AMANECE SIN PERMISO

 

Amanece y el cielo, bizarro, juguetea con los mil demonios que suben desde la ciudad. Prepara la entrada triunfal del Rey y todos nos arrojamos de bruces en el asfalto, veredas, caminos rurales, campos verdes o campos nevados para ponernos a sus pies... ¿Alguien alguna vez hará algo así por un humano? Por un niño africano, argentino, indio?

Hay panzas vacías y panzas "liposuccionadas". Ojos opacos de tanto esperar y ojos verdes de belleza descartable. Manos oscuras estiradas en jarra y manos mortificantes de joyas y destellos...

"He amado la justicia y aborrecido la iniquidad: por eso muero en el destierro" sentenció Gregorio Magno... pero él estaba aún muy lejos de estos pibes, lejos de este mundo asfixiado por las cien manos de la injusticia, con sus dedos rematados en uñas felinas y colmillos listos para atacar a los que no pueden defenderse.

Amanece sin pedir permiso a nadie, con el largo rugido de los "bondis" llenando de humo la ciudad y sin la catarata de trenes habituales, dormidos en sus andenes por la enésima huelga. ¿Alguna vez amanecerá para todos? ¿O el sol, como toda estrella, está enmascarado para muchos y brilla sobre las sienes de unos pocos?

¿Existirán pueblos, naciones, ciudades, de soles perennes?

Es seguro, sí, que hay pueblos de candelas en las manos y gentes que no recuerdan la luz natural, regiones o provincias, montañas y llanuras que sólo saben de calles oscuras y farolas descoloridas... porque allí las noches se han vuelto eternas.