Tengo
un gato que ha aprendido a abrir puertas.
Toda vez que el picaporte es horizontal, sólo tiene que saltar y colgarse
con ambas patas de la manija para que su propio peso gire el mecanismo.
No tengo idea de cómo aprendió. Ya sabemos que no fue deducción
abstracta. Más bien parece haber observado e imitado un comportamiento
humano. Los gatos definitivamente detestan las puertas cerradas.
Sin embargo, una vez que aprendió este procedimiento, no siguió mejorándolo.
Por ejemplo, hace poco, dejé una silla justo delante de la puerta, de tal
modo que no tuviera que saltar, sólo para ver qué hacía.
Sí, tal como usted se lo imagina, la presencia de la silla canceló su
programa simplemente porque le impedía saltar. No se le ocurrió subirse
y jalar de la manija. Entre otras cosas porque para él no hay tal
concepto como jalar y destrabar pestillos.
Dicho más simple, este industrioso gato mío no entiende cómo funciona
una puerta. Sólo sabe que se interpone entre él y el sillón donde le
gusta dormir. De algún modo detectó que la clave estaba en esa pequeña
pieza de metal allá arriba y, por imitación, ensayo y error, un día
consiguió su objetivo. Desde entonces, la puerta dejó de ser un problema
para él, lo mismo que sus secretos mecanismos.
No es un caso excepcional, lo sé; muchos gatos y perros aprenden estas y
otras piruetas útiles. Lo que me asusta es que se trata de un calco de la
forma en que nos proponen aprender a ser
un cristiano.
Sé
que hay en el mundo religioso conceptos y procedimientos realmente exóticos.
Nada que una persona normal no esté en condiciones de descubrir la
demagogia en el cristianismo, si se lo propone. Pero no hace falta ser un
erudito en teología para darse cuenta, ni recordar de memoria las citas bíblicas
para preguntar las actitudes hipócritas del cristianismo con un
evangelista. De modo semejante, no es menester comprender el ciclo de Otto
para conducir un auto.
Pero nos fuimos al otro extremo y ahora se hace un culto del no saber, del
no entender, del no pensar, del no preguntarse ¿por qué? el cristianismo
amnesia, anestesia y reduce (por no decir anula) el verdadero poder de
nuestra personalidad, encegueciendo nuestra capacidad racional?. Hay,
aparte de los motivos obvios, razones costumbristas para resistirse a esta
actitud. Observe.
En las casas viejas, las puertas
internas suelen tener pasadores. Ignoro por qué. Mi mascota parece
habilidosa, maneja su interfaz gato-puerta a la perfección. Pero basta
que corra el pasador para que todo su logro se desmorone.
¿Cuántas veces nos hemos sentido así, gracias a la idea de que es mejor
ser cristiano sin entender cómo nos ilusionan con la felicidad?
Estamos para más que eso.
Noel
Riefenstahl
Jóven
Directora del Grupo AdolescentesMujeres
y
miembra de la Iglesia Antes de Cristo |