no está, no sabemos nada, ¿quién decís que sos?

No, no está.”, me contestaban del otro lado del tubo

quienes atendían.

Ahora la situación se tornaba insostenible. No tenía

ánimo para tocar, estaba destruido internamente. Al

llegar a casa rompí sus cartas, no quería volver a

verla nunca. ¡Me hacía esto en aquel momento tan

importante para mi! Hubiera esperado al menos hasta el

Domingo o hasta el Lunes para decírmelo, pero no unas

horas antes de la fiesta, habiendo hecho el sacrificio

que hice por ella.

Pero no supo entenderlo.

Hablé con el sonidista sobre el tema de los

micrófonos, y me citó para el sábado a las 18.30 para

ir a probar el sonido.

Salí de casa, sin afeitar, todo despeinado, bastante

dolido, y llegué al lugar con mi bandoneón.

Al entrar, luego de subir una escalera alfombrada,

busqué a la gente de sonido y les pedí una silla para

apoyar una pierna y tocar parado. Me decían que no

habían sillas suficientes, que tendría que esperar,

que se habían roto varias sillas y tenían que traer

más de otro lado. Esperé lo suficiente, fui demasiado

paciente con esa gente. Al rato cayó la cantante para

probar su micrófono y con ella venía el ingeniero

acordeonista.

La mujer dijo que ella cantaba con pistas, pensé en un

primer momento que se trataba de una especie de

karaoke, pero resultó ser más bajo todavía, era

playback, la voz también estaba grabada. El

acordeonista tocó unas piezas en su alargado

instrumento y nadie lo escuchó, el tipo era de madera,

parecía estar tocando de memoria y con miedo a

equivocarse, todo al mismo nivel, todo monótono, cero

delicadeza.

Conseguí una silla y toqué la introducción del arreglo

de “La casita de mis viejos”

Se escuchaba bien en aquel lugar, el sonido llenaba el

alma.

Mientras tocaba aquellas notas, se me acercó,

acechando como ave de carroña, el acordeonista y me

dijo “Te sabés Naranjo en Flor?”

“Si” le contesté desganado

“En qué tono?” preguntó

“En el que sea le respondí” bien sobrador, como para

que comprendiera el abismo que había entre ambos.

El hombre comenzó a tocar el tango con su acordeón….

Desesperante, no podía comprender como se podía ser

tan frío para tocar, tan seco.

No quise seguirlo. En ese momento, recordé una frase

que me había dicho en una oportunidad Anconetani (un

fabricante de acordeones que vivía en la zona de

Chacarita, Buenos Aires) “El bandoneón y el acordeón

son enemigos, se odian”

Le repetí esa frase al ingeniero, pero pareció no

entenderla, era demasiado sesuda para su precaria

concepción de las cosas; y siguió y siguió tocando,

cada vez más guarango, cada vez más fuerte, después lo

tocó en tres cuartos, como queriendo hacerse el

cómico, pero más que comedia fue absurdo.

Guardé el bandoneón, y me fui del salón.

Caminé durante unas horas por la ciudad y pasé por un

cyber, pero no había nadie con quien hablar.

Oscurecía ya, caminaba por aquel trazado, sin rumbo,

completamente solo por aquella cuadrícula de asfalto,

pensando en ella y vagamente en la fiesta que se

aproximaba.

Se hicieron las 21.15, tomé un remisse en la calle

durante un semáforo en rojo, y le di la dirección de

la casa donde sabía que estaría mi novia en ese

horario.

Llegué, y llamé a la puerta.

Me recibieron unas amigas de los dos, me dijeron que

no quería verme, que me olvidara de ella, que ya no

había vuelta atrás en el asunto. Les dije que la

fiesta era en menos de una hora, estaba desaliñado,

totalmente. Se portaron muy bien conmigo, me

ofrecieron acompañarme en el lugar de mi novia, pero

yo sabía que no sería lo mismo, necesitaba ir con

alguien especial, no podía llevar a otra sólo para que

ocupara la entrada.

Me dieron algo de ánimo, como hacen todas las buenas

amistades, y me fui.

Llegué con el tiempo justo al lugar. Eran las 22. El

sitio era muy careta, pródigo en varios aspectos. Toda

la gente con ropa formal, de traje, las mujeres

vestidas de gala. Y yo, totalmente desentonado con

ellos, con una expresión de dolor en la cara

inexplicable para lo que resultaría ser esa fiesta.

