Es otro santo de museo. Desde el Renacimiento puso de moda los desnudos y
la naturaleza, el mártir Sebastián se convierte en motivo predilecto para
pintores y artistas.
Pero su popularidad se debe a otras circunstancias, que calan mucho más
en el misterio y la vida del Santo. Es su martirio -o mejor, su doble
martirio- un caso muy poco frecuente en el martirologio de la Iglesia.
Por eso unido a San Fabián, un Papa y un soldado formarán la pareja
por antonomasia del martirio.
A ellos se les reconoce entre el pueblo
simplemente con el nombre de "Los Mártires".
La mayoría, y son muchos los poblados y ciudades que los celebran, se
fijan preferentemente en el soldado: San Sebastián. La Reconquista en España
necesitaba de soldados al estilo de héroes sacrificados y voluntariosos, como
el mártir sacrificado y voluntarioso de Roma. Será, precisamente, durante la
Reconquista cuando empiece a sonar fuerte su nombre entre nosotros (España:
Nota del Web Master), al que además se le pide protección contra la peste:
"Sin duda que el motivo más profundo de tal predilección hay que
buscarlo en la célebre protección del Santo sobre los casos de peste, los
cuales, sobre todo en la Edad Media, constituían uno de los más graves
problemas sociales. San Sebastián peleaba desde los cielos contra la peste,
era el eterno soldado, sirviendo siempre en vanguardia. Los pueblos todos de
la vieja Europa ponían la imagen del Santo a la puerta de sus ciudades y en
las hornacinas de sus templos"
Pocos santos, en efecto, han sido tan celebrados desde su martirio con
la munificencia de San Sebastián. Pocos, de esa misma época, pueden presumir
de tan abundante bibliografía. Por eso su vida nos es fácilmente conocida.
(Nota del Web Master: En Argentina es muy difícil encontrar bibliografía al
respecto)
Según San Ambrosio, nació en Milán. Marchó después a Roma, donde se
recrudecía la persecución contra los cristianos.
Ingresa como soldado el año 269. Enseguida consiguió tal estima de los
emperadores Diocleciano y Maximiano, que le confiaron el mando de la primera
cohorte y le agregaron a su consejo de militares.
Tan privilegiada situación supo aprovecharla para confortar a los
cristianos que van a padecer martirio. Precisamente el Papa San Cayo lo
distingue con el honroso título de "Defensor Ecclesiae" (Defensor
de la Iglesia).
Entre los favorecidos hay que señalar algunos nombres muy concretos:
Los santos Marcos y Marceliano, prisioneros en casa de Nicóstrato.
El propio Nicóstrato y su mujer, Zoe, a la que había devuelto el habla
después de seis años de mudez.
En la misma casa convierte al comentarista Claudio y a sus dos hijas.
A Tranqulino y Marcia, padres de Marcos y Marceliano, junto a seis
amigos que frecuentaban su compañía.
Por supuesto que fueron muchos más. Una situación demasiado pública
que llegó a oídos del emperador, quien, irritado, manda que muera asaeteado
el militar en quien había depositado su confianza.
Unos expertos arqueros mauritanos lo atan a un árbol y disparan
contra
él hasta contemplar derrumbado el cuerpo, que juzgan muerto.
Una piadosa mujer, llamada Irene, acude por la noche a recoger el
cadáver de San Sebastián y, sorprendida, contempla que aún se halla vivo.
Lo lleva a su casa y allí lo cura hasta sanar de sus heridas. Una
recuperación que juzgan milagrosa, no sólo por lo extremado de la
situación, sino también por la rapidez con que se consigue.
Lejos de huir, Sebastián, ya recuperado, se presenta delante de su
propio verdugo, Dioclesiano, en la gradería del tempo de Heliogábalo (en el
Palatino). El emperador lo contempla atónito y además atrevido, pues le
tiene que oír como le increpa para que deje el culto a los dioses falsos:
-Eres tú aquel mismo Sebastián a quien yo mandé quitar la vida
condenándole a que fuera asaeteado?
-Si señor. Soy el mismo Sebastián. Mi Señor Jesucristo me conservó
la vida, para que en presencia de todo este pueblo viniese a dar un público
testimonio de la impiedad y de la injusticia que cometéis, persiguiendo con
tanto furor a los cristianos.
-Apaleadlo en mi presencia hasta que muera.
-Es posible, señor, que eternamente os habéis de dejar engañar de los
artificios y de las calumnias que perpetuamente se están inventando contra
los pobres cristianos? Tan lejos están, gran príncipe, de ser enemigos del
estado, que no tenéis otros vasallos más fieles y que gracias a sus
oraciones sois deudor de todas vuestras prosperidades.
Irritado, repite su mandato: Que sea apaleado hasta expirar, allí
mismo, en su presencia, para poder certificar ahora su muerte.
Así fue en efecto. "Ofreció su vida al Señor, en manos de los
sayones de Dioclesiano, en el hipódromo del palacio imperial, en el sitio
donde hoy se halla la iglesia llamada "San Sebastiano alla Polveriera",
o también Santa María en Pallara""
No conforme con su maldad, da órdenes de que el cadáver del dos veces
mártir sea arrojado a la cloaca máxima, con el fin de no dar opción a los
cristianos que intentarían venerar su cuerpo.
Quiso la Providencia, más que la suerte, que, al arrojar el cadaver en
un lugar tan pestilencial, quedara trabado de un clavo. (Es la circunstancia
donde se fija el pueblo para incocarlo como protector contra la peste).