Subí la escalera alfombrada en rojo, y me recibieron

unas personas, me dijeron: “Vos sos el que toca?, mirá

buscate un lugar entre la gente por ahí” hasta que

empiece la fiesta

Les dije de la entrada de mi novia, pero no

entendieron, la entrada estaba a nombre de ella, yo no

la podía usar, no era algo material la entrada, eran

nombres que figuraban en una planilla. Mi nombre no

estaba en ninguna parte. Me habían engañado con lo de

mi pase gratis, me sentí traicionado. Entré al salón y

el contraste entre mi aspecto y el de los presentes se

hizo realmente notorio. Cuando iba entrando con el

bandoneón, me paró Madamme Georgette, y me dijo

agarrándome del brazo y con los ojos idos hacia atrás

“Me trajo la partitura?” le contesté que no, que no la

tenía en ese momento en el estuche. “Casi no lo

reconozco por el pelo en la cara, no se olvide de la

partitura, mire que las colecciono” La mire como

tratando de entenderla, y me solté sin decir palabra.

Llegué hasta la gente de sonido y me puse a conversar

con ellos, necesitaba hablar con alguien, fuera quien

fuera, pero necesitaba alguien con quien hablar.

Busqué con la mirada donde ubicarme, y todas las mesas

estaban repletas, alguien había usado la entrada de mi

novia. La verdad poco me interesaba eso, lo que me

dolían eran otras cosas, era todo lo que tenía dentro

en ese momento.

Un hombre alto y de aspecto aceitunado se me acercó,

era el presentador, me dijo que tocaría después de la

cena. “Cómo que después de cena,” dije

“Si, dijo el tipo, hubo unos cambios a último momento”

y se fue hacia otro lado.

“Después de cena” pensé “Qué hijos de puta” me dijeron

que iba a tocar al principio y por eso compré la

entrada normal. “Bueno, no importa, la guita es lo de

menos, qué me importa eso en realidad?…”

Comenzó la cena, la gente aplacaba sus necesidades

frugales, yo parado, (sin silla), sin nada para tomar,

sin nada para comer, miraba, junto a los muchachos

encargados del sonido. Parecíamos mendigos. Pero nadie

ofrecía nada, los mozos pasaban con jarras de vino de

varios colores, con canapés, con platos sofisticados,

y los depositaban en las mesas. Nos marginaban.

“No sé puede creer esta gente” dijo uno de los

sonidistas “Son de lo peor” “Cómo no nos ofrecen nada,

y encima a vos tampoco?” “Es de no creer”

Yo miraba sin mirar, contestaba cualquier cosa, estaba

sumido en una tristeza muy grande.

Habló uno de los diplomáticos, discurso en castellano

con acento francés, frases raras tales como “El

cerebro se pule con cerebro” se fueron deslizando

durante todo su monólogo.

Se entregaron unos reconocimientos y apareció el

hombre amanerado de la junta directiva para decir unas

cuentas palabras huecas. Palabras tales como

“Estamos honrados que nuestra institución cuente entre

los miembros de la junta con la presencia de un

descendiente directo de Domingo Faustino Sarmiento”

¿Qué tenía que ver con nada eso?

Es como decir que el hermano de Maradona juega bien al

tenis.

¡Qué clase de discurso era ese!? No podía entender

como la gente aplaudía a rabiar esas cosas.

Llegó el momento de actuar, el presentador me nombró

como

“El ACORDEONISTA” en otro momento quizás hubiera hecho

alguna clase de aclaración al respecto, pero nada me

importaba en ese momento, nada excepto tocar e irme a

deambular por la calle con mi bandoneón, porque no

tenía nada que hacer en esa fiesta.

La gente no se callaba, todos reían, hablaban, había

ruido de cubiertos…

Miré a los costados, miré hacia el frente, vi al

cónsul, al rector de la universidad, al embajador, al

gobernador, todos los invitados, los peces gordos,

todos.

Toqué un Mi de la octava alta durante un rato hasta

que se callaron todos.

Cuando hubo silencio, ubiqué el atril, puse un par de

hojas y comencé a tocar un viejo arreglo, uno de los

primeros, “Golondrinas” de Gardel.

Terminé la primer pieza, la gente aplaudió. Esperé

nuevamente el silencio y comencé a tocar la Suite

Troileana 1 de Piazzolla que tantas veces había tocado

antes, (no había practicado nada, era mejor ir a lo

seguro)

Y mientras tocaba, sentí que volvían los murmullos,

las risas, el ruido de cubiertos que caían, las copas

que chocaban…vi a un costado a la mujer del centro de

danzas, devorando una porción de pescado. De la

comisura de sus labios, sobresalía, mejor dicho,

brotaba un color salmón. Y restos de condimento en el

terrible lunar afeitado de su cara parecían agrandarse

cada vez más y más…. Era abominable todo, en cierta

forma, y parecía ser el único que caía en la cuenta de

ello.

No pude contenerme, renegué con la cabeza y suspire.

Para borrar tan terrible imagen cometí el error de

comenzar a pensar en mi novia. Y mientras cerraba los

ojos me decía para mis adentros “A nadie le importa, a

nadie, podrías estar llorando ahora por ella y a nadie

le importaría, no ves que es una fiesta? No escuchás

como se ríen y hablan mientras tocás, como les chorrea

la comida de la boca, como escupen ese vino, daría lo

mismo tocar cualquier cosa ahora, son animales” En ese

momento, una especie de suspiro que dio el bandoneón

al cerrarlo me trajo la voz de ella y por si fuera

poco, todos esos “te quiero” todas esas caricias, toda

esa mentira, esa mentira que quise que me dijera

cuando fui a buscarla y no quiso verme. Dios, quería

gritar, pero no podía con tanto dolor. En ese momento,

comencé a tocar unas notas que habían sido parte de

una pieza que había compuesto para ella, nadie lo

advertía, el cambio había sido muy gradual. Y mientras

tocaba, sentía como si arrugaran un papel, como si a

dos manos rasgaran un pedazo de terciopelo. Cada vez

que acercaba los dedos a las teclas, me traía el

recuerdo de cuando mis manos jugaban con su cabello,

esos acordes eran ese pelo, me abrasaban los dedos

esas notas, pero yo seguía, y las lágrimas no salían,

pero seguía.

Por dentro estaba lacerado, mis oídos ya habían

anulado todo contacto con el exterior. Ya no oía

aquellas risas, ni las voces, ni el entrechocar de las

copas.

Fue en esa intimidad, en ese momento de falaz soledad,

que comencé a tocar cada vez más suave. Un pianissimo

insostenible, era como si reviviera todo lo que nos

había pasado, de principio a fin. Terminé esas notas,

suavemente, y comencé a tocar Reminiscencia, porque de

eso se trataba todo, una reminiscencia inexplicable, y

mientras tocaba, marcaba el bajo del acorde como

gatillando con los dedos, como un tañido de campanas.

Los ojos cerrados, el ceño dolido, encorvado sobre el

instrumento. Para aquella gente todo debía pasar

seguramente como parte de un espectáculo, pero no era

así. Era brutal el momento. Cada vez más fuerte, cada

vez más insistente se fueron sucediendo aquellas

notas, llegue a un punto en el cual sabía que el

bandoneón no iba a resistir tanto volumen, y entonces

me quebré. Solté todo lo que tenía dentro, toqué

durante 15 minutos ese lamento inconmensurable, y el

rezongo del fuelle me aplacaba, como a un niño, y ese

silencio alucinado me extasiaba, pero no era cierto,

todo era mentira, a nadie le importaba nadie, nadie

estaba escuchando. Y si alguien lo hubiera estado

haciendo, qué podía interpretar de ello? Resultaba

imposible pensar que esa persona estuviera entendiendo

toda esa pena ajena.

Se apagó la nota última, y aplaudió con desgano la

gente. Abrí los ojos, me tembló algo el pulso, pero

pude manejarme con entereza unos pocos pasos.

Apareció entonces la cantante del playback, el

ingeniero acordeonista, las chicas del centro de

danzas, y todos y cada uno de ellos, sonrieron al

público, y entregaron sus actos.

La gente aplaudía desaforadamente aquello. Era lo que

estaban esperando. Era eso, el recurso banal, el

facilismo.

Comprendí que estaba en el lugar equivocado, pero

sobre todo en un momento equivocado.

Esperé a que terminaran todos y cada uno de ellos, y

me retiré.

Quedarme allí, a presenciar el baile, habría sido

masoquismo.

Al salir, me detuvo de nuevo la pálida vieja y me

reclamó nuevamente la partitura que me había prestado

porque, en fin… “las coleccionaba”. Le pregunté

amablemente en que horario se acostaba a dormir. Me

dijo que dormía la siesta; por lo que fui al otro día

en plena siesta, bajo la insolación terrible de

Octubre a tocarle el timbre insistentemente a aquella

vieja pesada, para devolverle su inútil partitura, así

me la sacaba de encima para siempre.



Y después de haber devuelto las hojas, caminando calle

abajo con 45 grados de calor de Domingo golpeándome la

piel, fui a casa, pensé un rato largo en la ingratitud

de me quien había jurado tanto amor y tantas promesas,

tomé dos aspirinas y me senté a tocar, en el

bandoneón, aquella pieza que había sido de los dos.

Música que, sin palabras, supo, en esa tarde rara,

resignarme… //

Benjamin Szvalb comprende entonces, que desde el

principio lo han traicionado,

Que ha sido condenado a la infamia, que le han

permitido el amor, el rencor, la soberbia y el

triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para

ella él ya estaba muerto

Casi con desdén, guarda el bandoneón en su estuche, se

mira la cara en la otra cara (la del espejo), sonríe y

se marcha en dirección incierta…

Juran algunos que le han visto deambular por la

ciudad, que está cambiado.