A esa misma hora el Santo se aparecía a Lucina, matrona muy religiosa,
señalando el lugar y el modo en que se hallaba su cuerpo. Más aún, "después
de recogerlo, debía llevarlo a las Catacumbas y sepultarlo en el comienzo de
la cripta, junto a las reliquias de los Apóstoles".
Lucina cumplió las órdenes recibidas desde el cielo y colocó el
cuerpo de Sebastián en un sepulcro de mármoles, con una lápida que ahora se
halla expuesta en el Museo Lateranense. Eran los años del pontificado de
Inocencio I.
La veneración a tan insigne mártir prendió con rapidez entre los
cristianos, que no se conforman con recordarlo para si mismos, sino que
escriben de él en abundancia para que lo conozcan las generaciones futuras.
Conservamos sus hechos en el "Códice Bernense". San Ambrosio
lo recuerda con gran veneración. Lo mismo hace el Papa San Gregorio magno,
quien ya le había dedicado iglesias en Etruria y Umbría.
La popularidad fue de tal calibre que la posesión de su cuerpo ha sido
disputada y el sepulcro abierto en diversas ocasiones:
La primera en tiempos del Papa Inocencio I, el año 402.
La segunda vez en el pontificado de Adriano I, en el 772.
Por tercera vez en el pontificado de Eugenio, 826, cuando sus reliquias
fueron trasladadas a la abadía de San Medardo (Soissons, Francia).
En el nuevo traslado a un sepulcro de mármol con Honorio III, el año
1216.
Finalmente, en tiempo del cardenal Escipión Borghese, siglo XVII, al
lugar definitivo donde hoy se venera.
Pero quienes le han demostrado especial fervor son los pintores y
escultores. Innumerables. Podemos citar a Tiepolo, Jordaens, Espinosa,
Zurbarán, Murillo, Carreño de Miranda y Ribera, que tienen sus obras en el
Museo del Prado. En el extrajero: Correggio, Lorenzo Costa, Mantegna, Rubens,
Pinturichio, El Greco, Antonio Moro, Guido Reni, Vannucci, Borgognone, etc.
La primera representación la encontramos ya en el 680, en un mosaico
que representa al Santo en traje de palacio y que se halla en la iglesia de
San Pedro ad Víncula.
El pueblo cristiano lleva siglos invocándolo contra la peste. Se
considera milagrosa su intervención en dos casos. El de la peste del 680 en
Roma y la de Milán de 1575.
En España funcionan coplas populares que se repiten de pueblo en pueblo
y de iglesia en iglesia:
Glorioso San Sebastián,
insigne mártir de Cristo,
pedid al Señor nos libre
de la peste y sus peligros.
Por supuesto, son incontables los pueblos que celebran su fiesta con el
canto de romances, ramos, coplas y gozos, donde con envidiable candor se
recuerdan los méritos de su vida y se le reclama como protector.
A los veinte de enero
cuando más hiera,
sale un capitán fuerte
a poner bandera.
Por los campos de Italia
va un capitán
y por nombre le ponen
San Sebastián.
San Sebastián valeroso
siempre fue invicto
y por divisa lleva
la fe de Cristo
Una mujer piadosa
llamada Irene
le recogió en su casa
y allí le tiene.
Todo su cuerpo tiene
hecho una llaga
y una mujer piadosa
se la curaba
San Sebastián valeroso,
fuerte soldado
que a las cortes del cielo
fuiste llamado.
A un tronco le amarraron
y allí le dieron
la muerte con saetas,
verdugos fueron.
A los veinte de enero
florece un lirio
cubierto de saetas
fue su martirio.
Vivan los mayordomos!
Canten victoria,
el que sirve a los santos
sube a la Gloria.
Para el pueblo del Torno
que pediremos?
Que Sebastián bendito
le lleve al cielo.
Frente a este alegre ritmo de seguidillas encontramos otras con
indudable resonancias bélicas, la otra faceta en la que el Santo fue
invocado:
Sebastián valeroso
bajó del Cielo
a defender a la patria
y a todo el pueblo
En la guerra de Cuba
te presentaste
con la espada en la mano
la acción ganaste.
A la guerra, a la guerra
y el arma al arma!
Sebastián valeroso
venció batallas.
A los veinte de enero
cuando más hiela
sale un capitán fuerte
a jurar bandera.
Al final, y como complemento, decimos unas palabras sobre las catacumbas
que llevan el nombre de San Sebastián.
Se hallan a poco más de dos kilómetros de las antiguas murallas de
Roma.
Allí, con la paz de Constantino, se levantó una pequeña iglesia
subterránea en el lugar de la tumba del santo.
Casi al mismo tiempo se levantó "otra basílica de mayores
proporciones, dedicada a San Pedro y San Pablo, pues desde el siglo anterior
se venía dando culto a los dos apóstoles en aquella misma catacumba. Esta
basílica cambió de nombre en el siglo IX y lleva desde entonces el del
mártir Sebastián. Para el visitante de hoy la iglesia ofrece un aspecto
moderno, pero debajo de las molduras y estucos barrocos está la estructura
romana del siglo IV.
La estatua de San Sebastián, que preside el altar, obra de Giogetti, es
muy venerada por el pueblo romano. Cerca del lugar del martirio, en el
Palatino, hay otra iglesia dedicada al santo mártir"
(Las citas son de LLanos, Croiset, Enciclopedia Espasa, Sendin, la Región
Serrana, y Año cristiano (BAC))
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