Hay algo en esos ojos que ya no es lo mismo, algo

inexplicable…

Pero él sabe bien que nunca dejo de ser el mismo.

Más allá del mito, el hombre existe.


SOLUCIÓN A LA VENTA DE BANDONEONES

 Islas Caimán 22 de Abril de 2004

Estimados colegas:

Les escribo desde mi refugio antibombas en las afueras de la ciudad,
víctima del desarraigo y agobiado por el sonido lastimero de mi fueye,
noté que, desde hace algunos días, comenzó en el foro bandoneonístico,
una discusión con tintes algo dispares sobre la venta de bandoneones
lejos lejos y al otro lado del mar.

Muchachos... muchachos, bajen los guantes, guarden los chumbos,
sus problemas terminaron.
He aquí una modesta solución al problema a la cual llegué
luego de severas infusiones de té de manzanilla
y psicofármacos diarreicos durante 48 horas,
transcribo parte de mi tratado sobre el tema:

La recuperación del tango, el bandoneón y los ravioles del Domingo.

Por B. Szvalb

Editorial Alfred Arnold año 2004 (205 páginas)

Página 105: Sobre el problema de la venta de bandoneones al exterior:

(Fragmento)

Muy generosamente y ante la preocupación de la pérdida de nuestro patrimonio nacional;

enviaremos sin costo alguno de flete todos los bandoneones que

quedan en Argentina y Uruguay al bandoneonista japonés Ryota Komatsu.

El hombre, eternamente agradecido por el gesto desinteresado, nos enviará un

honorable representante de su Tokio querido, al que nosotros

(sin el menor de los escrúpulos) le pediremos dinero.

Si mis cálculos son correctos; con el dinero obtenido extraditaremos,

pago contrareembolso, todos los equipos Sony y JVC que podamos:

Videocassetteras, Televisores, Teléfonos, etc.

Esto desencadenará un efecto bastante interesante,

ya que nuestro mercado se sobresaturará de digitales Nipones.

Las consecuencias son varias, veamos algunas:

Las casas de comercio y polirubros serán atendidas

por empleados disfrazados de karatekas.

Será de enseñanza obligatoria en nuestras escuelas y universidades

el Malambo japonés y el Gato comprimido en frascos.

Progresivamente iremos reemplazando la escritura latina

por simpáticos símbolos del lejano Oriente.

El Martín Fierro será doblado al japonés y,en lugar de café con leche con

medialunas, el desayuno, el almuerzo y la cena, constarán de

dos raciones de pescado crudo con hierbas del litoral pampeano.

Privatizaremos la Academia Nacional del Tango;

Enviaremos en una caja cerrada y embalada a Horacio Ferrer al Japón.

Se reemplazarán gradualmente los modismos y en lugar del Funyi Marrón,

los cantantes de tango usarán vincha y kimono.

Las F.F.A.A. serán entrenadas sólo para misiones kamikaze dentro del país.

Se quemarán en la plaza mayor todas las grabaciones existentes de nuestros

artistas y serán reemplazados todos nuestros Bares y Boliches

por Salones Karaoke.

Y les predigo, mis seguidores, que llegará un momento en que Argentina

se parecerá demasiado a Japón, y los japoneses con un lagrimón en los ojos

mirarán nuestras tierras con nostalgia, por lo que se vendrán a mojar

las patas al Río de la Plata, y como la música no les podrá faltar,

traerán con ellos todos los bandoneones que le regalamos en un principio a

Ryota Komatsu y que él se encargó de distribuir por aquellos pagos.

Entonces, cuando estemos hasta las narices de japoneses y las empanadas de

pulpo nos hayan hastiado emigraremos hacia el Viejo Continente, más

precisamente a Japón. Una vez allá, recomenzará el proceso migratorio de

principios del siglo XX y nacerá un nuevo tipo de música de la soledad de

aquellos desarraigados paisanos que, vaya casualidad denominaremos: Tango.

Entonces desde la vieja Argentina los ya confundidos orientales,

nos enviarán a pedido bandoneones para poder dar rienda suelta a

nuestra creatividad canyengue y, seguramente, surgirá un nuevo Troilo,

un nuevo Piazzolla, un nuevo Federico, un nuevo Binelli!!!

Y así, hasta que el proceso vuelva a revertirse a fines del siglo XXI

y volvamos triunfales y

repletos de bandoneones a nuestros respectivos países.FIN.

Ah, me olvidaba;

Y si por una de esas casualidades nada de esto funciona... Harakiri.

B.S